Un fic de Ruronnin Kenshin (Samurai X)   Ruronnin Kenshin y sus caracteres  relacionadas pertenecen a  Nobuhiro Watsuki. STRANGERS IN THE NIGHT

By:   Darkness

CAP. PRIMERO: "Un Extraño En La Noche"

La crueldad, como cualquier vicio, no requiere

ningún motivo para ser practicada, apenas oportunidad

GEORGE ELIOT.

En algún lugar de Japón, en un día cualquiera, a una hora cualquiera (ciertamente no importa); nació un niño cualquiera. Vio la luz sin pedirlo, le trajeron a un mundo de guerra sin preguntárselo si quiera: fue el pequeño fruto de una relación sin amor; fugaz como el deseo que unió cuerpos. Y una mañana brotó del vientre de una madre joven que le parió sin pensar... y al ser tan joven, ella no pudo aceptar la responsabilidad que significa tener un hijo; así que una noche cualquiera, en una puerta ajena lo dejó, y se fue. 

La puerta donde le dejó pertenecía a una familia de buena posición, debido a su producción de arroz, por lo que un infante de incierto proceder sería muy mal visto. Sin embargo, el señor de la casa era un hombre amable y bondadoso, así que adoptó al niño: jamás quiso decir de donde había salido, ni quien era la madre (cosa que ignoraba), y cuando se le interrogaba sobre el tema cortésmente respondía que era su hijo y sólo eso necesitaban saber. Este hecho provocó desconcierto y repugnancia entre los familiares, sobretodo en sus hijos legítimos, quienes vieron al niño como el producto de alguna aventura de su padre (idea con la que creció el niño) y como un estorbo. Y le despreciaron aún más cuando el niño, al cual llamaron Souhiro, se convirtió en el favorito del señor Seta y recibía todas sus atenciones... desgraciadamente el cariño no duró mucho, pues cuando Souhiro cumplió dos años, el señor de la casa cayó gravemente enfermo y días después murió, dejando la casa, el dinero, la plantación y al niño en manos de su hermano y sus hijos...  

Al cumplir sus cinco años, ya sabiendo caminar y hablar, a Souhiro se le ordenó vivir en el almacén de arroz que estaba al oeste de la casa; desde entonces pasó a ser un esclavo personal, al cual se comenzó a tratar como a un animal, no como al niño que era.

Souhiro comenzó a sentirse cada vez más y más infeliz... pero lo que él no sabía era que muy pronto algo cambiaría. Dentro de poco una sola persona haría que su vida y su percepción del mundo diera un giro de 180°...

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La vieja polea de metal rechinó cuando la cuerda se tensó y comenzó a ser jalada.  El sonido, insoportable para cualquier oído sano, continuó hasta que un cubo de madera se asomó por la boca del pozo. Una pequeña mano tomó el cubo con el suficiente cuidado para evitar el derrama del agua, depositándolo después, en el borde de piedra del pozo. En seguida, las ágiles manos vaciaron el agua en un segundo cubo, que descansaba en el suelo.

Quien hacía esto era un pequeño niño, de ocho años, vestido con un viejo Gi azul, descolorido por el tiempo  desgastado por el uso. El cabello oscuro caía en su frente, cubriendo los ojos celestes mientras tomaba el cubo con agua entre sus manos. Lo alzó y caminó balanceándolo con cuidado, tratando de no desperdiciar ninguna gota del líquido, de lo contrario, sería un castigo inminente. 

- ¡¡SOUHIRO!!.-

Llegó hasta él un grito y aumentó la velocidad del paso, ya no importaba que el grito se repitiera cada vez con más fuerza e impaciencia: ya estaba acostumbrado.

Frente a una puerta se encontraba una mujer, de rostro duro y brazos cruzados.

- Hasta que llegaste- Le dijo- Y cuando acabes limpias el piso que vamos a tener visitas y no queremos dar mala impresión, por lo tanto te vas a desaparecer un rato, pero no te vayas muy lejos, no sabemos si se nos ofrecerá algo... ¡Ah! Hashimosuke te estará esperando para que prepares su baño en cuanto se vayan los invitados.-

El niño sonrió y asintió con un movimiento con la cabeza.

