- Capítulo 15 -

Prólogo –

Siddharta, tras padecer terribles dolores debido a la enfermedad, vislumbró el momento de su muerte. Se recostó a pies de dos sales gemelos, y sumido en una profunda calma, alcanzó el estado supremo, aquél en el que la ley del karma y el ciclo del renacimiento llegan a su fin, al igual que el ansia por ver cumplidos los deseos individuales. Dicha consecución ha pasado a la posteridad con el nombre de Nirvana.

Adaptación de la canción "Gorecki", de Lamb

Si he de morir en este preciso instante, sé que nada lamentaré,

puesto que ha sido en este lugar donde más completo me he sentido.

Refugiado en tu calor y en cada uno de tus gestos…

Vivencias ya grabadas en mi corazón, y que conmigo llevaré.

¿Podemos quedarnos aquí hasta el fin de los tiempos,

hasta que la Tierra deje de girar?

Quisiera amarte hasta que los océanos se sequen…

Pero ha llegado el momento que he estado esperando.

Por cuánto tiempo te quise sin saber cómo era tu rostro…

Por cuánto tiempo te busqué entre toda la humanidad.

Aquí encontré la paz absoluta, aquí mi espíritu conoció la calma,

recuerdos que a salvo quedarán por siempre, guardados en tu interior.

Quisiera quedarme aquí hasta el fin de los tiempos, hasta que la Tierra deje de girar,

y amarte hasta que los océanos se sequen, pero…

Ha llegado el momento que he estado esperando.

El momento… que he estado esperando.

Todo lo que sé, todo cuanto he hecho, todo lo que soy… ha sido por esto.

Todo lo que sé, todo cuanto he hecho, todo lo que soy…ha sido por esto.

Y aunque quiero quedarme aquí hasta el fin de los tiempos,

hasta que la Tierra deje de girar, y amarte hasta que los océanos se sequen…

Ha llegado el momento que hemos estado esperando…

El momento… Que hemos estado esperando.

Tras haber derrotado contundentemente a Myu de Papillón, de la Estrella Celeste de la Metamorfosis, el caballero de Aries retomó su desesperada ascensión por los templos. Había ordenado a Seiya que siguiera adelante y se reuniera con sus hermanos, el templo de Leo estaba ya cerca y su ocupante podría encontrarse en graves apuros.

Mu sabía que Aioria era un guerrero temible, y que acudir en su ayuda supondría una ofensa para el orgullo bélico del griego. Sin embargo, no fue ese el principal motivo que le llevó a introducirse en los laberintos subterráneos que poblaban el Santuario, caminos secretos sólo conocidos por los caballeros de mayor rango, los cuáles conectaban las Casas entre sí.

Una sóla obsesión resplandecía en su mente: tenía que llegar al templo de la Virgen.

Cuando así hizo y se encontró en el pórtico de entrada, contempló las figuras femeninas grabadas en piedra: fue como si viera pasar ante sus ojos los últimos diecisiete años de su vida. Respiró hondamente, y subió los peldaños que le separaban del interior de la sexta parada del Zodiaco.

La devastación del templo era conmovedora: columnas derribadas, escombros por doquier, gran parte de la bóveda derruida… Como guiados por una fuerza invisible, sus pies anduvieron solos, trazando el recorrido que habían consumado durante tantas y tantas noches, atravesando pasillos interminables, llegando por último hasta el final del ala oeste del edificio.

Ante él se alzaba el pórtico de piedra que conducía al Jardín. Miles de recuerdos se le agolparon con tanta fuerza en el corazón que su mente tardó en asimilar el colapso.

No sé cuándo, ni cómo, pero será aquí donde encontraré mi muerte. Hay tanto que quisiera decirte, y no sé cómo…

Podía sentirles más allá del grueso mármol tallado. Los cosmos de Saga, Camus y Shura brillaban como una única nova, en confrontación con el de Shaka.

Apoyó las manos en uno de los lotos, cerrando los ojos, preparándose para afrontar un momento que llevaba esperando más de década y media. Sabía que no podían escapar al destino, se había dicho a si mismo en cada amanecer que tenían que disfrutar del momento sin dejarse acribillar por el futuro… Mas el futuro se había transformado en presente.

Seguía inmóvil ante las puertas cuando oyó a sus espaldas el inconfundible sonido de unos pasos acercándose. Sin vacilar un solo instante, el alquimista se giró con el semblante inexpresivo, encarando a los recién llegados sin abrir los ojos… Alzando los brazos a los lados, cumpliendo con lo debido.

