¿Cuánto tiempo estarás fuera entonces?
Mientras le ayudaba a cepillar su larga cabellera, Shaka hizo la consabida pregunta con un deje de tristeza en la voz. Terminó de configurar aquella espesa trenza violeta para recibir pronta respuesta.
Unas dos semanas a lo sumo.
Aries le sonrió. Había llegado el momento de iniciar una nueva etapa en el entrenamiento de su alumno. Desarrolladas las primeras aptitudes y destrezas en el campo de combate, debían partir hacia Jamir, donde el futuro alquimista pasaría en completa soledad un total de dos años con el propósito de ser capaz por si mismo de crear la piedra filosofal y profundizar en los misterios de la materia.
No me demoraré demasiado, sólo lo justo y necesario para llegar a Tibet, dar las últimas indicaciones y emprender el camino de regreso.
El ario asintió, a la par que se disponía a acompañarle como cada mañana hasta el exterior, con la salvedad de que en esta ocasión Mu no se marcharía por la entrada principal, sino por el pórtico posterior, dado que debía acudir a su cita con Atenea para confirmar la partida.
Me encantaría ver con mis propios ojos tu tierra, me has hablado tanto de ella… - comentó, más bien para sus adentros.
Lo que no se esperaba el sexto caballero de Oro bajo ningún precepto era la reacción que aquellas palabras iban a tener en su acompañante.
Pues vente conmigo. –
susurró éste, con un brillo cegador en la mirada. –
Llevas dieciséis años prácticamente sin salir de
Atenas.
- Pero ya sabes que no debo dej…
- Shaka… -
interrumpió con complicidad – La batalla contra el panteón
de Poseidón ha concluido, vivimos tiempos de paz, nada
ocurrirá en tan breve ausencia. Sólo serán dos
semanas, pidamos permiso a la Diosa. Además, sería la
segunda ocasión en que rechazas mi oferta. ¿Desde
cuándo eres tan descortés? – bromeó, tratando
así de convencerle.
En ello le daba la razón. Sólo había abandonado la capital griega para acudir a la Isla de la Muerte bajo expreso mandato, hacía ya bastante tiempo. Por un lado no quería que el Jardín de Sales quedase sin su permanente custodia, pero por otro…
La sonrisa infatigable del carnero logró disipar sus cavilaciones internas. En realidad, nada le gustaría más en esos momentos que marchar a su lado hacia el otro confín del mundo.
Nunca lo he sido. Vamos, espero que a nuestra señora le parezca buena idea tus ocurrentes proposiciones.
Feliz por haberse salido con la suya, el tibetano recibió los primeros y cálidos rayos del alba en compañía de Virgo, y juntos emprendieron el ascenso hasta el más sobrio y sublime de cuantos Templos poblaban el Santuario. En el mismo, la Diosa esperaba la llegada del leal Mu de Aries a sus aposentos. Recibirle acompañado no hizo sino incrementar la alegría por tener ante ella a dos de sus mejores guerreros.
Atenea, disculpad las molestias que os haya podido causar mi citación a tan tempranas horas. – proclamó ya arrodillado el representante de la primera Casa.
En lo alto, la actual reencarnación de la divinidad restó importancia al asunto, alentando a ambos caballeros, postrados en el suelo en igual gesto, a romper con el protocolo establecido.
No has de
disculparte, caballero de Aries, tanto tu presencia como la del
caballero de Virgo siempre es bienvenida. Y bien¿finalmente
partirás con tu discípulo a lo largo de la jornada?
-
Sí, mi señora. Tengo previsto dejar Atenas en un margen
de dos horas.
- Espero que tengas un viaje apacible y que tu
alumno recoja los frutos de su esfuerzo en un futuro próximo.
– dijo la divina mujer.
Fue cuando Shaka, mero figurante hasta ese momento, se pronunció.
Mi Diosa, si no lo consideráis una merma defensiva, desearía acompañar a Mu de Aries durante su travesía.
La petición fue hecha con discreción y sinceridad, quedando ambos implicados aguardando la respuesta, dejando suspensas las respectivas miradas en la sabia de Palas Atenea. La hija de Zeus, con toda la bondad de su ser, pudo ver que entre aquellos dos hombres entretejido había un amor tan profundo que catalogarlo de simple afecto hubiese sido una ofensa contra el más puro y desinteresado de los sentimientos habidos y por haber.
Si les dejaba partir, sólo tres caballeros de Oro en toda la Orden quedarían, pero… Tantos habían sido los sacrificios hechos por la totalidad de sus guerreros que no podía negarse. Al igual que había decidido alejar a los jóvenes de Bronce de la batalla, si sus superiores podían tener aunque fuese tan sólo un paréntesis de libertad en sus sacrificadas vidas, lo concedería.
No permanezcáis fuera de nuestros dominios más tiempo del necesario… Tenéis mi permiso y palabra. – concluyó así.
Con una nueva reverencia agradecieron las atenciones y dieron por finalizada la breve entrevista, disimulando sin demasiado éxito la emoción por el dictamen recibido.
¿Dos horas has dicho? –
preguntó el hindú, una vez de vuelta en el Templo de la
Virgen.
- Sí, he de ultimar ciertos detalles con Kiki. Te
esperaremos en las escalinatas de Aries.
Un breve silencio se creó, alimentado por una curiosidad tan intensa que quedó reflejada en la azul mirada del ario.
¿Vas a
decírselo?
- Me temo que es momento de así hacer…
No me veo en condiciones de improvisar una razón por la que
vayamos a tener compañía de camino al Himalaya.
Y así, sonriendo en labios y corazón, el ligado en karma a Buda le vio marchar, para luego desaparecer él mismo en el interior de su morada, dispuesto a preparar lo indispensable para el trayecto.