- Anda, no te quedes ahí parado y has lo que te dije.-

Una vez terminados sus deberes se dirigió al pueblo, donde vagó por un rato sin rumbo fijo. Deslizándose con cautela, pasando de ser percibido entre la gente, después de todo, ¿Quién se fijaría en un niño en andrajos? ¡Y sin zapatos!... Miró a las personas pasar a su lado; hombres hablando entre sí, mujeres cargando bolsas de mandado, niños jugando. Y al ir recorriendo con la vista los puestos de curiosidades, su mirada se posó en una en mujer que sostenía a un pequeño en brazos y pagaba al dueño del puesto un juguete que otro niño tomaba... El semblante de Souhiro se entristeció. Sentía la curiosidad incrementarse en su interior, batiéndose con una duda mientras continuaba mirando: ¿Qué sentían esos niños cuando estaban con sus madres?. No recordaba a la suya, e inclusive había veces en las que pensaba que no tenía una, claro que eso no era posible, pues todos tienen una madre ¿o no?, ¡Quién sabe! Muchas preguntas para que un pequeño las responda...

Nunca... Nunca en su vida ha experimentado la calidez de un abrazo, ni la ternura de un beso, ni la nostalgia de cómo lo acunaban en brazos, llenándole de pequeños mimos; nunca nadie se ha preocupado por lo que hace o deja de hacer, por si tiene frío, sueño, hambre o si teme durante las noches. Nadie se ha preocupado por él... porque es malo. O por lo menos eso es lo que le han dicho; Es un niño malo porque no es hijo legítimo de la familia. Y nadie quiere ni ama a los niños malos.

Continuó caminando con paso lento, casi perezoso. Sus ojos miraban con extremada fatiga y tristeza, y a ellos asomaba una tenue luz opaca, que luchaba día a día por no extinguirse; pero aún así, sus labios se curveaban en una sonrisa. Su cuerpo estaba lleno de distintas marcas, tanto producto de golpes, como de accidentes: por ejemplo, hace unos meses metió sin querer uno de sus pies en el carbón que ardía en el patio, se formó una gran ampolla en su pie, la cual tuvieron que reventar y quedó la carne descubierta, no pudo caminar por días... En otra ocasión hace ya varios años, jugaba tranquilamente con un barco de madera que había encontrado, y llegaron unos muchachos le quitaron su barco y se burlaron de él, Souhiro no lo soportó, tomó una piedra y golpeó con ella a uno de ellos, se enfurecieron con él y lo atacaron, pero Souhiro fue demasiado rápido para ellos (a pesar de su tamaño tenía piernas fuertes, producto de todos los trabajos pesados que había tenido que realizar), subió a un techo y ahí se escondió, cuando sintió que pasó el peligro trató de bajar, pero se resbaló y cayó al suelo: se rompió un brazo. Tardó meses en reponerse del todo, y cuando lo hizo, lo regañaron ¿cómo pudo ser tan estúpido como para caerse del tejado?, él no dijo nada acerca de la persecución de los otros muchachos, le reprocharían con más fuerza con la excusa de que había buscado pelea...  Por último, ayer había tomado un cuchillo  y se había provocado una herida en la mano con el, ¿Por qué? Tuvo curiosidad de saber si dolía una herida así (y SÍ que dolía)...

Dobló una esquina y continuó por un callejón desierto, apenas iluminado por el sol.  En eso llegó hasta él un suave aroma, el cual conocía bien: arroz cocido. Relamió sus labios disfrutando el olor, pero poco después su estómago gruñó y subió un amargo sabor hasta su garganta. Souhiro puso mala cara. Nuevamente tenía hambre: ¡Odiaba tener hambre! Pero adoraba comer. ¡Qué contradicción!.

