NOTA: No entiendo bien por qué, pero el editor de textos de esta web me da muchos problemas. Como viene siendo habitual, no me permite poner los guiones al inicio de cada frase de diálogo, lo cuál me disgusta bastante. Lo siento, en cualquier caso, recomiendo que si quieréis seguir este fic como es debido, lo leáis en mi web. Seguiré subiéndolo aquí, pero con sus consabidos errores >


"Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres, es la conquista de uno mismo."

Buda.

Un mismo mar bañaba todas y cada una de las costas a lo largo del planeta. Un mismo aire era respirado por millones de personas. Un sólo sol entregaba luz a dichos seres. La naturaleza, en su sabia y perfecta ecuación, conformaba un paraíso que en teoría a todos llegaba en justa medida.

Pero el mar no era el mismo en Atenas, ni tampoco el sol, el cuál brillaba con ímpetu sobre su piel nacarada, ni el aire salado proveniente del Egeo, llenando sus pulmones.

Todas esas sensaciones hicieron que el caballero de Aries se estremeciera por un cúmulo de recuerdos potenciados por las mismas. Al fin quedaban visibles las puertas al Santuario, recinto sagrado vetado a los que no estaban al servicio de la Orden de Atenea, lugar en que se desataría la batalla más colosal jamás vista en milenios.

Dos guardas que vigilaban la entrada recalaron en su presencia, y alarmados al contemplar su dorada armadura, hicieron ademán de salir a buscar refuerzos al grito de la llegada del "desertor".

Por características intrínsecas del zodíaco, el carnero era un ser pacífico y apacible… Hasta que llegaba el momento de atacar, y sus embestidas resultaban terribles.

Kiki, pase lo que pase, no te separes de mí. – dijo a su alumno, sin dejar de sostener la aterrada mirada de ambos jóvenes, conscientes de que nada podrían hacer ante un caballero de Oro, por muy traidor que éste fuera.

Las pupilas de Mu quedaron reducidas al mínimo cuando haciendo gala de sus dotes psicoquinésicas les dejó inmóviles en plena carrera. Avanzó hasta ellos, seguido por su alumno, el cuál no pronunció ni una palabra, empleando todos sus sentidos en no sucumbir al asombro y permanecer pegado a la hermosa capa que coronaba a la primera de las doce armaduras de mayor rango.

No será necesario que deis la alarma, pronto todo este Santuario sabrá que Mu de Aries ha vuelto a recuperar su honor.

Y pasando entre los guardas, asestó sendos golpes a la velocidad de la luz, quedando éstos inconscientes. No podía permitirse el lujo de tener a todas las bajas tropas del Patriarca asediando la primera Casa.

Ambos lemurianos ascendieron por las ancestrales escalinatas que conducían al Templo del Carnero. En dicho camino, encendió su cosmos, alertando a sus once iguales de su presencia, de su regreso… Atenea y los jóvenes caballeros de Bronce que la custodiaban pronto llegarían, y deber sería llevarla hasta la Cámara del Patriarca, en donde debían reclamar su soberanía… Pero no resultaría tan sencillo desenmascarar tantos años de oscuro poder y mentira. Igualmente, la posibilidad de serles permitido el paso por las Casas sin ninguna objeción se le antojaba imposible. Fuese como fuese, con orgullo elevó el mentón para mirar con deleite los emblemas de Aries tallados en el frontón del pórtico central.

Fui nombrado caballero de Oro hace ya quince años. – relató a su discípulo – Pero una terrible tragedia me obligó a exiliarme, quedando manchado mi nombre por una supuesta traición que nunca en vida he cometido. No es momento ahora de relatarte todo en detalle, sólo te diré que nuestra Diosa ha regresado para traer tiempos de paz, y esa victoria no será sencilla, de su parte sólo unos pocos estamos. Lo que vas a presenciar será parte misma de la historia de esta Orden. Observa, analiza y aprende de ello.

El niño asintió, mientras sentía con su potente percepción las energías cósmicas que poblaban el lugar. Un siniestro silencio invadía el Santuario, podía olerse la tensión y el peligro, pero en lugar de sentir temor, lo afrontaba con gallardía. Ver a su mentor con tanta seguridad le llenaba de agallas y admiración. Le seguiría hasta el fin del mundo si necesario era.

¿Ésta es nuestra Casa, señor Mu, de la que tanto me ha hablado? Será mejor entonces que guardemos las herramientas en su interior.

Le pareció bien dicha proposición, y mientras se adentraban en la penumbra de la roca, apuró sus sentidos para distinguir a todos y cada uno de los presentes en el recinto, desde los aprendices a los caballeros de Plata, pasando por todos y cada uno de los dorados. Y allí, entre ellos… Se encontraba el guardián del Templo de la Virgen.

No quería sucumbir a lo que su corazón dictase, puesto que el deber le llamaba, formado había sido para cumplirlo fuese cuál fuese la pena sufrida. Ahora lo primordial era la señora de la Justicia, y liderar aquel inminente enfrentamiento que en breve se desencadenaría. Una a una, las herramientas celestes, reliquias de tiempos en los que la hija de Zeus aliada con Atlántida estaba, fueron depositadas en el Templo tras tantos años de ausencia, y el ambiente del mismo pareció llenarse de júbilo y sobrio magnetismo. Pero una súbita conmoción hizo que aprendiz y maestro quedaran alertados de inmediato.

Es… El cosmos de Atenea… - murmuró el primero, buscando con espanto en la mirada la confirmación del segundo - ¿Qué le ha pasado? Siento dolor y muerte.

