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Tattoos in blood

Sixth Day: Touch of Shame

7: 34 AM

29 de Diciembre

5 grados al exterior

Esto es humillante. Se siente como un crío, totalmente ridículo. Lleva más de media hora escondido en el rellano para evitar que su vecina le vea y le someta al interrogatorio de rigor. Por fin, la vieja chismosa se mete en la portería, permitiendo al chico moreno salir corriendo hacia el instituto. Cuando se encuentra ya a unas cuantas calles de su piso, Mitsui exhala un hondo suspiro de alivio por haber escapado del acecho de la gentuza de su barrio, que seguro debe estar ya enterada de lo que sucedió ayer en su pequeña habitación. Y justo en ese momento esto le hace acordarse de algo: ¿dónde coño estará Rukawa? El chico mayor revuelve su mochila en busca del teléfono móvil, que no ha atinado en comprobar esta mañana. No logra encontrarlo, cosa que le hace ponerse cada vez más y más nervioso. Finalmente, se sienta en el suelo en medio de la calle y esparce todo el contenido de la bolsa para poder encontrar el maldito teléfono de una buena vez. Cuando lo coge entre sus dedos el corazón le va a mil. Intenta calmarse. Esa sensación le horroriza. Odia pensar que la posible respuesta del chico que ayer se largó casi a la francesa, que hizo que pasara la noche solo, pueda ponerle en este estado de nervios. Desbloquea el móvil – le tiemblan las manos – pero en la pantalla no hay aviso de ningún mensaje. Y, para su desesperación, un nudo crece en su garganta, haciéndole subir la amarga sensación de picor que anticipa las lágrimas que se agolpan en sus ojos. ¿Por qué le sabe tan mal? El chico se miente pensando que es porque su amigo es demasiado inestable, por que por eso se preocupa por él: por que tiene miedo de que haya hecho alguna tontería… pero ¿acaso hay un motivo? ¿por qué habría de hacerse daño habiendo estado ayer tan bien los dos juntos? ¿acaso se habrá arrepentido? El muchacho recoge rápidamente todas sus pertenencias del suelo de la calle y las mete desordenadamente en su mochila, dispuesto a ir cuanto antes a averiguar el motivo del silencio de su compañero. Pero justo al darse la vuelta, se encuentra con la persona más inoportuna, que va de camino al instituto.

(mosqueado) ¡Mierda! ¿Siempre tienes que estar tú cuando no quiero ver a nadie?

(le mira rabioso) ¡Joder Michi! ¡Buenos días a ti también!

Déjame en paz Sakuragi no estoy para hostias…

(le da una palmada en la espalda) ¡Tranquilo tío! No diré nada si no quieres…

(cada vez más nervioso) No… esto… es que no puedo quedarme yo…

(le mira con cara de reproche) ¿No te irás a fumar las clases, no?

("tengo que largarme") Pues… creo que sí…

(indignado) ¡Sí, hombre! ¡Y una mierda! Si yo tengo que ir, tú también vas… ¡faltaría más!

(aparece por detrás) ¿Ir a dónde?

¡Gori! Éste dice que…

("mierda puta") ¡Nada! Yo no digo nada… Anda, vayamos a clase cazurro…

La primera hora de clase es un verdadero infierno para Hisashi Mitsui. Esconde su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón del uniforme, dispuesto a descolgar inmediatamente en caso de que el otro chico le llame, aún arriesgándose a ser expulsado. Pero para mayor desespero de su persona, el aparato no efectúa el más mínimo movimiento. El chico lo comprueba regularmente, al principio cada diez minutos, al final ya pierde la cuenta junto con la noción del tiempo. No es capaz de concentrarse lo más mínimo, como demuestran sus constantes fallos en las pocas preguntas que le dirige el profesor. El corazón le late cada vez más deprisa, le sudan las manos, y siente en su interior que no debería estar así en ningún caso y por ese chico frío y orgulloso menos que por nadie. No se trata del hecho que le sepa mal estar esperando la respuesta de un chico sino que no soporta que le importe tanto, que le afecte de esta manera.

