- Capítulo 8 -

Llevaba años observándole, analizándole en silencio, con la astucia y habilidad que sólo un guerrero de su categoría podía reunir.

Conocía su forma de expresarse, la modulación de la voz, los gestos de las manos… Saga de Géminis era capaz de imitar a la perfección en pose y situación a Shion, supliéndole en el trono, vestido con sus ropas, oculto tras el casco que constituía la cortina de humo que él mismo había creado y bajo la que se resguardaba.

Empezaba a saborear las mieles del éxito cuando al fin los caballeros de Oro estuvieron reunidos en la Cámara. Podía ver el nerviosismo en muchos, las dudas en general. No era para menos… Era la primera vez en mucho tiempo que faltaban tantos efectivos a la cita.

- Caballeros, os he convocado con urgencia para haceros llegar los terribles hechos que a lo largo de la pasada noche se han sucedido en este Santuario. Al fin nuestra Diosa Atenea está entre nosotros, nació del firmamento y con la luz de las estrellas ha regresado, pero… No todos la han acogido con los brazos abiertos. Un traidor ha intentado arrebatarle la vida, firmando su sentencia de muerte. No toleraré ninguna falta de respeto hacia la Diosa de ahora en adelante. ¡De nadie, ni siquiera de ti, Aioria de Leo, hermano de aquel que osó tratar de poner fin a los tiempos de paz en esta Comunidad!

Mu, cuyo rostro mostraba una serenidad fría y calculada, observó como los puños del quinto guerrero se cerraban con furia, y su rostro se contraía presa de la rabia y el dolor. Su hermano mayor, el fiel Aiolos de Sagitario, les había traicionado…

- Atenea permanecerá en sus aposentos, actuaré como su portavoz de ahora en adelante. Cuento con todos vosotros para proteger a nuestra señora y velar por un nuevo y glorioso futuro. Podéis retiraros.

Aunque ninguno de los presentes atinó a expresar a viva voz sus pensamientos, muchos no daban crédito a las acciones atribuidas a Aiolos, sólo Shura de Capricornio mostró una enigmática sonrisa, siendo de los primeros en abandonar la sala, mientras que otros se preguntaban el por qué de la no asistencia del caballero de Géminis. Pero de todos ellos, el más seguro en sus convicciones era Mu, el alquimista, aquel cuyo puro corazón decía con total convencimiento que el hombre al que acababa de prestar toda su atención y respeto… No era el mismo al que en su día había jurado fidelidad.

Evitando intercambiar impresiones con los demás, se alejó con rapidez de las inmediaciones de los templos sagrados para materializarse en su Casa, lo cuál acabó de confirmar sus sospechas: de ser cierta la presencia de Palas Atenea entre ellos, la telequinesis para cubrir tan largas distancias sería imposible de emplear.

Con el alma en un puño y la mente trabajando a una velocidad de vértigo, se adentró en el Templo del Carnero. Nadie presente había, pese a ello, tomó una de las antorchas que iluminaban sus dependencias y miró a su alrededor antes de emplear todas sus dotes en levantar una de las losas de mármol que cubrían el suelo de su morada…

Nadie conocía aquel secreto, el más guardado por los guerreros de Aries. Disimulada a la perfección por la compañía de los demás bloques de piedra, se hallaba oculta la entrada a una inmensa galería subterránea. Encajó el pesado bloque de mármol y bajó por las estrechas escalinatas que conducían a las salas del subsuelo del templo del Carnero. Fue alumbrando a su paso, encendiendo las múltiples lámparas de aceite que por doquier aguardaban, hasta que quedó nítido en su aguda vista la magnífica cámara a la que todos los custodios del primer signo del Zodiaco dedicaban gran parte de sus largas vidas.

El deber de Aries no sólo consistía en reparar las armaduras a través de los siglos, sino en perpetuar la historia misma de la Orden de Atenea. Codificado en una lengua que sólo ellos conocían, la de los alquimistas, habían miles y miles de pergaminos y demás documentos que relataban todos y cada uno de los acontecimientos producidos desde los inicios de la Comunidad del Zodíaco, algunos de los cuáles se remontaban hasta cuatro milenios atrás. Él mismo había relatado episodios, y antes que él, Shion. Y el maestro de Shion, y el maestro de su maestro… Así hasta remontarse a las primeras generaciones.

Ahora que sólo él quedaba, si moría se llevaría el secreto a la tumba, y todo el legado histórico, de un valor incalculable, quedaría perdido para siempre. No podía permitirlo.

Tomó la decisión de inmediato, y sin miramientos, comenzó a empacar las herramientas celestes, algunos códices, tablillas con los grabados en la lengua cuneiforme, pequeños envases de cristal con componentes químicos…

La noche cayó sobre Atenas cuando el tibetano guardó sus más preciadas pertenencias, aquellas que debían ser protegidas a toda costa, en el interior de la caja de Pandora junto con la armadura de Aries, la cuál se echó a los hombros. Nadie le vio portarla, ya que con la misma celeridad con la que había llegado a su templo, desapareció del mismo… Para desplazarse inmediatamente al de Virgo.

