¡Hola, harrypottérfilos!

Soy Quique Castillo y, aunque fuera éste el primer "fic" que comenzase a escribir, lentamente mi amiga y compañera Elena me acabaría contagiando de su euforia y dejé éste renegado para escribir MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO. A ésta y todos mis queridos lectores de este "fic" que he mencionado le dedico éste.

SALVANDO A SIRIUS BLACK

CAPÍTULO I (EL TIEMPO... Introducción)

El tiempo...

El tiempo transcurrió bastante deprisa para Harry aquel verano, aquel triste verano en que los Dursley se comportaron con él peor que nunca. Cuando el expreso de Hogwarts lo llevaba de vuelta a la escuela se prometió que asentaría la cabeza en el colegio, que intentaría quitarse de la cabeza a Sirius, a su padrino muerto, y procuraría estudiar más o entrenar más al quidditch si no había otra forma de conseguir olvidarlo. Aunque ya creía estar concienciado cuando tomó el tren de regreso a la casa de sus tíos, concienciado pero triste, su estancia allí había sido horrible: se había dado cuenta de que Sirius había muerto para siempre, que no volvería, y de que sus esperanzas de irse a vivir con él algún día se habían roto como una taza de té cayendo estrepitosamente al suelo.

–Anímate, Harry –le decía Hermione en el vagón.

Pero ¿cómo? Ya no había marcha atrás... El perro negro se había convertido en el grim: la negra muerte.

Pero al fin en Hogwarts... ¡Sexto curso! Dos años más ¡y acabaría! Cayó en la cuenta de que Sirius ya no estaría allí para su graduación, que estaría solo.

–¿A qué viene esa lágrima, Harry? –le preguntó Hermione inquieta.

–¡Bah, no es nada! –se disculpó–. Es la alegría de volver a ver el castillo¿no os pasa a vosotros igual?

El tiempo cura todas las heridas...

El banquete sería el inicio de una nueva etapa, se propuso Harry. Aquel año su aprendizaje de la magia se complicaría más que nunca, así que, si no quería suspender, pronto se vería envuelto en montañas de libros, y el recuerdo de Sirius, que nunca sería olvidado, pasaría a un segundo plano.

Dumbledore, a quien aguardaban todos en el Gran Comedor para que diese inicio al festín, llegó tarde, y se dirigió presto hacia la mesa de los profesores, cuyo asiento no llegó a ocupar; se quedó en pie, aguardando el absoluto silencio para dar su habitual discurso de inicio de año:

–Bienvenidos a todos un año más –dijo, frotándose las manos y con gesto huraño–. Hoy no hay más palabras que para aquel que necesite escucharlas.

Y se sentó, dejando a toda la sala en la más profunda confusión; incluso a la profesora McGonagall, que lo miró de reojo y enseguida sonrió a unas alumnas de Ravenclaw que la miraban con la boca abierta. Pero Dumbledore volvió a ponerse en pie, alzando las manos:

–Que empiece el banquete –dijo.

Y las bandejas de las distintas mesas se llenaron en un golpe de vista de los más diversos manjares, como Harry ya tenía acostumbrado a observar cada uno de septiembre. Ron comenzó a echar en su plato todo lo que había a su alrededor.

–¡Vamos! Si no te das prisa te quedarás sin nada –le espetó a Harry.

–Hay para todos, Ron –lo tranquilizó Hermione.

Pero Ron ya no estaba pendiente de eso. Miraba el plato de Harry.

–Alguien te ha dejado una nota, Harry.

Éste se dio entonces cuenta, y mirando presuroso a su alrededor para cerciorarse de que sólo ellos tres se habían dado cuenta, la cogió.

–¿De quién? –le preguntó Hermione.

–Tiene la firma de Dumbledore. –Les enseñó la nota a Ron y Hermione, y dirigiendo la mirada hacia la mesa de los profesores, pudo ver cómo el director levantaba la copa en dirección a él.

–Léela –le espetó Hermione, nerviosa.

–¡Oh, sí! –dijo Harry, de pronto inquieto.

Espero, Harry, que el tiempo cure las heridas

de aquellos que el tiempo nos ha arrebatado.