Mu se incorporó con lentitud. Lo había captado con total nitidez, no era necesario poder verlo con sus propios ojos, en su mente clara una estampa había quedado grabada, y su alma confirmaba que la visión era real: en la misma explanada que momentos antes ellos mismos atravesaran, tendido estaba el cuerpo de la reencarnación de la Diosa, con una flecha de oro clavada en el pecho.

Aunque su rostro no reflejó la preocupación, sopesó la situación con velocidad, cambiando de inmediato la estrategia a seguir. Sólo un reflejo de luz del escudo de Atenea podría retirar aquella flecha, y el fuego sagrado, ya prendido, marcaría el lento agonizar del tiempo restante para la inevitable muerte del cuerpo humano que daba cabida al ente inmortal de la Olímpica.

No te muestres a ojos de los demás, Kiki… La hora de la verdad ha llegado, he de someter a una última prueba a esos jóvenes en cuyas manos queda toda nuestra esperanza…

Con paso ceremonioso, salió al exterior, topándose con los cuatro valerosos caballeros de Bronce. En sus miradas, incluso en la apagada del Dragón, podía leerse la desesperación y la entrega; en sus espíritus la convicción absoluta de aquél que no posee duda alguna para con una causa.

Esperaba vuestra llegada… - proclamó. – La vida de Atenea pende de un hilo, y si vuestra intención es salvarla, habréis de atravesar las Casas del zodíaco en menos de doce horas… Y por tanto, derrotar a quienes las custodian.

Incrédulos, los cuatro hermanastros no ponían creer que el mismo Mu que les evitara la muerte en el monte Fuji ahora se mostrase como el primero de los enemigos a batir.

¡Mu de Jamir¿Por qué nos impides el paso¿No estabas de nuestro lado? – bramó furioso el Pegaso, hasta que la voz más sosegada de todos ellos le impidió seguir haciéndolo.

Yo me encargaré de él, Seiya. Me has decepcionado Mu, confiaba plenamente en ti.

Shiryu admiraba al caballero de Aries profundamente, los múltiples encuentros entre ambos producidos habían dejado huella en él, haciendo aún más intenso el apego la inminente alianza que mantenía con su maestro. Por todas dichas razones le dolía ahora encontrarse con semejante obstáculo, pero no había tiempo que perder. Había jurado proteger a Atenea y así haría, costase lo que costase. Dejándose guiar por su instinto, se lanzó tras veloz carrera sobre el tibetano, pero ni el más preciso de sus ataques valió de nada, pues fue neutralizado con un simple alzamiento mental.

Sumido en el dolor de saberse empotrado contra la roca, el Dragón fue consciente de que nada podrían hacer contra aquel poderosísimo ser… Y sin embargo, en lo más recóndito de su interior, seguía creyendo en él.

No estaba mal encaminado. Incapaz de permanecer oculto por más tiempo, el pequeño aprendiz del carnero se materializó ante los recién llegados. Podía leer en el cosmos de su mentor su real intención, y dado que éste no era demasiado elocuente, actuó con natural desparpajo haciendo de intermediario.

No debéis temer nada, el señor Mu no quiere enfrentarse a vosotros…

Kiki está en lo cierto… Claro ha quedado que vuestra devoción es pura y sincera, pero ni toda la voluntad del universo os bastará para alzaros con la victoria. Vuestras armaduras acusan los graves daños sufridos a lo largo de los enfrentamientos en los que os habéis visto envueltos. Observad…

Con un mero toque de uno de sus dedos, el escudo del Dragón, aquél del que se decía era el más sólido y resistente de todos, se desquebrajó, para consternación general.

La batalla en la que os vais a encauzar no puede compararse a lo que hasta ahora habéis vivido. Os enfrentaréis a los caballeros de Oro, los más poderosos guerreros que podáis imaginar. Acudir a esta guerra con vuestras armaduras en este estado es como hacerlo sin protección. Dejadme pues, restaurarlas, mas he de advertiros: como mínimo me llevará una hora hacerlo.

La ansiedad fue la primera en mostrarse en los guerreros de Bronce tras la propuesta, pero tras razonarlo unos segundos, aceptaron. Bajo la atenta mirada del futuro alquimista, Aries reparó con devoción e inusitada velocidad las grietas del metal, entregándole nueva vida. Cada minuto invertido era un paso más hacia la total oscuridad, y por ello al ver como la primera llama sagrada se consumía en lo alto del reloj, los dueños de las convalecientes armaduras no pudieron aguardar en silencio por más.

Mu, lamento tener que interrumpirte, pero el tiempo apremia… - con respeto inquirió Seiya.

Ya he terminado… Vestid ahora vuestros emblemas, caballeros de Atenea.

Fascinados por el vibrar sobre sus cuerpos de Andrómeda, Cygnus, Draco y Pegaso, los jóvenes dispuestos estaban ya a dirigirse contra lo desconocido, el mayor de los sacrificios que durante sus cortas vidas habían hecho.

¿Lo veis? El señor Mu sólo os quería ayudar. – agregó felizmente Kiki.

Si bien hubiese deseado custodiar personalmente a Atenea hasta la cámara del Patriarca, deberéis partir solos. – prosiguió el tibetano. – Nosotros nos encargaremos de velar a la Diosa, no debéis preocuparos por ella, centraros en atravesar cada uno de los restantes Templos.

Suspiró, y por unos segundos se sintió como si estuviese tomando a aquellos chicos ya no como entregados compañeros, sino como abanderados, protegidos. Era su deber mostrarles el camino hacia el mayor descubrimiento que todo caballero debía hacer y convertirse, por tanto, en algo semejante a un segundo maestro para los cuatro.

