- Capítulo 6 -

Pasaron los días, y con ellos varias lunas, tras las cuáles el caballero de Virgo terminó por aclimatarse al peculiar estilo de vida en suelo griego. Su cuerpo, que tan maltrecho había llegado hasta Atenas, había recuperado gradualmente su habitual y saludable apariencia, dándole una aureola de magnificencia aún más cegadora de la que poseía en el día de su proclamación como caballero de la cúspide.

Y sin embargo… En su corazón aún seguía ese vacío que la indiferencia y la frialdad para con los demás le provocaba. Reaccionaba a las mismas con la reclusión, abandonándose durante las largas horas en que custodiaba su Templo a una profunda meditación, entrenando mente y espíritu en aras de perfeccionar sus dotes guerreras.

Pero no todos eran momentos agrios… Además de la tranquilidad que le producía saberse en el lugar y circunstancias adecuadas, prácticamente cada noche su soledad se rompía. Aquél que había sido su apoyo en los primeros momentos en la Orden no se había distanciado con el paso de los meses… Todo lo contrario.

A la luz de las estrellas, normalmente en las escalinatas que conducían al interior del Templo de la Virgen, solía conversar con Mu de Aries hasta altas horas de la madrugada. Había dejado de ser un compañero al que debía gratitud para ser convertirse en su amigo.

Su único… Amigo.

Él le había hablado de su niñez en las tierras sagradas del Tibet, al norte de la India, de los ritos y misteriosas creencias del valle donde se decía había existido la ciudad de Shamballa, allí donde los monjes le habían encontrado recién nacido, historias que solían combinase con anécdotas de su entrenamiento por parte de Shion, el Patriarca.

Sabía que Mu no era un ser normal y corriente. No sólo contaba con la peculiaridad de haber sido entrenado por el máximo mandatario de la Orden, teniendo así más poder indirectamente que el resto de los dorados, sino que su cosmos lograba imprimir calma y dulzura a todo aquel que permitiese ser tocado por el mismo. Pero sobre todo, lo que más admiraba, era su humildad. Sus palabras, siempre sabias y sosegadas, eran como un bálsamo para los oídos, acostumbrados hasta entonces a la única compañía etérea que los entes a los que ligado estaba le regalaban de vez en cuando.

Era, solía decirse a si mismo, un capricho del destino que dos personas tan dispares, pero a la vez tan iguales y curtidas en los tormentos de la soledad, hubiesen dado la una con la otra en tan peculiar escenario, desarrollando los actos de esa tragicomedia con cada velada compartida.

Las estrellas empezaban a asomar, y Shaka se sorprendió, ya vestido con su túnica roja, avitualla que aún conservaba de su país natal, apoyado en una de las columnas que daban al exterior, deseando que el momento en que el primero de los caballeros de Oro se reuniera con él llegase. Hoy tardaría más de la cuenta, como le había indicado. Las horas pasarían lenta y pausadamente.

Suspiró. Experimentaba un cúmulo de sensaciones para él desconocidas, y que le hacían sentirse… Extrañamente vulnerable, alejado de los dioses por primera vez en su vida. Era como llevar eternamente un sobresalto en el pecho, un palpitar molesto que hacía bullir la sangre. Le desconcertaba.

Se sentó en el suelo en la posición del loto para proseguir con su extenuación mental, cuando sintió esa peculiar conmoción de su aura… Sólo se sentía tan liviano y conmovido por la paz y la luz cuando Buda le hablaba. Hacía tanto tiempo que no lo hacía…

He dado con mi lugar…

Lo sé, Shaka. Mas no es ese el motivo que me lleva hasta ti en esta ocasión.

Sus cabellos dorados revolotearon, jugando con la brisa manada de la energía, y sonrió. La unión con el Iluminado y sus anteriores reencarnaciones le envolvían, acariciando sus temores, llevándoselos a otro plano donde él también era voluble, donde no existía en materia y su alma volaba libre… Pero por alguna razón, en ese preciso instante, una parte de ella deseaba con todas sus fuerzas seguir arraigada a la tierra, al mundo terrenal. Era la primera vez que esa sensación se apoderaba de él.