Harry volvió a mirar a Dumbledore, quien seguía observándolo, a pesar de los intentos que la profesora McGonagall hacía en vano para hablar con él, y esta vez fue el chico quien levantó la copa. Dumbledore sonrió abiertamente y por fin prestó atención a las palabras de la profesora Minerva.

–Dumbledore siempre está ahí cuando lo necesitas¿eh, Harry? –comentó Hermione.

–¿Eh?... ¡Sí! –se apresuró a responder Harry que se había quedado idiotizado.

Se guardó la nota en el bolsillo de la túnica.

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–Aquí tienen sus horarios –les tendió durante el desayuno la profesora McGonagall, marchándose de inmediato.

–¿Qué tenemos ahora? –Se preguntó Ron, observando con avidez su propio horario.

–Pociones... –le respondió Hermione, más rápida.

–Perfecto –dijo Harry, casi escupiendo de la rabia–. Una excelente forma de comenzar con buen pie el año. Supongo que con los de Slytherin¿me equivoco?

–No –le respondió Ron, quien ya había encontrado la clase en el horario–. Y después ¡Transformaciones¡Qué asco!

–Le he oído, señor Weasley –lo reprendió McGonagall, quien seguía aún por allí entregando horarios a los Gryffindors.

Ron se puso tan colorado que no se sabía lo que era pelo y lo que piel.

–Nos tenemos que dar prisa –comentó Hermione, terminando de meter sus libros en su mochila y cogiendo un par de tostadas para el camino–. Aún tenemos que llegar a las mazmorras. ¡No quiero llegar tarde el primer día!

–A mí eso me da igual –mencionó Harry con una mueca de desgana, dejando caer media tostada en su plato.

–¡Vamos, Harry! –Lo empujaba Hermione–. ¡Tú también, Ron! Recuerda lo que te dijo ayer Dumbledore, Harry: el tiempo lo cura todo.

–¿Sí? –Preguntó Harry irónico.

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Cuando terminó el primer día, después de las dobles clases de Pociones y Transformaciones de por la mañana y la sesión de Encantamientos de la tarde, los tres se sentían muy cansados. Además, les habían mandado un montón de deberes para la siguiente clase, y Ron se sentía defraudado.

–¿Qué te esperabas? –le había dicho Hermione–. ¡Estamos en sexto!

–¡Estamos en nuestra primera clase! –le había respondido Ron, con aspavientos de incredulidad.

Se quedaron hasta la medianoche en la sala común de Gryffindor junto con Parvati Patil, Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom para hacer las tareas, comentando cada dos por tres lo roñosos que se habían vuelto todos los profesores mandándoles ejercicios el primer día de clase, razón por la que Hermione también se pasó un buen rato chistándolos para que se callaran.

–Hermione, no puedo comprender cómo tú estás tan feliz con todo el trabajo que nos han mandado –le decía Ron furioso–. Si esto es el primer día¡no quiero yo ver los demás!

–Pues yo estoy muy cansado como para seguir –les dijo Neville recogiendo sus libros mientras bostezaba por enésima vez–. Me voy a la cama.

–Yo creo que le acompaño –dijo Ron con determinación dirigiéndose a Harry, al tiempo que despegaba el trasero de su asiento.

–¡Nada de eso, Ronald! –gritó Hermione–. ¡Tú no te mueves de ahí hasta que hayas acabado¿entendido?

Ron asintió con la cabeza, sin poder decir ni palabra a causa de un nudo que se le había producido en la garganta. Cuando se hubo recuperado de la impresión le dijo a Harry al oído:

–¡Es como mi madre!

Harry sonrió, por primera vez en mucho tiempo...

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A la semana siguiente, en la clase de Flitwick, comenzaron a practicar una serie de encantamientos reanimadores con varias cucarachas que les había dado, a las cuales bien les faltaban varias patas, bien tenían el abdomen aplastado: en definitiva, tenían un aspecto horrible, boca arriba y moviendo las patas de que aún gozaban nerviosas.

–Ya os he dado la lista con los distintos hechizos reanimadores –explicó a la clase el pequeño profesor Flitwick–. Ahora quiero que los probéis uno por uno y veáis cómo funcionan todos y cada uno de ellos¿entendido? –Viendo que toda la clase asentía atenta, prosiguió–: Muy bien¡agitad y golpead! No lo olvidéis: con suavidad...