Sólo había sentido tanta emoción ante una partida: el día en que, irónicamente, abandonó la India para recalar en Grecia. Casi dos décadas después, el mismo viaje se repetiría a la inversa, con la salvedad de que éste le llevaría a las cimas que coronaban su país natal.
Era tal la quietud de aquella inmensa biblioteca subterránea que sólo el crujir de las llamas en las lámparas de aceite hacía compañía. De cualquier forma, el aprendiz de Aries estaba tan centrado en su tarea que ni el sonido de mil rocas cayendo sobre su cabeza le hubiese supuesto distracción alguna.
Pero la excepción que confirmaba la regla eran los rítmicos e inconfundibles pasos de su maestro descendiendo por las escalinatas de madera que llevaban hasta aquella milenaria cripta repleta de saber. Se giró una vez le tuvo a sus espaldas, sonriendo por unos momentos para volver a depositar su atención en la delicada tarea que tenía entre manos.
Mu le miró
detenidamente. En aquel tiempo transcurrido desde que llegasen a
Atenas procedentes de Jamir, su discípulo y protegido había
cambiado. A sus 11 años, tanto había crecido que de
seguir a ese ritmo le superaría en estatura en plena
adolescencia. Su musculatura, marcada cuál relieve esculpido
en mármol, indicaba que pronto el niño pasaría a
ser un joven de esbelto esplendor. Tan sólo la mirada,
transparente y viva como siempre, permanecía inalterable, como
ajena a todas las desgracias de las que había sido testigo…
Pese a su corta edad, Kiki había presenciado y participado
nada más y nada menos que en tres contiendas
Ello, sumado a
sus cualidades innatas, confirmaba a su mentor que algún día
sería un impecable guerrero al servicio de la Diosa.
¿Has preparado el equipaje? Nos marcharemos en breve.
- Sí,
señor Mu. Lo hice anoche para poder terminar esto antes de
irnos.
Aries observó el trabajo de su aprendiz.
-
¿Has probado con la aleación que te indiqué la
semana pasada?
- El metal ha reaccionado bien… Sólo un
poco más y…
Unos cuantos toques de cincel más y el niño mostró con orgullo su brazalete. El dorado adorno que solía llevar en el brazo había sido la primera creación de éxito realizada gracias a sus conocimientos y logros alquímicos años atrás. Forjado a partir de partículas y restos de polvo de estrellas, había tenido que incrementar su radio, dado que el desarrollo de los músculos le impedía lucirlo como de costumbre.
Mu tomó asiento a su lado en la mesa de trabajo donde se encontraba, apartando todos los pergaminos y demás que su alumno había estado estudiando. Sólo había algo que le deportaba más placer que pasar horas relatando parajes de la historia de la Orden en aquélla, la morada secreta de los Aries: ver a su alumno disfrutar también de ello.
Mientras tomaba un pergamino y lo enrollaba tras examinar la evolución de la caligrafía, buscó las palabras precisas para iniciar lo que debía decirle.
Como ya sabes, es nuestra misión como los primeros caballeros
del Zodíaco velar por la integridad y absoluto secreto de esta
biblioteca. Nadie más que los miembros de la primera Casa
deben conocer su existencia y paradero, y sólo nosotros
podemos investigar en sus documentos, así como legar nuevos,
escritos en la lengua que a mi lado has aprendido.
- Sí, lo
sé…
Miró a su alrededor, ahí donde los cientos de estanterías de piedra se desplegaban hacia el infinito, exponiendo documentos que se remontaban a las primeras generaciones de caballeros de su signo, algunos tan antiguos que constituían verdaderas reliquias.
Muchos han dejado su huella en tinta y papel con un propósito. – siguió hablando sosegadamente el tibetano – Hoy dejarás atrás Atenas, y pasarás los dos próximos años de aislamiento en Jamir, donde te erigirás como alquimista encontrando tu propia técnica partiendo de la base establecida. Pero eso no es todo, quiero que me escuches con atención, y no olvides mis palabras.
Así hizo el pequeño protegido de Hamal.
Si algo llegara a pasarme… O si el Apocalipsis se adueñara de esta Orden en tu ausencia sin haberte proclamado como caballero de Aries, será tu deber como mi heredero restaurar todo lo que ahora conocemos desde las cenizas. Sólo tú conocerás los inicios, sólo tú tendrás la llave para que 4000 años de servicio a Atenea no caigan en el olvido. Habrás de indagar en la historia de nuestros antepasados y, tomando su ejemplo, levantar las doce Casas y dar con nuevos guerreros hasta que la reencarnación de la Diosa haya llegado. Esa es, ante todas, nuestra mayor responsabilidad.
El aprendiz reflexionó. Aunque seguía siendo inquieto, había madurado en cuanto a la asimilación de conceptos, pero sobre todo, en la interiorización de su verdadero papel. Empezaba a ser consciente de cuán denso era el peso de estar llamado a ser el siguiente guerrero del carnero, pero lo aceptaba con humildad y entrega, la misma que había visto en su maestro desde el primer día en que le conoció.
Lo he entendido. Si el día llegase, cumpliré con mi deber.
Mu suspiró, sintiendo que había transmitido con efectividad tan vital legado. Mas ahora, superados los trámites obligatorios, se veía en una situación que había postergado durante demasiado tiempo, temeroso de no saber bien como tratarla.
Tanto meditó en medio del creciente nerviosismo que su alumno, extrañado, le miró a los ojos tras captar indecisión con su fina percepción psíquica mientras se ajustaba el brillante brazalete al cuerpo.
¿Le ocurre algo, señor Mu?
