CAPITULO UNO: Cartas no enviadas

Las cosas habían cambiado y con seguridad no era yo solamente quien lo había notado.

Si debo confesarlo, mi casa siempre fue un caos. Teniendo hermanos como Fred y George, es imposible vivir con tranquilidad. Las explosiones en su habitación se me hicieron tan naturales, que si pasaban toda una tarde sin hacer ruido, me resultaba extraño. Lo mismo le pasaba a mamá, que subía las escaleras con el ceño fruncido y no se iba hasta que los gemelos abrían la puerta y le mostraban en que andaban metidos. El silencio en lo referente a Fred y George podía llegar a resultar aún más peligroso que las explosiones, si entienden lo que quiero decir.

Durante un tiempo que no recuerdo demasiado bien, Bill y Charlie también vivieron con nosotros. En esa época, para alivio de mamá, Bill tenía el cabello corto y no había adoptado todavía la costumbre de usar colmillos como adorno. Sin embargo, Charlie había desarrollado una molesta tendencia a traer animales de la calle y esconderlos en su habitación. Yo tenía terror de entrar allí: nunca sabía si me iba a encontrar con un cerdo o una mantícora. Desde que tengo memoria, Percy solo tuvo un tema de conversación: él mismo. Pronto me di cuenta de que si no quería morirme de aburrimiento, tendría que aprender a ignorarlo, tal como habían hecho mis hermanos mayores. Lo hice, puesto que ahora estoy aquí hablando con ustedes. En cuanto a Ginny, ella seguía a mamá como si fuera su sombra. Recuerdo haberme tomado el papel de hermano mayor muy en serio (me gustaba haber dejado de ser el menor de la familia) así que durante un tiempo, vigilar a Ginny fue una de mis actividades predilectas. Con el tiempo, claro está, me fui aburriendo, y dejé que mamá se encargara de su seguridad mientras yo me entretenía robando los juguetes de Fred y George.

De todas formas, yo prefería ese caos al silencio que últimamente se había apoderado de La Madriguera. Ya no había risas, juegos o peleas. Hasta los gritos de mamá se extrañaban.

Ninguno de nosotros dijo nada durante aquél desayuno que ahora viene a mi memoria, pero el miedo se reflejaba en cada uno de nuestros rostros con demasiada claridad. Cada uno intentaba disimularlo lo mejor posible y a su manera, pero debo decir que los Weasley nunca fuimos buenos actores.

Un miembro del Ministerio con cara de pocos amigos se había aparecido en nuestra casa apenas una semana luego de terminar las clases con unos folletos eternamente largos que tenían como propósito asegurar nuestra casa y a nuestra familia. A mi no me interesaba leerlos: sabía que de nada servirían si Quien Ustedes Saben se aparecía en la mitad de la cocina. ¿Cómo enfrentarlo¿Eran tan idiotas que se creían que por unos cuantos encantamientos tontos, Quien Tu Sabes llegaría a la puerta, daría media vuelta y decidiría asesinar a alguien más? Siempre escuché decir, a Hagrid algunas veces, a mis padres otras, que si él decidía matarte no había manera de escapar. Nadie lo había hecho, nadie salvo Harry, que yo supiera. El había sido el único en escaparse, pero de todas formas, desde el mismo momento en que Harry regresó, Quien Ustedes Saben intentó matarlo. No se rindió, aunque el intento casi le cuesta la vida.

Me pregunto como será vivir sabiendo que hay alguien que quiere hacer que te conviertas en polvo. Me pregunto que sentirá Harry en estos momentos, encerrado en Privet Drive, esperando... ¿Y Hermione?

Es verdaderamente molesto estar preocupado por ella todo el tiempo, les digo la verdad. Pero últimamente me he visto pensando en ella con mucha frecuencia. Quizás sea porque es muggle, si, debe de ser por eso. Sé que Hermione es la bruja más inteligente que he tenido la suerte y la desgracia de conocer, y supongo que ella de entre todos tendría que saber defenderse, pero aún así este nudo en el estómago no se me ha ido del todo desde el momento en que la vi por última vez, cuando nos despedimos en Kings Cross.

Harry estaba saliendo de la estación acompañado por los muggles. Ojoloco se jactaba del susto que le había dado al tío de Harry, mientras Tonks insistía en que la mujer muggle necesitaba un poco más de color en su cabello.

"Creo que un azul eléctrico le iría bien" opinó Tonks mientras jugaba con un mechón de su propio cabello rosa chicle.

"Y yo creo que ya debemos marcharnos" dijo Lupin, viéndolos salir finalmente de la estación- Conviene que no seamos vistos aquí por mucho tiempo.

"Bueno, Ron, Hermione ¡mucha suerte!" dijo Tonks abrazándonos a ambos- "Nos veremos pronto".

"De acuerdo" dije un tanto avergonzado de que me hubiera abrazado delante de todo el mundo "¿Dónde están mis padres?" pregunté rascándome la cabeza y buscándolos con la mirada cuando ellos se hubieron ido.

"Allí, con los míos" contestó Hermione señalándolos.