En tu interior denoto duda, indecisión. ¿Qué te impide llegar a mi, darme tus manos, toda tu atención como hasta ahora siempre has hecho?

Hoy más que nunca tu presencia me alegra y llena. Aquello que dices no existe.

Pero mentía, era consciente de ello.

Quieres volar a mi lado por el plano al que perteneces, pero tus pensamientos se encuentran ahí, con tu cuerpo, sobre esa piedra… Con otra persona.

Supo que llevaba razón. Dolían tanto las contradicciones… ¿No se suponía que era él un elegido, que no debía mostrar debilidad por actos meramente humanos? ¿Qué no debía sentirse… persona?

No has de atormentarte… Luchas contra la autenticidad de tus sentimientos, y sin embargo los reconoces, los aceptas con pureza.

El divino rostro de Virgo se ensombreció. Era la primera vez que podía afirmar que sentía miedo.

Temes al estigma de la soledad, pues ella es una contigo, y aunque se te acompañe en el camino, tú conoces el final que te depara, y nada ni nadie cambiarlo podrá.

Los labios de Shaka se movieron, acompañando a las palabras de su alma.

Me temerán, me adorarán por mi distinción… Esa será la causa de mi…

El miedo al rechazo… Es uno de los más intensos que toda persona experimenta a lo largo de la vida. ¿Cuál es tu miedo? ¿Ser eclipsado por tu papel de Iluminado y ser la mera sombra como hombre de la luz que como guerrero emites?

La voz le rodeaba por todas partes, como si bailara en círculos a su alrededor. Alzó la cara, sintiendo como si miles de suaves pétalos de flores le acariciaran, y le envolviera una cálida atmósfera de tonos naranjas y dorados.

Si sólo pudiera abrir los ojos una vez… Y conocer al dueño de la voz sin rostro que cada noche aliviaba su soledad desde que pisara suelo sagrado…

Ama, Shaka… Tanto yo, como tú y los que te precedieron, incluso los que te sucederán… Somos humanos. Que la vida que ahora gozas no se te escape sin conocer el más poderoso de los sentimientos que una criatura puede experimentar.

Quizás fuesen imaginaciones suyas, pero el guerrero ario en esos momentos juró que denotaba en el ser que sólo a él hablaba un cierto aire de nostalgia.

Ama… Por ti, y por mí… Cuánto me gustaría volver a sentir el amor, sin contemplaciones, sin barreras… En tu mano queda la decisión.

Sin más, se esfumó, volviendo a dejarle huérfano, desamparado frente a si mismo. Ahora sabía la verdadera naturaleza de lo que poblaba en su pecho y en su mente. Sólo un nombre, sólo una voz. Sólo un rostro que en secreto había imaginado una y otra vez: el del hombre al que había decidido revelarle su verdad. Y al que posiblemente perdería tras dicha revelación.

(Salto temporal)

El silencio sólo era roto por los sonidos de los cubiertos que con sutileza rechinaban casualmente contra la fina porcelana de los platos. Sentado en una sencilla pero elegante mesa, Shion, Patriarca de Atenea, compartía una íntima cena con quien fuese su alumno durante largos quince años.

El pontífice estudiaba con precisión el gesto ausente del caballero de Aries mientras éste comía con exquisitos modales sin mediar palabra ni levantar la mirada diez centímetros más allá del lugar donde estaba. Dio un largo sorbo a su copa y con ésta entre las manos, decidió romper el hielo. Hacía mucho que no disfrutaban de la mutua compañía, y probablemente pasaría más hasta que pudieran volver a hacerlo, tiempos inestables se avecinaban, en los que las reuniones fuera del protocolo eran escasas por necesidad.

Hace ya dos años que vistes tu armadura, y sin embargo, no te he preguntado si te resulta apacible tu vida como caballero de Atenea.

Mu, sorprendido, le miró. Admiraba, respetaba y quería a Shion, era más que un maestro para él, prácticamente el padre que nunca había tenido, y aunque disfrutaba segundo a segundo de los pocos momentos que juntos podían compartir… Estaba deseando que llegase al fin el mejor momento del día, aquel en el que sus dotes telequinésicas le llevaban a materializarse a las entradas del templo de Virgo.

