Capitulo XIII

El rescate

Salió en su moto, que de inmediato tomo una gran velocidad, sin detenerse a pesar del reducido espacio que había en la alta reja que sellaba la entrada a la mansión, la que recién comenzaba a abrirse. Sentía la ira hormiguearle por el cuerpo, filtrándose por sus venas y acumularse en su cerebro, mascullaba maldiciones apretando con fuerza las perillas del manubrio, produciendo un constante gruñido en la maquina, tal y como él se sentía. No supo, como había sido capaz de sortear el tráfico y llegar hasta el apartamento de Kagome en menos de la mitad del tiempo, pero realmente aquello no era lo importante.

En tanto en medio de la noche y a través de una desolada carretera, viajaba un vehículo de color negro, bastante amplio, se podía notar entre las sombras, solo la figura de dos personas, un hombre maduro de cabellos castaños y algo rizados, recogidos en una cola alta , acompañado de una mujer de rostro pálido y mirada fría.

¿No se suponía que la mataríamos? – preguntó la atractiva copiloto observando el bulto en el asiento trasero que permanecía inmóvil.

Mi querida Kikyo…- dijo Naraku con total tranquilidad – debes cultivar la paciencia y no permitir que tus emociones te manejen – sonrió sarcástico, sabía que su acompañante estaba obsesionada con el hijo menor de Inu Taisho y al encontrarse en el camino, con que éste se había enamorado perdidamente de aquella chiquilla, quiso utilizarlo a él, a Naraku, para eliminarla y el hombre haciéndola creer que ese era su único motivo, le había sacado muy bien provecho al "favor" que le estaba haciendo…

No le costó demasiado entre en el frío departamento, no tenía las llaves, pero si manejaba una gran habilidad aprendida especialmente para realizar loa trabajos a fin de obtener las piezas de la Perla de Shikkon… entonces suspiro, después de todo parecía que la leyenda de la joya era real, quien la poseyera se vería enfrentado a lo negativo, pero entonces movió con violencia su cabeza, esquivando pensamientos de ese tipo y arrugando el entrecejo en señal de seguridad, él venía hasta aquí con un fin y no dejaría que nada malo le sucediera a ella, la mujer que se le había adentrado en el corazón y aunque no lo comprendía muy bien, la sacerdotisa de la perla. Caminó por el angosto pasillos con paso raudo y decidido, seguido en todo momento por el gato de Kagome, al entrar giro hacía el mueble que contenía lo que él venía a buscar, la luz que ingresaba desde la ventana golpeo un objeto que llevaba metido en el cinturón del pantalón, justo en la espalda, dando un destello plateado, era un arma, una Colt 45, una pistola que conservaba su padre en el despacho que ahora pertenecía a Sesshomaru, tuvo suerte de no ser descubierto cuando la sacó, pues de seguro habría tenido que dar una serie de explicaciones para las que no tenía tiempo. Nunca había usado un arma, mas que para las practicas de tiro, pero jamás se había visto en la necesidad de proteger a un ser amado.

Forzó el cajón y recogió desde su interior la fotografía y la bolsa de tela negra, que contenía lo solicitado por Naraku, lo observó por unos instantes, preguntándose, qué era lo que podía querer ese maldito con la perla, no pensó en nada más, que sacarle dinero. Recorrió el lugar con su dorado mirar, reconociendo una vez más la frialdad de aquel sitio, recordó entonces las palabras de Kagome, "Este jamás ha sido un hogar para mí", y luego suspiró oprimiendo el cristal resplandeciente con fuerza en su puño.

Saldremos de esto… y te daré un hogar…-dijo con voz segura y con total convicción, necesitaba darse ánimos, pues presentía que esto no sería fácil.

Horas más tarde se encontraba en camino hacía las que probablemente serían las ruinas del Templo Higurashi, el último lugar en el cual la Perla de Shikkon había sido venerada y resguardada de forma honorable, según calculaba, llegaría al lugar, junto con el amanecer. Llevaba en uno de los bolsillos de la negra chaqueta que vestía, los dos fragmentos solicitados por el maldito que se atrevió a mancillar a Kagome, alejándola de él y poniendo en riesgo su integridad. Una de las partes de la perla que llevaba consigo, era el que mantenía la muchacha custodiaba y el otro era uno que atesoraba en aquel mueble antiguo que se encontraba en su habitación de la residencia que compartía con su hermano, por ser el primer trozo de la Perla que había recobrado de las manos de un ponzoñoso hombre, en realidad en mas de una oportunidad se preguntó, por qué los fragmentos de la joya se encontraban repartidos en manos sucias, ya sea por delitos financieros, lavado de dinero, tráfico de drogas e inclusive vejámenes mayores de los que no deseaba recordar, antes de que Kagome se uniera a ellos, habían recuperado gran parte de la joya, las últimas piezas resultaron ser las mas difíciles de encontrar y entonces comprendió el que Sesshomaru buscara ayuda en la Asistente del Subsecretario de Bienes Nacionales, rió al notar como los caminos se podían unir de un modo tan insospechado haciendo de tu vida un gran puzzle.

