- Capítulo 5 -

Durante los meses en los que su largo viaje tuvo lugar, concilió toda clase de sueños, durante los cuáles imágenes y mensajes afloraban en su mente. Algunos nítidos, otros confusos, colores desenfocados y voces distorsionadas.

Un sudor frío empañaba su frente mientras deliraba en un extraño trance. Despertó abruptamente, sorprendiéndose al ver que se encontraba en un lecho sencillo y confortable, bajo techo, no en la cruel intemperie. Pronto recordó que estaba en suelo griego, bajo la custodia de uno de los guerreros de aquella Orden a la que debía entregarse.

Sintió su presencia en una habitación continua, y dado lo estable de la energía supuso que el amable caballero que le había velado estaría descansando.

Su aura, delicada pero portentosa, era un reclamo al que quería mostrar atención. Apetecía dejarse abrazar por la misma, correr hacia ella, como si fuese la cegadora luz que indica la salida de un túnel sin final…

Shaka se puso en pie. Descalzo, el contacto con el frío mármol le hacía estremecerse, pero no tanto como el tacto de las paredes, de las estrías de las columnas…

Todo cuanto le rodeaba le producía ese desconcertante sentimiento de saberse suficientemente capacitado para desenvolverse en el medio sin aspavientos pese a ser la primera vez que pisaba aquel lugar.

La visión que acababa de tener en estado de vigilia le hizo buscar el frescor de la noche y que éste diera de lleno en su cara, tratando así de asimilar su postura. Se repetía a si mismo una y otra vez lo que ya de antemano sabía, las palabras que hacía unos instantes ocupaban su mente.

Eres como ellos, pero diferente a su vez. En tu condición te admirarán, te temerán, te adorarán por lo que eres, mas esa será la causa de tu soledad.

Buscó instintivamente el tacto de las 108 cuentas que giraban alrededor de su fino cuello, y extrajo el rosario para depositarlo en sus manos. Su más preciado tesoro se había convertido con el paso de los años en un instrumento de un poder de incalculable dimensión. Buda le había hablado por última vez hacía cinco lunas, y con él Isaiah. Supo que no habría más ocasiones en breve, puesto que estaban fuera de lugar.

Aquello que dormía en su interior, finalmente había despertado, y aguardaba al momento preciso. Lo que le distinguía de cualquier otro practicante de las artes meditatorias no era el alcanzar los estados subjetivos, sino crearlos. Era consciente del plano espiritual en el que se situaba, en medio del delicado paso que separa a los vivos de los muertos. Y las puertas que conducían hasta ese estado a los demás… Estaban cerradas desde el momento en que nació.

Tantas veces se había preguntado como sería el mundo que le rodeaba… Pero algo tan simple como abrir los ojos podía desencadenar fatales consecuencias. No sólo vería él, lo harían todos aquellos a los que en karma estaba ligado, haciéndoles partícipes de sus vivencias, permitiéndoles experimentar sus sensaciones, cediéndole éstos a su vez el cúmulo de energía, convirtiéndole en un adversario terrible, situado en otra cúspide… Un guerrero alejado del terrenal combate cuerpo a cuerpo, empleador de la sinergia divina como la más mortífera de las armas… Eso era algo que pronto sus compañeros comprobarían, si es que a ese extremo llegaba su presentación en sociedad.

Pese a todas las dudas que pudiese albergar, estaba sereno. Pero algo había en aquel recinto que le inquietaba, y le llamaba, cual canto de sirena. Se aferraba al mástil de la hospitalidad de Aries para no abandonar su templo e iniciar un temerario ascenso hasta dar con el foco que le atraía.

Precisamente, aquel que le había acogido en la primera de las doce Casas del zodíaco le vio a lo lejos, y decidió sentarse a su lado en los peldaños del pórtico, donde horas antes había ayudado a levantarse al errante viajero que solicitaba audiencia.

Mu observó el brillante firmamento, limpio de toda contaminación lumínica que pudiera llegar desde la bulliciosa Atenas. Hamal, el más brillante de los astros que conformaban la silueta del carnero, bañaba con su luz plateada el dulce rostro de su protegido.

- Deberíais descansar, aún faltan varias horas para el amanecer, y la convalecencia será dura.