No podía sacarse a su custodiador de la cabeza. ¿Sería tal vez el hechizo de saberse por una vez comprendido por alguien que no estaba en un escalafón marcial superior al suyo? ¿O tal vez se había dejado eclipsar por los efectos de lo que creía, al fin, una verdadera amistad?

Sí, eso debía ser… Aún así, más de un pergamino había quedado estropeado al deslizarse la pluma y su tinta por donde no debía gracias a la imaginación de su portador, que se abandonaba a soñar despierto con el hipotético color de esos ojos eternamente cerrados.

- Sí, Patriarca. Cumplo con mis funciones en la dicha de la camaradería.

- ¿Sigue el noble Mu manteniendo la cautela, la serenidad y la entereza que le definen?

- Así es…

Algo incómodo por la mirada sabia que le escrutaba, el joven apuró su copa, temeroso de que la conversación fuera por unos senderos que no deseaba recorrer.

Y sin embargo, tus ojos cuentan la verdad donde tu boca se evade de proseguir. En efecto, me hablan de deber, de compostura y de brillante desempeño en tu puesto… Pero son además ojos de hombre… Enamorado.

Se quedó helado ante esa declaración tan directa. Shion, que tan bien le conocía, el cuál le había visto crecer y formarse como era, lo había percibido donde él mismo había tratado de negarse el que hubiese empezado a sentir algo más que mero aprecio por otro compañero, un hermano de armas...

- ¿Te crees preparado para amar, Mu?

Aries siguió en silencio unos segundos. ¿Era realmente amor lo que sentía? ¿Cuándo había cruzado la frágil frontera que separaba un sentimiento de otro? No podía confesarse, no podía aceptar que era otro hombre el que alentaba sus sueños, el que daba esperanza a su eterno horizonte en el que sólo vislumbraba años y más años sin nadie que caminara a su lado.

Pero… Por mucho que tratara de negarlo, la evidencia hablaba por si sola.

- Sí.

- El amor es el más rudo de los enemigos a los que te enfrentarás. Te dará alas, y te las cortará. Te impedirá ver con claridad aquello que tienes ante ti, te exigirá más de lo que puedes imaginar cuando en tu condición sigas viviendo mientras los que te rodean se marchitan irremediablemente. ¿Aún así estás dispuesto...?

El guerrero de largos y malvas cabellos hizo acopio de levantarse de la mesa. Ya era bien entrada la noche, y los interrogantes no hacían sino incrementarse en su corazón, pero sobre todo en su mente, abierta a la bondad y comprensión de Shion, que leía en él como si fuere un libro abierto.

- Nada debéis temer, Patriarca. – atinó a añadir. – Atenea es y será la única mujer de mi vida.

El máximo exponente de la Orden la Diosa asintió levemente con la cabeza a la par que dibujaba una sonrisa algo consternada.

- Ya… Eso es precisamente… Lo que me temía.

Mu bajó la mirada, algo avergonzado, y se despidió cortésmente. Flotaba en un mar de dudas. Nunca había conocido el amor de nadie, ni nadie había recibido el suyo. Nunca su cuerpo, ni siquiera sus labios, habían probado las mieles de otro. Desde el primer momento que viera a Shaka de Virgo, había quedado prendado de su energía, de su mística presencia, de la sencillez y encanto que los demás parecían no haber visto, ciegos tal vez por la soberbia, el temor o el respeto.

Bajó lentamente las escaleras, mientras Shion le observaba partir. Él, quien le tomara como discípulo, no podía decir que no se alegrara por él. Aunque sospechaba la identidad del otro implicado, no quiso averiguarla. Era el camino que su antiguo alumno debía recorrer. Aunque los primeros instintos paternalistas le impulsaran a advertirle del intenso dolor que podía seguir al dulce enamoramiento, no era quién para cerrar puertas a mundos que él mismo había conocido… Hacía ya mucho, mucho tiempo. Se sintió viejo y solo. Melancólico, tentado de viajar al pasado con el poder de los recuerdos, evocando otros años en los que nada hacía presagiar que su andadura por el mundo sería al final la que el destino le había preparado.