No sé porque, pero ver a los señores Granger hizo que se me retorcieran las tripas.

"Ah...sí...bueno, los esperaré por aquí".

Ella asintió y me quedó mirando durante un momento que pareció eterno.

"¿Qué?" pregunté de mal humor.

"Nada, Ronald"-dijo ella "Iré yendo".

"De acuerdo...bueno...adiós".

Me sentía como un idiota. ¿Por qué tenía que mirarme así, como si de repente me hubiesen salido rábanos en vez de orejas? Sentí que la cara me ardía. Odiaba que me pasara eso.

Ella sonrió y se dio media vuelta para irse. Yo suspiré de alivio, por un motivo que no logro aún entender, no me gusta pasar tiempo a solas con ella. Pero entonces, luego de dar un par de pasos, Hermione se dirigió nuevamente hacia mí, con paso rápido, como siempre hacía cuando había tomado una decisión apresurada. Me pregunté si se habría olvidado de algo. Pero no me dio tiempo ni para preguntarlo. Me dio un beso en la mejilla, murmuró un "Hasta pronto, Ron" y salió corriendo hacia donde se encontraban sus padres enzarzados en una seguramente nada fascinante conversación con los míos.

Me quedé allí parado, con la sensación de que todos me miraban. Entonces, tomé mi baúl y me dispuse a moverlo un poco, a ver si mis padres entendían la indirecta y salíamos de allí en ese mismo momento.

Fred y George se acercaron a los cuchicheos, cosa que no me gustó nada.

"¿Tomaste mucho sol, Ronnie?"

"No" contesté bruscamente".

"¿Por qué tu cara ha adoptado ese tono rojizo tan peculiar, entonces?" preguntó Fred abriendo los ojos y haciéndose el inocente.

"Déjenme en paz" musité de mala manera.

"Quizás tengamos que preguntarle a Hermione que fue lo que hizo para que te vieras tan genial, hermanito, ese color te queda bien".

"Tremendo beso" rió George, despeinándome.

Luego los dos se alejaron, riéndose a carcajadas.

Me dije para mis adentros que no tenía que hacerles caso a un par de idiotas capaces de elegir chaquetas tan horribles. Pero las chicas giraban la cabeza para mirarlos, y eso me molestó aún más.

Me atreví a mirar a Hermione de nuevo. Se mantenía a un lado de su madre, aguardando, al igual que yo, que dejaran de parlotear. Nuestras miradas se encontraron y, temiendo que las orejas comenzaran a echarme humo, miré hacia el lado contrario.

Desde entonces no la he vuelto a ver. Tampoco me ha escrito. Quizás sea mejor así y además no quiero que ella piense que tengo miedo, o algo por el estilo. Bastantes problemas tengo como para preocuparme por ella.

Me paso mucho tiempo en mi habitación. La casa está ahora casi vacía, y al contrario de lo que había pensado, eso también me molesta.

En realidad han comenzado a molestarme muchas cosas. Mamá dice que me quejo por todo, y supongo que tiene razón. Igual, ella no entiende nada de nada.

Fred y George viven encima del negocio, pero se pasan la mayor parte de su tiempo libre aquí. Están ahorrando para confeccionar un pequeño laboratorio detrás del mostrador, dicen que experimentar en la habitación para después esconder todo de mamá ya no es tan divertido. Yo, personalmente, temo por las personas que vivan cerca.

En ese momento, los dos se aparecieron en la habitación. Casi me caigo de la cama, odio que hagan eso. Claro que, por eso lo hacen.

"Ronnie, mamá quiere que bajes"

"¿Para qué?- pregunté bruscamente".

No tenía ganas de ver o hablar con nadie.

"Acaba de llegar Hermione".

Mi cara cambió antes de que pudiera evitarlo. Y mis hermanos, por supuesto, lo notaron.

"Parece que a ella no te molestaría verla ¿verdad?" dijo Fred mientras George se doblaba de la risa a su lado.

"Quizás hubiese estado mejor en su casa" dije "Más...-me sentía ridículo diciéndolo- más a salvo"

Fred y George dejaron de reírse y adoptaron una de las pocas caras serias que les he visto en mi vida.

"No estará a salvo en ninguna parte, Ron" señaló Fred.

"Tan siquiera ahora puedes fisgonear en su correspondencia y quemar las cartas que lleguen de Krum".

Estaban, obviamente, intentando levantarme el ánimo, aunque jamás lo confesarían.

"Ahora bajo."

"Sí, ponte perfume" sugirió George, haciéndome una guiñada.

Y con un chasquido volvieron a desaparecer.

No voy a ponerme perfume- pensé- De todas formas, creo que no tengo. Papá me regaló una colonia hace un tiempo, pero no sé ni dónde está.

Me miré al espejo. Tenía, ciertamente, un aspecto terrible. Ahora que mi madre estaba ocupada con las reuniones en Grimmauld Place, mi cabello caía desordenadamente hacia cualquier parte. Durante el verano me llenaba más de pecas, lo que en otro momento no me habría molestado, pero ahora no pude dejar de preguntarme si alguien más pensaría que tengo spattergroit. Había crecido más aquél verano, lo que me daba un aspecto aún más larguirucho, aunque mis hombros se habían ensanchado. Estaba hecho un desastre. La remera roja estaba llena de manchas. Mejor me cambio, parezco un leproso- pensé.

