Capítulo XX
Final
El destinoSe sentía todo tan extraño, sabía que tenía los ojos cerrados, sin embargo, podía notar como una intensa luz rosa la rodeaba, todo era solo rosa a su alrededor... su cuerpo era liviano, como estuviera en un lugar carente de gravedad, flotaba en el aire¿acaso esto era el limbo, Era probable, esta consciente que luego de su desesperada petición a la perla de Shikkon, lo único que la esperaba era la desolación de un vagar eterno, casi como si se tratara de suicidio, "detén a Naraku, salva a Inuyasha", el solo hecho de pedir la salvación de una vida, condenaba la suya, lo sabía, era algo de lo que su padre la previno muchas veces.
-Jamás debes intentar salvar a un alma condenada... con ello solo tomaras su lugar, pero no irás al paraíso o al infierno, vagarás errante en una dimensión intermedia, eternamente, teniendo conciencia de cada minuto transcurrido – decía el hombre, acariciando con suavidad el cabello de su hija, que al parecer no contaba con más de catorce años.
Ella lo sabía, pero no podía permitir que ese maldito matara a su amado Inuyasha, menos aún de un modo tan macabro... aún mantenía cerrado los ojos, pero sentía que se le humedecían, sin embargo en su rostro se marcaba una sonrisa triste, él estaba a salvo. Flotaba en una inmensa soledad de luz rosa, entregada, como si descansara sobre el prado más extenso, el cabello negro, se mecía como si estuviera sumergida en el mar, pareciendo más largo incluso... y de pronto una voz... tan familiar y amada...
Inuyasha había abierto enormemente los ojos ante el sonido del disparo, sabiendo que aquello solo podía significar su muerte, pero cuando miro la suplica en la mirada de Kagome, comprendió que ella se estaba sacrificando por él, un te amo leyó de sus labios y no pudo contener el impulso de llorar, una luz rosa los envolvió a todos, arrojando a los matones de Naraku inconscientes lejos de ellos, desintegrando con su energía, las ataduras que el joven tenía en sus manos, formando un radio de varios metros alrededor del árbol del tiempo, desde el cual salía una luz tan rosa como la de la joya que luego de detener la bala, como si se tratara del más duro acero, que iba destinada, directamente a la cabeza de Inuyasha, flotó por unos segundos en el aire y entró a una especie de portal que se abrió en el tronco del árbol sagrado, llevándose consigo a Naraku...pero también a Kagome.
¡Kagomeeeee! – Gritó el hombre, intentando llegar hasta la luz, que se cerró a milímetros del contacto con sus dedos, imposibilitándolo de rescatar a la muchacha o al menos ir con ella.
Se quedó ahí, por algunos momentos, en silencio y solo, las lagrimas humedeciendo sin piedad su rostro, una mano apoyada en el tronco y de rodillas entre las raíces, sin comprender, con el corazón oprimido, tragó saliva y apretó la mandíbula, cerró los ojos con furia, apretando los párpados, comprendiendo la despedida en los ojos de Kagome y la suplica de perdón, acompañado del sentimiento que la orilló a esta decisión. Cerró los puños con fuerza y golpeó el piso, una y otra vez.
¡Estúpida... estúpida... estúpida, Kagome...- las fuerzas lo iban dejando y el llanto no dejaba de salir, maldecía la determinación de la joven¿para qué lo salvaba si el prefería mil veces morir por ella¿es que ella no lo entendía?...
Se quedó por largos minutos ahí, medio cubierto por su propio cabello, mojando con su tristeza el verde manto sobre el cual se encontraba, el olor a tierra húmeda por las regaderas que comenzaban a funcionar en el inmenso jardín tras él, pero todo lo que Inuyasha lograba discernir, era la soledad que le dejaba Kagome, pensando que hacía lo mejor...los ojos rojos e hinchados, los párpados igual de apretados, la nariz liberando su humedad también... y suplicaba sin saber bien a quién.
Devuélvemela, por favor... solo... que vuelva...- su voz era tan débil y la agonía se oía en sus palabras, se abrazó a si mismo, sin poder entender, por que sentía que esta perdida era antigua... y de pronto una voz, sabia y calma se escuchó...la misma que escuchara Kagome...