Los Gryffindors, que compartían aquella clase con los de Ravenclaw, comenzaron a conjurar los conjuros reanimadores mientras consultaban con ojos ávidos la lista.

–Silencio –le espetó el profesor a Ron, que no dejaba de hablarle a Harry.

–Lo siento, profesor –se disculpó sincero.

Y levantó su varita apuntándola hacia una de las cucarachas, la cual quedó inundada de un resplandor plateado. Seguidamente, se puso en pie de un salto y salió corriendo pupitre abajo.

–¡Excelente! –lo felicitó Flitwick, que había estado pendiente–. Le ha salido a la primera, señor Weasley. ¡Diez puntos más para Gryffindor!

Hermione, junto a Parvati Patil, sonrió abiertamente a Ron, y abriendo la boca exageradamente pero sin pronunciar sonido alguno dijo: "Enhorabuena".

Ron se dirigió a Harry:

–¿Te importa dejarme el libro un momento? –le pidió–. Me he dejado el mío en el dormitorio.

Y Harry, negando con la cabeza, le alargó su ejemplar del El libro reglamentario de hechizos (clase 6) de Miranda Goshawk que Ron comenzó a hojear con prisa. Harry seguía atento a poner en práctica, y con éxito, los encantamientos reanimadores, aunque no le era tan fácil como a Ron; no conseguía concentrarse suficiente. Cuando apuntó con su varita a su cucaracha la lanzó a dos metros de distancia. Flitwick negó con la cabeza, recogiéndosela y volviéndola a poner sobre su pupitre.

–Con suavidad... –repitió–. La varita es una herramienta de precisión.

–Sí, señor –asintió Harry, azorado.

Embelesado, Harry no se dio cuenta de que Ron acababa de descubrir un trozo de pergamino metido entre las páginas del libro. Lo abrió y leyó atentamente, impresionado:

POCIÓN REGENERADORA

– Hueso de su padre (?)

– Carne de su súbdito ("yo")

– Sangre del enemigo (Snape)

–¡Harry! –gritó Ron.

Harry, al tiempo que sonaba la distante campana de fin de clase, pegó un salto en su asiento y, sin querer, le pegó una patada a la mesa derramando todas las cucarachas por el suelo.

–¡Oh! –se lamentó Flitwick realizando un conjuro levitador para recogerlas–. ¡Hay que practicar más, señor Potter!

–¿Qué te pasa, Ron? –preguntó Harry con la respiración aún agitada.

–¡Esto es magia negra! –lo reprendió mostrándole la nota que tenía escondida en el libro–. ¿Pensabas utilizarla para resucitar a Sirius? –Le preguntó en un susurro para que nadie le oyese.

–No... ¡No! –le dijo Harry, exasperado porque Ron hubiese encontrado la nota y porque no tenía ni idea de cómo explicarle que aquélla verdaderamente no era su intención–. Me conoces, Ron¿o no? –le preguntó, clavándole los ojos–. ¡Yo no utilizaría jamás las artes oscuras! Además, Sirius no querría que yo le resucitase... ¡Y menos sabiendo que habría sido con magia negra!

–¿Entonces? –preguntó Ron sin comprender–. ¿Por qué tienes esto aquí? –Señaló primero la nota y después el libro.

Harry se encogió de hombros.

–No se lo comentes a Hermione¿quieres, Ron? –le suplicó.

–¿Comentarme el qué? –preguntó Hermione detrás de ellos.

–¡Ah, hola! –exclamó Ron, asustado, tirando al suelo también sus cucarachas.

–¡Señor Weasley! –lo regañó Flitwick–. Creía que este encantamiento le había salido bien...

–¡Oh, sí! –se intentó disculpar–. Me sale, pero cuando lo estaba practicando, me he asustado... –Creyó que el profesor pensaría que era tonto o algo parecido.

–Bueno, si así... –dijo Flitwick–. Ahora salid de clase, por favor; aún tengo que recoger.

Y salieron los tres del aula de Encantamientos, preguntando todavía Hermione que era aquello de lo que no podía enterarse.

–Que ayer no hizo los deberes... –se apresuró a mentir Ron.