Y es que aunque nadie pudiese entenderlo, Mu estaba ejerciendo un papel que sólo él podía ejecutar. Ese era el cometido de Shaka, la misión para la que había nacido, y nada ni nadie impediría que el ario encontrase la muerte en el hermoso Jardín de Sales.

Interrumpiendo el paso de los que tratasen de evitar la catástrofe, Mu le ofrecía a Virgo la mayor muestra de amor que para con éste se podía tener: le permitía alcanzar, al fin, su respuesta.

Los cuatro caballeros de Bronce y el león dorado sintieron primeramente alivio al encontrarse con Aries allí. La suma de refuerzos sería de gran ayuda para seguir adelante con la guerra.

¡Menos mal que estás aquí¿También has venido a ayudar a Shaka? – exclamó el Pegaso, haciendo palpable el regocijo general.

Sin embargo, Aioria detectó que algo no marchaba como debía. Escrutó el rostro serio de su compañero de rango, y no pudo dar crédito cuando al dar un paso más hacia el frente, los brazos de Mu se alzaron aún más, haciendo evidente que no tenía ninguna intención de permitir el que trataran de abrir las puertas.

¿Has perdido el juicio, Mu¡No tenemos tiempo que perder!

Los jóvenes miraron extrañados al consternado griego, el cuál comenzaba a perder los estribos. Desde el singular enfrentamiento mantenido con el hindú, le había tenido en especial estima aunque su relación fuese más bien escasa. Lo que no era capaz de comprender, era cómo un compañero permanecía impasible a lo que iba por el camino de convertirse en una masacre.

No debemos atravesar esta puerta… Ni penetrar en el Jardín de Sales.- proclamó el tibetano, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad.

Los demás allí presentes se preguntaron para sí mismos a qué se refería Aries con esa particular reseña.

¿Jardín de Sales?

Pese a estar sumergido en la misma cuestión, Leo no pudo por más forcejear contra sus impulsos. Le importaba bien poco lo que hubiese tras el portón, lo único que ahora para él tenía sentido eran las personas a las que el otro dorado le impedía alcanzar.

¡Debes haberlo sentido también, Mu! Saga, Shura y Camus están dispuestos a lo que sea con tal de cumplir su objetivo. ¡Si no hacemos nada de inmediato, Shaka podría morir!

Ante el asombro general de los recién llegados guerreros, el siempre apacible caballero de Aries no pudo por más mantener la compostura. Luchando contra la pena más densa que un humano podía llegar a experimentar, la totalidad de su cuerpo sucumbió ante el peso del aplomo, perdiendo el equilibrio. De un rápido y forzado paso al frente, Mu evitó el desplomarse sin remedio.

Reunió todas las fuerzas que le quedaban, empleándolas en contestarle con voz rota.

Tú no puedes comprenderlo, Aioria…

Y al fin, densas lágrimas atrapadas por tantos y tantos años encontraron una vía de escape, recorriendo ráudas sus pálidas mejillas. Sin dar crédito a la situación, los hermanos y el griego recibieron la trágica noticia entre el llanto contenido del lemuriano.

Eso es precisamente… lo que Shaka desea.


Estupor fue lo que sintieron los tres caballeros ataviados de sapuri al encontrarse en un frondoso jardín del cuál desconocían existencia.

Nunca habría imaginado que hubiese un lugar como este en el Santuario… - comentó asombrado Shura.

¿Qué significa el que esté aquí, en las inmediaciones del Templo de Virgo? – replicó Acuario, sin dar crédito a las frondosas arboledas que delimitaban el hermoso recinto.

Shaka no les escuchaba. La totalidad de su ser avanzaba hasta el punto estratégico donde todo concluiría. Sentía los ecos de sus anteriores vidas manar con más fuerza que nunca, todos los guerreros a los que estaba ligado pujaban por ver al fin finalizado el ciclo de karma que por tantos eslabones abierto había estado. Con el rosario en la mano, sus cabellos eran mecidos suavemente por el viento, arrastrando consigo cientos de pétalos.

No sentía temor, ni dolor… Tan sólo deseaba saber qué había podido llevar a sus antaño compañeros a renunciar al honor y condición, y qué significado tendría aquella traición en su misiva, puesto que seguro estaba de la conexión entre ambos hechos.

A lo lejos, el falso Patriarca, víctima del suicidio, contemplaba la enigmática figura del hindú. Al ver que éste se acercaba a los dos árboles que en lo alto se adivinaban, comprendió la situación. Con su elegante oratoria de estratega, disipó las dudas de sus compañeros de desgracia.