"El amor eterno entre la sacerdotisa y el hanyou, ha derrotado al mal, una vez más..."
Inuyasha alzó la mirada hacía el árbol, como si de él saliera la voz que oía, intentando agudizar sus sentidos, sin comprender plenamente lo que sucedía, pero con un brillo de esperanza en sus dorados ojos.
"La Perla esta a salvó una vez más y será custodiada hasta que el destino una a sus guardianes nuevamente"
Entonces fue que el árbol del tiempo abrió nuevamente el portal, dejando ver la figura algo difusa de un hombre que mantenía a Kagome entre sus brazos, las canas que apenas se lograban divisar en las sienes, le hablaban de un hombre maduro, se mantuvo en pie frente a Inuyasha, sin salir de la luz, quien ya se había erguido en cuanto vio a la muchacha, y se la entregó.
Cuidala – dijo el hombre con voz calma, era el mismo tono que había oído instantes antes – es mi más preciado tesoro...
Y el mío, Señor – respondió Inuyasha besando la frente de la mujer que parecía dormida.
Lo sé…Inuyasha…el nombre que jamás apareció en la leyenda que le conté a mi hija -dijo el hombre sorprendiéndolo un tanto, pero ya lo intuía... se trataba del padre de Kagome.
o
Estaba Sango, con algo de dificultad, metida dentro de un Kimono de color violeta y un amoratado púrpura, con bordados en el costado derecho y en el final de las mangas anchas, el cabello tomado a la usanza, agachada como podía, arreglando el gran faldón que vestía a la muchacha que iba a contraer nupcias, las puertas descorridas, dejaban ver a la perfección el majestuoso paisaje, los árboles a la distancia, las casas no enormes, pero al parecer bastante cómodas, los campos fecundos, claro que en este día, no había nadie trabajándolas, era un día especial, así lo dejaba ver la vestimenta de la muchacha que con su largo cabello, cayendo por la espalda del Kimono de color blanco, bajo la gran cubierta de un tono azul oscuro. Su maquillaje estaba siendo acabado suavemente por las manos de su segunda dama de honor, Rin, quién vestía exactamente igual que Sango, ambas muy ilusionadas con la unión que se llevaría a cabo en pocos instantes.
Ya estas lista – dijo Rin, tomando unos pasos de distancia para poder contemplar la imagen de su ahora amiga y pronto familia, ya que en su mano se vislumbraba un hermoso anillo, nada ostentoso, pero delicadamente bello, como tú, dijo Sesshomaru al entregárselo.
¿Lista?...- preguntó algo asustada la muchacha, sabía que Rin tenía razón, ya estaba lista, perfectamente metida en su indumentaria, radiante, bien peinada y maquillada acordé a la ocasión... pero temerosa, las manos le temblaban. Estaba segura del paso que iba a tomar, aunque sentía que las piernas se le debilitaban, todo estaría bien, lo sabía, ya no existía nada que pudiera evitar su felicidad junto a él.
Te ves hermosa...- concluyó con total convicción en sus palabras la otra dama de honor que la estaba acompañando.
Gracias Sango...- dijo con suavidad, sonriendo de igual forma, cuando un hombre vestido tal como ellas tres, con ropas de la época feudal del Japón, entró haciendo una reverencia e indicándoles que ya estaba todo listo esperando por la novia.
Estaba ya de pie, frente al templo en el cual se encontraba Myoga envestido con ropajes de sacerdote, en un altar de algunos centímetros más alto que en el cual se encontraba Inuyasha junto a Miroku y Sesshomaru, vestido con ropajes azules y ocres, bastante acordé con lo que la muchacha con la que se desposaría vestía, las personas a su alrededor formaban un medio circulo, dejando el espacio suficiente para que ingresara el cortejo que traía consigo a su futura compañera.
Todo el lugar decorado de forma majestuosa con lámparas ovaladas que en pocos instantes más serían las encargadas de iluminar el lugar, el juez de ceremonias civil, junto al anciano que ungiría la unión entre dos seres que se amaban a través de los caminos del tiempo. Inuyasha sentía como le sudaban las manos, más aún ahora que ya veía como se acercaba el carro de mano sostenido por cuatro hombres que caminaban lentamente para no perturbar la calma de la mujer que transportaban, antecedido por las damas de honor que daban pequeños y graciosos pasos hacía un lado del altar.