- Basta de filosofar Sou-chan- Se dijo- Eso no alimentará tu estómago.-

Ahora el problema era: ¿Qué comer?. Ya había tomado su almuerzo, por lo que no podría comer hasta la mañana siguiente (una de las tantas "reglas" que le ponía su familia), e infiltrarse en la cocina no era tarea fácil. 

Delante suyo algo brilló.  Esto despertó su curiosidad y se adelantó hacia el lugar.

Oculto entre la arena había un objeto que emitía un pequeño destello cuando el sol lo tocaba con sus rayos. Souhiro lo tomó: Era pequeño y redondo, con una piedra blanca; un anillo sin duda.

- ¡Qué bien!- Pensó el niño – Tal vez pueda vendarlo y así comprar algo para comer.-

Una gran sonrisa se dibujó en su rostro, y el niño se adelantó a salir del callejón. Jugaba con el anillo, lanzándolo en el aire y cachándolo, una y otra vez. Pensaba en lo que compraría si lograba vendar el objeto, confiaba en que lo haría a un alto precio, es decir, el anillo parecía ser de oro.     

- ¡EH TÚ NIÑO!.- Escuchó un grito el cual le llamaba.

- Eh?.-

- ¿Qué traes en la mano?.-

Un grupo de 4 muchachos se acercaron a él.

- Nada.- Se apresuró a decir escondiendo la mano donde guardaba el anillo detrás de su espalda.

- No mientas- El mayor de ellos tomó el brazo de Souhiro y lo dobló hacia atrás, el dolor que provocó hizo que el  niño soltara el anillo. El muchacho lo miró detenidamente, sin soltar a Souhiro preguntó - ¿Dónde lo robaste, pequeño ladrón?.-

- ¡Lo encontré!.- Chilló el niño.

- Miente.- Gritó otro de los muchachos.

- ¡Yo no miento!.-

Souhiro luchó con todas sus fuerzas para liberarse de su opresor, pero le resultaba casi imposible... mientras luchaba vio que de la cintura de los muchachos colgaban unas bolsas, "seguramente sus cajas de almuerzo" pensó.

Entonces paró, porque una idea revoloteó por su cabeza. Engañó a los chicos con sutiles  y cuidadas palabras: les dijo que del lugar donde había salido el pequeño anillo habían muchos más con todo tipo de alhajas y monedas, pero que sólo él sabía el camino. Los muchachos lo soltaron y deliberaron entre sí, creyéndose la mentira aceptaron seguirlo.

Souhiro los guió hasta una gran casa abandonada a las afueras del pueblo. Él la conocía bien, cuando la gente, chicos o adultos, le perseguían (los primeros porque lo veían pequeño y débil y creían que aprovecharse de él sería fácil; los segundos por ajuste de deudas en que sus familiares le habían metido), ese era su escondite perfecto; conocía tan bien la casa que sabía que en una de las habitaciones, la cual asemejaba más a una bodega por su amplio espacio y puerta de metal, había unas botellas de vidrio vacías y unos espejos los cuales, siempre que el sol entraba por una abertura en la pared las hacía resplandecer... también sabía que ese brillo engañaría a sus opresores.

Entraron pues, en la casa. Souhiro los condujo por el interior hasta una vieja y oxidada puerta de metal. Los muchachos lo miraron inquietos, poco convencidos.

- Espero esto no sea un engaño tuyo.- Dijo uno de ellos.

- Por supuesto que no.- Contestó con una enorme sonrisa, al momento de abrir la puerta.

Una resplandeciente luz salió del interior de la habitación, cegando momentáneamente a los presentes. Cuando recuperaron la visión, la curiosidad y la ambición se apoderó de los muchachos, quienes se lanzaron apresuradamente al interior; empujándose los unos a los otros, tratando se llegar primero al lugar de donde provenía la luz, imaginando que serían grandes tesoros... no unas botellas ni unos espejos...

Durante los escasos segundos entre que los muchachos quedaron ciegos  y corrieron a la habitación, Souhiro robó las bolsas donde los chicos habían metido sus almuerzos, y cuando estos se encontraron dentro del cuarto cerró la puerta y salió corriendo tan rápido como pudo, pues sabía que ellos no tardarían en darse cuanta del engaño y de la forma de salir de ahí.