De pronto se encontró con que la calle convergía en dos mas angostas, se molestó al notar que no había tomado las precauciones necesarias, traer consigo un mapa o algo parecido, tenía una noción a grandes rasgos del lugar en el cual se erigía el Templo, así que sacó de entre su chaqueta su teléfono celular, lo encendió, ya que había olvidado por completo que lo apagó, cuando no quiso decirle a Myoga lo que sucedía, ya que de antemano sabía que el anciano preocupado insistiría en ubicarlo. Oprimió algunos números y escucho luego la voz de una operadora a la que le consultó la dirección exacta, cortó y volvió a ponerse en marcha, interrumpido a los poco minutos, cuando el artefacto dentro de su bolsillo comenzó a vibrar, se detuvo nuevamente y vio que se trataba de Sesshomaru, frunció el ceño, pensó en que tal vez sería por lo del arma, pero luego reflexionó y comprendió que su medio hermano no lo llamaría para algo como eso, no recordaba muchas oportunidades en que lo hubiera llamado, de hecho le sorprendió que conociera su número, presionó el botón para responder.

Si – dijo con voz seca, esperando a que su interlocutor hablara.

Al fin contestas- sonó el mayor de los Taisho, conservando ese tono frío e impersonal, como si nada en lo absoluto pudiera inquietarlo.

No tengo tiempo Sesshomaru, qué quieres- consultó hartándose rápidamente, en realidad no tenía tiempo para perderlo, el hombre de largo cabello plateado al otro lado del teléfono, esbozó una pequeña sonrisa irónica, al notar el tono altanero de Inuyasha, después de todo no se podía negar la sangre.

Tengo información sobre Naraku…

Se encontraba encorvada y con el rostro oculto entre sus piernas, envuelta en la oscuridad de las paredes que la cercaban, con el olor a tierra putrefacta, ni los años, ni los múltiples demasiado las personas que se encontraba fuera, pero para ella era muy diferente, tanto que hasta podía escuchar la voz de su padre llamarla desde fuera, como en aquella oportunidad en la que con apenas cuatro años se había metido en el pozo de los huesos, jugando a las escondidas con el entonces guardián del Templo.

-¡Kagome!...¡Kagome!...- se escuchaba la voz de su padre llamarla, llevaba bastante tiempo buscándola, por lo comprendió que aquello había dejado ya de ser un juego, pues su pequeña niña no aparecía –¡Kagome!... -volvía a insistir.

¡Papí!...- intentaba ella llamar la atención del hombre que con sus cortos cuatro años, le parecía el ser mas grande en todo el planeta, una especie de superhéroe que podía rescatarla de todo, pero la pequeña voz se perdía en la profundidad de aquel lugar, solo por milagro no se había lastimado de gravedad al entrar ahí.

La luz algo tímida de los primeros rayos de sol, que según lo recordaba, debían estar adornando las cimas de las montañas que se podían ver a la distancia, fueron los que lograron que finalmente alzara la mirada, podía débilmente vislumbrarse la figura esbelta de la muchacha en el fondo de aquel pozo, de seguro al ser otras las circunstancias, por muy profunda que la cavidad fuera, ella ya habría salido trepando por los muros, pero estaba amordazada y atada de pies y manos. Estaba demasiado asustada, demasiado, pero el motivo de su angustia, no era, ella misma, era él, el hombre de dorado mirar que había venido a entregarle calidez a su alma, había escuchado perfectamente todo los que Naraku y esa arpía, Kikyo, de la que no espero tanto, le pidieron a Inuyasha, suplicaba a sus ancestros, para que el joven no corriera riesgos, pues si de algo estaba segura era de que llegaría, en parte se sentía angustiada, pero sabía bien que podía confiar en él, por que jamás la dejaría sola, pero a qué costo.

Los neumáticos de la moto se marcaron un tanto sobre el asfalto de la calle al frenar de forma tan violenta, frente a él a menos de cien metros, el Templo Higurashi, respiró hondo sabiendo que lo más difícil estaba por venir.

Voy por ti…

La mujer de largo cabello oscuro se paseaba como si fuera alguna clase de felino enjaulado, de un lado para otro entre uno de los pasillos de aquel lugar, que se mantenía perfectamente en pie, la verdad no sabía muy bien por que le llamaban ruinas a este lugar si lo único de lo que padecía el sitio era de abandono, bueno, sin contra con que la pagoda en la que se encontraba el antiguo pozo de los huesos, era la única que estaba derrumbada, dejando aquella cavidad al descubierto, ese era el lugar en el cual finalmente había muerto el padre de Kagome, por alguna razón que Naraku desconocía, Souta Higurashi había escapado en dirección a ese pequeño templo, cuando constato que no tenía escapatoria, corrió con la Perla de Shikkon en sus manos, pero en cuanto abrió la puerta de aquel sitio, una explosión dentro de el lo expulso varios metros hacía atrás dejándolo gravemente herido.

Al final yo solo tuve que rematarlo – fueron las palabras de Naraku, mientras que dejaba caer un cigarrillo a medio fumar y ponía su pie sobre el.