–Ron... Se lo has dicho... –le siguió el juego también Harry, viendo cómo instantáneamente la cara de Hermione pasaba de su color natural al rojo furia.

–Es que lo que has hecho está muy mal, Harry... –se burló Ron, mirando de reojo a Hermione, que se contenía de responder.

–Bueno –frenó a Ron–, Harry está teniendo una mala temporada... No sé... –lo disculpó Hermione.

Hermione comenzó a bajar la escalera de mármol en dirección al Gran Comedor, para cenar. Harry y Ron se cruzaron miradas de incredulidad. La siguieron.

–No es justo –se quejaba Ron a Hermione cuando se hubieron sentado y comprobó que Harry comenzaba una animada conversación con Seamus y Dean–. Si yo no hago los deberes¡malo, pero si no los hace Harry¡pobrecito...!

–¡Ron! –le recriminó Hermione–. ¿No crees que tenemos que darle un poco de apoyo a Harry?

Ron se encogió de hombros.

–¿Quieres que te diga la verdad, Hermione? –le preguntó; Hermione asintió vehemente–. Creo que si somos así de condescendientes con Harry, él seguirá notando que todo es diferente. Si hacemos como si nada, se sentirá igual que cualquiera; se irá olvidando lentamente de Sirius¿comprendes?

Hermione cogió lentamente el tenedor y el cuchillo:

–Quizá tengas razón... –Y volviéndose de un respingo, le cogió con sus dedos como pinzas las dos mejillas a Ron–. ¡Pero qué listo eres, Ronald! –se burló–. Si es que cuando te paras a pensar¡es que eres listo y todo!

–Gracias –dijo Ron, enarcando las cejas, sin saber si Hermione se burlaba de él o se lo decía porque ciertamente lo pensaba–. Aunque, si me guardas el secreto, Hermione –en un susurro–, creo que Harry echa mucho de menos a su padrino. Más de lo que ninguno nos imaginábamos.

Hermione le lanzó una mirada inquisitiva a Ron y, seguidamente, otra a Harry, quien no se dio cuenta.

–Pobre... –dijo a Ron.

Al mirarlo se dio cuenta de que, en la mesa de los profesores, Dumbledore la había mirado fugazmente. Se quedó un rato más mirando al anciano director, esperando que aquella mirada se repitiese, pero no lo hizo, así que no le dio excesiva importancia.

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Las semanas continuaron en Hogwarts como se acostumbra: con las clases convirtiéndose cada vez más en un obstáculo insalvable, puesto que incluso Hermione había comenzado a tener problemas con ciertas asignaturas, pero disponiendo del suficiente tiempo libre como para seguir fisgoneando por doquier y descubriendo Harry por qué adoraba tanto aquel castillo que consideraba su hogar.

–¡Exámenes parciales! –bufaba Ron–. ¡Qué fastidio!

–Creo que Snape tiene razón –le comentó Hermione en voz baja, como si ni ella misma se pudiese creer lo que estaba diciendo–. Con exámenes parciales en Pociones nos obligará a estudiar desde el principio... Los brebajes que tenemos que aprender este año necesitan mucha dedicación por nuestra parte¿no?

Ron le sonrió con desgana.

–Lo que tú digas, Hermione –mencionó en un susurro–. ¡Pero el control es la semana que viene! –Agitando los brazos con nerviosismo–. ¡Sólo tenemos una semana para aprendernos todas esas pociones!

–Sí –corroboró Hermione–. Por eso debemos empezar cuanto antes¡hoy mismo! Iremos ahora mismo a la torre y nos pondremos manos a la obra¿os parece?

Harry asintió sumiso:

–No quiero suspender ningún control de Pociones –dijo–. Parece como si Snape este año me tuviese más manía que nunca¿no os parece a vosotros?

–¡No! –negó Ron–. ¡Snape te ha tenido la misma manía desde que te conoció!

–Quizás... –pronunció una fría voz a sus espaldas¡era Snape!–. Creo que deberían despejar el corredor¿no, chicos? –Y cuando se alejaban a paso lento–. ¡Ah! Quince puntos menos para Gryffindor por criticar a un profesor a sus espaldas. Tengan cuidado, señor Potter y señor Weasley, en el examen de la semana que viene. –Y se alejó con una sonrisa mordaz.