Cuando el carro de madera hermosamente tallado, decorado con cortinas que en sus bordados mostraban dibujos relacionados a la vida de dos amantes de antaño, se detuvo frente al altar, el hombre sentía que el corazón se le desbocaba en el pecho de la emoción, ella estaba ahí, la mujer a la que amaba y por la que vivía también... Kagome, su Kagome, finalmente se unirían ante los ojos de Kami y las leyes de los hombres... los sostenedores dejaron vehículo sobre un atril de madera tallado igualmente, preparado para aguantar el peso, y de entre las cortinas bordadas se vio a una pálida y delicada mano, asomar con timidez.
Se sentía tan nerviosa durante el trayecto a lo que indicaba que sería una nueva vida, inicialmente habían decidido quedarse a vivir en este lugar custodiando la perla de Shikkon, ambos se sentían demasiado apegados a la época a la cual evocaba esta villa, pero finalmente las cosas habían cambiado un poco, después de que Naraku desapareció, perdido en un lugar del cual Kagome regreso, gracias a las suplicas de Inuyasha y la ayuda del espíritu de su padre que incluso una vez muerto siguió protegiéndola. El carro en el que la trasladaban se había detenido, acrecentando el sentimiento de incertidumbre, dos pequeños golpes en una esquina del techo del carruaje, le indicaron que debía salir... respiro, buscando con su mano la división de la cortina, para poder salir, cuando la corrió un poco, logró ver la figura varonil y erguida de su futuro esposo y entonces sintió que todo estaba bien, todo su temor se esfumó y bajo, los dos escalones que la separaban del piso frente al altar, sonriendo con suavidad, siendo aquello apenas notado por Inuyasha, ya que su rostro estaba oculto por el velo tan blanco como su kimono, el que cubría con sus bordados de seda, mucho más abajo de su cabello, igualándose con el tapado de color azul, que se arrastraba un poco.
Inuyasha, quedando sin adjetivos capaces de definir la visión que tenía de Kagome, además de los muchos sentimientos que se encontraban en su interior, solo extendió su mano ofreciéndola como apoyo, para guiar a la mujer hasta el altar frente a un sonriente Myoga.
La ceremonia se llevó a cabo, perfectamente, todo fue hermoso y acompañado de las personas a las que más apreciaban y aunque Kagome por su parte lamentó el que su padre no estuviera presente, de alguna manera sabía que él estaba junto a ella siempre y su pesar fue reemplazado por la esperanza de la eternidad del alma, así como Inuyasha tenía la certeza de que sus padres estarían reunidos en algún lugar, disfrutando de la dicha que él ahora poseía.
Cuando el momento final de la ceremonia llegó, él alzó con delicadeza el encaje que cercaba el rostro de su amada, develando la imagen de lo que a Inuyasha le parecía la mujer más hermosa de la tierra, una lagrima traviesa, surcaba su mejilla, y entonces el hombre sonrió con complicidad. Puede besar a la novia, fue la frase de rigor que se escuchó de el envestido sacerdote, pero para sorpresa de los presentes, que tal ves no esperaban un beso fogoso, pero si intenso, él acercó sus labios, hasta la cristalina gota que caía de los oscuros ojos de Kagome y la recogió con suavidad.
¿Siempre terminaré bebiéndome tus lagrimas?- consultó más como una afirmación que como una pregunta, sonriendo a escasa distancia de la piel de su ahora esposa, y entre beso y beso llegó hasta el ansiado premio, sus labios...