(Salto temporal)

Dudaba.

Un terrible sentimiento de inestabilidad se había apoderado por completo de su ser desde que la mañana tocó con la luz su pálida piel. La asamblea en la Cámara del Patriarca y la comunicación de las noticias le dejaron en un completo estado de incertidumbre.

Atenea estaba entre ellos, y sin embargo él, el más cercano a los Dioses, nada sentía.

La oscuridad se alojó en su corazón como un peso que le arrastraba hacia el fondo del océano, sensación que no hizo sino incrementarse cuando a sus espaldas oyó el inconfundible sonido de los gráciles pasos del primero de los caballeros de Oro sobre la hierba.

Podía sentir en él la congoja, su eterna serenidad y calma parecían desmoronarse ahora en la intimidad que entre ambos existía.

Tantos momentos compartidos… Tantas inquietudes, deseos, anhelos… Podía afirmar sin pudor alguno que era la única persona que le conocía en todas sus dimensiones. Por eso, antes incluso de que empezara a hablarle, Shaka quedó sumido en la más honda de las tristezas, pues sabía perfectamente lo que él venía a decirle.

- Debes haberlo sentido. – habló Mu al fin. – Prudente será no hacer afirmaciones acerca de la presencia o no de la Diosa en el Santuario, pero… Ese hombre al que llamamos Patriarca no es mi maestro.

Virgo abrió los ojos, dejando la mirada suspendida en el vacío. Estaba apoyado en uno de los Sales. Para cuando Aries volvió a pronunciarse, sus temores se materializaron. Le amaba como persona, le admiraba como guerrero… Y precisamente era la armadura lo que ahora a ambos condicionaba.

Porque no podían olvidar que ante todo… Eran caballeros de Atenea.

- No puedo prestar mis servicios a alguien que claramente ha traicionado a mi mentor y que osa hacerse pasar por él. Voy a marcharme.

Dicho estaba. Como había dado ya por hecho, Mu mostraba la firmeza y convicción de sus sólidas bases morales. Esa, su integridad, fue una de las razones que le llevó a enamorarse de él.

Pero cruel amor… En esta ocasión, las convicciones del carnero no eran motivo de unión aún más sólida entre ambos, puesto que la primera discrepancia que surgía en todo el tiempo que como pareja habían compartido, se había forjado en el único campo en el que éstas estaban completamente vetadas.

- Shaka… Ven conmigo. Huyamos juntos, hasta que los tiempos adecuados para restablecer la paz lleguen por sí solos. Ahora que Shion no est�, sólo yo conozco el camino que conduce a Jamir, nadie podrá dar con nosotros.

No fue una súplica, fueron las palabras más sinceras que hasta la fecha habían brotado de los labios del discípulo del difunto Patriarca.

Roto por un dolor que no debía expresar, el airo se giró con solemnidad, clavando los azules ojos en aquellos que constituían su único refugio de calma y sosiego.

- Sabes tan bien como yo que no puedo abandonar estos Sales… Y que la materia política me es indiferente. Mi lugar está aquí, y si para ello he de servir al Patriarca de Atenea… Que así sea. Espero que respetes mi decisión.

Por vez primera desde que se conocieran, dejó de ser Shaka para ser el caballero de la quinta Casa. Su respuesta, dura, era emitida por el guerrero. A la vez, el espíritu de la persona que quedaba tras el dorado de la armadura lloraba lágrimas de sangre que fueron vistas por el dueño de sus pasiones y aflicciones.

- La respeto, pero no la comparto.

No fue necesario que añadieran más. Ambos supieron que pese al mutuo sentimiento que les unía, la postura que como guerrero cada uno había adoptado era incompatible.

- Márchate, deprisa. No voy a delatarte. Pese a todo… Seguirás inalterable en mi corazón.

Mu le miró en silencio, guardando en su memoria cada milímetro de su piel, cada rasgo de su rostro, cada expresión de la tristeza que le empañaba. Con porte, ambos separados por escasos metros que constituían un abismo insalvable, las estrellas y el paraje de ensueño que les habían visto construir su arriesgado amor fueron testigos de la amarga despedida.

- Y tú en el mío.

- Adiós pues, Mu de Aries.

Amarga… Como la hiel.

- Adiós, Shaka de Virgo.

Le vio marcharse a toda velocidad del Jardín de Sales, portando su armadura, y desapareciendo entre las sombras. El místico e inalcanzable guerrero, aquel que luchaba con las armas del misticismo, volvía a caer en el pozo de su soledad.