El caballero de Oro esbozó una sonrisa mientras se levantaba y cogía cuantos pergaminos podía transportar de una vez entre sus brazos, pidiendo a su discípulo que lo mismo hiciera, a fin de dejarlo todo perfectamente clasificado antes de la partida.
A la par, se obligó a sacar el temido tema mientras atravesaban un pasillo para meterse en otro, ordenando los documentos como debía hacerse para evitar hacer aún más difícil su búsqueda.
Kiki… ¿Recuerdas
que en una ocasión te hablé del amor, y de que éste
no debía conocer trabas que lo cercaran?
- Sí… Fue
durante una noche, en la última helada que pasamos en
Jamir.
Mu asintió. No sabía como abordar lo que
quería contarle a su joven pupilo.
- El amor tiene muchas
maneras de expresarse… Puede manifestarse en lo que se siente hacia
una hermana, hacia la Diosa, hacia un amigo… No importa la forma
que éste adopte, aunque puedas llegar a pensar que no es lo
correcto, el simple hecho de sentirlo ya es algo maravilloso que nada
ni nadie ha de quitarte.
El más joven de los dos asentía sin más, mientras el mayor se reprochaba a si mismo el que de sus labios salieran un montón de mensajes inconexos entre sí. ¿Cómo meter al inesperado acompañante en la conversación sin dar un salto extremadamente brusco en la misma?
Si esto te digo ahora es para que no lo olvides. Quién sabe, puede que cuando regreses a Atenas para completar tu formación no recuerde el decírtelo, así que era mejor hacerlo en este momento… Y ahora que menciono lo del viaje, no nos iremos solos, el caballero de Virgo nos acompañará.
Para alguien que hablaba de forma tan pausada y sosegada, aquel atropellado discurso no pasó por alto ni para él ni para su alumno, el cuál tras acabar de colocar el último de los pergaminos le miró, con la sonrisa más grande y brillante jamás dibujada en su rostro, acompañando a su respuesta.
¿Está enamorado de él, verdad?
Tal fue el estupor en el primero de los dorados que el silencio, sólo roto por la risa del niño, fue afirmativo.
Yo ya lo sabía desde
hace bastante tiempo. – añadió Kiki alegremente.
-
¿Y cómo te percataste, si me es posible saberlo? –
inquirió dulcemente, mientras le instaba a caminar hacia la
escalinata de salida.
- Lo dicen sus ojos y sus silencios cuando
su nombre es mencionado… Estaba esperando a que me lo dijera usted
mismo, no sé por qué ha tardado tanto. Además,
mejor si viene con nosotros, así el camino será más
llevadero.
No lo expresó con palabras, pero en su interior, el discípulo de Shion se sintió feliz por aquellas sencillas pero sinceras palabras. Kiki no podía siquiera imaginar lo mucho que aquello para él significaba.
Y también… – añadió por último el pequeño aprendiz – Cuando vivíamos en Jamir tenía siempre tristeza en la mirada. Me gusta más el señor Mu de ahora.
Nada más dijeron al respecto, dejando guardada la conversación en las milenarias piedras de la biblioteca de Aries y sus corazones. El tiempo apremiaba, debían ultimar los preparativos finales. Dejarían atrás el Egeo para regresar a las gélidas y escarpadas cotas de la cima de la Tierra.
Sólo los Dioses pueden volar entre Nepal y Tibet…
porque las nubes están llenas de montañas.
Proverbio nepalí.
Ante la meseta de Tibet, la zona poblada a más altitud de todo el planeta, se erigían las colosales formas del Himalaya, o como su propio nombre decía en el sánscrito originario, "la morada de las nieves perpetuas".
Allí el aire era tan puro y frío que helaba la piel de aquellos a los que tocaba, procurando malestar y dificultad para respirar a los extranjeros que se aventuraban a recorrer sus escarpados y sobrecogedores parajes. Siguiendo los senderos creados por peregrinos y comerciantes a lo largo de los siglos, el singular trío proveniente de Atenas se adentraba cada vez más en el interior del que era uno de los países más inaccesibles y desconocidos del globo. Los dos nativos avanzaban felices por retornar al lugar en el que habían crecido, sin acusar ninguno de los temidos efectos del "mal de altura". Por su parte, el hindú, haciendo uso de su cosmos, se esforzaba por seguirles el ritmo sin perder en ningún momento la sonrisa.
Shaka contemplaba maravillado el contraste creado entre las áridas y grisáceas tierras, el limpio azul del cielo y el blanco inmaculado que coronaba las lejanas cimas, aquéllas tras las cuáles se encontraba la India. Pese a su fortaleza física, debía reconocer lo duro que resultaba conseguir aclimatarse a las condiciones medioambientales.
¿Necesitas un descanso? Será
mejor que avises, el señor Mu y yo podemos pasar días
enteros de marcha sin darnos cuenta. – comentó alegremente
el aprendiz de Aries.
- Kiki tiene razón. Tomemos un
pequeño descanso, luego nos será imposible, debemos
llegar a Jamir antes de que la noche caiga o las heladas podrían
suponer un contratiempo.
Tomaron asiento a un lado del camino, y mientras el pequeño alquimista corría con júbilo por la próxima y pedregosa ladera para observar el camino desde lo alto, el primero de los caballeros de Oro se preocupó por el estado del sexto.
¿Te encuentras bien?
-
Sí, ya he me adaptado al ritmo. No esperaba que el aire fuese
dan difícil de respirar.
Se sonrieron, y los ojos azules del ario fueron a parar a un punto a lo lejos, en la cordillera que desde un principio habían causado en él fascinación, la cuál suponía frontera natural entre los países de procedencia de ambos.
¿No
es el monte Everest? – preguntó, con la mirada clavada en el
susodicho.
