Disclaimer: todos los personajes pertenecen a J.K.Rowling

Llevo un tiempo con esta historia rondándome por la cabeza; ya sé lo que va a pasar y cómo terminará pero me está costando horrores escribirla, así que si te decides a leerla (cosa que por otra parte agradecería infinitamente ;) ) te suplico que tengas paciencia conmigo.

Me temo que los primeros capítulos son un poco aburridos pero no he encontrado otra forma de poner los acontecimientos sobre la mesa. De todos modos procuraré que la parte más interesante empiece pronto.

Y ya para terminar, si lees esta historia me encantaría que me dejases un review con tu opinión, sea buena o mala :)

Capítulo 1: A medianoche

Había pasado la mitad del verano y Harry apenas había salido de su habitación. Solamente se relacionaba con los Dursley a las horas de las comidas e incluso entonces apenas hablaba. Sus tíos no parecían molestos con la situación, más bien al contrario; Harry notaba cómo los músculos de la enorme espalda de su tío se tensaban cada vez que él entraba por la puerta y no podía evitar sonreír al recordar su cara cuando Moody se despidió de él en King Cross.

Harry pasaba la mayor parte del tiempo tumbado en su cama mirando al techo o, cuando se sentía con el suficiente humor, jugando con Hedwig. Recibía noticias de Hermione y Ron casi a diario y también algunos miembros de la Orden le habían enviado lechuzas; sabía que estaban preocupados por él después de lo ocurrido en el Ministerio pero Harry, aunque estaba agradecido por su apoyo, no podía dejar de notar esa especie de garra helada que se aferraba a la boca de su estómago. Incluso cuando no pensaba directamente en Sirius ni en Voldemort ni en profecías, incluso cuando concentraba todos sus sentidos en cualquier tarea banal, sentía en el pecho esa opresión que le obligaba a recordar la ausencia de su padrino.

El pasar la mayor parte del tiempo solo tampoco ayudaba mucho. Deseaba con todas sus fuerzas que el señor Weasley o Lupin o cualquiera fuera a buscarle y le llevase con los demás pero sabía que eso no ocurriría. Dumbledore había dejado claro que no quería verle fuera de la protección de su tía hasta que él mismo pudiera mantenerle a salvo, y eso no sería hasta que comenzara el curso.

La víspera de su cumpleaños Harry estaba sentado ante la jaula de Hedwig, observándola mientras se colocaba las plumas con el pico. Procuraba no pensar que al día siguiente no recibiría ninguna felicitación de Sirius pero la misma idea volvía a su cabeza una y otra vez cubriendo como una ola cualquier otro pensamiento. Sin ser totalmente consciente de lo que hacía se levantó y rebuscó en el fondo de su baúl hasta palpar uno de los fragmentos a los que había quedado reducido el espejo que le había regalado Sirius hacía ya casi un año. Si aquel horrible día del curso pasado hubiera pensado detenidamente habría recordado este regalo y habría podido comprobar que Sirius no estaba en el Ministerio de Magia. Si hubiera pensado con más detenimiento Sirius estaría vivo. Con la rabia y la culpabilidad ardiéndole en la garganta Harry sacó del baúl el trozo de espejo que había estado sujetando. Al hacerlo se percató de que lo había apretado con tanta fuerza que se había cortado en la mano y estaba sangrando. Observó las gotas rojas deslizándose lentamente sobre la superficie del cristal y se dio cuenta en ese momento de que el de espejo que sujetaba era el último recuerdo que le quedaba de su padrino. Con los ojos empañados lo posó sobre la túnica que guardaba en el baúl y regresó a su sitio frente a Hedwig.

Esa noche Harry despertó con una sensación extraña recorriéndole el cuerpo, una especie de hormigueo que iba desde las puntas de sus dedos hasta su estómago. Se giró en la cama para ver la hora en el despertador de su mesita; en ese momento dieron las doce en punto. Medianoche. Y con la llegada de la medianoche una tenue luz azulada iluminó el techo de su habitación. Sobresaltado, Harry se incorporó para mirar por la ventana, intentando descubrir la procedencia de la luz. Pronto pudo comprobar que ésta no venía del exterior sino de algún lugar dentro de su propio cuarto. De la esquina que ocupaba su baúl para ser más exactos. Rápidamente se levantó y se acercó; al alzar la tapa descubrió que el foco de la luz era el fragmento de espejo que había sujetado horas antes. Sorprendentemente la iluminación no se había hecho más intensa por haber sacado su fuente al exterior. La mortecina luz azulada fluía a través de los poros del cristal y se deslizaba por su superficie, espesa como una neblina. Harry se acercó el espejo a los ojos, tratando de encontrar el lugar donde se formaba la luz. Al hacerlo vio los restos de sangre seca y se vio también a sí mismo observándole desde el otro lado del espejo. El cosquilleo que había sentido a lo largo de su cuerpo aumentó.