–¡A estudiar! –se apresuró a decir Ron, observando cómo se alejaba el profesor con su túnica negra ondeándose por el movimiento.

–¿Para qué? –dijo Harry sin convencimiento–. Me va a suspender, haga lo que haga.

–¿Queréis que me pase por las cocinas, para coger algo de picar? –preguntó Ron.

Los otros dos se encogieron de hombros y Ron se marchó a tal empresa. Subieron lentos desde las mazmorras hasta la torre de Gryffindor, donde estuvieron un buen rato estudiando, aquel y el resto de días que siguieron. Aunque la poción Veritaserum era complicada de hacer, Ron consiguió elaborarla con éxito en dos ocasiones, felicitado por Hermione (y eso es un gran logro); la poción Venusiana, un Elixir Afrodisíaco, la más complicada de entre todas las pociones que debían aprender porque contenía ingredientes como sangre de dragón y pelo de unicornio, incompatibles de no ser que se echen en la más exacta medida, les salió también en alguna ocasión, probándola sobre Neville, a quien, despistado, le echaron unas gotas en su zumo de calabaza: estuvo casi una hora queriendo besar a Hermione.

–Ya está –dijo Hermione nerviosa en el Gran Comedor, con el pelo enmarañado y ojeras; estaban desayunando deprisa para ir al examen de Pociones–. Nos sabemos todas las pociones al dedillo y, cuando las hemos intentado hacer, nos han salido bien. ¡No va a haber ningún problema!

Pero la primera nerviosa era ella: intentaba beber la mantequilla de su tostada y pegarle mordiscos a la copa dorada.

–¿Cuál era el principal ingrediente de la poción reveladora? –preguntó Ron.

–El jugo de calabaza –le respondió Hermione mientras seguía consultando ávida su manual.

–¡Se me va a olvidar todo! –se lamentó Ron, restregándose las manos por su cansado rostro–. Cuando empiece Snape a ver lo que hacemos por encima de nuestros hombros y comencemos a escuchar el llanto de Neville¡a ver quién es el guapo al que no se le olvida, aparte de Hermione, claro está.

–Deberías haberte tomado una poción tranquilizadora como te dije, Ron –dijo Hermione sin levantar los ojos del libro–. ¿No ves que Harry, que se la ha tomado, está mucho mejor que tú?

–¡Yo ahora no me tomo una poción ni muerto! –gritó Ron exasperado–. ¡Ojalá Snape se haya puesto enfermo¡O se haya muerto!

–¡Ron! –le reprendió Hermione.

–¡Mirad! –Interrumpió la discusión Harry–. Viene el correo...

Harry comenzó a mirar entre las lechuzas, pero no vio ninguna blanca como la nieve, con lo que volvió a bajar la mirada hacia su cuaderno de notas de Pociones, en el que repasaba los ingredientes de los antídotos a las pociones más temidas. Sin embargo, delante de Hermione se posaron dos pardas: una de ellas llevaba su habitual ejemplar del diario El Profeta, mientras que la otra portaba un gran paquete envuelto en un papel de regalo que tenía como decoración escobas voladoras y sombreros picudos. Tenía una tarjeta pegada en la que se podía leer claramente: "Para Hermione". Muchos se la quedaron mirando, intrigados, pero ninguno le preguntó, a excepción de Ron y Harry.

–¿De quién es? –preguntó Harry.

–No pone nada –le explicó Hermione, sorprendida de verse con un regalo un día cualquiera.

–¡Ábrelo! –la espetó Ron–. ¿A qué estás esperando?

Con delicadeza, fue abriendo el paquete sin romper el envoltorio. "¡Es desquiciante!", pensaba Ron, que estaba tan nervioso como ella.

La sorpresa en sus rostros fue clarividente: el regalo estaba todavía envuelto en páginas de periódico, en algunas de las cuales se podían ver fotos animadas, y tenía una nota firmada.

–¿Vas a leerla o no? –preguntó Ron aburrido de lo que tardaba Hermione.