Si sólo pudiera volver a amar una vez antes de la muerte... Eran los pensamientos inconfesables que quedarían, como siempre, escondidos en los más recónditos espacios de su corazón.

(Salto temporal)

Era una de las noches más bellas que había visto desde que estaba en Atenas. El firmamento brillaba con todo su esplendor en un cielo oscuro, la suave brisa añadía frescor a la calidez de la noche… El universo en sí parecía formar un perfecto equilibrio imposible de romper.

- Te esperaba…

Su suave voz le hizo volverse y encontrarle ahí, vestido de rojo, descalzo, con la dorada melena vistiendo los hombros y el rosario abrazando su cuello en tres vueltas. Como cada noche, como en la imagen que de él tenía guardada y que evocaba una y otra vez cuando así necesitaba.

Sonrió, y ascendió hasta quedar a su lado. Tantas hazañas que había hecho, tantos sacrificios… Y algo tan sencillo como dar con las palabras adecuadas le suponía la más difícil de todas las gestas a consumar. Sumido estaba en sus pensamientos, hasta que quedó a su lado.

- La reunión con mi maestro me ha tomado más tiempo del que esperaba.

Shaka asintió, y se tomó en silencio los segundos justos para acabar de decidirse. Sin más, así hizo.

- ¿Confías en mí?

- ¿Por qué no habría de hacerlo? – fue la sorprendida respuesta que obtuvo.

Mu sintió como una corriente recorría su piel al tomar el caballero de Virgo una de sus manos y tirar de él con suavidad.

- Ven… Hay algo que quiero mostrarte.

Así, sin soltar la tibieza de su piel, siguiéndole a su paso, atravesaron la quinta Casa. Ambos corazones latían con fuerza, uno ante lo crucial del momento que a continuación seguiría, el otro por sentirle tan estrechamente, como si las pocas barreras que les separaban hubiesen sido destruidas.

Pararon ante una de las paredes del fondo lateral del templo. Ya acostumbrado a la penumbra, el tibetano distinguió los relieves de piedra, las diversas figuras de loto esculpidas con exquisito gusto, y el enorme tamaño de aquel bloque decorado. Para su estupor, Shaka, sin soltar su mano, deslizó la libre sobre el relieve de piedra, y presionó sobre ésta.

Fue cuando las puertas se abrieron, cegándole por unos instantes una luz potente y blanquecina. Desconcertado, Aries oyó a su espalda como el pórtico volvía a cerrarse, para luego, al apartar el brazo que cubría su rostro, empezar a ver con deleite lo que ante él se mostraba.

Un suave olor a flores invadía el ambiente, el gentil viento arrastraba cientos de pétalos con él, y las estrellas parecían brillar aún con mayor intensidad. El inmenso jardín donde se hallaba se extendía hasta donde la vista alcanzaba, pero lo más curioso no era su belleza, sino el hecho de que desde ahí no podía captar cosmos alguno. Asimismo, había ignorado la existencia de aquel lugar hasta ese momento. Era como si una energía propia manara de la bucólica estampa y neutralizara cualquier aura externa, ocultando tanto su posición como la de los que en su interior se encontraban.

Pero ni las flores, ni las estrellas, ni la conmoción energética causaron tanto revuelo en su corazón como la imagen que ante él se erigía. En medio de dos árboles de igual forma, elevados del resto de la pradera, estaba Shaka, dándole la espalda, sujeto a los delgados troncos con ambas manos. Caminó hacia él, maravillado, y sin poder dar crédito del todo a lo que sucedía.

- Fue por estos Sales por los que decidí entregar mi vida a Atenea…

Quedó a escasos centímetros de él, y frunció levemente el gesto al percibir dolor en su voz.

Virgo respiró hondamente, y sonrió, con toda su fortaleza y toda su alma. Lentamente, se fue girando a la par que… Abría sus ojos por primera vez, sintiendo como le atravesaba una emoción intensa, quizás a camino entre el mezclar sus sensaciones y hacerlas comunes a todo su karma… Y la de ver al fin el rostro de aquel al que había legado su más preciado secreto. La razón de su existencia.

