Con la rodilla y mirada clavadas en el suelo, Milo de Escorpio aguardaba no sin expectación e impaciencia a que el otro convocado se presentase ante el Patriarca. Hacía más de una década que nadie contemplaba el rostro del divino Shaka de Virgo, lo cuál había suscitado diversos rumores. Lo cierto es que lo que fuese de su compañero poco le importaba, acataría su cometido con la milimétrica y sanguinaria precisión de su aguijón escarlata, sin mostrar la más mínima duda.

El sonido conciso y decidido de unos pasos acercándose rompió el silencio sepulcral de la cámara. Al espartano le bastó con desviar ligeramente la cabeza hacia la derecha para contemplar el perfil del guardián de la sexta Casa. Tan impoluto como le recordaba, envuelto en su aura de magnificencia, distante, inalcanzable. Con los efectos del paso de los años regalando madurez a su soberbia belleza.

Shaka, caballero de Virgo, se presenta ante vos Patriarca.

El ario había abandonado su templo y la custodia secreta del Jardín de Sales por primera vez desde la deserción del lemuriano. Desde lo alto de su posición, aquel hombre que encarnaba el poder en el Santuario se había encargado de propagar toda clase de comentarios y alegorías sobre los dos traidores que deshonraban con su ausencia a la Diosa. Pese a que muchos se preguntaban por qué el noble Shion renegaba de aquellos que tan importantes fueron en su reinado durante larga etapa, a la par que se empeñaba en ocultar su rostro, su palabra era una máxima a la que nadie estaba dispuesto contradecir.

Os he convocado para haceros cargo de sendas misiones. – comenzó a decir con perfecta dicción, idéntica a la de aquel a quién suplía – Por doquier surgen oleadas de rebeldes que amenazan con romper la estabilidad de esta caballería, el orden se ha de imponer como algo sagrado.

Saga contemplaba con inquietud como su plan maestro requería manejar cada vez más hilos. No podía permitir que éstos acabaran tejiéndose en una espesa telaraña, la cuál a la larga podría suponer para su propio creador el peligro de quedar atrapada por la misma.

Milo de Escorpio, tú acudirás a la Isla de Andrómeda. Quiero que elimines de una vez a Albiore. La actitud y enseñanzas que prodiga son un insulto para nuestra Diosa. Que no quede rastro alguno de tu presencia en la lejana Etiopía.

Sí, mi señor.

Los ojos opacos y oscuros de la máscara fueron a parar hasta el portador de la Virgen: el más poderoso de todos ellos, aquel al que con más tacto debía tratar. Sabía que hasta la fecha había actuado bien: dejando en total libertad al hindú se había ganado su fiel obediencia.

Shaka de Virgo, tu destino será la Isla de la Muerte. Me han llegado noticias acerca de la caída de Guilty, así como de la ascensión al poder de una redada de renegados. Castiga a ese ejército impuro y elimina a su líder, que nadie quede sin pagar por tal insolencia.

Asintió, y abandonó sin más la sala en completo mutismo, tal y como había entrado. Dejaría atrás Atenas durante un breve paréntesis de tiempo, el necesario para erradicar aquella maldad de la que le habían hecho cargo, y…

Para que su rencuentro con Kongorikishi se produjera.

(salto temporal)

Bostezó, presa del aburrimiento.

Llevaba un buen rato sentado leyendo aquellos enormes libros de historia, física y matemáticas, con la mente volando más bien por mundos lejanos a las ecuaciones y parentescos entre dioses que su maestro había tratado de explicarle mil y una veces.

No es que no fuese inteligente, todo lo contrario. Pero las largas ausencias de Mu, las cuáles últimamente eran frecuentes, invitaban a escaparse de vez en cuando del estudio y dar rienda suelta a la imaginación en aquella torre ahora sólo ocupada por él.

Se asomó a un ventanal para comprobar que el exterior seguía como siempre: desolado, sin nadie más a varios kilómetros a la redonda. El sol brillaba con ímpetu, llenándole de energía y renovando sus fuerzas. Pese a no contar con ningún compañero de juegos, sabía bien como entretenerse. Tras abandonar su habitación, había comenzado a subir las escalinatas de caracol que llevaban a lo alto de la torre de Jamir cuando los dorados brillos de la armadura de Aries llamaron su atención.