- Tampoco vos parecéis capaz de conciliar el sueño.

Era cierto, no podía dejar de pensar en aquella misteriosa presencia que ocupaba su morada. Le miró nuevamente unos segundos, para prolongar el diálogo.

- Aunque no sé nada de vos, Shaka… Me resultáis muy familiar, como si os conociera de antes.

Sonrió irónicamente para si mismo. Lo que acababa de decirle se le antojaba una soberana estupidez.

- No en esta vida, pero quizás en una anterior… - le respondió el joven hindú.

Aries suspiró.

- A veces me gustaría poder creer fervientemente en los axiomas que la doctrina muestra.

Shaka escuchó atentamente su beneplácito, y giró el rostro, como si le observara. En realidad, así era, le miraba con los ojos de su alma.

- No es un axioma, el karma habita en nosotros, somos parte de él. Buda… Me lo dijo.

¿Buda, había dicho? El silencio se apoderó de nuevo de la informal reunión, sólo roto por el cantar de los insectos en aquella noche de verano egeo. El primero de los caballeros de oro sintió como un escalofrío recorría la totalidad de su piel. Ese cosmos, la sutileza de sus formas, lo místico de sus palabras, el olor a sándalo que parecía estar impregnado en lo más profundo de su ser…

¿Sería aquel hombre un protegido del Iluminado? Una y más incógnitas se sucedían en su mente multiplicadas por dos factores, el de Mu caballero, y el de Mu creyente y, en su día, practicante de las tradiciones budistas.

Bajo el amparo de las estrellas, ambos elegidos para custodiar a Atenea conversaron hasta que el cielo se tiñó de la más extensa gama de rojos y naranjas que se pudiera llegar a imaginar, dándole la bienvenida a la mañana. Ninguno de los dos lo sabía, pero ese sería el primero de los cientos de amaneceres que compartirían juntos.

(Salto temporal)

- Caballeros de oro, guardianes de Atenea. – pronunció Shion desde lo alto de su posición, haciendo que su voz llegara hasta el último recoveco de la Cámara – Os he convocado con urgencia dada la vital relevancia del hecho que desde ayer acontece.

El Patriarca posó su mirada en cada uno de los presentes en aquella sala. Algunos ya veteranos, otros viviendo todavía sus primeros días como guerreros de la cúspide, lo cierto era que era la primera vez en dos siglos en que todos los caballeros de Oro de la Orden de Atenea estaban reunidos bajo el mismo techo, a excepción de Libra por gracia divina.

Con los brazos cruzados la mayoría, escuchaban las palabras de la máxima autoridad, aguardando a que alguien diese una explicación a las súbitas conmociones de energía que se habían sucedido repetidamente desde el día anterior, pero en especial, muchos se preguntaban a quién pertenecía ese cosmos que con tanta intensidad ahora se dejaba sentir.

En uno de los extremos, junto a Aldebarán de Tauro, Mu observaba con algo de inquietud las reacciones de los demás. Su atención volaba de Shion a sus iguales, para posarse de vez en cuando tras los cortinajes donde el nuevo caballero aguardaba a ser presentado.

- Me complace anunciaros que las Doce Casas al fin están ocupadas. El Templo de Virgo ya tiene guerrero que lo custodie.

Un rumor se extendió por toda la Cámara, llegando a elevarse tanto que Shion tuvo que mandar a callar.

- Mostrad respeto ante vuestro nuevo compañero, comportaos como caballeros de Atenea. – bramó, visiblemente contrariado.

La expectación se focalizó en un solo punto cuando Virgo hizo aparición, quedando situado a la derecha del Patriarca. La impasibilidad en algunos rostros contrastaba con el profundo asombro en otros, y el absoluto silencio creado sólo fue roto cuando una jovial y potente voz rugió tras adelantarse su propietario varios pasos hacia Shion.

- ¡Debe tratarse de una broma! ¿Por qué aparece sin más portando la armadura de Virgo? ¿Dónde está su prueba de nombramiento? ¿Es que los años de entrenamiento de los demás no valen nada?

Una mano tiró del hombro del portavoz de los demás caballeros de Oro, ya que el sentimiento de malestar era casi unánime.

- Ya basta, Aioria.

- ¡Pero hermano…!