Cruzaba los campos y el pueblo con la misma velocidad y gracia de un ciervo. Cada paso hacía que la distancia se acortara de forma asombrosa, quiso saber si podría aumentar aún más su velocidad: encorvó un poco la espalda y utilizó toda su fuerza y el peso del cuerpo para darse impulso.  Se dio cuenta que realmente era muy rápido.

En poco tiempo llegó a su casa donde se sentó con tranquilidad en un rincón del almacén del Oeste (el cual era ya SU almacén, pues dormía ahí y se encargaba de mantenerlo limpio y con el menor número de ratas que pudiera), mientras comía los almuerzos que había conseguido. Era poco, pues los otros chicos ya había devorado la mayor parte ¡Además tenía un apetito feroz!... 

Cuando hubo terminado, tomó las cajas y se metió debajo del almacén, donde comenzó a escarbar la tierra con las manos hasta encontrarse con una madera, la quitó dejando al descubierto un hoyo poco profundo donde había varios objetos, entre juguetes, pedazos de tela de diversos colores, una manzana mordida y una lagartija muerta. Los observó unos momentos; aquello era su "tesoro", cosas que por una razón o otra le habían llamado la atención o le recordaban algún hecho, pero los tenía escondidos porque sus "hermanos" jamás le permitirían tenerlos, era malo y no tenía derecho a nada. Sonrió con inocencia y arrojó las cajas ahí, para después volver a tapar el agujero.

- ¡Oh! El baño de Hashimosuke!.- Recordó de pronto el chico.

Salió de debajo del almacén y se asomó a la casa, todavía había ruido y podía ver las siluetas de varias personas: aún no terminaba la fiesta.

Suspiró mientras se dirigía hacia el pozo, dónde se encontraba un hacha y unos pedazos de madera. Cortaría la madera para avivar el fuego del baño y tener el agua caliente para cuando su "hermano" decidiera meterse.    

- Hola, Baka.- Escuchó una voz, chillona y molesta.- ¿Preparas mi baño?.-

- Así es.- Dijo el niño, con una tenue sonrisa.

- ¿Sabes?.- La persona que hablaba era un joven, quien tenía un rostro burlón, despreocupado, cínico. Su mirada era despectiva mientras hablaba, al igual que las palabras cargadas de veneno.- Papá dijo que tenías que llevar los 100 ostales de arroz que se llenaron ayer, a uno de los almacenes.-

- ¿100 costales?.- Preguntó sorprendido Souhiro.

- Así es.- Le contestó con desdén.

- Pero son muchos.-

- No gimotees baka… además si logras llevar todos lo más probable es que papá te acepto por fin como uno de sus hijos.-

Al escuchar las palabras, los ojos del chico se iluminaron. "¿De verdad?" preguntó.

- Oh! Por supuesto.- Mintió el joven, Hashimosuke, disfrutando la ingenuidad del niño.

-... Pero... aún así no creo poder.-

- Ya, ya, como sea.- Dijo al momento de retirarse.

Souhiro miró atentamente al joven que se iba. ¿Lograría tal tarea? Tal vez sí... ¡pero 100 costales eran muchos!.

Lo intentó. Realmente lo intentó. Durante todo el día lo había intentado y  solamente logró llevar 10 costales. Además era un camino muy largo... todo su cuerpo tembló con miedo al siquiera pensar en abrir la puerta delante suyo y comunicarle a su "padre" (así llamaba a su tío) que era incapaz de aquella empresa tan laboriosa.  Sin embargo, tenía un arma que podía utilizar: su sonrisa. Así es. Había descubierto algo muy interesante: cuando era golpeado y sonreía la gente se hartaba y lo dejaban en paz. Por lo tanto, si sonreía mientras trataban de reprenderle, el castigo sería mínimo. 

Se armó de valor y entró.