Aunque vuestras armaduras sean de inferior rango, y pese a la ventaja que en experiencia y poder posean ellos sobre vosotros, no dejéis que vuestro ánimo aminore. La valía de un guerrero efectivamente de la habilidad y fortaleza física dependen, pero el verdadero poder de un caballero se encuentra en su corazón, en la justicia y… En su cosmos.

Cerró los ojos, incrementando la energía, logrando que brotase todo un universo. Sin abandonar el estado de concentración, continuó con sus palabras.

Lo que hace de un caballero de Oro un ser de su condición, es el alcance y dominio del séptimo sentido. El cosmos habita en vuestro interior, de vosotros depende el encontrarlo y saber explotarlo. No es algo que se pueda aprender, deberéis emplearlo para ejercer la justicia como guerreros que sois. Marchad ahora, deprisa, pero no olvidéis cuanto os he dicho, y sobre todo… No infravaloréis al adversario.

Raudos como el viento, los hermanastros atravesaron el templo de Aries, iniciando así su desesperada carrera. Kiki observó con algo de temor el gesto sumamente preocupado de su maestro, el cuál seguía con la mirada perdida en el horizonte.

Mucha sangre sería derramada, demasiadas pérdidas temía, pero sobre todo, se preguntó si el destino traería estabilidad y serenidad al fin, o volvería a condenarle bajo su yugo a más dolor y frustración. Dependía ahora de su fe y de aquellos que se entregaban a la batalla. No estaban solos: oculto entre las sombras, había captado el aura en el Santuario de otro caballero de Bronce, el poseedor de la única armadura cuyo don consistía en la auto regeneración.

Creía fervientemente en Atenea y los muchachos, no sólo por lo ya demostrado, sino porque, aunque a nadie se lo hubiese dicho, en Andrómeda pero especialmente en su hermano el Fénix… Había sentido trazas del cosmos de Shaka.

Y convencido estaba… De que ello no era fruto del azar.


La quietud inundaba cada rincón del templo de la Virgen, puesto que nadie se atrevía a poner siquiera un pie en él, convirtiendo a la sexta Casa en el más sublime de todos los santuarios, y al guerrero que lo habitaba en una divinidad a la que adorar.

Shaka de Virgo durante largos trece años se había encargado de que así fuera, construyendo sobre los cimientos de su condición el escudo que le permitiera alejarse de cualquier humano con el que el contacto no fuese meramente imprescindible. Rodeado de los entes y espíritus a los que en su eterno estado de levitación veía y sentía, sólo la pena acumulada le ligaba a la realidad.

Dolor y misericordia, sufrimiento que captaba y vislumbraba allá donde mirase, viendo sólo muerte en cualquier criatura, una muerte a la que seguía sin dotar de sentido.

La duda misma seguía enterrada en su interior, pero caso omiso le hacía, protegiéndose en la más visceral de sus premisas para no caer en la desesperación.

Los Sales… No puedo dejarlos… No puedo abandonar mi tumba…

Noche tras noche se preguntaba si había hecho bien en apoyar los dictados del Patriarca y aceptar sus escuetas órdenes. Aunque en precario equilibrio su certeza estaba, no veía maldad en el oscuro corazón del Pontífice.

Pero siendo sincero… Tampoco veía luz en el suyo. Ni las palabras de Buda le habían dado consuelo en aquel interminable tiempo, lo cuál no hacía sino incrementar su pesar. Aún así, sereno se mostraba a la adversidad, fiel a su principio de servir a una Diosa a la que, decían, era el más próximo.

No fue el agotamiento mental ni la melancolía lo que en esta ocasión le llevó a detener su transición por los estados subjetivos en los que se sumía, sino tres presencias, cada una de ellas de poderoso significado para él.

Primero, la bondad y calor de una luz demasiado perfecta para ser terrenal, un cosmos que juró había sentido levemente la noche en que su vida cambió por completo al entregarse por primera y última vez.

Segundo, Kongorikishi, el guerrero a cuya evolución había asistido, aquél en cuya mente había dejado su propia imagen, y con el cuál por fin podría medirse, logrando así desenmascarar la verdad de la extraña unión que entre ambos existía.

Y por último… Él. El único que desde un principio había visto al hombre que era donde los demás cegados quedaban por su cualidad divina… El ser en quien no había dejado de pensar desde la fatídica noche en la que rechazó su propuesta de marchar juntos de aquel lugar corrupto, decisión que, aunque no quería reconocer, había lamentado mil y una veces desde entonces.

Ese cosmos pertenecía a aquél que tenía en exclusiva la capacidad de recordarle que seguía siendo persona. Un cosmos si cabía más potente y brillante ahora que cuando lo sintió aquella lejana mañana en que se conocieron a las puertas del primero de los Templos.

El ario rompió su meditación para salir hacia el exterior y dejar que la luz bañara su pálido rostro. Allí, tan lejos que ni su vista hubiese podido distinguir la esbelta figura, estaba Mu de Aries. Mas pese a esa distancia, le sentía cerca.

Más cerca que nunca.


Con cara de pocos amigos abandonó Aldebarán de Tauro las entrañas de su Templo. En realidad, algo más que mal humor portaba: también una de las afiladas astas de su armadura estaba partida, señal inequívoca de la derrota.

Pero poco le importaba al brasileño que un simple caballero recién nombrado en aquellas tierras griegas se hubiese llevado por delante su seña de identidad, lo que ocupaba ahora mente y conciencia era aquella voluntad de hierro y la ferocidad de su cosmos, amplificado por un aura divina que no sabía bien cómo catalogar.

