Disclaimer: Estos personajes fueron creados por mi misma, pero la historia es original de la menda de la Rowling, que se forra a costa de toda una saga de magos satánicos...

Summary: Que pasará con Perry Maison al saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre su oscuro pasado...pos yo que sé, a mi no me preguntes, que yo Plin duermo en Pikolín...anda, anda, que no andas na, si te quieres enterar de todo MaryPutiLacitos, sigue leyendo...

N/A: NOTA DE LA AUTORA, QUE POR CIERTO ES UNA INCOMPETENTE, UNA ENFERMA MENTAL RECIÉN SALIDA DEL MANICOMIO DE LA ESQUINA.

1

By Sariluri:

"Perry Maison y el pedrolo pa fumar"

Para la Monchi, Pelorroto y Porompompero,

Para Lego, que leyó esta primero.

Por hacer un poco de competencia a nini.

¿Por qué no? Poque me aburro. Pooo zi.

Poque yo lo vargo...

CAPÍTULO 1

El niñiiiiiio que fum

El señor y la señora Duracel, que vivían en el número 4 de Prohibido Fumar, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. La verdad era que su barrio era uno de los mejores del mundo mundial, por eso ellos siempre intentaban aparentar ser los vecinos perfectos. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, como el sado, drogas, alcohol, narcotráfico, pornografía... bueno, en realidad no del todo.

El señor Duracel era un alto directivo de una empresa llamada Gremmlins, que se dedicaba a la fabricación de objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo, mientras acosaba sexualmente a su secretaria...vamos lo normal.

Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. En realidad Verdor Duracel parecía una gran peonza humana (eso si, con bigote).

La señora Duracel era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual (lo que nos hace pensar en una bella actriz porno), pero no, porque eso si, era fea, fea, fea, fea. Era doblemente fea. Era más fea que pegarle a un padre, y su única actividad diaria era la bebida y el bingo. Los Duracel tenían un hijo pequeño llamado Dumbo, y para ellos no había un niño más gordo que él.

Los Duracel tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto...bueno, en realidad unos cuantos, pero el que mas temían que fuera descubierto era su parentesco con los Maison.

La señora Maison era hermana de la señora Duracel, pero no se veían desde hacía años, desde aquella disputa que tuvieron en la que intentaron arrancarse el cuero cabelludo la una a la otra y se pelearon como golfas en barro; tanto era así que la señora Duracel fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su marido Johnny (un completo inútil, borracho y vago), eran lo más opuesto a los Duracel que se pudiera imaginar. Los Duracel se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Maison apareciesen por la acera, ya que las pintas de Lola Maison y su maridito no eran normales. Lola lucía un cabello verde en cresta, chupa de cuero y pantalones raidos, mientras que Johnny llevaba una moto y todo el cuerpo lleno de tatuajes y piercings. Sabían que los Maison también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. Pero como fuera como sus padres, tampoco querían verlo, y menos que se juntara con Dumbo, porque para ellos no había niño más gordo que él.

Nuestra historia para no dormir comienza (N/A: pos no, no había empezado todavía) cuando el señor y la señora Duracel se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región. Bueno, quizás se viera la revolución de gente por la calle, las lechuzas corriendo, por el mar corre la liebre y por el bosque las sardinas tralará, un satélite espacial en medio del jardín, telepredicadores augurando el Apocalipsis, destrucción y caos total, exhibicionistas, malabaristas, payasos, gente volando con Mopafácil, gente volando sin Mopafácil...pero en general, no ocurría nada especial. El señor Duracel canturreaba mientras se ponía su corbata de piolín para ir al trabajo, y la señora Duracel parloteaba como una urraca alegremente mientras instalaba al ruidoso Dumbo en la silla alta.

Ninguno vio un gran Lechuza que pasaba volando por la ventana.

A las ocho y media, el señor Duracel cogió su quetepegoconelbolso, besó a la señora Duracel en la mejilla y trató de despedirse de Dumbo con un beso, aunque no estaba la cosa para mariconerias y el puto niño le tiró los cereales a la cabeza. «Serás gordo cabrón», dijo entre dientes el señor Duracel mientras salía de la casa. Se metió en su troncomóvil y se alejó del número 4.

Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato con botas militares y gafas que estaba bailando claqué sobre un poste de cables telefónicos en medio de la calle. Durante un segundo, el señor Duracel no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Prohibido Fumar, pero no tenía botas militares, ni estaba bailando en los postes del cable telefónico, sino que estaba en el jardín de Verdor Duracel, leyendo el periódico y en su momento Al-Bram de Kellogs. A Verdor le parecía muy bien que aquel gato estuviera plantando una moñiga como un pino de grande, pero no en medio de su jardín. "Es una locura" pensó el señor Duracel "Los gatos no saben bailar, los gatos no saben leer, ni siquiera yo se leer". Debía de haber sido por el café, que le había sentado un poco malamente. El señor Duracel parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada estreñida mientras cagaba placidamente en el hermoso jardín. Mientras el señor Duracel daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba con un sombrero del oeste y liándose un cigarro al estilo Clin Eastwood. El señor Duracel meneó la cabeza y alejó al puto gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en su troncomóvil no pensó más que en los pedidos objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo, que esperaba conseguir aquel día.

Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino (N/A: esque hay gente que madremia como le da desde por las mañanas 0), no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con poncho. El señor Duracel no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! ¡La culpa es de los padres que las visten como putas! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Duracel se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él (N/A: ande va a parar), ¡y vestía un poncho verde esmeralda! ¡Qué valor! ¡Que gallardía! ¡Que...! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo, seguro que eran de una secta satánica que esperaba que nueva gente se les uniera para practicar depravaciones. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Duracel llegó al aparcamiento de Gremmlins, pensando nuevamente en los objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo.

El señor Duracel siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra bailando la Conga. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza voladora ni siquiera de noche, ni siquiera en el Polo Norte, ni siquiera en el Polo Sur, ni siquiera en Corea del Norte, ni en Corea del Sur, ni tampoco en Villa Arriba, ni en Villa Abajo, ni en Vallecas... (N/A: vamos que las lechuzas no vuelan de día ni patrás). Sin embargo, el señor Duracel tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Acosó sexualmente a su secretaria...Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse al McDonalls que estaba en la acera de enfrente.

Había olvidado a la gente con poncho hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado del McDonalls. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo estaba formado por un par de señoras con bata y rulos (N/A: vamos marujonas) y un hombre mu viejo. Cuando regresaba con un McMenu gigante, con extra de patatas fritas, coca-cola gigante... en una bolsa de Happy Meal, alcanzó a oír unas pocas palabras de su cotilleo.

—Los Maison, eso es, eso es lo que he oído...

—¡Oyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡Que me cuentas Mary!

—Lo que oyes, su hijo, Perry...

—¿Lo que de su perro? — dijo el viejo con una trompetilla.

—No, su hijo Perry Maison...

El señor Duracel se quedó petrificado. El temor lo invadió, los Parkimetron aparecieron y sudaba como un cerdo (vamos que se había cogido la fiebre del McPollo o estaba un pelín nervioso). Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.

Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina, pero se cansó a los 2 metros porque estaba muy gordo . Dijo a gritos a su secretaria, la acosó sexualmente...dijo que quería que no le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, recordó que no se los sabía. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba, estrujándose el celebro...lo cual fue muy doloroso para él, ya que estaba frustrado por no recordar los números de su casa y por que un gato supiera leer y él no. Un poco estúpido si era. Además Maison no era un apellido tan especial. Estaba Charles Maison, Marilyn Maison, La Maison Encantada, Maison crece, Maniac Maison... seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Maison y que tenían un hijo llamado Perry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Perry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Pedrito o Perico. No tenía sentido preocupar a la señora Duracel, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana (sufría espasmos, taquicardias, echaba espuma por la boca mientras decía: mira lo que ha hecho la cochina de tu hija, y cosas por el estilo...). Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente del poncho...

Aquella tarde le costó concentrarse en los objetos totalmente inútiles e inservibles para hacer gastar dinero a las personas con grandes problemas de consumismo, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

—Coñiiiiiooooooo mira por donde vas —gruñó, mientras el hombre se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Duracel se dio cuenta de que el hombre llevaba un poncho violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro estaba como adormecido y sonriente, mientras decía con una voz ronca:

—¡Jaaaaa,dame algo pa ponermeeeee!¡Dame dinero pa perico!¡No seas muggre dame argoooo!

—¡Toma, pero no me mates! – dijo Verdor muy asustado ofreciendo al hombre un fajo de billetes, su rolex y las llaves del apartamento de la playa.

—¡Jode,que viejo más enrollaoooo!

Y el hombre abrazó al señor Duracel y se alejó.

El señor Duracel se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggre, no importaba lo que eso fuera.

Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su troncomóvil y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas producidas por la raya que se había hecho en su despacho antes de salir (N/A: como alto ejecutivo que se precie).

Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (lo que le puso de más mala ostia aún, si cabe) fue el gato atigrado que se había cagado en su jardín por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín arrascándose la barriga. Estaba seguro de que era el mismo, pues no podía haber gato más joputa que ese.

—¡Fuera! —dijo el señor Duracel en voz alta.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa, primero subió una ceja, luego otra, luego ambas a la vez. El señor Duracel se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse pero no pudo, y le pegó una patada al gato mandándolo a tomapoculo y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

La señora Duracel había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas encontrados durante la sesión de Bingo de esa tarde y de que se había acabado el Ballantines y tenía que haber ido a comprar más para el desayuno (le gustaba desayunar fuerte, aunque hacía que le salieran pelos en el pecho), y le contó que Dumbo había aprendido una nueva frase («¡que te jodan!»). El señor Duracel trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dumbo, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.

— (suena la música del telediario: informativos telaínco). Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente "no vuelan de día", se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado su situación de forma tan radical. Espero que no hallan visto "Los Pájaros" del director Hinchock—El locutor se permitió una mueca irónica—. ¿Qué será lo próximo, cerdos voladores? Muuuuuuuuuuy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jili BigMc y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jili?

—Bueno, Tron —dijo el meteorólogo con un chubasquero amarillo y gorro a juego—, eso no lo sé, pero no sólo los lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kentin-Tarantino, JamónYork y Cocodrilo-Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer( N/A: los del tiempo nunca aciertan) ¡tuvieron un meteorito! Menos mal que no hubo heridos, solamente nos enfrentamos a un invierno nuclear que acabará con la vida en la faz de la Tierra. Jajajajaja(sonrisa falsa). Espero que tengan refugios antinucleares, porque yo si, jajajajaja.

El señor Duracel se quedó congelado en su sillón, y no tenían aire acondicionado. ¿Pollos con alas, meteoritos, Invierno nuclear, le había dado la casa de la playa a un yonqui? La mente de Verdor no podía procesar tanta información a la vez, pero seguro que toda la culpa era de los Maison...

La señora Duracel entró en el comedor con dos tazas de té (N/A: y esque lo putos ingleses siempre están con lo mismo).

—Te he dicho mil veces que no me gusta el té de los cojones y las mariconadas. Pues ahora vas y me haces un colacao. Hazme un colacao turbo.

—¿Contemporáneo?

—No instantáneo

—Pero si iguales son.

—Pero rápido se disuelve.

—Pero a mi me gustan los grumitos.

—Pos a mi no.

—Muy bien cariño, ¿lo quieres el la batiocao?

—Po claro.

Después de tomarse el colacao...

Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.

—Eh... Putania, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?

Como había esperado, la señora Duracel pareció molesta y enfadada, sus ojos se salieron de sus orbitas y su cabeza empezó a girar sobre si misma. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?

—Hay cosas muy extrañas en el mundo. El enemigo avanza... —masculló el señor Duracel

—¿Einnq?

—Lechuzas...meteoritos... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...

—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Duracel

—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.

La señora Duracel bebió su colacao con grumitos con los labios fruncidos y echó un vómito verde a Verdor. El señor Duracel se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Maison». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:

—El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dumbo, ¿no?

—Eso creo, pero no será tan gordo como él —respondió la señora Duracel con rigidez.

—¿Y cómo se llamaba? Pitufina, ¿no?

—Perry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión. A mi me suena a animal de compañía canino.

—Oh, sí—dijo el señor Duracel, con una espantosa sensación de abatimiento—. Pues Dumbo me suena a elefante, no se porque.

No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse censurado. Mientras la señora Duracel estaba en el cuarto de baño poniéndose algo más cómodo (N/A: no vamos a entrar en detalles que puedan herir la sensibilidad de nuestros lectores), el señor Duracel se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí, con unas gafas de visión nocturna Action-Man, linterna y un gorro militar. Miraba con atención hacia Prohibido Fumar, como si estuviera esperando algo.

¿Se estaba imaginando cosas? ¿Eran los efectos del porro de después del colacao? ¿A que huele lo que no huele? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Maison? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.

Los Duracel se fueron a la cama. La señora Duracel se quedó dormida rápidamente, pero el señor Duracel permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente, y los huevos fritos con chorizo y pimiento picante de la cena repitiéndose en su estómago. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que se había tomado unas pastillas de colores para el ardor de estómago, aunque parecía que producían efectos secundarios como el crecimiento de los pechos...

