Ahora Éowyn conocía el motivo de la tristeza de su esposo, se aproximó a él y colocó ambas manos en las mejillas de Faramir- si pudiese hacer algo para alegrar el corazón de mi señor, lo haría sin dudar –dijo la joven.

Faramir la rodeó con sus brazos- ya lo estáis haciendo –susurró mientras abrazaba tiernamente a su esposa y sonreía.

Quisiera escuchar algo sobre vuestra madre –manifestó Éowyn aún envuelta en el abrazo de Faramir.

Son pocos los recuerdos que tengo de ella –confesó el joven Senescal mirando hacia el horizonte- murió cuando yo era aún muy pequeño: aún así tengo algo en mi memoria- Éowyn lo escuchaba con gran interés, pendiente de cada palabra.

Mi madre era la dama más elegante y hermosa en toda la ciudad –relató Faramir- mi padre la amaba con locura y trataba de complacerla siempre, pero al crecer la sombra del señor oscuro, el tiempo que mi padre dedicaba a su familia era limitado- explicó con tristeza- mi hermano Boromir, al ser mayor, era preparado ya en el arte de la guerra, así que estaba la mayoría del tiempo con mi padre, así que mi madre y yo nos encontrábamos con ellos poco tiempo en el día. Nosotros siempre estábamos juntos- Éowyn podía sentir, por el tono de voz de Faramir, que esos habían sido los momentos más dichosos en su vida mientras estuvo en Minas Tirith.

Fue ella quien despertó en mi la necesidad de conocer sobre nuestra historia, la historia de Númenor, fue ella quien me ilustró en los antiguos manuscritos y en las leyendas y canciones del pasado, mientras que mi hermano era ilustrado por mi padre. Nosotros, mi madre y yo, distribuíamos nuestro día entre lecturas y observar a los ciudadanos, aprender de ellos –comentó entre risas- mi madre tuvo especial cuidado en cultivar en mi la habilidad para ver a la distancia los pensamientos ajenos, descifrar los engaños en las palabras –guardó silencio un momento, luego añadió- también la valentía, la sabiduría, la hidalguía... pero sobre todo la bondad.

Una mañana, de esas pocas que aún aguardo en mis recuerdos, mi madre recibió la visita de un pariente, el príncipe Imrahil de Dol Amroth, traía consigo un saco con semillas, recuerdo claramente el rostro de mi madre, que brillaba de alegría, estaba tan feliz que no dejaba de sonreír –Faramir cerró los ojos, seguramente tratando de recordar el rostro que su madre tuvo en ese entonces, sonrió y prosiguió con su relato- cuando el príncipe Imrahil se retiró, mi madre decidió sembrar las semillas en el jardín que tenía en las afueras de la ciudad, yo le ayudaba. Curiosamente el clima atacó severamente en ese entonces y todas sus plantas murieron a costa de las incesantes tormentas que nos azotaban, únicamente una planta de Mir sobrevivió a desviste de las lluvias, pronto nos dio un lirio, cuando lo vi por primera vez comprendí el porqué ese lirio era la flor predilecta de mi madre –Faramir volteó su rostro hacia Éowyn y sonrió- Por supuesto que no voy a revelaros cuál es la apariencia del lirio: será un obsequio –anunció, pero antes de que Éowyn prorrumpiera en alegatos, continuó narrando.

Fue justo en esas épocas cuando mi madre padeció el mal que poco tiempo después consumió su vida –la mirada de Faramir se tornó sombría y extremadamente triste- mi padre mandó traer varios curadores para sanar a mi madre, pero ninguno parecía saber el remedio a su mal: él y Boromir entendían muy bien lo que esto significaba, pero yo aún no, era muy joven. Una mañana extremadamente fría rogué a mi madre que me acompañara al jardín, seguramente ella se sentía desfallecer, pero por complacerme me acompañó, aunque los curadores le habían prohibido levantarse de su lecho, yo no lo sabía –bajó la vista hacia el suelo- estuvimos largo tiempo en los jardines, recibiendo el templado viento, mi madre observó por última vez el lirio que tanto amaba. Cuando volvimos al castillo, mi madre recayó enormemente, a partir de entonces y como castigo a mi insensatez se me permitió visitarla en su aposento únicamente un momento al día, junto a mi hermano –guardó silencio un breve momento- nunca tuve castigo más severo que ese... jamás se me había separado tanto tiempo de su lado, desde el alba hasta el anochecer estaba acostumbrado a estar con ella. Pocos días después su vida se extinguió, murió en la flor de la juventud.