Aiolos de Sagitario trató de remediar el acto de su visceral hermano pequeño. Sabía de sobra que en el Santuario, y en especial en el trato con Shion, el respeto y las buenas maneras eran imprescindibles. Era algo que los jóvenes debían aprender a base de experiencias propias.

- Patriarca, estoy seguro de que a todos nos llena de alegría el contar con un nuevo integrante en nuestras filas… Aunque como Aioria de Leo ha dejado en constancia, la situación es bastante singular.

Leo y Escorpio intercambiaron la mirada. Ahora el quinto caballero sabía que contaba con el apoyo de su íntimo amigo.

- No acepto como a alguien que no ha demostrado su valía. Si se considera caballero de Oro, que lo demuestre.

- ¡Aioria! – volvió a reprender Sagitario.

Shion iba igualmente a intervenir cuando el aura y la voz de Shaka lo impidieron.

- Acepto el reto.

Mu respiró profundamente, sin apartar la mirada de lo sucedido. Estaba callado y serio como una tumba. La totalidad de los guerreros se retiraron unos pasos, para quedar ambos contrincantes uno frente a otro, a ambos lados del Patriarca.

Con las mano posadas firmemente en los brazos del trono, el ancestro tibetano observaba la mirada confiada del griego, y el rostro impasible del rubio. Tras adoptar posición de ataque estática, Leo avanzó a una velocidad desorbitada, con el cosmos en ebullición preparado para asestar un terrible golpe. Pero para asombro de todos, del hindú manó una energía brillante y terriblemente potente.

Pese a que sus labios no se movían, un cántico distorsionado y profundo llegó a oídos de todos. Sus ahora huesudas manos adoptaban a toda velocidad diversos mudrâ(1), y el metal dorado refulgía sobre su piel. No quería causarle daño alguno, tan sólo dejarles a todos bien claro que estaba a su mismo nivel, e incluso, si así lo quería, a uno superior.

El noble león quedó paralizado cuando la Sala donde estaba se desvaneció ante sus ojos, quedando suspendido en un universo de vivos colores que le aturdían, haciéndole mirar con violencia a uno y otro lado. Los cánticos que antes levemente había escuchado, y a los que había hecho caso omiso, se sucedían en mayor intensidad paulatinamente. La voz que los recitaba, al principio grave y monocorde, iba ganando en matiz y tono, hasta hacerse familiar… Era la misma voz que había accedido a enfrentarse a su Rayo de Plasma.

- ¿Dónde estas, cobarde? ¡Muéstrate! – gritó encolerizado.

El canto se repetía, una y otra vez, cada vez más deprisa, haciéndole enloquecer. Se tapó los oídos con ambas manos, apretando los dientes, furioso. El fondo de aquella dimensión, hasta el momento de colores uniformes, quedó teñido súbitamente de un vivo tono azul que atrajo su atención… Cerró los ojos y sacudió la cabeza para volver a abrirlos, y no pudo dar crédito a lo que veía…

Justo en frente de él, dos enormes iris del mismo color del cielo le observaban, haciéndole sentir insignificante y miserable. Supo que iba a perder el control de un momento a otro. Los cánticos, convertidos ya en un sonido molesto y sin sentido, pasaron a segundo plano cuando la voz de su oponente se clavó directamente en su cerebro, quedando grabada en él por mucho tiempo.

Lo que estos ojos verán si son abiertos… Será tu final, caballero. Nunca lo olvides.

Aioria gritó y gritó, para despertar del trance en el suelo, de rodillas, con ambas manos en la cabeza, presa del pánico. Su propia y alterada respiración le hizo volver en sí. Primero giró el cuello a un lado y se topó con los rostros inescrutables de sus compañeros, que parecían asombrados por lo ocurrido. Luego miró a Virgo, el cuál permanecía en la misma pose de antes.

Había cometido un error al subestimarle, pero su orgullo nunca le dejaría reconocerlo. Así que se incorporó, y tras presentar una reverencia discreta ante el Patriarca, se abrió paso entre los restantes caballeros, y salió con la cabeza bien alta de la Cámara.

- Como ya he dicho, las Doce Casas ya están ocupadas. Esta Asamblea ha terminado. ¿Deseas agregar algo, caballero de Virgo? – sentenció Shion.