Los Maison sabían muy bien lo que él y Putania pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Putania podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...zzzzzzzzzzz

¡Qué gilipollas estaba!

El señor Duracel cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Prohibido Fumar. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas cagaron sobre su cabeza, ni cuando le pisaron el rabo, ni cuando le cayó un piano de cola encima, ni cuando le cayó el motor de un avión, ni cuando le cayó una bomba desviada de Irak, ni cuando.... La verdad es que el gato no se movió, el mu cabrón tenía un gran poder de autocontrol, tenía los huevos bien puestos, tenía su punto, tenía...el gato molaba.

Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra, bueno, de las alcantarillas, porque dejaba una peste que pa que. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.

En Prohibido Fumar nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados (pelo pantene), tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba un poncho largo de color tan blanco que podía confundírsele con el niño cuya madre es la que usa el detergente que lava más blanco. Su poncho iba barriendo el suelo y botas con tacón alto y hebillas y unas medias de rejilla (que piernas más wenas). También llevaba una vara blanca y un sombrero picudo. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna, vamos que iba como un cristo y se atrevía a salir a la calle. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se hubiera dedicado a las peleas callejeras clandestinas. El nombre de aquel hombre era Gandalf.

Gandalf no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, hasta sus medias de rejilla, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su poncho, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:

—Debería haberlo sabido.

Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. No pasó nada. Volvió a intentarlo, y tampoco pasó nada.

—Plan B — dijo Gandalf sacando un hacha de su poncho y cortando el cableado de la luz. Todo quedó a oscuras, excepto por dos únicas luces, dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba.

—¿Podrías encender un solo ojo? — preguntó Gandalf al felino —Que si no nos van a ver. Gandalf tiró por ahí en puto Apagador que se le debían haber acabado las pilas y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

—Me alegro de verla aquí, profesora RonaldMcDonalS.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto seductor, mientras mojaba sus labios con la lengua, como si se tratara de una gata en celo (N/A: sería la época de celo de la profesora RonaldMcDonalS, coño, como es una gata... está bien, dejemoslo). La mujer también llevaba un poncho, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño.

—Hola Gandalf—dijo la vieja en tono seductor —¿Pero cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

—Mi querida profesora...además de que nunca he visto a un gato tan tieso, lleva un cartel en la chepa con su nombre.

—Usted también estaría tieso si le hubieran metido un palo por el culo—respondió la profesora RonaldMcDonalS.

—¿Un palo por el culo? ¿Me está haciendo proposiciones indecentes profesora? ¡Porque si es así nos vamos de fiesta, con pocholoooo!

La profesora RonaldMcDonalS resopló enfadada.

—Oh, sí, de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Pero luego.

—¿Pero puedo bailar?

—Si, a tu ritmo, pero luego.

— Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

—Ya lo sé —respondió irritada la profesora RonaldMcDonalS—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggres, ni siquiera se pone ropa... intercambia rumores...

Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Gandalf, como si esperara que éste le contestara algo. Pero no lo hizo, ni siquiera cuando le mando señales S.O.S, ni cuando le daba codazos, ni cuando le pisaba el pie...ella continuó hablando.

—Sería extraordinario que el mismo día en que Tu-ya-sabes-quien-te-digo-y-si-no-vas-y-lo-cascas-que-a-mi-me-da-cagalera-decirlo parece haber desaparecido al fin, los muggres lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no es asi, Gandalf?

—Alguien más sabía que Bilbo tenía el Anillo...

—¿Einq?

—Espera, esque se me cruzan los cables... Es lo que parece —dijo Gandalf—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría esnifar pegamento?

—¿Un qué?

—Pegamento. Es una cosa que utilizan los muggres que me gusta mucho.

—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora RonaldMcDonalS, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para esnifar pegamento (N/A: pero estaba equivocada, cualquier momento es bueno)—. Como le decía, aunque Tu-ya-sabes-quien-te-digo-y-si-no-vas-y-lo-cascas-que-a-mi-me-da-cagalera-decirlo se haya ido...

—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Tu-ya-sabes-quien-te-digo-y-si-no-vas-y-lo-cascas-que-a-mi-me-da-cagalera-decirlo... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Valdemorillo. —La profesora RonaldMcDonalS se echó hacia atrás con temor, pero Gandalf, ocupado en esnifar pegamento, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo

«Tu-ya-sabes-quien-te-digo-y-si-no-vas-y-lo-cascas-que-a-mi-me-da-cagalera-decirlo». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Valdemorillo.