Me acababa de quitar la remera, cuando la puerta se abrió de golpe.

Hermione entró con paso decidido y sin golpear, como siempre. Su cara adoptó el mismo color de mi pelo, mientras yo me terminaba de poner la remera azul que acababa de tomar de mi cajón.

"Por Dios, podrías tocar por una vez ¿no te parece?"

"Eh...perdón...yo creí que..."

"Sí, bueno- la interrumpí".

"¿Qué estabas haciendo?" dijo por preguntar algo.

"Nada ¿qué te parece que hago?"

"Hace rato que te espero".

"Estaba bajando".

Hermione estaba distinta. No sé si en realidad estaba distinta o yo la notaba distinta. La miré durante un momento.

Su cuerpo había cambiado, y solo notar eso, me hizo sentir estúpido y un pervertido. El cabello castaño le caía hasta media espalda y parecía muy suave. Por un momento me dio el impulso de tocarlo, pero no lo hice, por supuesto. No habría podido volver a mirarla. La nariz que yo tantas veces la había visto levantar en el aire y la boca empecinada eran las mismas de siempre. Los ojos castaños, brillantes, y fijos en mí con extrañeza, se desviaron en cuanto yo levanté los míos.

"Tu habitación está muy desordenada".

"Sí"

"Deberías limpiarla".

"Sí"

"¿Quieres que te ayude?"

"Si quieres."

Nos mantuvimos en silencio durante algunos minutos. Mientras yo recogía la ropa esparcida por todos lados, ella limpiaba mi escritorio, repleto de pergaminos viejos. De repente leía alguno para ver si se trataba de algo de importancia.

"No has hecho los deberes"

"No me he sentido con ánimo"

"Bueno, yo tampoco he terminado todo"

La miré sorprendido. Ella se rió.

"Vamos, Ron, no es tan raro."

"Sí que lo es. Casi siempre terminas todo en la primera semana"

"Bueno, no han sido tiempos fáciles. He estado un poco preocupada" Pareció que evitaba más que nunca mirarme "Digo, Harry confinado en Privet Drive, tú aquí sin dar señales de vida..."

"No he tenido ganas de hablar con nadie, ni siquiera mediante carta. Además no es demasiado seguro, podríamos estar siendo vigilados. Además no me gusta escribir" dije haciéndome el desinteresado.

"Podrías haber enviado alguna de éstas."

Sostenía en sus manos un grueso fajo de pergaminos. Cada uno de ellos era una carta que había comenzado a escribir pensando en enviársela, pero que luego había dejado por ahí.

"Eh...bueno...ya te dije que no era seguro enviar cartas."

¿Por qué diablos habría dejado esas cartas por ahí?- me pregunté con enojo.

"¿Y para qué las escribiste entonces?"

Me di vuelta para enfrentarla, bastante molesto.

"Bueno...porque necesitaba hablar con alguien"

"¿Y me elegiste a mí?"

"Harry tiene cosas en que pensar."

"¿Me las puedo quedar?"

"¿Para qué?"

"Porque son para mí. Me gustaría leerlas."

"Son una pérdida de tiempo."

"Es mi tiempo."

"De acuerdo, haz como quieras."

Ella se dirigió a la puerta.

Dudó un momento, y luego volvió a mirarme.

"Te daré las que yo te escribí más tarde."

Y luego desapareció escaleras abajo.

También me había escrito.

Mientras observaba el montón de sobres esparcidos sobre la cama, una sensación extraña parecía haberse apoderado de mi estómago. Quería leerlas ahora mismo, pero temía que llegaran Fred y George. Si llegaban a verme ahí en la cama, sentado y rodeado de cartas, sería mi muerte. Así que las guardé en mi cajón.

Cuando bajaba hacia la cocina me crucé con Ginny.

Llevaba un vestido veraniego de color rojo con margaritas blancas. Últimamente le había dado por usar esa clase de prendas.

"Eso es muy corto" dije de mal humor.

"No empieces, me llega a la rodilla."

"Muy corto" repetí "Debería llegar a los tobillos. ¿Dónde está...?"

"En mi habitación" me interrumpió ella cruzándose de brazos. "¿Saben? Me parecía que ustedes dos eran un poco idiotas, pero esta es la prueba seguro. Ella, allí encerrada leyendo tus cartas cuando te tiene ahí enfrente, y tú también encerrado pensando seguramente en las cartas y lo que significa que te halla escrito, mientras planeas leerlas de noche para que nadie se entere."

Era justo lo que pensaba hacer, pero no lo admitiría por nada del mundo.

Ginny se rió.

"Intento, de veras que intento, disimular un poco" dijo "pero la verdad, que con ustedes dos en esta casa...es un poco imposible."

Siguió subiendo las escaleras entre risas, mientras yo me rascaba la cabeza en la mitad de un peldaño diciéndome que ni siquiera mi hermanita menor era algo fácil de entender.