De brazos cruzados, dejó la mirada suspensa en el vacío cuando una sensación familiar le invadió. Al girarse hacia las paredes rocosas que delimitaban su territorio, se llevó una grata sorpresa que para nada esperaba.

¡Mu¿Cuándo has llegado? Sentí por unos segundos tu presencia antes, pero lo atribuí a mi imaginación. – comentó, sorprendido por verle tan jovial como antaño, como si los años por él no hubiesen pasado.

De tan buen carácter y discreción era el guerrero de Aries que siempre le había tenido en gran estima. Por ello, cuando le fue comunicado su abandono y traición al Patriarca no se pronunció al respecto. Decidió seguir ofreciendo sus servicios al mandatario y la Diosa bajo su custodia, pero nunca había restado un ápice de confianza al supuesto traidor.

Mi regreso es mera anécdota comparado con esto…- respondió a modo de saludo el tibetano, mirando sin ocultarlo el asta rota. – ¡No puedo creer que hayas sido vencido, Aldebarán!

El brasileño rió con ahínco, arrancado una sonrisa en su intercomunicador. Cuánto había echado de menos su sincera compañía…

Les he dejado pasar, pero Seiya ha sido capaz de hacerme esto.

Puedo repararla si lo deseas, viejo amigo.

Tauro llevó una mano hasta donde el trozo de oro debía estar.

No, será mejor que así quede, me servirá para no dormirme en los laureles y perfeccionar mi técnica.

Ambos guardaron silencio unos segundos, los suficientes como para que el guardián de aquella Casa volviera a pronunciarse.

Cuando Pegaso consiguió asestarme su golpe, pude percibir en él una energía sublime. Pensé que por unas milésimas de segundo había alcanzado el séptimo sentido, y posiblemente así fue, pero… Me pregunto si en realidad era el cosmos de Atenea el que le dio alas.

Al verle así, sopesando sus ideas y valores, Mu esbozó una triste sonrisa.

Yo creo en esos chicos, apoyo su causa, y comparto la convicción que muestran. El que en lo cierto o no estemos, es cuestión de tiempo. Ni estos trece años han podido mermar mi determinación.

Siempre me pareciste un hombre honesto. De haber corrido otros tiempos, no te hubiera dejado en la estacada.

La mano conciliadora del tibetano fue depositada con firmeza sobre uno de los robustos hombros del segundo de los caballeros de Oro.

Lo sé. Me alegra haberte visto de nuevo, mas ahora he de marchar. Atenea necesita de mis atenciones.

Y sin más, desapareció en la materia, dejando al imponente y corpulento guerrero replanteándose si todos aquellos años de fidelidad al Santuario habían sido en vano, mientras la idea de efectivamente haber obrado bajo las órdenes de un impostor cobraba peso a pasos agigantados.


En las llamadas Cuatro Verdades Nobles el Iluminado había resumido todo su conocimiento sobre la vida y lo que la misma implicaba. Y de todas ellas, dos siempre por delante llevaba el caballero de Virgo.

Toda existencia es insatisfactoria y llena de sufrimiento

De la vida surge un vehemente deseo, el cuál implica permanente esfuerzo por hallar algo estable en un mundo transitorio

¿Qué era la felicidad, sino una ilusión, un espejismo en un mar de dolor¿Dónde quedaban los sacrificios cuando el cuerpo en polvo se transformaba? El sendero del guerrero estaba plagado de estos pesares, sumados a los de ya de por si asfixiante existencia.

Por vez primera en siglos, el pórtico del templo de la Virgen fue atravesado por tres sujetos simultáneamente. Erguido permaneció en su interior, aguardando la llegada de los jóvenes que con inusitado descaro habían llegado tan lejos en aquella desesperada cruzada.

Les impediría naturalmente el paso, fiel a su condición de custodio de la sexta Casa, más no era detenerles lo que realmente deseaba: aplacándoles momentáneamente estaba seguro de atraer hasta sí al hombre a quien estaba esperando, al otro guerrero de Buda.

¿Osáis entrar en este templo sin mi consentimiento? Habéis desencadenado mi ira, y el castigo que recibiréis será ejemplar.

Caídos de bruces sobre el suelo, los tres jóvenes observaron atónitos al divino caballero hindú.

¡No olvidéis lo que nos dijo Aioria¡Si abre los ojos, estaremos perdidos! – recordó el Dragón.

Shaka les observó, leyendo en sus corazones. Como de antemano suponía, no existía maldad ni codicia alguna en ellos. Su atención quedó centrada en el menor de todos, en sus profundos y verdes ojos y la bondad que éstos resudaban.

Si hasta aquí habéis llegado, he de suponer que los demás caballeros se han sumado a la traición permitiéndoos el paso. ¡Pagaréis por ello!

En los oídos de los caballeros de Bronce resonaron extraños cánticos, los cuáles ganaron más y más velocidad hasta desencadenar en el ataque más desgarrador que habían sufrido: sus propias técnicas eran devueltas por una barrera energética indestructible.

Al poco, yacían en el frío mármol, inconscientes. Shaka, posicionado ante Andrómeda, sufría al percibir su agonía. La misericordia era una con él, e incapaz de soportar el pesar por mucho más tiempo, se dispuso a acabar con su vida de certero golpe…

Mas el fuego que acompañaba al ave Fénix se lo impidió.

No perdonaré lo que has hecho a mis hermanos. Prepárate, caballero, voy a acabar contigo.

Ahí estaba Kongorikishi, brillando con esplendor propio, vistiendo al incombustible Fénix.

Nada aprendiste de nuestro encuentro como era de suponer… Mide tus palabras antes de pronunciarlas, o acabarás por ahogarte en el lago de sangre sobre el que te sostienes.