Pero había elegido él mismo su camino, y éste le conducía a servir al Patriarca que a cambio de sus servicios no rompiese con el equilibrio de su templo. Ahora más que nunca, la morada de la Virgen dorada y su oculto secreto eran más sagrados que nunca, dado que indirectamente, su guardián había escogido al perder aquello que le daba alas a su humanidad ser más cercano a los Dioses que en todos sus años, y aislarse por completo de cualquier contacto con los que le rodeaban, más allá del necesario.

Se refugiaría en una imagen de altivo e inalcanzable, en la más elaborada de las máscaras, para ocultar su dolor y que nadie fuese capaz de entreverlo.

Otra máscara había creado Mu de la nada, mientras corría rozando la velocidad de la luz hacia las afueras del Santuario protegido bajo la oscuridad de la noche. Nadie se percató de su huída, ni siquiera los guardas, incapaces de detectar tan colosal movimiento. No quiso mirar atrás, obligándose a pensar con frialdad, empleando toda su energía en trazar un plan a marchas forzadas.

Bajo los plateados rayos de la luna, las palabras que Shion una vez le había dedicado cobraron sentido.

Has conocido a un gran guerrero, pese a lo peculiar de su situación. Nunca olvides que sigue siendo un compañero y un aliado indispensable.>>

Su desesperada huída ya no era un partir sin rumbo. Supo perfectamente hacia dónde tenía que ir, y que no estaría solo en su oposición al Santuario.

Abandonaría inmediatamente tierras griegas… Para recalar en Rozan.

(Salto temporal)

A lo largo de los dos siglos que había pasado cumpliendo con los mandados de los que la Diosa le había hecho responsable, nunca se quejó de su condición, todo lo contrario, aceptaba los efectos de su estado con humilde resignación. Pero en esa ocasión maldijo para sus adentros el Misopheta-menos. Asistir impotente como lejano espectador a los terribles sucesos que se estaban desencadenando en Atenas le llenaba el corazón de desdicha.

No sólo lo había leído en los astros, su alma lo sabía. Algo había ocurrido. Como las profecías decían, como Shion le había advertido, pese a negarse él a creerle.

Con todo su esfuerzo, apoyó el peso de su longevo y frágil cuerpo en el bastón que siempre le acompañaba, incorporándose para recibir así al recién llegado. El verle así, visiblemente agotado, apunto de desplomarse sobre la caja de Pandora de la Armadura de Aries, le conmovió hasta extremos insospechados.

- Has hecho bien en acudir a mí, Mu…

- No podía aliarme con un traidor, Roshi… Él… Shion ya no… - contestó, con dificultad debido al agotamiento físico y emocional.

Dohko miró a los ojos de su compañero de armas. El especial vínculo que entre ambos había nacido años antes se vería reforzado, tal y como el maestro del tibetano había querido en vida. Ya hablarían de estrategias marciales, de alianzas… Lo que el joven Aries necesitaba ahora era un consuelo que sólo él podía otorgarle.

- Lo sé, hijo mío… Lo sé. – dijo, con profunda tristeza. – Tu viaje ha sido largo, descansa ahora. Ya tendrás tiempo mañana de relatarme todo cuando ha acontecido.

Asintió a modo de respuesta. Llevaba días sin dormir, tratando de cubrir las distancias en el menor tiempo posible. Agradeció la hospitalidad del viejo maestro y descendió por las angostas rocas para llegar a la modesta cabaña donde vivían aquellos que eran asignados como alumnos del caballero de Libra. En aquellos momentos, dado que el armero no tenía a nadie bajo su custodia, se encontraba vacía.

Dejó en la misma sus pertenencias, llevándose sólo consigo una larga y blanca túnica. Bajó hasta quedar a los pies de la hermosa e imponente cascada que manaba entre los Picos de los Cinco Ancianos, justo donde ésta se estrellaba contra una gran superficie de piedra. Se desvistió, dejando que el agua helada se llevase por fin el cansancio y la fatiga de su escultural cuerpo.

Fue allí, en medio de la neblina y bajo el ensordecedor sonido de la milenaria caída acuífera, cuando Mu de Aries supo lo que era llorar dejándose en ello el alma.

No podía oírle, pero Dohko pudo sentir como su acompañante se rompía en mil pedazos gracias a lo agudo de su cosmos. Cada lágrima que se fundía con las aguas del Yantsé era una puñalada más que acentuaba el dolor de su corazón, pese a no ser capaz de comprender el verdadero significado de las mismas.

Lágrimas por Atenea… Por su moral minada… Por su maestro…

Por su amor perdido…

Pero el alquimista recogería los fragmentos de cristal para forjarlos y reconstruirse a si mismo, más sólido que nunca. Con el sol llegaría el inicio de una nueva etapa. Sería la mano derecha del caballero de Libra, y juntos aguardarían, bajo el título de desertores que el Santuario les pondría, a que el momento de la verdad llegase.

Puesto que la verdadera batalla… No había hecho más que comenzar.