Éowyn estaba extremadamente conmovida con el relato de su esposo, éste prosiguió- Cuando mi madre murió, fue tanta mi ira que descargué todo mi dolor en el jardín, en lo poco que quedaba de él, destruyéndolo por completo, incluyendo al lirio. Por su parte, mi padre ahora se encargaba de ilustrarme sobre las leyendas de nuestros antepasados y se encargaba también de cargarme con las tareas que mi madre tanto me había evitado –Faramir suspiró- y bien, este lirio me recuerda a mi madre; no lo he vuelto a ver desde que ella y yo lo cultivamos en ese desaparecido jardín, por eso deseo con todas mis fuerzas que crezca aquí, cerca de nosotros –sonrió y volteó su vista hacia Éowyn, luego se puso de pie y le extendió ambas manos a su esposa para apoyarla a ponerse de pie.

No conocemos ese lirio en La Marca –explicó Éowyn- ¿cómo es? –preguntó mientras aceptaba la ayuda de su esposo y se ponía de pie también.

Mis palabras no son suficientes para expresar su belleza –respondió Faramir- pronto lo verás –añadió- pero aunque es un lirio hermoso –miró fijamente a Éowyn- no hay belleza alguna en Arda que os iguale –confesó mientras rodeaba con sus brazos a la joven y la besaba a la luz del sol.

Éowyn observaba detenidamente el lirio: su pétalo era fino y delicado; su hermoso color sobresalía entre los colores del jardín: que eran bellos y diversos; su perfil: salvaje y elegante por igual, opacaba todo a su alrededor; la Dama no había visto algo parecido, y Faramir le había dicho que ella era más hermosa aún. Aunque las palabras de su esposo la habían halagado en sobremanera, no habían entendido su magnitud en ese entonces, sino hasta ahora, que podía apreciar la belleza del lirio en toda su plenitud, hasta el nombre era acertado. Éowyn sonrió plenamente.

Hemos terminado –dijo Faramir cubriendo de tierra un último agujero; luego se pasó la mano derecha en la frente para apartar un mechón de su cabello que le afectaba la visión, pero al hacerlo, dejó un rastro de barro.

Éowyn rió feliz al verlo y mientras Faramir terminaba de darle los últimos retoques al jardín, ella se dirigió al arroyo y mojó un paño, luego se aproximó a su esposo y con el paño le empezó a retirar el barro del rostro, no había terminado aún cuando Faramir la tomó en brazos y empezó a girar sin liberarla.

¡Basta! –gritaba Éowyn entre risas- nos caeremos –explicaba mientras miraba el rostro sonriente de su esposo.

Pues os protegeré en la caída si es que hemos de caer –dijo dulcemente Faramir mientras sostenía aún a la joven entre brazos.

Éowyn rodeo con sus brazos el cuello de su esposo- Soy la mujer más feliz que camina sobre Arda, porque mi señor Faramir ha logrado que la primavera llegue a mi corazón

Faramir liberó a su esposa y la miró tiernamente- os amo más que a mi propia vida Éowyn –susurró cálidamente mientras abrazaba a la joven.

Éowyn cerró sus ojos y se rodeó a sí misma en un fuerte abrazo, tratando de recordar la calidez y ternura que sentía al estar protegida por los fuertes abrazos de su esposo.

Bergil la miraba con tristeza, ver melancólica a la Dama le estrujaba el corazón, levantó la vista hacia el cielo y rogó a Valar porque el príncipe Faramir regresara pronto, Éowyn no soportaría por mucho tiempo el embiste de la soledad que le acarreaba estar separada de su esposo.

Estuvieron en los jardines largo tiempo, hasta que el sol desapareció en el horizonte, fue hasta entonces cuando regresaron a la ciudad.

Os acompañaré a vuestro hogar –dijo Éowyn a Bergil mientras cruzaban las murallas- tengo que hablar con vuestro padre –añadió mientras miraba al frente.