La observó desde el marco de la puerta. Juntos la habían reparado y tratado en multitud de ocasiones. Al convertirse en el ayudante oficial del único alquimista existente, conocía pese a su corta edad todos los entresijos de las complicadas tareas de restauración, los usos de las herramientas celestes, incluso los síntomas mostrados por el metal para la correcta subsanación de daños.

Pero más que la armadura, eran los recipientes de vivos colores que aguardaban sobre las encimeras el regreso de Aries lo que le atraía como la luz a una polilla. Su maestro le había dicho explícitamente antes de partir hacía cuatro días que bajo ningún concepto entrase en aquella dependencia. Pero le había visto trabajar con tanto ahínco noche tras noche en aquel lugar…

Con todo lo que he estudiado de química, seguro que puedo acabar estas pociones. ¡Así el señor Mu las encontrará terminadas cuando haya regresado!

Una deslumbrante sonrisa se dibujó en la cara del aprendiz mientras iba colocando las probetas y demás enseres sobre la mesa de trabajo.

La misma torre en la que se encontraba al fin era visible en el horizonte tras una dura travesía de vuelta.

El primero de los caballeros de Oro detuvo su andar para tomarse un descanso. Llevaba meses inmerso en la mejora del polvo de estrellas, y para ello necesitaba proveerse periódicamente de ciertos elementos minerales que sólo se encontraban en lugares poco accesibles, cercanos a la frontera con la India. No le gustaba dejar solo a su alumno, pero confiaba en que así éste ganaría en madurez, además de aclimatarse al solitario destino que aguardaba a todos los guerreros de la Casa con la que daba inicio el zodiaco.

Gracias a aquel niño, tan brillante como vivaz, los años habían sido más llevaderos, puesto que al estar dedicado por completo a su formación y la investigación, el tiempo transcurría con una velocidad rabiosa.

Le había hablado de muchos aspectos de la vida de caballero, pero no había creído conveniente hacerle conocedor de su verdadera situación: el que en realidad, lo que estaban haciendo, era esperar. En el momento menos pensado, la señal del armero llegaría, y su intuición le decía que ese día estaba cercano.

Dio por concluida la breve pausa, pero tras apenas haber dado unos pasos, una fuerte explosión que retumbó por todo el valle le hizo sobresaltarse como nunca había hecho. Observó con espanto la columna de espeso humo que brotaba de la magistral torre, hogar desde hacía milenios de los de su estirpe.

A toda velocidad alcanzó la morada, dirigiéndose de inmediato al lugar donde supuso que se encontraba su joven pupilo. No se equivocó. El espectáculo merecía cualquier calificativo menos el de alentador: escombros por todos lados, estanterías caídas, un fuerte olor a sustancias químicas mezcladas en errónea combinación… Por fortuna, no se había iniciado un incendio y la armadura del Carnero había resultado ilesa.

¡Kiki¿Puedes oírme? – exclamó, alarmado, mientras rebuscaba entre el desastre formado.

Le oyó toser no demasiado lejos, a lo que respondió apartando la pila de libros y piedras sueltas que le sepultaban. Le ayudó a salir, para analizar aún con el susto en el cuerpo su estado. Su discípulo había tenido suerte, salvo algunas contusiones y los pulmones irritados por la inhalación de los vapores tóxicos, no había sufrido daño alguno.

La preocupación inicial dio paso al enfado, tras comprobar como todo el trabajo que había realizado a lo largo de aquel año había quedado reducido a la nada por una desobediencia.

¡Creo recordar haberte dicho con claridad que no entrases en esta habitación bajo ningún concepto!

Era una persona serena y paciente, pero aquello había sido la gota que colmaba el vaso. Le reprendió sin miramientos con tono de voz y gesto duro.