- Exacto. O como aquí le llamamos, Chomolungna,
"la Madre del mundo".
- Es todo tal y como había
imaginado gracias a tus recuerdos…
Así era el Tibet que le había cedido la primera vez que intercambiaron visiones en sus respectivas mentes: kilómetros y kilómetros de inhóspitos valles, el arrullar del frío viento y gentes tan amables como escasas. Pero ahora, al estar allí junto a él, vistiendo las sencillas pero resistentes prendas que los viajantes llevaban y deleitándose por si mismo con todo lo que le rodeaba, se sintió conmovido.
La entusiasta voz del discípulo del carnero les llamó, ya en lo alto de la colina; sorteando cuantos desprendimientos de rocas y demás dificultades geológicas encontraron, llegaron a su lado. A sus pies en dirección sureste, vieron con todo su esplendor una riada humana, espectáculo que fue recibido con asombro por parte del hindú, debido a que el encontrar tantas personas juntas en aquellas tierras constituía todo un espectáculo.
Todos los años por estas fechas muchos fieles se disponen a partir hacia la capital. Aunque desde hace décadas ya no se cuenta con la presencia del Dalai Lama, el peregrinaje a la ciudad prohibida es algo que ni el más represivo de los regímenes políticos podrá desarraigar de este pueblo. – dijo Mu, dejando que el tibetano que llevaba dentro se expresase sin pudor alguno.
Su alumno observaba detenidamente a los cientos de hombres y mujeres congregados. Aquella visión le producía sensaciones agridulces, puesto que aunque habían pasado muchos años ya, conservaba recuerdos de los penosos días que había pasado al servicio de aquella pareja, semejante a las que de seguro se encontraban cientos de metros bajo ellos. Se preguntó si él mismo había formado parte de esas riadas anuales con idéntico destino, ya que lo poco que podía recordar eran horas de dura travesía a pie y malos tratos.
¿Ha estado alguna vez en Lasha, señor Mu?
- Sí.
Cuando tenía tu edad mi maestro y yo la visitamos. Él
quería que conservase mi propia identidad cuando fuese armado
caballero. Siempre me decía que el respeto hacia lo que te
rodea empieza por el respeto hacia uno mismo. Si no sabes quién
eres ni de donde vienes, no puedes saber hacia donde vas.
Shaka asintió. No podía estar más de acuerdo con aquellas palabras, pues se las había aplicado a lo largo de toda su vida.
Y dicho respeto comienza por aceptar lo que se es, aunque se halle en disonancia con aquello que te rodea. – añadió el ario.
Permanecieron en silencio unos segundos mientras reflexionaban, roto el mismo de nuevo por el más joven de los presentes.
¿No decía que la noche
se nos iba a echar encima? Jamir ya está cerca. Shaka¡serás
el primer extraño a la Casa de Aries después de Shiryu
que haya estado ahí!
- Será todo un honor. –
respondió con agrado.
Mientras retomaba el camino tras Kiki y Virgo, los cuáles conversaban animadamente, Mu miró una última vez a la caravana, elemento que le había acompañado a lo largo de su vida. Y con melancolía pensó que en sus días de juventud, antes de renacer a la inmortalidad, nunca hubiese imaginado que compartiría su peculiar ritual con las dos personas a las que más quería.
El sol comenzaba a desaparecer en el horizonte para cuando penetraron en la sobria estructura de la Torre de Jamir. La noche sería clara a juzgar por el brillo de las estrellas, pero la experiencia dejaba entrever que el frío sería extremo.
Shaka ayudó a cubrir los ventanales con sólidos paneles preparados para aislar de las temperaturas mientras Mu revisaba las instalaciones. Tal y como esperaba, todo seguía en buen estado. Quizás hiciesen falta algunas reparaciones, pero en tal caso, de su alumno dependería el hacerlas.
Kiki, enciende fuego, espero que las reservas de madera no estén húmedas.
Así hizo el niño, consiguiendo al poco prender las llamas en la tosca chimenea con un buen montón de leña y grasa de yak, mamífero doméstico que abundaba por la zona. Asimismo, la penumbra sucumbió a los tonos dorados y el calor que manaba de la acogedora hoguera.
Ambos caballeros de Oro descendieron por la gran escalera en espiral hasta el epicentro de la Torre, justo donde el joven lemuriano avivaba las llamas, escenario de los rituales de iniciación de los guerreros del carnero. Entre los dos bajaron cuantas mantas de lana pudieron reunir, creando alrededor de la hoguera un sencillo pero reconfortante lugar de descanso.
Haciendo gala de la tan arraigada hospitalidad, los Aries insistieron hasta que Virgo accedió a tomar asiento entre la ahora mullida superficie y mitigaba lo helado de sus manos. Pronto estuvieron todos reunidos, mientras Mu calentaba y a continuación servía sendas tazas de té.
Por lo elevado de la cordillera las borrascas no atraviesan las montañas, así que aquí apenas llueve o nieva, salvo en zonas puntuales. Cuando llevas toda la vida alejado de cualquier indicio de civilización, el agua corriente te parece un auténtico milagro. – bromeó haciendo alusión a las comodidades disfrutadas en Atenas, mientras les tendía la consabida infusión.
Bebieron con agrado. El té se tomaba amargo y espeso en Tibet, resultando desagradable para muchos occidentales. Sin embargo, no tardó el ario en pedir que su taza fuese nuevamente llenada.
¿Cuál es
la historia de esta Torre? Su arquitectura es singular, debe ser una
construcción única en su género. – preguntó
el hindú entre sorbo y sorbo.
- Dicen las escrituras que se
construyó hace 3000 años, pero yo no me creo que sea
tan vieja. – respondió con desparpajo el aprendiz.