Para su estupor, Ikki efectivamente se encontró medio hundido en un mar oscuro rojo. Se dijo a si mismo que debía tratarse de algún tipo de ilusión, las cuáles él mismo empleaba como base de sus ataques, pero la figura de su oponente, su voz, y sobre todo su celestial cosmos eran extrañamente conocidos…

Un pinchazo súbito en el cerebro le devolvió la memoria, y con los ojos abiertos de puro terror, recordó cada detalle de lo sucedido en la Isla de la Muerte.

En aquella ocasión trataste de acabar conmigo, pero cuando supe que nada podría hacer ante ti, me perdonaste la vida. ¿Por qué¡Responde!

Como ya te dije, no vi en tu interior maldad, al igual que no la veo ahora. Lamento tener que sacrificarte en esta ocasión, tu vida será una ofrenda a los Dioses… Y como muestra de mi compasión, te daré a elegir el Infierno en el que morir…

El Fénix sintió como su cuerpo estallaba en insoportable dolor mientras caía en el vacío. Seguro de que acabaría en uno de los terribles mundos destinados a todos los que manchaban su alma y ciclo del karma, Virgo dio por concluido su quehacer, no sin profundo aplomo por ello.

No debió menospreciar al guerrero, puesto que no le había dado muerte, ni mucho menos.

Crecí en un infierno para formarme como lo que soy en otro. Dudo que me acepten en esos que me ofreces. ¡Serás tú ahora quien experimente sus temores más arraigados!

Y con rabiosa efectividad, el Puño diabólico impactó en el ario, aunque sin el pretendido efecto. En lugar de quedar éste sumido en sus tinieblas, fue el primero el que revivió un episodio de su vida que había quedado enterrado en el más inaccesible rincón de su corazón.

Aún sigues bajo los efectos de la Caída a los Infiernos… Sí, a muchos escapaste, he sido testigo de ello. ¿No recuerdas aquel día, Ikki?

El japonés no dio crédito al encontrarse entre los montones de rocas distribuidos a lo largo del Limbo. Cerca de donde ambos estaban, un niño avanzaba lastimosamente portando un bulto entre brazos.

No… No puede ser… ¡Soy yo, y el bebé que llevo es mi hermano

Se llevó las manos a la cabeza para no tener que oír de nuevo esa voz a la que tanto odio había mostrado, tratando de evitar revivir aquella pesadilla.

Apenas ya puedes llevarle. ¿Por qué no le dejas aquí? Así podrás salir con vida. Piénsalo, es sencillo: abandónale, sálvate tú. No más dolor, no más sufrimiento.

No más sufrimiento… sufrimiento…

Gritó, presa del rencor, reconociendo al fin en su rival aquel ser que le había acompañado a lo largo de todos y cada uno de sus años de vida.

¡Eras tú¡Maldito seas¿Cómo te atreves a indagar en mis recuerdos¿Y de ti dicen que eres el más cercano a los Dioses¿Por qué entonces sirves al Patriarca si su alma es oscura y atenta contra la vida de Atenea?

La lealtad del Fénix iba mucho más allá de lo que en principio había creído. ¿Estaría realmente en lo cierto, sería la muchacha a la que defendían la supuesta reencarnación de la Olímpica?

¿Encontraría gracias a él una respuesta que diera fin a las dudas que carcomían su voluntad? Debía averiguarlo, poniéndole a prueba una última vez.

Tu insolencia ha alcanzado niveles intolerables. Te arrastraré de este mundo poco a poco, caballero… Tendrás el triste honor de ver lo que nunca debiste.

Sus párpados se abrieron, hipnotizando al valeroso joven con sus azulísimas pupilas, las cuáles desataron un tremendo poder fruto de la unión de todos sus karmas, fusionándose cuantos guerreros habían portado a la virgen dorada con anterioridad. Uno a uno, sus cinco sentidos fueron eliminados, quedando sumido el desafortunado en la nada.

Ojalá el destino nos hubiese deparado otro final. ¡Muere, caballero!

Rematado hubiese quedado de no haber sido por la cadena de Andrómeda. Era ahora el menor de los dos hermanos guerreros, aquel que en contra de la violencia se había pronunciado hacía milenios, el que protegía a la sangre de su sangre.

No permitiré que le dañes, aunque sea lo último que haga.

Tan fuerte era el vínculo entre ambos, tan palpable el mutuo amor y la devoción, que le conmovió profundamente. Allí se vio Shaka de Virgo, entre los dos jóvenes a los que unido había quedado por designios divinos, luchando contra un final que no deseaba que llegase. Pero la victoria y la derrota no iban de la mano, la una necesitaba de la supresión de la otra para darse.

Ikki no veía. No oía. No olía. No hablaba. Ni siquiera podía captar a través del tacto.

Pero sentía. Y amaba. Con desmedida intensidad. Amaba a la Diosa, y a su hermano.

Shun… Sé que puedes oírme… Gracias a la supresión de mis sentidos, he podido alzar mi cosmos hasta el límite…

Un destello ardiente le envolvió para asombro del ario, ya liberado de la cadena de Andrómeda.

¿Cómo es posible¡Estabas más muerto que vivo¿Será que tu cuerpo es fiel a la leyenda del ave inmortal que renace de sus cenizas?

Atrapado quedó por los musculosos brazos del caballero de Bronce, a la par que tanto él como el otro implicado pudieron oírle en el interior de sus mentes.

Ahora sé como derrotarte, Shaka. Iré hasta los Infiernos, pero tú vendrás conmigo. Adiós hermano, protege a Atenea. Si es verdad que existe la reencarnación, estoy seguro de que volveremos a vernos en nuestra próxima vida.

