Todo lo que le dijo aquel día se había esfumado. Ya no quedaba nada más que el recuerdo, grabado en su mente, de aquellas palabras: "Me gustas, Yukino".

Llevaba sentada tres horas en aquel pupitre, pensando qué debía hacer, y por qué no le hacía caso. Pasaba por su lado, caminando con indiferencia, como si aquella frase nunca la hubiera pronunciado él, como si el Arima que se declaró un tiempo atrás hubiera desaparecido, apartado del camino por algo que ella todavía desconocía.

Las dudas volvieron a invadirla... Fluyendo por sus venas como si de veneno se tratara. Dejó caer la cabeza, apoyándola en el antebrazo, le dolía y estaba cansada. Sentía que no podía con esa situación, las circunstancias la superaban, algo se le escapaba y eso era la causa de todo.

Era muy posible que hubiera dejado de gustarle, que Arima sólo se hubiera enamorado de la imagen que tenía de ella y no de la verdadera Yukino, aquella que se escondía bajo el disfraz de señora perfecta, caminando con pasos firmes por una superficie demasiado deslizante.

Cerró los ojos, no quería moverse, no quería levantarse y caminar de vuelta a su casa, el estómago le pesaba demasiado. Y aunque pudo ignorar que escuchaba el ruido de la puerta al abrirse, no pudo hacer lo mismo con el sonido de los interruptores y la voz que atravesó la sala, junto con su cerebro.

- Oh, Yukino, hola, ¿qué haces aquí?

Mierda. Tenía que ser él. No podía haber sido cualquiera de los otros chicos de la clase, Takeda, Shinomori, Kiriyama, cualquiera, daba igual. Pero no. Era él, el culpable de su situación, la piedra que tanto pesaba en su estómago. Que ahora estaba allí, de pie debajo de la puerta, mirándola. Observándola con esos ojos que se limitaban a reflejar lo que había delante suyo, sin dejar que nada ni nadie los atravesara.

- Pues... Me había quedado dormida... Había acabado un trabajo, y me he dormido sin darme cuenta.

- Ah... bueno...

- ¿Y tú?

- He venido a buscar un libro que me he dejado. Acabo de salir de kendo.

- ...

- ¿Ya te vas a tu casa?

- Er... Sí... Ahora me iba.

- ¿Puedo... acompañarte un trozo?

- Sí, como quieras.

Otra vez igual. ¿Para qué quería acompañarla? ¿Para después mostrarse frío, o eliminar cualquier indicio que pudiera ayudarle a analizar sus sentimientos? ¿Le gustaba o no le gustaba? A veces pensaba que sí, otras creía que no... Y él no daba ninguna pista, a ratos se mostraba de una forma, y a ratos de otra.

Apagaron las luces y cerraron la clase. Después salieron del colegio hablando sobre el próximo examen de literatura japonesa. Le miraba a la cara, pero no veía nada. Escuchaba atentamente sus palabras, no le decían nada.

Hablaron mientras se dirigían al cruce entre las calles Miburo st y Takenori st. Ahí se separaron con una sonrisa y un gesto amable, para seguir cada uno por su camino.

Tardó más de lo normal en llegar a su casa. Cuando estaba con él le costaba menos fingir que no le pasaba nada, pero cuando él no estaba se hundía.

Entró, saludó con la poca energía que le quedaba, llenó la bañera, se desnudó y se metió dentro. Había sido un día duro. Siempre reconfortaba un baño caliente y una buena cena, aunque últimamente no tuviera demasiado apetito. Si su madre no le obligaba a cenar nada, se iría a dormir directamente. O mejor dicho, a intentar dormir, porque desde hacía tiempo el insomnio se había sumado a su lista de problemas. Intentaba dormirse esperando que al día siguiente pasara algo que modificara de una vez por todas esa situación y que gracias a eso dejara de encontrarse mal, y de levantarse con desgana, y en definitiva, de sufrir.

Y pensando en ese tipo de cosas, manteniendo siempre esa falsa esperanza, conciliaba un sueño intranquilo. Hacía dos semanas que estaba así, y lo peor de todo, lo que más le molestaba, es que no sabía hasta cuándo iba a durar. Y estaba empezando a impacientarse.