- Eh? Disculpe?... .-

- ¿Qué quieres?.- Rugió un gran hombre Su aspecto era rígido, temible y  tenía aquella mirada desorbitada que sólo la ebriedad sabe dar. A su lado una joven mujer servía sake, su rostro era igual de duro que el del hombre a su lado.

          - ... Yo... no... Yo no pude llevar los costales... ¡Son muchos para mí sólo!.-

          Vio con horro, como el rostro del hombre se enrojeció de cólera y antes de que se diera cuenta,  lo tomó del gi y lo lanzó contra las puertas corredizas, las cuales se rompieron con el impacto, haciendo que Souhiro cayera a la dura tierra.

          Justo lo que había temido.

- ¡¡Baka Souhiro, totemo baka ya no!![1].- Rugió el gran hombre en la puerta..- Te ordené que movieras los 100 sacos de arroz al granero del Oeste ¡No me vengas a decir que no puedes! Te lo ordené.-

Con gran fuerza el hombre lanzó la jarra que traía en manos, la cual impactó directo en la frente del chico, abriéndola. El dolor era insoportable, pero aún así Souhiro permaneció firme en su idea de la sonrisa y juntó todas sus fuerzas, tragándose su llanto, para hacerlo.

- ¿Y ahora de qué te ríes? No volverás a recibir comida hasta que no hagas tu trabajo.-

          - Padre, por favor... .- Abogó una joven mujer junto a él.    

          La sangre escurrió de la frente del niño, deslizándose por su rostro, siguiendo los canales por los que tantas veces las lágrimas habían bajado. Pero esta vez no habría más llanto.

          -Y no te olvides de limpiar la cocina.- Le dijo una anciana que acababa de salir, junto con dos muchachos más: Hashimosuke y Arashi.

          - Y masajear mi espalda.- Dijo aún bebiendo Arashi.

          El chico continuaba sonriendo al momento de ponerse en pie. Sólo escuchó el fuerte golpe de la puerta al cerrarse mientras caminaba, tambaleándose un poco, rumbo al lugar donde estaban los sacos de arroz.

          Con el dorso de la mano talló sus ojos para quitar la sangre, la cual le imposibilitaba para ver. No le preocupaba su herida, después de todo, la situación había resultado tal como la imaginó ¡Sólo recibió un golpe! ¡No cabía duda que su sonrisa le ayudaba! Siempre, siempre debía estar en su rostro, en todo momento, por que sólo así estaría seguro... escudarse detrás de su sonrisa era una buena idea, no demostrar sus emociones le daba, por primera vez, cierta seguridad...

          Durante los siguientes tres días Souhiro fue llevando los sacos de arroz al granero. Pero sus fuerzas a veces lo traicionaban y caía. Había veces en las que ya no podía más; sus manos, sus piernas, sus pies, todo el cuerpo le dolía, sin embargo sacaba fuerza de su interior para continuar.  Haría bien su trabajo, estaba convencido ¿por qué?, Hashimosuke le dijo que si lo hacía bien y sin titubear, se ganaría la aprobación de su "padre". Por lo tanto TENÍA que lograrlo... y así todo sería diferente.

          Pero una noche algo curioso ocurrió...

Con cuidado Souhiro fue limpiando sus heridas. Remojó un pedazo de trapo en agua y la colocó sobre su frente, tallando lentamente para quitar la mugre y los restos de sangre seca. Su cuerpo se estremeció cuando sin querer tocó una parte donde la piel faltaba dejando al descubierto la sensible carne.

Poco  a poco el agua de la cubeta a sus pies comenzó a ensuciarse, adquiriendo un color cenizo u opaco. El niño, al notarlo, se puso de pie, tomó la cubeta y salió del granero, rumbo al pozo. Tiraría el agua sucia en algunos matorrales para después sacar del pozo agua limpia y continuar lavando sus heridas, aunque la mañana siguiente volverían a abrirse por la golpiza que recibiría de sus familiares...