o
Años después, en una tarde calurosa de verano, estaba una Kagome con el cabello algo cano, sentada en el borde del piso de madera de uno de los largos corredores de la casa que habitaba en la villa junto a su esposo, quien, apoyado en el mástil que se alzaba junto a ella, la observaba relatarle a los niños del lugar, entre los cuales se encontraban dos pequeños, que eran su relajo, sus nietos, frutos del amor de su hija, Takka quien era la mayor, ya que Senkai, al varón, aún no encontraba a la mujer. Les contaba con gran entusiasmo una antigua leyenda, sobre el tiempo del Sengoku, en la que una extraña sacerdotisa llegada de tierras lejanas, Kagome era su nombre y la raíz del suyo, ya que por ella la habían nombrado sus padres, la mujer que liberó a un mitad bestia que se encontraba sellado en un árbol del tiempo, hechizado para dormir por siempre, la misma que fragmentó la perla y en el transcurso de un extenso viaje para recuperarla y de múltiples peligros en ello, logró domar el corazón impetuoso del hanyou, Inuyasha una pareja que se unió y se convirtió en la base del linaje de guardianes de la Perla de Shikkon. Los niños reían al comprobar que los nombres de los protagonistas de aquella historia, eran los mismos que ellos, dos seres que eran conocidos en toda la villa por amarse a pesar de la adversidad, su historia también era contada de vez en cuando, por otro miembro de la familia Rin, bajo la mirada al parecer inexpresiva de un ya mayor Sesshomaru.
La vida de sus hijos había estado algo alejada de la leyenda de la Perla, no veían necesidad de inducirlos al conocimiento del resguardo tan importante de aquella joya, pero algo diferente era con sus nietos, pequeños niños muy intuitivos, que probablemente serías quienes llevaran consigo el conocimiento
Medio recostados en una especie de futon alto, frente a un gran cuadro, en el cual aparecía la figura de una Kagome, al menos unos veinte años menor, sobre el que Inuyasha había pedido con fervor ella posara, un recuerdo que dijo deseaba dejar para la posteridad, para su descendencia.
¿Crees que la historia de la unión de los guardianes se repita? – consultó la mujer, mientras que su esposo la sostenía con el pecho pegado a su espalda, acariciando con suavidad el cabello, algo menos azabache que años antes, pero que conservaba aquel enigmático perfume que lo cautivaba. Kagome le acariciaba con un gran sentimiento la mano con la que él cercaba su cintura, dejando que sus labios se curvaran ante la sensación de tranquilidad que la embargaba y que sentía en el alma de él.
Estoy seguro de ello...
o
A altas horas de la noche, las luces fuera de la habitación se movían con rapidez, como si la ciudad no durmiera, el lugar estaba en completa penumbra, mientras que una esbelta figura femenina se adentraba sigilosa, confundiéndose entre las sombras como un felino. Sobre la cama se marcaba un cuerpo que descansaba entre las sábanas igualmente oscuras, ella sabía bien de quien se trataba, era el hombre que se había estado adjudicando los fragmentos de la afamada perla de Shikkon, una joya conocida por muchos, pero solo algunos, sabían su real importancia, éstos estaban siendo subastados y adquiridos solo por el lujo de poseerlos.
Jamás lo había visto, pero suponía que debía de ser un hombre bastante mayor, para poseer una fortuna tal que le permitiera gastar holgadamente los montos en los que terminaban siendo entregadas las partes de la joya y ya llevaba varias de los once fragmentos que comprendían la esfera, que una vez reunida adoptaba un hermoso e inconfundible tono rosa, lo cierto es que ella no contaba con un capital tan alto, como para conseguirlos, aunque en más de una ocasión había luchado a la par por el valor ofrecido por este sujeto, claro que a través de algún empleado, pues él jamás asistía.
Se acercó hasta la mesa de noche en la que sabía que el hombre conservaba lo que ella consideraba un tesoro. Pasó una tarjeta magnética, por lo que al parecer era una cerradura bastante moderna, que leía con un láser la banda codificada, logrando su objetivo, introdujo sus dedos dentro y sacó los fragmentos, apresurándose a guardarlos en un pequeño, pero profundo bolsillo de su ajustado pantalón de cuero. Cerró con cautela y se giró para salir del lugar del mismo modo en que había entrado, pero cuando ya se disponía para su huida, pasando por el final de la cama, sintió, como unas fuertes manos tomaron cada lado de sus caderas y la arrastraron hacía atrás, cayendo de improviso sobre las oscuras sábanas, y sin más estaba siendo apresada por el fuerte cuerpo de un hombre, del que con dificultad lograba divisar el rostro, pero algo en él llamó profundamente su atención,... sus dorados ojos brillando en la oscuridad, intensos y profundos, en los que podrías perderte con demasiada facilidad.
