Fueron las palabras que el sabio me dedicó.
"El amor y la virtud van de la mano, por tanto aférrate a la luz.
Así es como debería ser nuestro futuro.
Avanzando por el sendero, viendo pasar los signos mientras camino.
Creo que me dejaré guiar por el sol, como hacen todos.
Avanzando por su propio camino,
viendo pasar los signos mientras prosiguen,
creo que seguiré a mi corazón, es un buen lugar para el comienzo.
Madonna, "Sky fits Heaven"
: Rencor :
Otra de las cuentas fue desplazada hacia delante entre pulgar, corazón y anular.
: Odio :
Sostenido el rosario en la mano derecha y descansando su longitud sobre la rodilla del mismo extremo de su cuerpo, Shaka iba haciendo cuenta de los ciento ocho pecados naturales del hombre, aquéllos que debían ser expiados y eliminados.
: Codicia :
Al tocar al fin la última cuenta de morfología distinta a las demás, la que simbolizaba la cabeza y razón, inició otra vuelta en sentido opuesto, recitando el nombre de Buda cien veces, como era indicado.
Nadie le interrumpía en sus largas noches de soledad, de búsqueda de respuestas en el interior de su conciencia. Sus ojos, cerrados desde el día en que había nacido, se esforzaban por ver más allá de lo que el mundo terrenal podía ofrecerle. Sólo el majestuoso árbol a cuyos pies se retiraba era espectador de la sosegada lucha; árbol que, acompañado por las estrellas, le había visto transformarse paulatinamente en un joven de asombrosa y frágil belleza, combinando las más hermosas propiedades de lo femenino y lo masculino.
Sumido en su eterno letargo meditativo, había sobrepasado la primera de las etapas en la consecución de la clarividencia absoluta. Tras el dominio de los sentidos llegó el del pensamiento. Se sentía levitar en una nada luminosa, donde los sonidos se distorsionaban y su realidad quedaba desfigurada en la inmensidad del espacio tiempo.
Spica, el astro más brillante de la constelación de Virgo, brilló con una intensidad desmesurada, y un vuelco sacudió su corazón. Se sintió conmovido ante la extraña sensación de familiaridad que le envolvía, como el calor de unos brazos humanos que nunca había conocido.
Tus estrellas te llaman, Shaka, como a mí hicieron en su momento.
El bello rostro no se inmutó, pero su interior bullía, fascinado por esa voz a sus oídos extraña. No era Buda quien le hablaba, y su lógica pregunta fue formulada con serenidad y tranquilidad.
A los astros atenderé cuando sea preciso, mas ahora quisiera conocer tu identidad. ¿Eres un Iluminado?
Busca en tu interior. Conoces la respuesta.
Efectivamente, así era. El presentimiento se tornó realidad, pues en lo más profundo de su corazón sabía que ese momento llegaría. Conocía esa presencia, la portaba, formaba parte de si mismo.
Tú habitas en mí...
Soy parte de ti, y tú eres parte de mí. Eres producto de mi existencia, el siguiente eslabón del karma. Es hora de que despiertes a tu pasado, el cuál duerme, al igual... que tu cosmos.
Sus cabellos ondearon movidos por un viento inexistente, producto de la explosión de la energía hasta ahora dormida. El universo se fundió con él, y ante sus ojos pasaron veloces ecos de sus anteriores vidas. Y con ellas, recuerdos, sensaciones, colores, emociones... Dolor, alegría, pero sobre todo esperanza. Pudo ver claros entonces los ojos miel y la tez morena que le observaban.
Tu nombre... es Isaiah. Recuerdo la calidez de las arenas de tu desierto, los naranjas del amanecer del Sáhara, el brillo incesante de...
Exactamente¿el qué? Dudaba al hacerlo la memoria.
Otro ser, otra vida que tan ligada siento a la mía... Pero... ¿Por qué no me es posible recordar aquello que nos une?
Lo portas en sangre. Eres ario, Shaka, un guerrero, y como tal la tuya es la casta más divina de cuantas puedas enumerar. A la vez eres monje, pero no se encuentra en estas paredes la divinidad a la que has de adorar.
Esa palabra hizo que el corazón le diera un vuelco.
Guerrero
Las cuentas del rosario, firmemente sostenidas entre los dedos, ardían, brillaban, esperando que llegase el momento de cumplir su propósito.
Recuerdo una presencia, una mirada que no es la tuya. Una batalla, una muerte, un vacío tras ella que ha de ser llenado.
Sintió el calor de un sol que acariciaba la palidez extrema de su rostro aún sin ser tangible. Un aire impregnado en una fragancia desconocida, pero de la cuál se desprendía la misma esencia sagrada.
Tuvo una revelación, tomando conciencia de todo aquello cuanto había dejado sin concluir en su círculo espiritual.
Una mujer.
Su cuerpo no era de carne y hueso, tampoco de vivos colores y perfumada de sándalo. Sus rasgos eran regios, su mirada vacía pero sabia, sus senos fríos como el resto de la piel. Cubrían sus cabellos una protección de metal de exquisitas formas, y de su mano pendía otra fémina alada. Todos ellos detalles insignificantes en consideración con la más elemental de las evidencias.
Esa mujer era su igual. Una guerrera en contra de las armas. Una Diosa, la de la Justicia, a la que había jurado defender siglos atrás.
Atenea...
Sus ojos se llenaron de lágrimas ante la impotencia de los años que había permanecido ajeno a esa verdad que dentro dormía, protegida por una fuerte coraza.
No has de lamentarte, este momento había de llegar. Ahora de ti depende que aquello por lo que ambos existimos al fin concluya. Largo será tu viaje, eres el elegido, Shaka. El más cercano a los Dioses, eso será tu escudo pero a la vez la espada que te herirá una y otra vez.
Ahora... he de partir.
Los astros te guiarán. Pero recuerda, a aquél a quién has de reclamar lo que te pertenece, di que la estrella que con su brillo eclipsa a las demás ya ha cruzado el firmamento.
Así haré.
Y la dimensión cálida que le abrazaba se disipó, derramándose la congoja por sus mejillas, luchando por no dejarse llevar por aquel desasosiego. Se incorporó apoyando las manos en la corteza de la higuera. Elevó el rostro, dejando que la brisa se llevara el producto de su duda, y se dispuso a hacer aquello que ahora le obsesionaba cuál brillo de una nova en medio de la infinita oscuridad.
Sólo portaba con él la elegante túnica de rojo sangre y el modesto calzado propio de la comunidad budista a la que hasta ese momento había pertenecido, su rosario, y la absoluta convicción de que sus días ahí daban término.
Nadie había presente para impedírselo, y si trataban de hacerlo no supondría obstáculo alguno. Palpó la ruda roca y trepó por los muros que delimitaban las dependencias privadas de aquellos que velaban por aquel Templo siempre lleno de peregrinos y fieles. Subió con habilidad y parsimonia, bañado por la luz plateada de la luna hasta pisar por primera vez suelo firme más allá de la jaula de cristal donde había crecido.
Buscaría los indicios, aquellos que debían llevarle hasta su destino final. Se dejaría guiar por el sol, por los dictados de su corazón. Sería un buen comienzo para la travesía más importante de su vida, con todo su pasado más presente que nunca, y un futuro del que sólo conocía un final.
Algo le decía que ahí a donde se dirigía, encontraría esa respuesta. La que no le dejaba conocer descanso.
...será ahí... donde conocerás tu muerte. Donde yo la encontré...