- Mi nombre es Shaka. Agradezco vuestro recibimiento, la sexta Casa será custodiada sin contemplación.

Todos asintieron, mas no pronunciaron una palabra. Muchos hablarían entre ellos de lo sucedido al incorporarse a sus respectivos puestos tras retirarse. Por el momento, sólo una persona no miraba fijamente a Shaka de Virgo. El caballero en cuestión era aquel que le había conducido hasta el Patriarca el día antes, y si no tenía la mirada puesta en el hindú, era porque otra persona ocupaba su atención. Mu analizaba con discreción cada milímetro del rostro de uno de sus compañeros. Algo le decía en el fondo de su corazón que tras la fachada pétrea de su expresión se escondía algo que escapaba a todo cuanto pudiese imaginar del futuro.

No estaba mal encaminado. En aquella Cámara había un hombre que se deleitaba con la muestra de poder que acababa de presenciar. El caballero de Virgo sería un aliado perfecto, una pieza fundamental para el plan maestro que ejecutaría a su debido tiempo. El compañero ideal de la codicia por el poder era el sigilo, el saber esperar al momento oportuno. Fuese cual fuese el caso, tras tanto tiempo de maquinación, el día señalado no estaba lejos, lo presentía.

El nombre del sujeto en cuestión no era otro que… Saga de Géminis.

(Salto temporal)

Ya casi había anochecido al término de la reunión, momento en el que Shaka descendió hasta la que ahora era su Casa. Podía sentir como los demás guardaban silencio a su paso, como le miraban, como mantenían la distancia.

Pero lo aceptaba. Aceptaba que quizás nunca le llegarían a tratar como uno más, pues su condición le hacía… Diferente. Nunca una palabra que tan asociada tenía le había producido tanta controversia. Sin embargo, no todo era dolor… La misma persona que había estado a su lado desde que llegase se despedía ahora a la llegada al Templo de Virgo.

- Gracias. – le dijo suavemente.

Mu asintió con la cabeza, dispuesto ya a partir hasta la primera de las Casas. La voz de su nuevo compañero volvió a sonar como música en sus oídos, consiguiendo que se girase para mirarle por última vez en lo que restaba de día.

- Mu… ¿Puedo tratarte de…?

Sonrió.

- Claro… Ahora somos iguales. Como te dije ayer… Bienvenido a la Orden de Atenea.

No añadieron más. Cuando le sintió ya lejos, se abandonó por fin a aquello que tanto había deseado. Penetrar en su templo le producía una combinación de sensaciones tan fuertes que amenazaban con hacerle perder el sentido. Su corazón latía con fuerza a medida que avanzaba en la fresca penumbra creada por la milenaria piedra. A lo lejos, algo le llamaba… Cada vez con mayor intensidad. Sus pies avanzaban solos, sus manos querían alzarse y tocar con ansia algo que desconocía. Sus ojos deseaban llorar lágrimas de sangre.

Al fin, dio con ello. Con el rostro pegado al relieve de mármol, repasó los contornos de las figuras talladas en lo que parecía ser un revestimiento… Sus dedos dieron con una grieta, la cuál abarcaba todo el enorme bloque desde suelo al altísimo techo. Lo supo: no era una pared, era una puerta. Su cosmos se enervó, y el enorme pórtico respondió a su aura, abriéndose a su paso, y cerrándose tras el mismo.

El suave olor dulzón de las flores impregnaba el aire con su fragancia. La paz que se respiraba en aquel, el jardín que tantas veces había visto en sus sueños, parecía imposible de romper. Con el alma en un puño, cayó de rodillas sobre la fresca hierba de aquel lugar encantado. Sería su secreto, sería su refugio, sería… Su tumba.

No elevó el rostro, no lo necesitaba para saber lo que sobre él se alzaba. Dos sales gemelos, idénticos, reinaban sobre un pequeño montículo elevado sobre el resto de la pradera. Lo veía con la candidez de su espíritu, ahora sabía que por fin había ocupado el lugar que le correspondía.

Ya sabía dónde encontraría la muerte. Mas no cesaba de preguntarse cuándo, y sobre todo… A manos de quién.

(1) Mudrâ: gestos de Buda adoptados por las manos en las respectivas fases de la meditación.