El cosmos del Fénix estalló con tan vehemencia que se llevó ambos cuerpos, el de su oponente y el suyo propio, por delante.

Lágrimas regaron el hermoso rostro de Shun al verse reflejado en la dorada virgen, ahora vacía y ensamblada. Habían vencido al sexto caballero, pero había perdido, otra vez, lo que más quería.

Con una salvedad: que ya no podría volver a recuperarle. O al menos… Eso creía.


Sólo un fuego quedaba por consumir en lo alto del reloj sagrado. La flecha de oro se hundió un poco más en la carne en cuanto la llama de Acuario desapareció.

Rodeada por diversos caballeros de Bronce, Atenea luchaba por alzar su cosmos y entregar sus últimas energías a aquellos que a punto se encontraban de lograr una proeza. Pero la esperanza parecía inalcanzable, en especial para Kiki, que no podía entender cómo su maestro permanecía sentado en las escalinatas de su templo impasible cuál estatua.

¡Nuestra Diosa va a morir, señor Mu¿Por qué no hace nada¿Y si Seiya y los demás no lo consiguen¡Respóndame! – gritaba mientras le rodeaba por todos lados, suplicante.

No menos consternación pesaba sobre su maestro, mas cómo explicar a su joven discípulo que en sus manos no quedaba nada más que evitar la entrada a las doce Casas de más enemigos… Su papel en aquella guerra era el de la capitanía, no el del enfrentamiento directo. Tan poco faltaba, y tan distante seguía pareciendo el objetivo…

De pronto, se sintió levitar por completo, como si se sumiese en un trance imposible de relatar con palabras. Alguien trataba de ponerse en contacto con él a través de la telepatía.

Señor Mu¿qué ocurre? – inquirió preocupado el joven lemuriano.

Sin alcanzar a responderle, Aries se incorporó, con los ojos clavados en el vacío y toda su destreza psíquica desplegada. Al fin reconocía quién se hallaba tras el otro lado del enlace.

Mu… Mu de Aries… ¿Puedes oírme?

Shaka… ¿Eres tú?

Sí… Necesito de tu poder mental, estoy atrapado en otra dimensión espacial

Sonrió levemente. Pese a lo extravagante de la situación, el poder escuchar su voz de nuevo le llenó breves segundos de alegría desorbitada.

Me resulta difícil de creer que seas precisamente tú el que me pida ayuda para salir de un estado subjetivo

Si lo hago es porque no estoy solo. Necesito que trates de llevar a mi acompañante hasta el plano terrenal, con mis fuerzas me es imposible

Bien… En el templo de la Virgen os dejaré pues

Empleando la totalidad de su psicoquinesis accedió a lo pedido, perdiendo unos momentos el equilibrio por el tremendísimo esfuerzo realizado. Y mientras su alumno acudía a sostenerle con cuidado, en la sexta Casa del zodíaco era el propio Shaka quien con un certero toque en la nuca devolvía al Fénix en sí.

Ikki abrió los ojos y parpadeó, tratando de ubicarse. No tardó en reconocer el lugar exacto donde se encontraba.

Shaka… ¿Por qué me has traído de regreso?

El hindú tomó del suelo las partículas de la armadura de Bronce para dejar que estas cubriesen el cuerpo del joven.

Porque gracias a ti, mis dudas se han disipado. No hay tiempo que perder. Tu armadura es la más extraordinaria de cuantas existen, resurge cada vez con mayor esplendor, como tú. Vamos, dirígete hacia la Cámara del Patriarca, ejerce tu justicia, guerrero.

Las plumas plateadas volvieron a cubrir al Fénix, el cuál tras asentir se marchó de allí sin mirar atrás. Virgo le observó partir. Por un lado, sentía profunda emoción por ver desplegar sus alas al caballero del que por tanto tiempo pendiente había estado. Pero por otro… Supo que había dedicado trece años de su vida al servicio incorrecto.

Aún así, seguro estaba de atisbar pureza en el interior del Patriarca al que había sido leal. ¿Quién se escondía pues bajo esa máscara¿Quién era el traidor al que Mu había detectado desde el principio?

Pronto lo sabrían.


La lucha fue encarnizada. Pocos habían creído en las posibilidades reales que los caballeros de Bronce tenían, pero como un milagro, el potente rayo de luz reflectado por el escudo de Atenea dio de lleno en su pecho, ahí donde la flecha a punto estuvo de atravesar su corazón cuando la última de las llamas se extinguió.

Todos y cada uno de los presentes no cupieron en su gozo al ver despertar a la Diosa del mortal letargo.

Es hora de partir hacia la Cámara del Patriarca, mi señora. – Indicó Mu, una vez arrodillado en el suelo frente a la Diosa.

Fue así como la bella defensora de la justicia, báculo en mano, inició la ascensión por las doce Casas acompañada de los sucesivos guerreros que la recibían a la entrada de sus templos. Primero Aldebarán, luego Aioria, los supervivientes a la batalla la reconocían como soberana, y se unían al grupo que, ahora unido, reclamaría el alzamiento de la verdad acabando con la mentira y traición que habían poblado aquel recinto.

Mu ascendía seguido de cerca por su joven pupilo, mostrando como siempre semblante sereno, contradiciendo al intenso replicar de su corazón al ver aparecer sobre sí el relieve de las dos vírgenes que adornaban la entrada a la Casa de Virgo.

Shaka, su guardián, arrodillose ante Atenea para unirse a los demás. Podría haber completado el camino distante hacia lo alto del Santuario en compañía de cualquiera de los presentes… Y sin embargo, ninguno pareció buscar una explicación a por qué junto al caballero de Aries así hizo.