Shaka rió suavemente. El carácter del niño le parecía encantador.
Es obra de Sheratan(), quien fuese el
representante de la décima generación de la Casa de
Aries. Antes de su creación, los entrenamientos se sucedían
por estos parajes, sin enclave fijo. De él fue la idea de
dotar a los aprendices de un lugar donde residir y a la vez poder
profundizar en la alquimia con mayor efectividad. Como bien ha dicho
mi alumno, de eso hace ya 3000 años… Aunque para él
suponga una data… Excesiva. – comentó, mirando con
resignación a su pupilo, el cuál esbozó una
pícara sonrisa.
- ¿Y qué más has
aprendido en tu estudio, Kiki? – quiso saber el portador de la
Virgen.
Entusiasmado por la oportunidad de mostrar sus conocimientos, el implicado parloteó como nunca acerca de todos y cada uno de los datos que había alojado en su memoria. Las horas se sucedieron rápidas entre amena conversación por parte de los tres. Nunca la fortaleza de los alquimistas recogió tanta dicha en su frío interior, pero como todos los momentos felices, ésta debía acabar, al menos por aquella velada.
Mu seguía hablando despreocupadamente cuando la mirada azul del hindú se desvió ligeramente de la suya. Siguiendo el camino trazado por ésta, reparó en que el niño se había quedado dormido a su lado. Ahora que se daba cuenta, hacía rato que no le escuchaba.
Voy a dejarle en la cama, volveré enseguida. – susurró.
Era algo que no hacía desde que su alumno tenía 3 años, pero quizás por lo especial del momento, no pudo reprimir el deseo de tomarle entre los brazos y portarle con cuidado y silencio a la que había sido su habitación hasta el día en que partieron a la batalla.
Le arropó, para observarle dormir completamente exhausto. Una parte de él sucumbió a la tristeza al ser consciente de que tendrían que separarse por vez primera desde que le encontrase. Mas ese era el sino de los mentores y sus discípulos. Presenciando la evolución de su protegido, pensó en lo rápido que había transcurrido el tiempo.
Cerró la puerta para regresar junto al ario, el cuál, con la espalda apoyada en la pared más próxima, le invitó a compartir aquella manta que le cubría.
Sufres por tener que dejarle… - dijo Shaka,
apoyando la barbilla sobre su hombro.
- El día en que Shion
se marchó y quedé solo aquí, creí que no
podría conocer mayor pena que esa… Pero ahora que revivo la
situación desde el punto de vista del maestro, sé que
estaba equivocado.
- Es un ser extraordinario. Debes sentirte
orgulloso de él.
- Lo estoy… Talento y valía ya
posee, es cuestión de que forje su propio camino.
Así, entre el calor de las brasas y el de sus propios cuerpos, despidieron juntos lo que restaba de noche. Con el nuevo día abandonarían Jamir… Y se iniciaría un viaje en el que el alquimista sólo dos paradas claras tenía. Le enseñaría a aquél que descansaba a su lado los lugares que habían marcado su existencia, no ya en un enlace mental, sino en la más estricta y magistral realidad.
() Sheratan es, junto con Hamal, el astro más importante de la constelación de Aries.
Situado a una respetuosa distancia, el hindú observaba como a lo lejos se producía la consabida despedida entre alumno y maestro.
El guerrero de Aries, con una rodilla apoyada en el suelo para poder mirar directamente a los ojos de su discípulo, daba a éste las últimas indicaciones con voz formal y confidente.
Saca todo el provecho posible a
estos dos años, Kiki. Pon a prueba tus conocimientos,
investiga en la materia, indaga en los misterios de la ciencia y deja
que el alquimista que duerme en ti salga a la luz.
- Sí,
señor Mu.
- A lo largo de este periodo, tú serás
dueño y señor de Jamir. Imponte como tal, respeta este
lugar como todos los que te precedieron han hecho, y así dejar
trazado el camino para las siguientes generaciones.
El niño volvió a asentir. En sus ojos, predisposición, seguridad… Pero también tristeza, temor ante lo desconocido. Le sonrió, tratando de imprimirle ánimos, pues estaba a punto de enfrentarse a una de las etapas más delicadas en la formación de todo caballero de la primera Casa.
Si algo llegase a suceder… Tendrás noticias mías. No olvides tu cometido. Buena suerte.
Y sin más, le dejó a pies de la colosal torre para desaparecer en el horizonte junto al ario, sin mirar atrás. El pequeño lemuriano les siguió con la mirada hasta que sus esbeltas figuras pasaron a ser tan difusas que imposible era percibirlas.
Decidido a convertirse en un guerrero ejemplar, Kiki penetró en Jamir, tragándose la pena, dispuesto a combatirla a golpe de estudio y entrega.
Por su parte, los dos caballeros de Oro caminaron por los abruptos terrenos sin pronunciar palabra alguna durante varios kilómetros, hasta que detuvieron su andar en un precipicio. Desde allí se divisaba un paisaje digno de ser contemplado sin nada que interrumpiera la labor.
Tibet, olvidado del resto de la humanidad, les envolvía en silencio, consiguiendo que el ser más cercano a los dioses se cuestionara la verdadera dimensión de su existencia, sintiéndose insignificante al lado de la gloria de la naturaleza… Sabiéndose precisamente eso, humano, en medio de una nada tan hermosa como desolada, junto a un dolor que, pese a no provenir de su interior, calaba tan hondo como si lo fuera.
Consciente de lo que su compañero estaba pasando, le abrazó con fuerza. Mu hundió el rostro entre sus brazos mientras cerraba los ojos, respirando el peculiar aroma de sus cabellos, refugiándose en su calor, queriendo que el transcurrir del universo se detuviese.