Inmerso en sus pensamientos, el chico moreno no oye el timbre que llama al fin de la clase y los cinco minutos de descanso. Escruta su móvil repasando uno a uno todos los mensajes que guarda en la memoria para ver si no es que lo leyó en sueños y ya no se acuerda. Marca el número del chico de mirada azul y vuelve a borrarlo, una vez y otra, casi obsesivamente, hasta saberlo de memoria. Todavía le tiemblan las manos y finas gotas de sudor frío resbalan por toda su cara, haciéndole estremecerse violentamente, aunque él no se da ninguna cuenta. ¿Por qué? ¿Por qué se fue? ¿Por qué no le esperó? ¿Por qué le dejó sólo? Siente las lágrimas volver a sus cansados ojos, su estómago encogerse, el corazón pararse en su pecho. Y cuando levanta la cabeza, encuentra ante sí el rostro de uno de sus mejores compañeros del instituto.

(algo asustado) ¡Kogure!

(preocupado) Mitsui… no tienes muy buena cara… ¿te encuentras bien?

(nervioso al punto de la histeria) Bueno, verás, no… no mucho… yo… este… ¿sabes si Rukawa ha venido?

(sorprendido) Pues no. No ha venido… ¿cómo lo sabes? Tú no te has movido de aquí en este descanso…

("me va a dar algo") Intuición. Oye… perdona pero me encuentro fatal… me voy a casa…

(serio) Señores Kogure y Mitsui, si no tienen objeción me gustaría empezar la clase…

(se levanta de repente) Lo siento profesor, pero me tengo que ir…

(enfadado) ¿Ir? ¿Cómo que ir?

Mitsui sale de la clase como alma que lleva el diablo, dejando al profesor con la palabra en la boca, confiando en que Kogure le pondrá alguna excusa aunque a él, en ese preciso momento, le importe un carajo si le expulsan o le gradúan con honores. El muchacho ha olvidado en el aula absolutamente todo: la chaqueta, la mochila,… todo excepto su teléfono móvil, que lleva apretado contra su corazón mientras corre como un loco hacia… ¡mierda! ¿dónde vive Rukawa? Se siente totalmente desesperado. Nota como le falta el aire, como el ambiente gélido de esa invernal mañana le entra en los pulmones impidiéndole la respiración ¿qué va a hacer? ¡Ya son casi las nueve y no ha dado señales de vida! Busca apresuradamente en la memoria el número de Ayako: seguro que tiene su dirección pero ¡maldición! ¡ella debe estar en clase! ¿Qué hacer? La cabeza se le nubla, no puede pensar con claridad. ¡Cálmate! ¡Tranquilízate de una puta vez! El muchacho respira hondo, vuelve a alzar el móvil y llama al teléfono de información. Después de pelearse con la operadora durante una más que angustiosa media hora, el chico consigue la dirección de su amigo y arranca a correr hacia allí, mientras en el piso congelado, duerme el muchacho de piel nívea abrazado a una botella de Absenta bastante más que medio vacía.

La visión del bloque es desoladora. Parece un milagro que aún aguante piedra sobre piedra sin derrumbarse en el miserable solar donde se halla. Mitsui traga saliva, intentando reunir fuerzas para entrar en semejante simulacro de vivienda en busca de un chico que seguramente está enfadado con él, por alguna razón que no logra adivinar todavía. Entra en el hall esquivando a la portera, que sigue roncando en su puesto des de que se levantó hará un par de horas, y sube la escalera corriendo e intentando no caerse en los abundantes escalones quebrados. Al llegar al tercer piso, el chico se para ante una puerta carcomida e hinchada por la humedad, con la pintura desconchada, mal cerrada por un par de cerrojos de seguridad que se ven más nuevos incluso que el edificio entero. Sin poder evitarlo, su corazón se ha disparado al pararse ahí delante, y no precisamente por el carrerón escaleras arriba. Intenta calmarse respirando hondo un par de veces, pero empieza a darse cuenta de que si no llama ahora pronto le van a faltar agallas para hacerlo. Su mano se desplaza casi instintivamente hacia arriba y golpea con todo el puño la débil puerta.

Toc Toc Toc

Espera unos segundos. No hay respuesta. El corazón le late cada vez más fuerte. Empieza a golpear la puerta casi irracionalmente, fuera de sí por completo, gritando el nombre de su compañero cada vez más alto. Pero todavía no hay respuesta. Realmente está desesperando. La sensación de estar ahí fuera sin saber absolutamente nada de él es abominable. Marca su número en el móvil de manera casi inconsciente y pega la cabeza a la puerta, hasta oírlo sonar dentro del apartamento. Una breve sensación de alivio recorre su cuerpo, hasta que el teléfono deja de sonar. Algo sorprendido, se acerca el aparato a la oreja, justo para oír a su compañero preguntar quién va con voz soñolienta.