Estoy cansado de tus travesuras. Ya tienes ocho años¿cómo voy a tenerte como alumno si ni siquiera puedo confiar en ti? Ve a tu habitación y sigue con las lecciones, estoy seguro de que no has terminado de estudiarlas.

El niño bajó la mirada, visiblemente avergonzado, y obedeció sin más. Tras quedar a solas en medio de aquel desastre, empezó a recogerlo todo aún bajo los efectos del monumental disgusto que le invadía. Pero a medida que avanzaban los minutos, la calma que le definía regresó para hacerle sopesar la situación.

Ya el mal está hecho, no servirá de nada lamentarse o sucumbir a la furia… Además, no estaba obteniendo los resultados esperados, ahora tengo la oportunidad de iniciar desde cero todos los procesos en el orden correcto.

Tras haberse dicho esas palabras a si mismo, se despojó de la gruesa capa que le había protegido del frío en la travesía, y tras dejar los elementos recolectados en sus aposentos, se dirigió a la habitación contigua, aquella donde su joven protegido se esforzaba por centrarse en un mar de palabras que de seguro ahora poco sentido tendrían para él.

Se sentó a su lado en la cama, observando como gruesas lágrimas regaban el dulce rostro del chico, estrellándose a continuación contra la delicada superficie de papel y tinta.

Suspiró, tratando de ponerse su piel, sabedor de que para él no sólo era su maestro, sino la única persona a la que tenía en el mundo.

Kiki… Sé que estás pasando por un momento difícil. La preparación no es sencilla, pero algún día tú serás mi sucesor y vestirás la armadura de Aries, con todas las responsabilidades que ello implica. Has de estar capacitado para afrontar duras pruebas, y el saber estar es una de ellas.

Le miró a los ojos.

Lo que has hecho hoy no ha estado bien. Confié en ti y me marché, esperando encontrarlo todo tal y como lo dejé. Pero no ha sido así, y ahora tendrás que aceptar las consecuencias.

Esbozó una suave sonrisa, secándole las lágrimas con la mano.

No saques conclusiones erróneas. El que sea estricto contigo… No quiere decir que no te quiera.

Los grandes e inocentes ojos del niño volvieron a llenarse de miles de destellos, semejantes a los del hielo reflectando haces de luz.

Yo sólo quería ayudar, señor Mu…

Lo sé. Eres audaz y descaradamente avispado, pero no hay espacio en tu interior para la maldad. Que no se vuelva a repetir.

Kiki asintió, terminando de secarse el rostro con ímpetu. Mientras le contemplaba, en su interior algo le dijo que aquel momento era el adecuado para adentrar a su pupilo un paso más en su carrera como siguiente eslabón en la cadena de la primera Casa. Quería que el mundo entero supiera que aquel niño pronto sería un prodigioso joven, lleno de valor, talento e incalculable poder.

Quería que el mismísimo Kiki se sintiera, más que nunca, como lo que era. El siguiente alquimista, la esperanza de todo un linaje, el de los lemurianos, los supervivientes de Atlántida que seguían perpetuando su historia en el mundo vinculados a Atenea. Y aún sabiendo de antemano que estaba rompiendo en parte la tradición, se levantó, y comenzó a avanzar con paso seguro hacia la planta baja de la torre.

Ven.

El aprendiz siguió a su maestro, y obedeció sin más debido en parte al no querer darle más sobresaltos por una buena temporada, pero sustancialmente por la fascinación que éste le producía. Nunca se lo había dicho abiertamente, pero odiaba las ausencias del tibetano.

¿Sabrías explicarme su significado? – le preguntó Mu tras haberle hecho sentar en el suelo y traído consigo varios útiles, a la par que señalaba la parte superior de su rostro, adornado con las dos variantes de bindi.

Pues… Indican que el que las lleva… Es un guerrero de Aries. – afirmó, no sin cierta duda.

El grabado en la piel era parte del ritual de iniciación. Debido a que el entrenamiento no había llegado a su fin y en especial a su corta edad, la ingesta de la Piedra filosofal no sería posible, o le condenaría a una larga vida dentro de un cuerpo que ni siquiera había alcanzado la adolescencia pese a su sano desarrollo. Pero ello no resultaba impedimento para lo que a continuación sucedería.