Para el alquimista ya no había marcha atrás.
He de acudir a una
llamada que por más no puedo rechazar… Pero solo no podré.
Necesito que permanezcas a mi lado.
- Lo haré.
Durante los largos ocho años vividos en la completa soledad del exilio antes de tomar a su alumno, había reprimido aquel impulso con todas sus fuerzas, mas ahora supo que era momento de dejarse guiar por el mismo, y de ser sincero y consecuente con la verdad que en su corazón ardía, y que con él quería compartir.
Descendieron por valles, sortearon riscos y abismos resistentes a cualquiera de sus extraordinarias habilidades marciales, luchando contra las ráfagas de viento helado en contraposición con el sol que, implacable, azotaba sus pieles. Una vez más, ni el mejor de los guerreros podía enfrentarse a la sabia tierra, ni mucho menos vencerla.
Las horas les llevaron hasta una planicie, bordeando las faldas de una escarpada cordillera. Tan pronunciado era su vórtice que los nativos temían explorarla, llenándola de todo tipo de supersticiones y leyendas. Lo que quizás ignoraba la mayoría de las humildes gentes que hacían uso de los consabidos rumores… Era, efectivamente, la existencia tras las montañas de algo a lo que no podían dar explicación.
Se detuvo, sumido en sus percepciones y pensamientos. Sin embargo, no hizo Virgo lo mismo, sino que avanzó con lentitud, contrayéndose su rostro por todo lo que su alma captaba. A su alrededor, cientos de rocas de diversos tamaños, grabadas con caracteres que hablaban por si solos en una lengua universal: la del dolor.
Distinguió por el polvoriento suelo las formas de una estructura de madera calcinada, y huellas acumuladas durante años y años de peregrinaje, de respeto. Antes de que Aries lo confirmase, supo dónde se encontraba.
Los chinos arrasaron con el monasterio durante la noche. Los Lamas practicaban el pacifismo, era evidente que nada tenían con lo que defenderse, y sin embargo, no tuvieron piedad alguna. Dispararon contra todo aquello que se movía, prendieron fuego llevándose vidas y reliquias incalculables… - dijo emocionado. – Es un milagro que yo haya sobrevivido, quizás estaba escrito en las estrellas.
El destino había querido que ambos, durante sendos episodios de sus vidas, hubiesen sido monjes de Buda. Y Shaka, quién había ejercido dicho papel hasta edad más tardía, oró por los caídos en la más bella, antigua y complicada de las lenguas existentes: el sánscrito.
El alquimista acompañó la plegaria mentalmente, muchos sutras guardados habían quedado en su memoria, como los graves y monocordes cánticos propios de aquellas tierras. Hubiese deseado seguir rezando en recuerdo de los que le encontraron entre las montañas que ahora le llamaban con persistencia, pero… Ahí seguía su particular canto de sirena.
Tenía esa sensación tan arraigada como la fascinación y a la vez pavor que la visión del mar le producía, fruto de la desgracia vivida por sus antepasados, presente todavía en forma de instinto. Ahora más que nunca, el ser contradictorio que era necesitaba reencontrarse con sus orígenes.
Tomó la mano del portador de la Virgen para no soltarla en ninguno de los escabrosos tramos por cubrir en la ascensión. Salvaron las alturas midiendo la estabilidad de cada milímetro. Un paso en falso podía suponer el precipitarse en el vacío, y hasta para caballeros como ellos, la caída sería fatal.
Las rachas de aire azotaban con violencia, pero al fin, en lo alto, distinguieron lo que parecía una abertura excavada en la piedra. Treparon, logrando penetrar en ella, descubriendo que se trataba del inicio de un angosto y húmedo túnel.
Tras tantear en las resbaladizas paredes, Mu asió aún con más fuerza la mano del ario, avanzando con paso firme y decidido, dejándose guiar por lo que su corazón le dictaba. Tan fuertes eran los latidos que Shaka podía escucharlos claramente junto a la distorsión de los pasos por el eco.
La gruta se fue estrechando, hasta que se vieron obligados a arrastrarse en algunos tramos en vertical hacia arriba, haciéndose la atmósfera más y más agobiante por la falta de aire y la cerrada oscuridad… Hasta que al fin Aries vio un haz de luz asomando en lo alto.
Logró salir de la gruta para recalar en una superficie sólida, ayudándole a salir de la misma. Los cabellos de ambos fueron agitados por el viento, señal inequívoca de que habían dado con una salida hacia el exterior. Cegados por los rayos del sol, sus ojos una vez estuvieron acostumbrados no dieron crédito a lo que ante ellos se dibujaba.
En medio de un colosal valle entre hileras montañosas que formaban un óvalo de caprichosa precisión y entre espesas nubes, se encontraban las cúpulas doradas que indicaban la entrada a Shamballa, o como otros habían querido llamarla, Lemuria, la ciudad legendaria donde los supervivientes al hundimiento de Atlántida habían vivido durante milenios bajo la superficie del planeta.
El alquimista contuvo la respiración, incapaz de encontrar calificativos suficientes para describir el cúmulo de sentimientos que le agolpaban. Durante toda su vida había llevado un vacío en el pecho por saber que en realidad, no pertenecía a ningún lugar. Adoptado por tibetanos y criado en el país de éstos, se dejó enamorar por la magia de las áridas tierras en las que había crecido, adquiriendo sus costumbres, sus tradiciones, con tal de sentirse parte de algo.
Y sin embargo, el mundo del que provenía, mitigado por cientos de fábulas y leyendas… Era real.
Al fin pudo reencontrarse con sus orígenes, pero, sobre todo… Ser capaz de expresar lo que su alma durante tanto tiempo había sabido.