(muy nervioso) ¿Rukawa? ¿Estás ahí?

(cada vez peor) ¡Por favor! ¡Ábreme la puerta!

(sorprendido) ¿Estás ahí fuera?

Sí. Por favor, ábreme ¿estás bien?

(cínico) De puta madre.

El chico de ojos azules cuelga el teléfono y se levanta del sofá a duras penas. Anda hacia la entrada arrastrando los pies. Al otro lado, el chico mayor sigue con la cabeza enganchada a la puerta, oyendo todos los ruidos de su compañero con la clara idea de que le abrirá. Pero contrariamente a lo esperado, el muchacho más alto se desploma en el suelo apoyando su espalda contra la puerta. Pasan unos segundos de tensión mortal, en los que Mitsui cree que oye a su corazón parársele dentro del pecho.

(rompiendo el silencio, a través de la puerta) ¿Por qué has venido?

(siente el corazón latirle fuertemente) Esto… yo… ¿no recibiste mi mensaje ayer?

(serio) Sí.

(asustado) ¿Por qué… por qué no contestaste?

("no puedo decírselo") Esto… yo…

Te… te fuiste tan rápido que…

(estalla en cólera) ¿Pero qué cojones te pasa? ¿Es que no te diste cuenta o qué?

(totalmente confundido) ¿Cu… cuenta? ¿Cuenta de qué?

(se le niegan los ojos sin querer) Si no te has dado cuenta yo no pienso decírtelo…

(algo en su interior empieza a desmoronarse. Se siente fatal, aunque todavía desconoce el motivo) Kaede… déjame entrar, por favor.

Unos minutos de silencio. La espera se hace eterna mientras el chico más alto se debate entre su resentimiento y las ganas de volverle a estrechar entre sus brazos. Pero es débil, demasiado, y acaba abriendo la puerta, totalmente demacrado por el frío y la bebida. Mitsui despega la cabeza de la puerta al notar que se abre. Está totalmente congelado: el edificio tiene un ambiente casi polar y él se ha olvidado la chaqueta en el instituto. Pero al ver esos ojos azules mirarle enrojecidos por el llanto de toda una noche, esos labios carnosos violáceos por causa del frío, el intenso negro de las ojeras provocadas por el insomnio, el chico mayor se lanza como un felino encima del otro muchacho, empezando a morderle y besarle ávidamente, como si guardara dentro de sí la esencia de la vida misma. Un par de lágrimas resbalan por la cara del chico más alto, que no para de oír en su mente la misma frase una y otra vez. "El sexo es sólo sexo". Aún así se deja llevar. Devuelve los besos que recibe con la misma furia y la misma pasión. El dolor se convierte en placer a medida que pasa el tiempo y el frío de la habitación es combatido con ímpetu por el calor creciente de sus cuerpos desnudos. Y después de varias horas convirtiendo el Tártaro en un Averno de placer, ambos chicos se desploman sobre el frío suelo del cuarto de Kaede, totalmente exhaustos por el esfuerzo y la intensa acción.

Pero en la cabeza del chico menor todavía se repite la misma odiosa frase que le ha costado una noche de pesadillas y lágrimas de Absenta. "El sexo es sólo sexo". Sólo sexo. Pero para él no es así. Para él no es sólo eso. Para él es algo más fuerte que su propia vida. Piensa en hablarle, en volverse y mirarle a los ojos, en contarle sus sensaciones del día anterior, lo mal que le supo lo que dijo, en hacerle la pregunta que antes se ha callado. Pero le falta valor. Se levanta lentamente, mirando a su compañero de reojo. Está completamente dormido. Se viste con todo el sigilo del mundo y sale de su apartamento. No sabe dónde irá. No sabe si va a volver. Lo único que sabe es que, por primera vez des de que recuerda, quiere estar solo.