¡Suéltame! – exclamó intentando luchar, mientras que el hombre sostenía sus muñecas con una sola mano, apresándola sobre contra la cama, las mejillas de la mujer, comenzaban a tomar un rojizo tono, ante la euforia de la lucha, y por la desfachatez con que el sujeto, la registraba, sin cuidar en lo absoluto los lugares de su cuerpo que estaba palpando, aunque no debía de negar que lo hacía con suavidad y aquello la estaba inquietando.
¿Dónde los tienes?... ladronzuela...- dijo él con sorna, una risa algo cínica reflejada en sus labios, que ella logró vislumbrar con de dificultad.
Encuéntralos... yo no te lo diré...- sentenció, le estaba dando guerra y eso a él le encantaba
No me tientes... no sabes de lo que soy capaz...- soltó él ante la mirada oscura y retadora de la mujer que tenía bajo su dominio, o al menos eso era lo que pensaba, y ante su voz, una suave luz desde la pared se encendió, permitiéndole al hombre ver el rostro de su presa.
Unos ojos castaños tan claros, pero a la vez cargados de un misticismo que lo llamaba a explorar más, el cabello oscuro, tanto como la noche carente de luna, largo y con algunos rizos, que en este momento descansaban sobre las sabanas de satín. El hombre se inclinó un poco más sobre el rostro de ella y comenzó a dejar que su aliento la acariciara, mientras con la mano libre registraba más como un roce que como si realmente buscara algo, bajo la palma abierta por el estómago de la muchacha y luego el vientre, sin mostrar ánimos de detenerse antes de tocar su entrepierna, pero lo hizo, y sintió como si fuera a decirle algo, que finalmente no logró decir, ya que ella en cuanto encontró la posición exacta, lo golpeó en un estratégico lugar que a lo largo de los siglos, seguía siendo el punto débil de un hombre.
Se liberó con ello del fuerte agarré que el tipo mantenía sobre ella, lanzándose de pie fuera de la cama en dirección a la ventana, sacó un pequeño objeto tubular de su cinturón y oprimió un botón en el, liberando un rayo de color azul, no más allá de unos diez centímetros, rasgo con el aire frente a ella y con aquello abrió una rendija en el campo de energía que reemplazaba lo que unos cien años antes era cubierto por vidrio, miró hacía atrás y comprobó, ante la luz que entraba por la abertura hecha, que el hombre que la sostenía instantes antes recuperando ya el aliento y dispuesto a atraparla acercándose con rapidez, era un magnifico espécimen humano, aunque no debía de negar que se le hacía extraño el detalle de su cabello plateado y aquellos ojos que por una razón ciertamente desconocida, le encantaron, simplemente. No tenía tiempo para analizarlo más.
El sujeto, extendió su mano, con intenciones de llegar a ella, pero la mujer se arrojó al vacío, antes de que llegara, él se devolvió en sus paso hasta el mueble que la muchacha mancillara y saco de su interior un objeto tubular similar al de ella, que al parecer tenían más de una utilidad en aquel tiempo, oprimió un botón en el y se arrojó fuera del lugar al igual que ella, teniendo varios metros de caída libre, sin lograr divisar los cimientos del edificio en el cual vivía, hasta que finalmente llegó lo que parecía ser una moto, capaz de mantenerse en el aire y trasladarlo a gran velocidad.
La carrera se desarrollaba de forma frenética, por entre el sin fin de vehículos con diseños aerodinámicos y bastante modernos, la velocidad, superaba con creces los doscientos kilómetros por hora.
Vamos Inuyasha… tu puedes…- se decía el hombre a si mismo, mientras agudizaba los dorados ojos hurgando para hallar a la figura femenina que se le había escabullido de forma tan dolorosa. El plateado cabello largo y visiblemente sedoso, se le volaba a raíz de la velocidad que llevaba, pegado a su bólido, sin detenerse ni siquiera en el frío aire que le golpeaba el rostro, así como el pecho desnudo, descalzo y con solo el suave pantalón de seda negro con el cual dormía. – que no se te escape...