Cuando Kiki me haya relevado como caballero de Aries, y tú ya no estés… - le dijo con la voz rota por la emoción. – Regresaré a Shamballa.
Sin apartar la vista del mayor espectáculo que jamás había contemplado, Virgo pensó en lo que habría en el interior de la tierra bajo aquel hermoso pórtico: cientos, miles de seres dotados de percepción psíquica inaudita, conocimientos ancestrales y una bondad sin límites…
Pero lo que más se preguntó el corazón del hindú fue si tras aquellas paredes unos hipotéticos padres, hermanos o hermanas aguardaban al regreso del escogido para servir a Atenea por los siglos que le correspondiesen.
Volverás con los tuyos… - musitó Shaka.
El fulgor de los ojos del lemuriano se clavó en los suyos, acompañando a las palabras de su mente y espíritu, las cuáles resonaron nítidas en su interior, respondiendo a las suyas.
Regresaré con los de mi raza… Pero mi hogar y mi familia siempre estarán… Donde tú, Kiki y mi difunto maestro os encontréis…
La contemplaron por minutos que parecieron una eternidad, los suficientes para que el descendiente de Atlantis postergara lo prometido. Aún su no había concluido, no mientras la Diosa necesitase de sus servicios, su alumno no hubiese ganado la armadura… Y el hombre al que amaba no encontrase la muerte a pies de los Sales gemelos.
Yo también quisiera ver con mis ojos el lugar donde nací.
Habían estipulado la duración del viaje en unas dos semanas, pero apenas habían consumido la mitad de los días planeados, por lo que Mu quiso corresponderle y pagarle con igual moneda, agradeciendo así el que hubiese estado junto a él en aquel momento decisivo.
Varanasi¿verdad?
- Sí… A orillas del Ganges.
-
Tomando dirección sur, y atravesando Kathmandu, no nos llevará
más de dos días llegar hasta allí.
Decidido quedaba. Tomó su pálido rostro entre las manos. Besó su frente, sus pómulos, sus labios…
Vamos, asceta... Nuestro viaje aún no ha concluido…
Una última vez divisaron Lemuria antes de dejarla a sus espaldas, quedando suspensa en el aire una promesa que algún día sería cumplida. La milenaria polis tendría que esperar, puesto que la senda de ambos caballeros de Atenea no terminaba ahí, sino que se prolongaba concretamente… Hasta la ciudad de la luz.
Prólogo -
Siddharta recorrió gran parte del norte de la India, hoy en día el actual Nepal, buscando su verdad interior. Descendió de las montañas para llegar a las llanuras, siendo la ciudad de Benarés (o Varanasi, como se la conoce en nuestros días) el lugar donde el futuro Iluminado dio su primer sermón, confiando a cuantos quisieron escucharle las llamadas "Cuatro verdades nobles", e iniciando la "Rueda de la ley del dharma", sus enseñanzas.
"Benarés…
Mas
antigua que la historia, mas antigua que la tradición,
incluso
más antigua que la leyenda, y parece el doble de
antigua que todo ello junto."
Mark Twain
La India era contraste. En su aire cálido podían distinguirse dos fragancias que, pese a repelerse mutuamente, resultaban indivisibles: la de la muerte y la vida. Entre sus calles, repletas de vivos colores, se adivinaba lo gris de la pobreza. Junto a la miseria más absoluta, nunca faltaba la feliz sonrisa en aquéllos que abarrotaban cada uno de los rincones de esa ciudad que, bordeando el sagrado Ganges a lo largo de cinco kilómetros, era centro de peregrinaje desde hacía más de siete mil años. Quizás por ello, Buda la había elegido, dejando impreso su recuerdo en cada ser que la atestaba.
Siguiendo la máxima del viajero, es decir, amoldarse a lo que a uno rodea cuando se encuentra en tierra ajena, cambiaron las toscas ropas de abrigo necesarias en el Himalaya por otras coloridas y livianas, parecidas en fisonomía a los saris con los que las mujeres vestían sus cuerpos.
Abriéndose paso entre la multitud, Mu admiraba sobrecogido tanta contradicción a su alrededor, dejándose llevar por el ario, el cuál resudaba felicidad por recorrer su ciudad, y al fin verla con ojos propios. Habían pasado muchos años desde que el Iluminado le mostrase la realidad, pero hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos y moribundos seguían poblando Varanasi, y así seguirían haciendo durante siete milenios más.
Shaka sentía paz, como si ese viaje fuese un capítulo pendiente de cerrar ya no sólo en su vida, sino en una anterior. Los mercaderes se anunciaban entre el griterío, el sándalo quemado por doquier persistía, impregnando el olfato con notas dulces, y rítmica percusión de música callejera acompañaba al fiel que pronto purificaría su alma en las turbias aguas del río sagrado.
Gentes de todas las edades y condición se agolpaban entre la ecléctica arquitectura fruto de las diversas influencias culturales recibidas a lo largo de los siglos. Ante ellos, las aguas doradas y los Ghats, escaleras de mármol que llevaban a las mismas. Era posiblemente una de las mayores diferencias entre las creencias de Occidente y Oriente: para los primeros, la salvación se conseguía subiendo las escaleras hacia el Cielo. Sin embargo, allí ésta se hallaba descendiendo por los desgastados peldaños de la ciudad de Shiva.
Lograron llegar hasta el río, entrando en las aguas lentamente, hasta quedar cubiertas sus respectivas cinturas. Una anciana oraba cerca de ellos mientras depositaba una corona de flores en la superficie, llevándose el río los restos recién obtenidos en un crematorio cercano.