Y como futuro defensor de nuestra Casa, como mi heredero… Tú también las portarás con orgullo.

Conmovido, fascinado, y en silencio, de los jóvenes labios no brotó ni una sola queja ante el dolor cuando su mentor eliminó ambas cejas con precisión y grabó las consabidas señales en su piel, las cuáles eran de un tamaño algo superior al habitual para que estuvieran en consonancia con su rostro cuando alcanzara la edad adulta.

Mu tomó entre sus manos el recipiente que contenía las últimas reservas de Polvo de estrellas, y una vez éste diluido, mojó su pulgar, pasando el celestial líquido por ambas marcas y los arcos superiores de los ojos, asegurando que así permanecerían inalterables por los siglos de los siglos.

Cuando hayas cumplido 18 años, el ritual será completado. Hasta ese entonces, entrégate a tu formación, y algún día serás tú quien transmitirá el legado durante una generación más.

Había criado a aquel niño, por lo que no sólo le había visto crecer como aprendiz en sus habilidades y destrezas, también en todo lo concerniente a lo personal. Gran parte de la comunicación que entre ellos se establecía era visual, un intercambio de sensaciones e imágenes transmitidas a la mente y corazón gracias al poder de sus cosmos. Por ello, y por conocerle como a la palma de su mano, sonrió, sabedor de lo que estaba tramando.

Vamos, ve a mirarte al espejo…

La sonrisa obtenida como respuesta pareció iluminar con luz propia de las estrellas aquella modesta sala. Le dejó partir corriendo en búsqueda del requerido objeto, para quedarse a solas unos instantes.

Mientras recogía los utensilios, se preguntó si Shion había tenido tantas dudas, tantos pesares y a la vez tantas satisfacciones al ejercer de maestro, o simplemente si el disfrutar de la evolución del pupilo había supuesto el único apoyo personal para afrontar tiempos oscuros, como era su caso. En silencio, como tantas veces, se permitió el lujo de echarle de menos. Pero solo unos segundos, los suficientes para volver a ser mentor del que el Patriarca, dondequiera que estuviese, pudiera sentirse orgulloso.

(salto temporal)

En aquel remoto lugar perdido en medio de la nada, los que sufrían la condena de quedar atrapados en sus redes iban olvidando paulatinamente todo lo referente al mundo exterior.

Para los desdichados que acababan en la Isla de la Muerte, cielo y el mar no eran azules, la brisa no era fresca, ni siquiera las estrellas brillaban durante las noches. Todo estaba inundado de un calor sofocante, el olor ocre proveniente de los volcanes todo lo inundaba, y los parajes eran tan áridos y desolados como las esperanzas de sus habitantes.

En un saliente que daba a parar a un peligroso acantilado, un joven de profunda mirada rezaba a pies de la modesta cruz que con sus propias manos había construido. El último remanso de paz que le quedaba había desaparecido a manos de su maestro, dándole a cambio aquello gracias a lo cuál se había apoderado de la más poderosa de las armaduras existentes.

Odia, Ikki.

Odia a tus padres por dejarte huérfano.

Odia a tu hermano por haberte ofrecido en su lugar a venir aquí.

Odia a los restantes caballeros de Bronce, porque llevan tu misma sangre.

Mientras siga viviendo, Esmeralda, no te olvidaré. Ojalá pudiera haberte sacado de este Infierno.

Tantas lágrimas habían sido vertidas en aquel enclave que el ave Fénix se veía incapaz de volver a llorar. No había cabida ya en su pecho para algo más que no fuese el deseo de eliminar todo aquello cuanto le recordase a la aberración en que se había convertido.

Ello llevaba a la supresión de sus hermanastros… Y a la suya propia. Pero antes, debía trazar con frialdad los pasos a seguir. Con medida indiferencia, bajo la máscara que se había forjado en el momento mismo en que sucumbió al más visceral de los odios y acabó con quien fuese, a la par, su mentor y asesino.

Con aquella sangrienta victoria, el noble Ikki había muerto, dando paso al vigoroso espejismo que quemaba todo a su paso con el ardor de su fuego interno.