... Eso había pasado, si no se hubiese visto atraído por un peculiar sonido. Al principio parecía el lejano choque de cadenas;  ahora era un poco distinto, más nítido, acero contra acero: la terrible danza de dos katanas enemigas.

La curiosidad se movió por su vientre y sintió la necesidad de ir a ver qué sucedía. Dejó la cubeta en el suelo y corrió, guiándose por el sonido (cada vez más fuerte) de las katanas, pasando por un oscuro callejón.  Al final de este alcanzó a distinguir dos figuras, dos hombres; uno vestía de policía y se veía bastante agitado; el otro...  Extraño: Su cuerpo estaba totalmente envuelto en vendas, las cuales colgaban de algunas partes...

... Tal vez, trascurridos muchos años, Souhiro se arrepienta de haber tratado de saciar su curiosidad, tal vez se arrepienta de haber corrido hasta ese callejón, tal vez se lamente haber visto siquiera al hombre del vendaje...

... o tal vez no.

De pronto escuchó un zumbido que rompió el silencio y vio con asombro cómo los brazos del policía caían al suelo.  Vio también cómo el hombre de las vendas con un rápido movimiento cortó con su katana al policía en dos, con la misma facilidad con la que se corta una barra de mantequilla.

El niño por instinto supo que aquello estuvo mal, que había visto algo que no debía y eso lo metería en graves problemas. Se dispuso a regresar corriendo tan rápido como pudiera, pero justo al dar un paso hacia atrás pisó una pequeña rama, la cual se partió en dos produciendo un ruido.

Este ruido, débil y ahogado, como temeroso de escucharse a sí mismo, bastó para que el asesino del vendaje se percatara de la presencia del niño. Se dio la vuelta y se acercó de manera amenazadora, la cuchilla de la katana relampagueó con cada paso mientras las gotas de líquido escarlata resbalaban y caían al suelo.

- Escucha, has presenciado todo.- Dijo con voz tétrica.- Por eso, por haber sido testigo de lo que he hecho no me dejas otra opción... Te MATARÉ.-

Souhiro sintió su corazón detenerse cuando aquellos ojos rojos y llameantes, como dos carbones encendidos, se clavaron en los suyos. Tropezó y calló de sentón, ya no podía moverse, estaba en Shock: sus ojos enormemente abiertos y ensanchados, fijos en la sangre que goteaba de la katana del asesino; su cuerpo temblaba y su voz se quebró tartamudeando, tratando de decir algo y no sabiendo qué decir... entonces sonrió. Sus labios se curvearon en una sonrisa extraña, casi maniaca, demente.

El hombre se detuvo. Bajo las vendas sucias y desgastadas su figura era espléndida, arrogante... tenía una expresión de serenidad, de dominio, de fuerza, que fue interés y sorpresa en los ojos oscuros.

- ¿Te hace feliz que te mate?.- preguntó, volviendo a clavar la ardiente mirada en el pequeño.

Palabras entrecortadas y sin sentido salieron de la garganta de Souhiro, mientras sentía su corazón martillar con gran fuerza, dispuesto a escaparse de su pecho.  "¿Eh? ¿Eh?"  La sonrisa aún enmarcaba al rostro.

- Te hace feliz que te mate.- Repitió el hombre, pero ya no como pregunta, fue una afirmación. Se arrodilló frente al niño y acercando su katana murmuró- Si me traes algo te perdonaré la vida... .-

CONTINUARÁ....

CAP. SIGUIENTE: "El Débil Muere, El Fuerte Vive"

[1].- "Estúpido Souhiro, realmente estúpido".

NOTA DE LA AUTORA:

Je, por fin el primer fic de RK,  y prácticamente mi primer fic del año, estuve un buen tiempo inactiva.  La idea principal nació de cuando Kenshin dijo "Eso significa que Souhiro nunca fue feliz" al oírle me pregunté "¿Sería cierto...?" y pues cavilando nació esta historia. ¡Espero disfruten leyéndola tanto como yo al escribirla!

 Atte:

Darkness

 La Paz B. C. Sur,

31/03/02