Shaka la contempló, leyendo en su interior profunda tristeza creada por la pérdida del ser querido, pero a su vez fe y esperanza.
No has de sentir pesar, buena mujer. Aquí ha abrazado la muerte, al recibir el Ganges sus cenizas ha roto el ciclo del Karma. Su descanso eterno será.
Los oscuros ojos de la hindú buscaron al dueño de la voz que la alentaba. Lágrimas agolparon su arrugado rostro al sentir la luz que irradiaba el joven del que provenía. Era tan sosegada su aura, tan cálida su presencia… No podía tratarse de nadie más que… Él.
Murmurando una sencilla plegaria la peregrina tomó agua entre sus manos y la vertió sobre la cabeza de la reencarnación del Iluminado, puesto que como tal le había reconocido en cuestión de segundos, bendiciéndole por toda la eternidad. Mismo gesto tuvo con el misterioso hombre que aguardaba a su lado, mirándola con amables iris de color tan extraño como el de sus cabellos, pareciendo una de las tantas esculturas que adornaban los templos por los alrededores, sólo que con vida propia para velar el viaje de Gautama.
Virgo y Aries, convertidos ahora en meros practicantes de ritos y tradiciones, imitaron lo hecho por la mujer una vez solos, regando con las aguas al otro, fijando aquello que les unía. Finalmente, se sumergieron por completo. El ario se supo lleno de satisfacción, libre de pesar. Por su parte, el lemuriano se sintió, por vez primera, espiritualmente completo.
Sobre uno de los Ghats tan numerosos en la orilla, dejaron que el sol les secase, mientras observaban el continuo llegar de miles y miles de personas para cumplir la misma pauta.
Todo cuanto hay aquí
me hace pensar que nos pasamos nuestra existencia buscando lo
necesario para vivir… Y en realidad, nada de lo que creemos
fundamental es imprescindible. – comentó el alquimista.
-
Aquél que se permite ver con el alma libre de ataduras y
barreras llega a esa conclusión… Ni yo mismo lo hubiese
expresado de mejor forma. – respondió, ensimismado.
Había tanto que visitar, y tan poco tiempo…
Me mostraste tu monasterio. Permite que te lleve al mío, al lugar donde recibí Su llamada, y en dónde se me reveló el camino a seguir. Me pregunto si los que fueron mis hermanos siguen allí.
Una vez secas sus pieles y ropas, retornaron a los laberintos formados por lo caótico de las casas, sorteando decenas de callejones, siendo uno de los mismos el que vio nacer al ario en tan infrahumanas condiciones. El nativo recordó con precisión la noche de su huída, el rápido vagar por las calles vacías en la madrugada, los relieves del muro a sortear… Contemplaron las suntuosas puertas abiertas que conducían al interior del templo, sabiendo con certeza que habían dado con el enclave preciso.
Muchos transeúntes admiraban la sobria belleza, aguardando su turno para poder rezar ante el mayor tesoro que entre las paredes se encontraba: una gigantesca estatua de Buda, venerada por generaciones enteras.
En el interior, ultimando las ofrendas y velando por la armonía del recinto entre los peregrinos, un monje en edad madura observó a los dos singulares visitantes que acababan de penetrar en la instancia. Desde que tomase el relevo del anciano como máxima entidad en dicha comunidad budista, se había preguntado en multitud de ocasiones qué habría sido del niño y luego joven divino, escogido por los Dioses según palabras del sabio, desaparecido misteriosamente una noche de luna llena.
Su corazón se sobresaltó al sentir aquella energía que tan bien conocía, reconociendo en la dorada y brillante melena al ser que por tanto tiempo había ocupado sus pensamientos. Con discreción, se acercó hasta ellos, saludándoles con una reverencia a estilo del país.
Dichosos sean mis ojos, pues al fin te vuelven a ver, elegido.
Shaka no conocía el rostro del hombre que le hablaba, pero sí su voz y presencia. Con una sonrisa, confirmó que se encontraba ante el monje que en el pasado mostrase tanta preocupación por el niño que era, el mismo que le avisó de la citación del anciano en su lecho de muerte, momento en que recibió el rosario de 108 cuenta que con él siempre llevaba.
Dichosos los míos por encontrarte con vida. Más de una década ha pasado desde mi partida, pero finalmente he retornado, aunque sea por escasas horas, al que fue mi refugio.
Encantados por la anhelada visita, la totalidad de la comunidad cerró las puertas al monasterio, dedicando lo que restaba de jornada al recién llegado y su acompañante. Muchos de los presentes le recordaban, y los más jóvenes habían escuchado durante lustros las historias concernientes a la encarnación de Buda que había formado parte de ellos hasta los veintiún años. Agradecidos por la cordialidad mostrada, los guerreros aceptaron la propuesta de pasar ahí la noche.
El astro rey cedió lugar a las estrellas, bajo las cuáles Mu pasó unos minutos a solas junto a la colosal higuera que coronaba los jardines exteriores. Tocó su corteza con las yemas de los dedos, sintiéndose parte de una historia, la de la senda de Siddharta, asimilada en sus días de niñez. Le vio llegar, y acarició su rostro perfecto, embargado por la magia aún presente de aquel día.
Aquí se inicio tu marcha hacia Atenea… - susurró
Aries.
- Éste árbol me vio partir una vez, y de
nuevo lo hará en cuanto llegue el amanecer.
- Con una
salvedad… En esta ocasión, a los dos tendrá que
despedir.
Y así, juntos, regresaron al interior a fin de descansar y prepararse para el viaje de regreso. Habían sido días breves, pero poco importaba. Quedarían inmortalizados para siempre en el capítulo de su tragedia que habían escrito por si mismos, sin tener que ceñirse al guión prefijado del Santuario.