- No sé cuándo, ni cómo, pero será aquí donde encontraré mi muerte. Hay tanto que quisiera decirte, y no sé cómo…

Era ahora la cálida piel de las manos de Mu la que rozaba sus mejillas, sus pómulos… Y sus ojos, de un extraño tono violáceo, los que se clavaban en los suyos, fascinados por el azul más puro que jamás habían contemplado.

- No lo hagas con palabras… - le respondió, uniendo la frente a la suya – Llévame a tu interior, entra tú… En el mío…

No quería bajar los párpados, temeroso de no poder volver a abrirlos, pero hizo lo indicado, y ambos permitieron a la mente del otro fundirse con la propia.

Mu, el que mayores dotes psíquicas entre los caballeros de Oro, se sumergió en el universo que Shaka le ofrecía. Vio trazos de sus anteriores vidas, el fatal destino de la pasada Guerra Santa, su nacimiento, el sufrir ante la verdad del mundo… Oyó las palabras de Siddharta y de los caballeros que habían portado antes que él a la virgen dorada… Se vio a si mismo en los pensamientos del otro… Pero finalmente, vio cuál era su cometido… Vio que aquel jardín de ensueño era la más hermosa de las tumbas.

Correspondió insuflándole sus propios recuerdos… Los parajes de Tibet y Nepal, las caravanas de peregrinos a Lasha… Sus días de preparación, de estudio, de dedicación a la alquimia… Su iniciación, la promesa y evidencia de la longevidad que tendría que soportar…

Ambos cosmos se fusionaron, formando remolinos de hermosos colores que se entremezclaban, jugando con sus cabellos, descendiendo la fuerza de la corriente creada a medida que el final del enlace se consumaba. Poco a poco, sus mentes volvieron al estado neutral, y las miradas volvieron a encontrarse, cautivadas la una por la otra.

Se lo había dejado claro. Shaka acababa de decirle con el lenguaje de su corazón que la misión que en vida tenía… Era morir. Que ese momento llegaría, y que ni siquiera él podría impedirlo. Le advertía que de iniciarse una historia aquella misma noche, el último párrafo ya estaba escrito, y no sería cambiado. Que la soledad de Mu se prolongaría de seguir él con vida tras el punto y final.

Aún así… No le importaba. Nunca había estado tan seguro de algo. Volvió a acariciar la suave piel de su rostro, y dejó que las palabras fluyeran por si solas.

- Te quiero.

Aunque los azulísimos ojos no cesaron de mirarle en ningún momento, mostraron la misma tristeza que se había apoderado del ario. Era el momento que más había temido, y su máxima, su dichosa máxima, volvía a flagelarle.

- No es a mí a quién amas, Mu… Sino al espectro de Buda que te ofrezco.

No podía ser más sincero su mensaje. Aceptado tenía que por su condición captaría la atención, admiración y respeto de los que le rodeaban… Que siempre quedaría detras el fulgor de ser el más cercano a los dioses…

El brillo de las pupilas del carnero le sacó de sus pensamientos. Aunque algo le decía que no era lo correcto, cómo deseó errar… Errar una, y otra vez…

- No es de Buda de quién me he enamorado… Sino de ti.

Lo supieron. El amor que a ambos unía no sería fácil. Siendo uno la mano derecha de Patriarca, y el otro caballero siempre en el punto de mira de los restantes por lo singular de su situación, la relación entre ambos no sería vista de buen grado. Lo ocultarían, con recelo, tras la milenaria piedra que impedía el paso a los jardines secretos del templo de Virgo. Sólo los dos Sales serían testigos de las frases que juntos escribirían en esa, su propia tragicomedia en tierras griegas, y que se prolongaría durante muchos más años de los que nadie hubiese podido imaginar.

Fueron esos mismos Sales los que mudos observaron como sus labios se fundían, buscando con ansia el calor de los otros, por vez primera para ambos.

Que el amanecer no llegara nunca, que el dios Crono mostrase misericordia y detuviese el tiempo, aunque solo fuese aquella noche… Y dejase al fin a los amantes… Encontrar la anhelada paz.