Qué…- preguntó Kikyo, volteándose con el ceño fruncido, estaba demasiado molesta, para además tener que descifrar las palabras de Naraku, no entendía por qué ese maldito no se había desecho de la chiquilla esa, si al fin igual Inuyasha vendría, al pensar en aquello, no podía evitar sentirse asustada, después de todo el único motivo para que ella estuviera metida en todo esto, era su obsesión por el joven de ojos dorados…

Llegó…- fue lo que respondió el hombre junto a ella, al sentir como la máquina en la que viajaba Inuyasha subía las escaleras del Templo a gran velocidad, sin lugar a dudas era realmente diestro en el manejo de aquellos vehículos, llegó a pensar Naraku.

Y en cuestión de segundos, se encontraba el joven con su largo cabello oscuro bajo el arco que indicaba la entrada al lugar, Kagome no podía evitar que su corazón latiera rápidamente, al solo escuchar el motor, supo de inmediato que se trataba de Inuyasha.

¡Kagome¡… ¡Kagome¡ - grataba él su nombre intentando hallarla, igual que su padre en aquella ocasión, pero ahora no podía hacer nada, pues aunque emitía sonidos a través de la mordaza sería casi imposible que Inuyasha lograra oírla – ¡dónde la tienes¡…- encaró furioso escuchando como respuesta una risa escalofriante.

Los fragmentos…- le dijo extendiendo la mano – entrégamelos

Primero tengo que verla – respondió sabiendo que en este caso la ventaja no la tenía él.

Naraku le hizo un gesto con la misma mano que había extendido reclamando los fragmentos y le indicó hacía los restos de un pequeño templo, por un momento Inuyasha no entendió nada, pero luego logro visualizar

Un pozo…- su voz se notaba quebrantada, cómo era posible, acaso la tenía dentro de aquel pozo, corrió los pasos que lo separaban de aquel lugar y apoyo ambas manos en el borde de madera - ¡Kagome!... ¿estas ahí? ¿Estas bien?...- por un momento no escuchó nada, aunque puso real énfasis en hacerlo, y de pronto un chasquido, como si algo golpeara alguno de los muros y sonrió levemente, sabía que era ella, al menos aún estaba con vida, lo que era su mayor temor, que Naraku no hubiera respetado el trato, pero sabía que tal vez no lo respetaría mucho más, menos aún dado los motivos que verdaderamente lo motivaban – te sacaré…tranquila

Cómo podía pedirle que estuviera tranquila, si ella sabía bien que el maldito ese lo único que buscaba era terminar con ambos, se lo había dicho, cuando la bajo hasta ese lugar, "te quedarás ahí, hasta que tu novio venga y entonces terminaré con ambos"…maldición, mascullaba bajo la mordaza.

Cómo procederemos…- consultó mientras sacaba los fragmentos de su bolsillo, viendo como Naraku se acercaba y de pronto noto que había alguien más oculto, enfocó su vista para encontrarse con lo silueta de…

¿Kikyo?...-

Si Kikyo… la muy estúpida pensó que aliándose a mí, conseguiría eliminar los obstáculos del camino, para que finalmente la amaras,- contó irónico y mofándose de la mujer tras de él – ahora dame los fragmentos y luego sacamos a la chiquilla de ahí

Kagome estaba desesperada, desde el pozo podía oír la conversación perfectamente, ya que las voces hacían eco al entrar el aquel lugar, sabía que ese maldito lo único que quería era eliminarlos. Inuyasha en tanto extendió su mano firme ante el hombre, aunque por dentro el temor lo estaba consumiendo, no podía confiar, pero no tenía otra alternativa, tenía solo una carta de salvación y esperaba que la mano que utilizara Naraku en este juego le permitiera usarla.

El hombre de cabellos castaños, tomo las piezas y saco de dentro de su pantalón una caja con el resto de los fragmentos, según sabía tenía en su poder los once fragmentos en los que se había dividido la Perla, un número bastante singular, Kikyo entonces llegó hasta él, entregándole una extraña mirada a Inuyasha, era desafiante, pero a le vez escondía algo, trayendo un recipiente con algunas inscripciones, con un líquido cristalino, lo mas probable es que solo fuera agua, introdujo los fragmentos en aquel lugar y oró algunas frases, pero cuando observó nuevamente, nada había sucedido, entonces fue que todo ese aire de calma y control se esfumó, dejando ver el monstruo real que existía en su alma, Kagome pudo percibir desde dentro del pozo la energía negativa floreciendo en el interior del hombre, no es que estuviera teniendo una trasformación física, era su alma, la que se estaba mostrando tal cual era.

¡Maldición! – Gritaba – por qué no se une...- por primera vez en todo esto, Inuyasha sonreía y su risa emitía un leve sonido – de qué te ríes

Eres un fraude… ¿se te olvida que solo una sacerdotisa puede unir la Perla?...

Continuara…

Hola, debo contarles que me entusiasme con uno de los revies que recibí, en donde me decían que no terminara tan pronto y tal vez le ponga algún otro elemento que me sirva para que la historia siga interesante y no concluya aún… por el momento solo pedirles que dejen sus opiniones y cuídense mucho.

Besitos

Anyara