Sirius? – preguntó con voz temblorosa.

La imagen de sus propios ojos contemplados tan de cerca y rodeados de ese espeso humo azul empezaba a resultarle fascinante. Siguió acercándose el espejo hasta que los contornos de sus pupilas se hicieron borrosos. Sólo veía un fondo esmeralda sembrado con cientos de estrías castañas, dispuestas en lo que le pareció una espiral. Las líneas castañas empezaron a moverse como si el viento estuviera levantando briznas de hierba seca. Al principio este movimiento resultaba tranquilizador y agradable pero poco a poco fue haciéndose más rápido hasta que Harry se mareó. En ese momento trató de apartar la vista del espejo pero con terror se dio cuenta de que estaba paralizado; su cuerpo no obedecía las órdenes de su cerebro y se encontró con los ojos fijos en esa maraña de líneas verdes y marrones que giraban en círculos cada vez más cerrados.

Y de pronto todo se detuvo y Harry se encontró frente a unos ojos azules y duros, rodeados de finas arrugas, que le observaban fijamente. La imagen se fue alejando poco a poco hasta que Harry pudo distinguir el rostro de la persona que le miraba. Era una mujer de rasgos finos, enmarcados por una despeinada melena negra. Tenía la boca abierta en lo que podría haberse tratado de una gran sonrisa si no hubiera sido por la mirada de dolor que la acompañaba. Iba vestida con una túnica negra y aferraba en su mano una varita que apuntaba a Harry. Era Bellatrix Black. La imagen seguía alejándose de la superficie del espejo y Harry pudo ver entonces en el margen superior de éste una tela vieja. Parecía inmóvil pero mirando con atención podía percibir su borde inferior ondulándose. Toda la imagen parecía evolucionar de forma cientos de veces más lenta que en la vida real, pero aún así Harry la reconoció: era el momento en el que Bellatrix Black había enviado a su padrino al otro lado del arco del Ministerio de Magia; la vieja tela era sin lugar a dudas el velo que colgaba del arco de piedra. Harry recordó con una punzada en el pecho cómo el maldito velo había aleteado tras la caída de Sirius.

Un fuerte ruido a sus espaldas le hizo sobresaltarse y entonces, sin saber cómo, había desviado la vista del espejo.

Harry! Qué estás haciendo? Qué demonios es esa luz?- su tío Vernon aporreaba la puerta. Parecía enfadado, pero no lo suficiente como para atreverse a entrar en la habitación cuando sospechaba que algo relacionado con la magia estaba ocurriendo dentro de ella.

Nada! – respondió Harry. Se dio cuenta de que su voz sonaba jadeante, como si acabase de hacer un gran esfuerzo.- No podía dormir. Enseguida me acuesto-

Eso espero! Por tu bien!- gritó su tío.

Harry se quedó quieto en el mismo lugar en el estaba hasta que oyó la puerta de la habitación de sus tíos cerrarse. La luz azul había desaparecido y el fragmento de espejo tenía una apariencia totalmente inocente. Con manos temblorosas lo guardó de nuevo en el baúl y regresó a la cama. Mientas sentía las gotas de sudor frío resbalando por su cara pensó intensamente en lo ocurrido. Había estado a punto de ver a Sirius. Pero su padrino estaba muerto; ¿quizá por eso el espejo no podía mostrársele¿Por eso sólo podía revivir el momento de su muerte? Sirius le había dicho que mirando en el espejo le vería y podrían hablar, pero la imagen que acababa de contemplar había ocurrido hacía meses. ¿Acaso el espejo sólo era capaz de mostrarle los últimos instantes de su vida?

Con miles de preguntas bailándole en la cabeza Harry no fue capaz de cerrar los ojos hasta que las primeras luces del día le cosquillearon en las mejillas. Para entonces lo único de lo que estaba seguro era de que necesitaba contarle a alguien lo ocurrido. Alguien que pudiera darle alguna explicación. Pero no tenía ni idea de quién podía ser ese alguien.