—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora RonaldMcDonalS, entre la exasperación y la admiración—. Usted no sufre en silencio...las hemorroides. Además todos saben que usted es el único al que Tu-ya-sabes-quien-te-digo-y-si-no-vas-y-lo-cascas-que-a-mi-me-da-cagalera-decirlo... Oh, bueno, Valdemorillo, tenía miedo.

—Me está halagando —dijo con calma Gandalf—. Además ahora hay tratamientos para las hemorroides...y Valdemorillo tenía poderes que yo nunca tuve.

—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... guapo...macizorro...para utilizarlos.

—El lado oscuro...el miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento...

La profesora RonaldMcDonalS le lanzó una mirada dura, antes de hablar.

—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

Parecía que la profesora RonaldMcDonalS había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día con un palo metido por el culo, ni como gato ni como mujer (ni como hombre, travesti o ser hermafrodita), había mirado nunca a Gandalf con tal intensidad como lo hacía en aquel momento pasándole la mano por la pierna. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Gandalf le dijera que era verdad. Gandalf, sin embargo, estaba eligiendo otro pegamento de barra marca Pelikan y no le respondió.

—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Valdemorillo apareció en el valle de Gordic. Iba a buscar a los Maison. El rumor es que Lola y Johnny Maison están... están... bueno, que están más muertos que vivos, están hechando malvas, dando de comer a los gusanos, bajo tres metros de tierra...

—Si joder, ya te he entendido...

Gandalf inclinó la cabeza. La profesora RonaldMcDonalS se quedó boquiabierta.

—Lola y Johnny... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Gandalf...

Gandalf se acercó, la abrazó para consolarla y le dio una palmada en la espalda.

—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.

La voz de la profesora RonaldMcDonalS temblaba cuando continuó.

—Gandalf, quitame la mano del culo.

—¡Oh, perdón!

—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Maison, a Perry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Valdemorillo se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.

Gandalf asintió con la cabeza, apesadumbrado.

—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora RonaldMcDonalS—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un crio de mierda? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Perry en nombre del cielo, del padre y del espiritusantoamen, avemaría cuando serás mía?

—Zzzzzzzzz

—¿Gandalf?

—Zzzzz...ejem, ¿eh? ¿Qué pasa?

—Será posible que te hayas dormido mientras te estaba hablando, viejo chocho de los cojones...

—Eh, sin insultar, que chocho no soy. Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Gandalf—. Tal vez nunca lo sepamos.

La profesora RonaldMcDonalS sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas, sonándose los mocos de forma terriblemente asquerosa.

—No llores, mujer, que la historia tampoco está quedando tan mal...la escritora es pesima ¿no? Pero tu no lo haces tan mal...Perry Maison y la Piedra de fumar, tiene gancho...hombre un poco mierda es, no vamos a mentir, pero mala, mala, no es...

Gandalf resopló mientras sacaba un reloj digital del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro raro raro. Pero para Gandalf debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:

—Hardcore se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?

—Sí —dijo la profesora RonaldMcDonalS—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.

—He venido a entregar a Perry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.

—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Gandalf... no puede. Los he estado observando todo el día. Son lo peor de lo peor...eso si, me he vengado y les he plantado un churro como un pino de grande...Pero no podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi apuntando a su madre con un bazoca mientras subían por la escalera, pidiendo una vaca asada. ¡Perry Maison no puede vivir ahí!

—Es el mejor lugar para él, y todo forma parte de mi maquiavélico plan, que nadie desentrañará hasta el 5º libro...—dijo Gandalf con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

—¿Una carta? —repitió la profesora RonaldMcDonalS, volviendo a sentarse—. Gandalf, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta?

—Bueno, pues un telegrama...

— ¡Esa gente jamás comprenderá a Perry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Perry Maison! Escribirán 7 libros sobre Perry... la Warner hará películas, habrá merchandaising, muñecos de Perry, agendas, calculadoras, complementos, sujetadores con snichs, gomas para el pelo, bastoncillos, papel del bater, snichs de peluche, grageas Bertie Bott´s de todos los sabores...y después alguna mujer cobrará los derechos de autora y se forrará y hará con la historia lo que le salga de las pelotas, y matará a gente de la historia y niños de todo mundo quedarán traumatizados que ríase usted de lo de la madre de Bambie.

—¿Me lo cuentas o me lo vendes? —dijo Gandalf, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. A eso me refiero.Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?

La profesora RonaldMcDonalS abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:

—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Gandalf? —De pronto observó el poncho del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Perry.