Una sonrisa extraña se marcó en los labios del hombre, como si se encontrara tras una presa, unos notoriamente grandes colmillos, salieron por el borde del labio inferior y las orejas sobre su cabeza se dejaron ver de pronto, simplemente quedaba en claro que los genes con el tiempo, siempre reaparecen, no importa de cuánto estemos hablando.
Ahí estas…- exclamó, luego de olfatear el aire, como si pudiera a la distancia captar la esencia de la mujer. Aceleró acortando el espacio entre ambos, sin mucho sigilo, sacando de su ruta a varios vehículos más.
La muchacha observaba continuamente tras ella, para comprobar que no la seguían, se sentía satisfecha, había logrado escapar con algo que tenía un gran valor ancestral, parte de la Perla de Shikkon, que había sido resguardada en el paso de los años por varios integrantes de su familia. Por un momento bajo la guardia pensando en lo feliz que se pondría su abuelo cuando ella llegara con su tesoro. Pero de pronto aquella especie de moto que se deslizaba haciendo caso omiso de la gravedad en el planeta, se tambaleo, al recibir el peso de un nuevo pasajero, sintió como el cuerpo fuerte de el tipo se le echaba encima por la espalda, obligándola a inclinarse un poco más, tomando el mando del vehículo y girándose con el unos cuantos grados, sin decir nada, sin embargo ella podía saber a la perfección de quien se trataba.
Avonzaron un poco más hasta llegar a una plataforma de estacionamiento, ante el espectáculo que entregaban las luces de la ciudad y los vehículos que tal como el que montaban, se movían a gran velocidad por un sin fin de carriles aéreos, el hombre se mantuvo abrazado a ella, sin moverse y la joven no puso objeción en ello, no entendía muy bien por qué, pero aquel agarre la tranquilizaba… y entonces el susurro de la voz masculina la sorprendió.
Tuve que venir por ti Kagome…- musitó Inuyasha, con la suavidad, dejando que su aliento tibio, acariciara junto con sus palabras los sentidos de la mujer, que en cuanto escuchó su nombre salido de los labios de él, sintió como el corazón le dio un vuelco dentro del pecho -… te robaste más de lo que imaginas, desde que te vi la primera vez en aquella pintura.
¿Cómo sabes mi…nombre…?- consultó ella con los ojos abiertos y luminosos, como dos marrones ventanas, de par en par.
¿Haz escuchado la leyenda, de una sacerdotisa y un hanyou, es una historia antigua, dicen que de hace más de ochocientos años?…- continuó musitando el hombre pegando cada vez más su boca al cuello de la mujer, como si la estuviera escrutando, reconociendo quizás.
No…- respondió apenas con un hilo de voz Kagome, recordando las veces que su abuelo, quien estaba más familiarizado con la historia de la Perla y sus guardianes, le había relatado hechos de antaño, pero nada relacionado con lo que el hombre le decía.
Bueno, pues yo me encargaré de que la conozcas…y la vivas...- dijo mientras cruzaba sus brazos contra la cintura de la joven, apresándola en un abrazo antiguo, algo que resultaba demasiado cercano y a la vez conocido… por primera vez en mucho tiempo, ambos se sintieron en paz…aquello era un sentimiento de calidez que de pronto afloraba sin razón aparente, la calidez de algo simplemente eterno...
Fin
Hola mis amigos, todos fieles que han seguido este fic a lo largo de su desarrollo, muchas horas de desvelo se me fueron escribiendo e intentando hacer de esta una historia intensa, espero que les haya gustado el final que les dejé, entre Inuyasha y Kagome, solo me quedaba el "y vivieron felices" que de hecho así fue, pero había que poner aquella impacto que caracterizó cada fin de capítulo y no me podía perder este... creo que me quedó un poco parecido a Star Wars, y debo confesar que esa era la idea, solo espero que les guste tanto como a mí, por que esta historia se acaba de convertir en un hijo graduado, así que simplemente hay que dejarlo partir...
Snif...snif...Bueno enviarles muchos besitos a todos, y debo agradecer a este fic los buenos amigos que he hecho, agradecer a todos los que dejaron los siempre bien recibidos "rewies", y a quienes solo leyeron igualmente. Solo espero no dejar de llenar las expectativas que tienen en cada proyecto que emprenda y con los que ahora estoy presente...
Besitos, su amiga
Anyara