13:30 PM

14:24 PM

15:35 PM

16:56 PM

17:44 PM

El intenso frío de la tarde despierta a un exhausto muchacho de cuerpo musculado y pelo negro que yace dormitando en el suelo del cuarto de su amante. Pero cuando abre los ojos dispuesto a abrazarle, éste ya no está. Se levanta de un salto y se viste a toda prisa con el uniforme del instituto. Abre el armario del otro chico y le coge prestado un jersey con el enorme dibujo de un dragón y unas letras en las que se lee Rhapsody. No tiene ni idea de qué música harán pero las aficiones de su compañero en ese momento le importan lo más mínimo. Lo único que quiere es encontrarle, hallarle sano y salvo, para preguntarle porqué le abandona siempre de la forma más cruel. Sale corriendo del apartamento en dirección a la playa, pero no está allí. De repente, recuerda su primer encuentro en el parque de la estación. Gira bruscamente y se dirige hacia allí como un hombre en pos de su cordura. Al rato llega al banco, dónde por suerte puede ver la figura esbelta del muchacho de intensos ojos azules. Se acerca con sigilo, contento de haberlo encontrado, con una amplia sonrisa en los labios. Pero la magia se rompe al ponerse a su lado y conseguir oír los amargos sollozos que intenta ahogar en sus guantes agujereados.

(extrañamente triste) Kaede, ¿por qué lloras?

(para en seco, enormemente sorprendido)…

(le tiende una mano) Vamos a casa…

El chico menor se levanta, secándose las lágrimas con los guantes. Mira al otro muchacho y una sonrisa escapa de sus labios al darse cuenta del "robatorio" de uno de sus jerséis. Andan un rato en silencio total pero al acercarse al bloque de su senpai, el chico más alto se arma de valor para hablar a pesar de su vergüenza.

(intentando no ponerse colorado) Te queda bien.

(confundido) ¿Qué cosa?

(mirando el suelo) El jersey…

(de repente, se avergüenza sin saber por qué) ¡Ah! Yo… lo siento… no te he pedido…

(cortándole) Está bien…

("valor Kaede") Esto… tú… ¿de… de veras me echaste de menos?

Mitsui se para en seco y vuelve la cabeza para mirarle detenidamente. El chico menor mueve el pie y se coge las manos nerviosamente, sin dejar de mirar al suelo. Un bello color rosado empieza a resaltar en sus mejillas. Esa visión provoca en el chico mayor la aparición de una amplia sonrisa, acompañada de la rabia que le produce ese tonto sentimiento que cree no necesitar.

(seco) ¡Qué idiota!

(alza la vista y le mira, rojo de rabia) ¡Me cago en la puta! ¿Lo decías en serio, verdad?

(confundido de nuevo) ¿En serio? ¿El qué?

(cínico, con una rabia inmensa) "El sexo es sólo sexo"

(entiende. Le duele. La verdad es que se siente fatal) ¿Qué pasa?

(triste) ¿Lo piensas? ¿De veras piensas eso?

("no. Por nada del mundo") Yo… no sé…

(se acerca a él) Pues ya es hora que lo sepas.

(intrigado) ¿Quieres decirme algo Kaede?

(muerto de vergüenza, extremadamente colorado. "El último empujón") Sí. Quiero decirte algo. Yo… ("tú puedes") creo… (le mira a los ojos, sudando de vergüenza) Creo que te quiero.

Mitsui siente que el corazón se le para en el pecho. Siente que podría partirle la cara ahí mismo por lo que acaba de decir, callarle de una vez por todas por hacerle sentir cosas tan odiosas. Kaede baja la cabeza, a punto de llorar, esperando la peor reacción de su compañero y dispuesto a encajarla con toda la dignidad que le queda sin desplomarse en el suelo a ser posible. Pero para su sorpresa, el chico mayor le abraza fuertemente, apretándose contra su pecho a la vez que le susurra al oído "Yo también te quiero". Los dos chicos empiezan a besarse, no con agresividad, sino con cariño, con una ternura desconocida para ambos hasta ahora. Y por primera vez en mucho tiempo algo semejante a la felicidad empieza a llenar sus cuerpos con una gran sensación de calidez. Piensan que lo que sienten en ese momento podría no acabar jamás.

Pero justo al otro lado de la calle, un chico pelirrojo es testigo horrorizado de la tierna escena entre sus dos compañeros. La situación le asquea de tal manera que empieza a esperar con ansia y con los puños apretados el día de mañana; no ve el momento de poner en evidencia al tan odiado zorro delante de todo el instituto para, por fin, poderle partir la cara con total tranquilidad.