—Hardcore lo traerá.

—¿Le parece... sensato... confiar a Hardcore algo tan importante como eso?

—A Hardcore, le confiaría mi vida—dijo Gandalf.

—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar, en el lado izquierdo del pecho...pero es el más buscado, frecuenta bares de carretera y clubs nocturnos, y se mete en las peores peleas callejeras de borrachos... —dijo a regañadientes la profesora RonaldMcDonalS—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. ¡Coñio, era una canción de Metallica! Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.

La moto era una Harley-Davidson enorme, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un micromachine. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran en el coro de una iglesia y además, tan desaliñado... Con unas greñas, cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. Tenía puestas unas gafas de sol, una chupa de cuero llena de cadenas y debajo de esta una camiseta negra de Iron Maiden. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.

—Hardcore —dijo aliviado Gandalf—. Por fin... ¿Y dónde conseguiste esa moto?

—Que pasa viejo, ¿te mola mi moto? Se la he mangado a uno del bar, al Sirius Black ese. ¿Qué pasa tronca? — dijo Hardcore refiriéndose a la profesora RonaldMcDonalS — ¿Te vienes a dar una vuelta?

—¿No ha habido problemas por allí?

—Si, hombre. Broncas todas las que quieras y más, que hay Hardcore para todos. Mira, hemos tenido una en el bar...pero a mi me da igual. Que como me toquen los cojones me pongo a repartir ostias rápido.

Gandalf y la profesora RonaldMcDonalS se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una tatuaje con una forma curiosa, como un símbolo de conejito playboy.

—¿Fue allí...? —susurró la profesora RonaldMcDonalS.

—Sí —respondió Gandalf—. Tendrá esa tatuaje para siempre. La llevará para el resto de sus días.

—¿No puede hacer nada, Doctor Gandalf?

—Aunque pudiera, no me da la gana coño...cuando sea mayor si quiere que se pague una operación láser. Los tatuajes pueden ser útiles. Yo tengo una en la raja del culo igualito que el diagrama perfecto del metro de Madrid.

—El metro de Madrid, vuela.

—Eh...si, sobretodo cuando tengo gases...Bueno, déjalo aquí, Hardcore, es mejor que terminemos con esto.

Gandalf se volvió hacia la casa de los Duracel.

—¿Pero que dices viejo? Vámonos de fiesta, que así se divierte un poco el chaval —dijó Hardcore.

—¡Shhh! —dijo la profesora RonaldMcDonalS—. ¡Vas a despertar a los muggres!

—Pero enróllate un poco viejales, que te invito a unas copas —dijo Hardcore—. Hay que celebrar toda la pasta que ha heredado el chaval, porque sus viejos están más tiesos que mis gallumbos, y estaban podridos de dinero.

—Sí, sí, todo eso está muy bien, pero domínate, Hardcore, o van a descubrirnos —susurró la profesora RonaldMcDonalS, dando una palmada en un brazo de Hardcore, mientras Gandalf pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Perry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hardcore se estremecieron (que rasca ¿no tronco?). La profesora RonaldMcDonalS parpadeó furiosamente (joder, ¿se me ha caído una lentilla? Si esqueeee, quien me manda ponerme las lentillas con las gafas) . La luz titilante que los ojos de Gandalf irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado (¿que tenía yo hoy de cena?).

—Bueno —dijo finalmente Gandalf—, ya está. No hay nada que ver aquí, señora. Desalojen la zona.

—Bueno troncos, se acabó lo que se daba —respondió Hardcore con voz ronca—. Me voy a cogerme un moco. Buenas noches, viejales.

Hardcore echó un escupitajo, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.

—Nos veremos pronto, espero (macizorra), profesora RonaldMcDonalS —dijo Gandalf, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora RonaldMcDonalS se sonó la nariz por toda respuesta(N/A: que asco de mujer, está podrida por dentro).

Gandalf se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y con un soldador arregló los cables de la luz. Todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Prohibido Fumar se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

—Buena suerte, macho —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su poncho, desapareció.

Una brisa agitó los putos setos de Prohibido Fumar. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Perry Maison se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre el pan que tenía de debajo del brazo y siguió durmiendo, sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Duracel, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dumbo. No podía saber tampoco que, la mitad de los niños y mayores del mundo comprarían sus libros, leyendo sus más profundas intimidades en una oscura perversión, no sabía que utilizarían su figura como modo de comercio, y que sería objeto de el histerismo de las fans quinceañeras, no sabía lo que le esperaba.