Ya conoce las reglas, señorita Granger, y, aunque se lo pueda parecer, no importa el que esto sea ilegal. Eso ya no importa, tiempo al tiempo, pues si todo sale bien, nadie podrá enterarse de nada jamás. Quizá todavía quede tiempo de que se salve alguna otra vida inocente otra vez.

Albus Dumbledore

–¡Vaya! –Silbó Ron impresionado–. Dumbledore se está volviendo...¡guay!

–¿Guay? –Se interesó Hermione con los ojos abiertos como platos–. Ha dicho ilegal –comentó bajando la voz–. ¡Se ha vuelto loco!

–Ábrelo a ver qué es –le propuso Harry.

–¿Te has vuelto idiota tú también? –Le miró con un gesto de inquietud–. ¿No pensarás que abra esto –señaló el paquete– aquí en medio del Gran Comedor, repleto de gente, habiendo además personas que me están mirando?

–Poniéndolo así... –Curvó la boca Ron en un rictus de decepción.

–Además ¡que no! –añadió Hermione nerviosa–. ¿Os habéis fijado en la nota¿Es que no puede hablar una vez claro? –se preguntó–. ¡Todo misterio, todo enigmas! Ahora tenemos el control de Pociones –explicó–; ¡no quiero tener la cabeza repleta de los pajaritos de Dumbledore!

Ron y Harry se encogieron de hombros mientras Hermione guardaba con disimulo el paquete en su cartera. Consultó su reloj y...

–¿Pero habéis visto qué hora es? –les preguntó cogiendo la cartera y terminando de guardar los libros. Le dio unos bocados a la tostada, un sorbo a la copa y salió corriendo–. ¡Que no llegamos a las mazmorras!

–Ojalá... –suspiró Ron, recogiendo sus cosas con menos ímpetu–. Si tú te has tomado una poción tranquilizadora¡ella una de la inquietud!

–Es que tiene razón –puntualizó Harry, mostrándole su reloj–, llegamos tarde.

Pero salieron del Gran Comedor parsimoniosamente.

Snape les puso el control tremendamente difícil, tal y como se temían. Les mandó realizar dos pociones a un mismo tiempo, lo que requería de una gran concentración: la poción de la verdad y la poción de la mentira (una pócima que, de ser administrada, obligaba a cualquier persona a mentir involuntariamente).

Hermione sacó un diez ("Es usted insufrible estudiando; compadezco a sus compañeros, señorita Granger", le había dicho el profesor Snape), Harry un ocho ("Demasiado bien. Le habrá ayudado la señorita Granger a estudiar... ¡Lamento todo lo que se ha perdido entonces estos días, señor Potter!") y Ron un... ("¡Sí, un tres, señor Weasley¡No se merece ni medio punto más! Aunque debo decirle que ha sido muy valiente plantándole cara a la insufrible de su compañera; le felicito...").

–¡Me ha suspendido! –se quejaba Ron, con los nudillos enrojecidos de tanto apretar el puño de regreso a la torre de Gryffindor–. ¡Me ha suspendido y con chistes encima!

–No has sido el único –añadió Harry.

–¡Pero tú has sacado un ocho! –le espetó Ron.

–Sí, muy bien, Harry –le felicitó Hermione–. Te dije, Ron, que debías tomarte la poción tranquilizadora, pero como tú no me haces caso... ¡ahí tienes el resultado¡Un tres! Mira que confundir el polvo de patas de araña con veneno de serpiente.

–¡Habló doña Perfecta! –se burló Ron enfadado.

Con todo, se habían olvidado del regalo de Dumbledore, que seguía empaquetado en la cartera de Hermione.

Harry se levantó muy temprano al día siguiente, sábado, para acudir puntual al entrenamiento de quidditch, que iba a ser más agresivo que nunca, según se habían propuesto. Gryffindor debía ganar la Copa de las Casas y la Copa de Quidditch todo en un año, según habían decidido, y estaban seguros de poder conseguirlo.

Ya en el campo, ojeroso, Harry se elevó sobre su Saeta de Fuego y creyó revivir en su interior los rescoldos de un fuego apagado. Dio varias vueltas en torno al campo, junto con el resto del equipo, a fin de calentar sobre las escobas voladoras.