Milo del Escorpión fue el último de los dorados en sumarse a la comitiva, llegando al fin a la consabida Cámara, dejando tras de sí un reguero de compañeros caídos y destrucción. Mientras Atenea insuflaba con su cosmos vida en los desfallecidos héroes precursores de la proeza, el lemuriano reunió a sus compañeros de rango en una reunión tan informal como decisiva.

Como ya sabéis, partí una noche de hace trece años tras la misteriosa muerte de Aiolos con una convicción. – dijo, mirando por unos segundos al guerrero de Leo. – Y todo este tiempo en exilio me ha servido para estar completamente seguro de mi corazonada. Aquel al que habéis sido leales, el Patriarca, no es más que un impostor.

Poco quedaba que demostrar, pero los caballeros de Oro que con vida quedaban murmuraron para sus adentros, tratando de buscar una respuesta a la macabra evidencia a la que ya no podían resistirse.

Tú siempre lo has sabido¿verdad, Mu? – preguntó Shaka, con tristeza en la voz.

Sí… Sospeché de una persona incluso antes de que la tragedia se cerniera sobre este lugar. Con seguridad os afirmo, compañeros… Que cuando rompamos en dos esa oscura máscara, el rostro que veremos no será otro que el de Saga de Géminis.

Estupefactos ante la revelación, todos acudieron raudos a la llamada de un cosmos que se apagaba sin remedio. Junto a Hyoga, Shiryu, Seiya, Ikki y Shun, los dorados observaron cómo el que en su día fuese el noble Saga, candidato de peso para suceder a Shion en su puesto, moría lentamente en brazos de Atenea tras asestarse a si mismo un golpe mortal, el mismo con el que había asesinado al auténtico Patriarca a sangre fría.

No lloréis, mi Diosa… Os he fallado, con mi muerte pagaré por mis pecados, aunque no pueda llegar a expiarlos.

Fue así como el mandato del ilegítimo Pontífice llegó a su fin. Observando la expresión de serenidad que en el rostro del muerto había quedado, Mu sentenció.

Saga padecía un trastorno de doble personalidad… Esquizofrenia. La bondad más pura habitaba en su corazón, unida a la más vil maldad. Que su nombre no pase a la posteridad como el de un enemigo, sino como el de un gran guerrero víctima de sus propias circunstancias.

Los tiempos de paz habían sido restaurados. Muchos habían perecido, pero otros eran ahora reconocidos como valerosos miembros del Santuario. En gesto de consideración y honra, los cinco caballeros de Oro presentes regaron con su sangre las armaduras de los auténticos protagonistas de la epopeya.

Sonrisas y alegría reinaron por doquier, las atenciones para con la Diosa fueron desmedidas, volcándose los presentes en ella en cada forma posible. Tan ensimismados estaban por la felicidad de tenerla entre ellos y la tristeza por los desaparecidos, que nadie se percató de cómo las manos de Virgo y Aries se buscaban la una a la otra, furtivas, entrelazándose por unos instantes, como queriendo cerciorarse el uno de que la presencia del otro… Era real.


Llovía en Atenas. Pese al esplendor con que el sol había brillado a lo largo del día, la noche se encargó de contrarrestar los efectos del sofocante calor. El sonido del agua impactando contra la roca era un regalo del cielo, como si desde el Olimpo hubiesen querido purificar el Santuario y llevarse con el maná de los Dioses los últimos restos de penuria que pudiesen quedar.

Precisamente ahí, bajo la lluvia y a pie de los dos formidables Sales gemelos, Shaka de Virgo aguardaba. No había sido necesario decirle que allí estaría, seguro estaba de que como antaño, él acudiría. Tanto había soñado con ese momento que el transcurrir de los minutos se le antojó eterno y desesperante. Pero finalmente… Ocurrió.

Habían mantenido la compostura tomando parte en las respectivas ceremonias y trámites celebrados con motivo de la instauración de la paz y la llegada de Atenea, pero ahora, sin más armaduras que les vistiesen salvo la pátina transparente de lluvia que les cubría, volvían a ser ellos mismos.

Se miraron en la distancia, inmóviles. Mu avanzó lentamente hasta la elevación donde la persona a la que no había dejado de amar ni un solo segundo aguardaba. Ya separados por escasa distancia, observaron en sus respectivos rostros el paso del tiempo.

El ario comprobó cómo los enigmáticos efectos de la alquimia habían mantenido en suspensión cada uno de sus rasgos, dejando ante él la misma imagen que contemplase la primera vez que con sus ojos vio.

Por su parte, el descendiente de los atlantes se encontró con el semblante de siempre, ahora ya enmarcado en la madurez de la treintena.

Fundiéndose con las gotas de lluvia, lágrimas de felicidad escaparon traicioneras mientras caían de rodillas sobre la hierba en el más sentido abrazo que jamás habían dado. Entre las grises nubes un claro se abrió, permitiendo a los astros ser testigos de cómo entre besos y sonrisas al fin volvían a estar unidos.

Siempre creí en ti… Pero no podía dejar esto atrás…- susurró Shaka en medio del llanto, mientras apartaba los cabellos empapados de la cara del tibetano.

Y nunca dudé yo en ningún momento… Que volvería a tu lado. – respondió.

El tiempo podía detenerse y la Diosa mostrar benevolencia, ya que en aquellos instantes nada más hubo en todo el universo para los dos guerreros que la tan anhelada presencia del otro.