Harto ya de las amenazas de todos aquéllos que tras fracasar en su andadura como aspirantes a caballero habían optado por enrolarse en filas tan oscuras como su futuro, el jefe de todos ellos, Jango, había sido el último en padecer los efectos de su ataque más devastador.

Ataviado con la inmortal armadura, aquella que renacía de sus cenizas con mayor esplendor si cabía, se dijo que nada ni nadie podría hacerle frente en la consecución de sus propósitos.

Nadie… O eso creía. Un cosmos sobrecogedor surgió repentinamente, haciéndole buscar el epicentro del que manaba con inocultable asombro.

¿De dónde proviene semejante energía¿Quién posee un cosmos tan colosal?

El dueño del mismo finalmente hizo aparición. Llevaba largo rato analizándole desde las sombras, observando el ímpetu del guerrero milenario que dormía en el cuerpo de aquel joven.

Tal y como dispuse aquella ocasión, nada recuerdas de nuestro encuentro.

El Rey Mono también se creyó invencible, mas sólo bailaba sin descanso sobre la palma de Buda, dándose cuenta demasiado tarde, para su infortunio.

¿Cómo osas compararme con un mono? – bramó, furioso.

Mi nombre es Shaka, y me he visto en la obligación de abandonar mi Santuario para erradicar la maldad que puebla esta isla, aunque… Veo que he llegado demasiado tarde, ya que te me has adelantado encargándote del líder de los caballeros negros.

El japonés observó con asombro al recién llegado. Su divina presencia y la serenidad que manaba del espigado caballero le aturdieron, pero se esforzó por no dejarse impresionar, bajo ningún precio.

¡Y también me encargaré de ti, para que no vuelvas a insultarme ante mis narices!

Explotó su cosmoenergía, lanzándole un fenomenal ataque ofensivo, el cuál pareció no causar efecto alguno en el misterioso guerrero portador de armadura dorada. Atónito, observó como las plumas del Fénix se disolvían sin esfuerzo alguno por parte de su adversario.

¿Cómo es posible?

Recuerda que por mucho poder que poseas, siempre habrá alguien por encima de ti, caballero.

Los cánticos en sánscrito inundaron los oídos de Ikki, el cuál no pudo hacer nada ante la luz cegadora que le envolvió, sintiendo como la totalidad de su cuerpo sucumbía ante el más intenso de los dolores jamás padecido. Levantó con dificultad el rostro del suelo, lo suficiente para poder contemplar nuevamente el del otro, inmaculado con sus párpados cerrados…

Ya que has acabado con el líder¿también lo harás conmigo? – preguntó, con voz leve por los efectos del impacto, pero sin menor asomo de temor en ella.

El caballero de la Virgen le dio la espalda, dispuesto a marchase. Confiaba en sus visiones, en la fina percepción de la que había hecho gala a lo largo de toda su existencia. Sabía que el papel de aquel joven guerrero no había acabado, ni mucho menos, y que ambos como servidores de Buda caminarían en paralelo a lo largo de un trecho de sus respectivos caminos.

No puedo arrebatar la vida a alguien cuyos ojos no muestran maldad… La pureza de tu ser duerme en lo profundo de tu corazón.

Concentró parte de su poder mental, empleándolo en bloquear la memoria del valeroso guerrero.

Nada recordarás de este día, al menos hasta la próxima vez que nos veamos…

Fue así como Shaka se alejó por segunda vez de Ikki, el cuál despertó de un molesto trance segundos después. Se encontró solo entre la negritud de las rocas y los destellos rojizos que, sumados a los del anochecer, transformaban el cielo en una bola incendiaria. Aunque no había nadie a su alrededor, se sintió abandonado por una dulce energía que momentos antes le había abrazado.

Quizás en sueños, quizás en pesadillas. Pero por mucho que tratase de olvidarla haciéndole caso omiso… La misma quedó ahí, latente en su interior, recordándole que pese a todo el sufrimiento y los reveses que la vida le había dado…

En el fondo seguía siendo el de siempre.