–¡Estupendo, Harry! –lo vitoreó Ron desde las gradas, empuñando la bufanda roja de Gryffindor–. ¿Has visto eso, Hermione¡Harry ha mejorado mucho! –Y elevando su voz en un grito para que Harry pudiese oírlo–. ¡Este año ganamos seguro!

Harry, a quien el aire azotándole en la cara le daba una lucidez clara, se aproximó hacia las gradas, justo donde estaban sentados sus amigos Ron y Hermione y se quedó volando dos metros por encima de sus cabezas.

–Hermione¡no nos hemos acordado de ver qué era el regalo de Dumbledore! –le dijo desde la escoba.

–¡Cierto! –Se dio un golpe Ron en la frente acordándose de pronto.

–Bueno, sí... ¡Se nos ha olvidado! –se disculpó fingidamente Hermione–. Ya cuando acabes el entrenamiento, Harry...

Éste asintió y volvió a elevarse en el aire, sugiriendo que quizá fuese un buen momento para dejar libre las pelotas y poder jugar con ellas. Se pasó toda la mañana capturando la escurridiza snitch hasta que el sol se elevó en todo su cenit haciendo un calor infernal que les obligó a dejar el entrenamiento.

Para cuando Harry, Ron y Hermione volvían de vuelta al castillo ya se les había vuelto a escapar de la cabeza aquel regalo envuelto en papel de periódico; sin duda, en estos momentos a los tres les sería útil la recordadora de Neville, que se encontraba guardada en su baúl. Si se la hubieran pedido se habría inundado su interior de un profundo humo color rojo.

No obstante, aquel paquete no tardó en regresar a sus mentes, justo cuando salían de la clase de Flitwick después de haber dado los encantamientos reveladores; cuando el profesor les puso el ejemplo de un paquete sospechoso del que no conocían su interior y que no se atrevían a abrir, Harry y Ron miraron de golpe a Hermione, y éste último se dio de nuevo un golpe en la frente.

Cuando salían del aula de Encantamientos:

–Hermione¿piensas abrir algún día el regalo de Dumbledore? –se quejó Ron.

–Si me lo recordarais en la torre y no en medio de un pasillo entre clase y clase... –dijo ella con una sonrisa irónica.

–Pero ¡por favor, Hermione! –Se arañaba la cara Ron, mirando en busca de ayuda a Harry–. ¿Cómo es que no tienes curiosidad por saber lo que te ha dado?

–Porque es ilegal, él lo dijo –explicó–. No entiendo cómo Dumbledore ha podido pensar en nosotros como sus conejillos de indias para hacer todo lo que él no se atreve o no quiere.

Giraron de pronto por una doblez del pasillo y Hermione se dio de bruces contra Dumbledore, que casi cae al suelo:

–Disculpe, profesor. –Lo sujetó por un brazo Hermione, azorada ("¡Y si ha oído la conversación!", pensó).

–No pasa nada...

Pero cuando ya parecía que se alejaba por el lado contrario del corredor, por donde ellos acababan de venir, se volvió y les dijo:

–Disculpe mi atrevimiento, señorita Granger, pero no he podido menos que darme cuenta de que no le ha prestado mucha atención a lo que le mandé. ¿No es de su agrado?

Hermione se ruborizó hasta la punta del pelo y las orejas:

–No es eso, profesor Dumbledore, es que... –pero se interrumpió confusa–. ¿Cómo lo ha sabido?

–¡Ah! –El rostro de Dumbledore estaba partido por una sonrisa de satisfacción; comenzó a palparse el cuerpo, y abriendo los brazos por completo le dijo:– ¡Es que aún estoy aquí! –Y sonreía más que antes.

Reanudó su camino, pero, mientras andaba, le dijo a Hermione en voz alta:

–Tranquila... No hay prisa. ¡Tenemos todo el tiempo del mundo! –Y su risa reverberó en el corredor hasta que desapareció.

Hermione miró a Ron y Harry casi llorando:

–¡No creo que te haya oído! –Le leyó el pensamiento Harry–. Y de haberlo oído, supongo que le habría divertido... Dumbledore es así.

–Bueno, ya cuando llegue hoy lo abriré –sentenció, con un nudo en la garganta.

–¿Y por qué no vamos ahora? –propuso Ron.