Aguarda, no mires hasta que así te diga

Ambos en el sobrio dormitorio del Templo de Virgo, Mu esperó con los ojos cerrados y una imborrable sonrisa en los labios a que la consabida indicación llegase. Para cuando ésta fue pronunciada, se encontró con velas encendidas por doquier a lo largo de todo el suelo de aquella sencilla y modesta habitación. Le besó nuevamente, hasta que la suave voz de Shaka rompió el emotivo silencio.

¿Estás seguro de que será buena idea permanecer fuera del Jardín de Sales? – preguntó con sensualidad.

Los oficios por nuestros compañeros caídos ya han sido celebrados. Atenea está entre nosotros, Aldebarán, Milo y Aioria se han ofrecido para velar su descanso en la Cámara. Los jóvenes guerreros duermen en Aries en compañía de mi alumno… - contestó, rozando su cuello con las yemas de los dedos. – Y el mundo es perfecto porque tú estás en él.

No se añadió más. Si había una noche ideal para que nadie reparara en la presencia de los dos en la sexta Casa, sin duda era aquella. Sus labios volvieron a fundirse a la par que las túnicas que les vestían, completamente mojadas, resbalaban con lentitud acabando sobre el mármol.

Tendidos sobre el humilde lecho de Shaka, volvieron a comunicarse ya no con palabras, sino con caricias, miradas y suspiros. Con entrega, pasión y ternura, se hicieron el amor como si la vida en ello se les fuese, en venganza por todas las lunas que injustamente les habían sido arrebatadas.


Los primeros rayos del alba penetraron por el ventanal, tiñendo de rojizo cada rincón de aquella dependencia. Algunas velas ya se habían consumido, otras permanecían encendidas, y entre las mismas, arropados por las sábanas, Shaka y Mu seguían conversando tras así haber hecho a lo largo de toda la madrugada.

Intercambiaron impresiones acerca de lo que aquellos años habían supuesto, de la batalla, la soledad… El ario, con la cabeza apoyada de lado sobre la almohada y a escasos centímetros del tibetano, miraba constantemente a los ojos malva de su pareja, mientras éste proseguía su apasionante relato. Precisamente, sobre su pequeño discípulo y cómo le había adoptado estaba enfocado en esos instantes.

Hablas de Kiki como si fuera tu propio hijo. – comentó el hindú, con dulzura.

Es un niño brillante, sus aptitudes para la alquimia son extraordinarias… Tanto como su desproporcionada picaresca. Pero estoy seguro de que será un gran guerrero, aunque aún le quede mucho por recorrer.

Serás buen maestro, tu sucesor ha tenido suerte al ser nombrado como tal… Y hablando de tu alumno, ya ha amanecido, debe estar preguntándose donde estás.

Aunque desease con toda su alma el no verle marchar, así debía ser.

La última vez que dije que volvería a la noche si nos era posible… Me vi obligado a pasar una eternidad lejos de ti. – comentó con tristeza Aries.

Pues no lo hagas entonces…

Se creó un momento de emoción tan punzante que Shaka no pudo evitar decirle aquello que su corazón encerraba, un mensaje que deseaba que el guerrero de Aries recordara durante todos los años de vida que finalmente le fuesen otorgados.

Pase lo que pase, incluso hasta en el día en que deba llevar a cabo mi cometido, siempre estaré contigo, Mu… Aquí… - susurró, mientras depositaba una mano justo donde latía el corazón del tibetano.

Las lágrimas acudieron nuevamente a los ojos del alquimista. El sólo hecho de pensar que algún día volvería a perderle, pero ya de forma irreversiblemente definitiva, le atormentaba. Por ello, tomó su rostro entre las manos para atraerle hasta sí y besar su frente, y a continuación dejarlo apoyado sobre su pecho, a la par que le abrazaba con firmeza.

Hagamos un trato, amor mío…- dijo el primero de los caballeros de Oro. – No volvamos a mencionar tu misión, dejemos que ésta llegue cuando así haya de ser. Y hasta ese momento, vivamos cada segundo como si fuese el último.

Que así sea.

Se incorporaron con parsimonia, comenzando a vestirse con las ropas ya secas, desperdigadas por el suelo. No se despidieron, como habían acordado. Caminaron juntos hasta la entrada del Templo de la Virgen, y una mirada bastó para dar por finalizada aquella velada, la mejor de sus vidas. El amanecer, cómplice de su relación desde los inicios de la misma, vio partir hacia el Templo de Aries a su correspondiente custodio. En ambos, una sonrisa, un secreto, un amor que había sobrevivido a trece años de diferencias políticas para resurgir con aún mayor fuerza.

Tras recorrer las cuatro Casas ahora vacías que separaban ambos recintos sagrados, el tibetano penetró en sus aposentos. Los jóvenes héroes aún dormían, por lo que entró en la cocina dispuesto a iniciar los quehaceres del día a día. Flotaba en una nube, tan abstraído que no se percató de la presencia de su pupilo, el cuál le esperaba desde hacía rato.

Buenos días, señor Mu.

Buenos días.

El niño esbozó una sincera sonrisa, mientras acudía a ayudar a su mentor.

Se le ve distinto esta mañana.

La presencia de Atenea y la paz me hacen feliz.

Kiki nada más sobre el tema añadió, mientras comenzaba a contarle con júbilo todos los detalles de la noche que había pasado entre los caballeros de Bronce. Pero aunque nada dijese a su maestro, sabía que la felicidad de éste por supuesto se debía a la Diosa… Pero a algo más que no había querido reconocer.

El corazón del joven lemuriano así lo sabía, pues nunca había visto a los ojos de Mu de Aries sonreír de la forma en que ahora hacían.

Y ello valía para él más que el brillo de cien estrellas juntas.