–¡Porque tenemos Defensa contra las Artes Oscuras! –Le respondió Hermione como si fuese una clase insoslayable.

Hermione no volvió a pronunciar ni palabra hasta que llegaron al aula, en la que ya les esperaba el profesor.

Cuando salieron, estaban muy cabreados.

–¡Se ha pasado! –comentó Ron–. ¿A qué han venido todos esos deberes, eh¿Y el proyecto?

–¡Y todo para mañana! –se lamentó Harry respirando fuerte.

–Tendremos que ir a la biblioteca... –mencionó Ron con desgana.

–Esperadme allí –les propuso Hermione echando a correr–. Voy a por unos libros al dormitorio¿vale?

Y eso hicieron.

Cuando Hermione regresó estaba muy nerviosa, con las uñas clavadas en las mejillas, pegando pequeños saltos y con el pelo todo agitado.

–¿Qué te pasa, Hermione? –le preguntó Harry cuando ella llegó corriendo.

La bibliotecaria estuvo a punto de detenerla para reñirla, pero Hermione corría muy rápido.

Con el pecho agitado, respirando entrecortadamente, pretendía hablar, pero no tenía aliento.

–Cálmate –le rogó Ron.

–Si sigues así, te vas a ahogar –le dijo Harry ayudándola a sentarse.

Aun así seguía inquieta en el asiento, moviéndose y revolviéndose mientras hablaba sin que los chicos la comprendiesen:

–¡Claro! –exclamó una vez recuperó el aliento–. Ya conozco las reglas, es lo que siempre me repetían McGonagall y él ¡y por eso me lo ha debido enviar a mí! Yo sé manejarlo mejor que vosotros dos. Y eso de que sea ilegal¡bah! Tiempo al tiempo¡claro, eso es lo que decía! Si lo hacemos bien, el tiempo... ¡Claro! Aunque Dumbledore ha debido arriesgarse, porque es muy ilegal. Debe ser un prototipo o algo así, pero lo cierto es que nunca podrá ponerse en el mercado¿entendéis? Debe conocer, no obstante, a quien lo ha fabricado, que seguro¡claro, es el que hizo el primero¡lo ha perfeccionado, claro está y así nadie podrá enterarse de nada y salvaremos otra vida inocente de nuevo¡por supuesto! Por eso él sabía que no lo había utilizado todavía.

–¿Qué está claro? –preguntó Ron mirándola de arriba abajo–. ¿Qué te has tomado, Hermione?

–¿Qué es lo que sabía que no habías utilizado todavía? –la interrogó Harry–. ¿De qué hablas?

–¡Del regalo de Dumbledore, por supuesto! –dijo bajando el tono de voz.

–¿Lo has abierto ya? –la inquirió.

–Sí –asintió con la cabeza.

–¿Y qué es? –quiso saber Harry, ignorando las caras de enfado que exageradamente ponía su amigo.

–Pues está claro¿no? –Les indagó Hermione con la mirada–. La nota es bastante clara¿no?

–Clarísima... –se burló Ron–. Venga¡dilo!

–¡Es un giratiempo!

NOTA IMPORTANTÍSIMA PARA PODER CONTINUAR LEYENDO EL RESTO: Bien, ya he acabado el capítulo primero, el capítulo introductorio, y ahora os pongo en un divertido dilema: "¿Qué queréis que suceda a continuación? Vosotros elegís el final... Decidid uno de los tres finales y lo escribiré primero, aunque tengo intención de escribirlos todos. Os doy un mes y medio o dos meses para que lo hagáis; al término de ellos, recogeré cuantos "reviews" hayáis dejado (espero que también incluyan vuestra opinión sobre la historia) y expondré los resultados, así como me pondré a escribirlo seguidamente. Entretanto podéis pasaros por MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO, si queréis, mi mejor "fanfic" sin duda. Os expongo los siguientes posibles finales; votad:

FINAL 1: Atrapando a Colagusano. "¡Vamos a cazar ratas!", diría Hermione.

FINAL 2: Salvando a Sirius Black. "¡No quiero volver con los Dursley!", diría Harry.

FINAL 3: Salvando a la familia Potter. "¡Eso es muy arriesgado!", diría Ron.