Shaka es la reencarnación del Buda. Dicen que Buda se tendió a pies de los Sales gemelos para recibir la muerte. Por lo que parece… El caballero de Virgo ha aceptado morir al enfrentarse a nosotros.

Consciente del poco tiempo que les quedaba para consumar la misión, Capricornio se dispuso a terminar con el trágico trámite cuanto antes.

Si tanto anhela morir entre esos árboles… ¡Gustoso le concederé su deseo! Prepárate, Shaka.

La mirada del español se cruzó con la azulada del ario. Éste, respondiendo a la petición del primero, efectivamente se preparó: llevaba sangre de guerrero por las venas, era miembro de la más pura de las castas hindúes. Y como tal, lucharía hasta la última exhalación de vida que le quedara.

Durante todos sus años como militante de las tropas de Atenea se había servido de su dominio de los estados subjetivos para inducir a sus adversarios en mil y un tormentos dimensionales. Sin embargo, bajo su apariencia alejada de lo terrenal, Shaka se alzó al frente contraatacando como nunca había hecho: midiéndose en el cuerpo a cuerpo.

Con gráciles movimientos, fue esquivando a Excalibur y el Polvo de Diamantes respectivamente, asestando sendos golpes a sus ahora enemigos. Rosario y guerrero unieron sus fuerzas. Sin embargo, por muy diestras que fuesen sus artes, pronto supo que nada tenía que hacer combatiendo contra dos temibles adversarios a la vez…

Tras haber enviado varios metros a lo lejos a Camus y Shura, aterrizó en la mullida alfombra de flores. Géminis tenía la mirada vacía, perdida en el horizonte. Cuando en el Inframundo se le escogió como capitán de aquella desesperada comitiva, aceptó sin reparo alguno el puesto de dirigente, como había hecho en el pasado. Un líder debía tomar decisiones, alcanzar el objetivo sin mirar atrás, aceptar las bajas de sus tropas como el precio a pagar por la victoria. Y si con ello expiaba sus pecados para con Atenea… Estaba dispuesto a cometer la mayor de las atrocidades habidas para un guerrero de la Diosa de la Sabiduría.

En el momento en que alzó su mano ante el ario y le envió a Otra Dimensión, fue consciente del acto cobarde al que tendrían recurrir si el semidiós replegaba la totalidad de su poder.

Shaka se libró del portal dimensional al que había sido enviado, acusando una vez en suelo firme los efectos de los ataques acumulados. El dolor físico era trivial, debía ser ignorado, no podía sucumbir ahora que estaba tan cerca…

Caeré tarde o temprano… Sólo me queda una salida.

Cerró los ojos, acumulando toda la potencia de su cosmos. Para cuando los incautos repararon en que estaban demasiado cerca de él, ya era demasiado tarde: los ojos del ario habían sido nuevamente abiertos, y el Rosario sagrado se desplegó.

Incapaces de hacer algo al respecto, el trío se vio rodeado por una masa coloridamente informe, acompañada de cánticos distorsionados. En medio de la confusión sensorial, la divina figura de la encarnación del Iluminado se alzó, asestando sin piedad su más potente técnica.

Habéis quedado atrapados en el Tesoro del Cielo. Como sabéis, combina ataque y defensa. Ya no podréis escapar, eliminaré uno a uno vuestros sentidos, quedaréis sumidos en la oscuridad por el poco tiempo que os quede de esta falsa vida.

Los peores temores de Saga se hicieron tangibles.

Sólo os queda una salida si queréis derrotarme… Renunciar a vuestro honor de caballeros, emplear la técnica prohibida por la Diosa en el inicio de los tiempos: la Exclamación de Atenea. Pero ya que la habéis traicionado para aliaros con Hades¿importa algo el que la ejecutéis?

¿La Exclamación de Atenea? – repitieron horrorizados los restantes.

El tiempo seguía transcurriendo, cada segundo era crucial. Virgo no quería perder más del necesario.

Sea cuál sea vuestra decisión, no tendré piedad… ¡Eliminación del primer sentido!

Tan magnánima fue la explosión de energía que los tres guerreros perdieron el conocimiento por milésimas que les parecieron siglos. Cuando volvieron en sí, se hallaban otra vez en el Jardín, para sufrir al poco la eliminación del segundo sentido. Mientras Shaka mantuviese desplegado el Rosario, estaban a su merced, y debían tomar una determinación cuanto antes, o acabarían sumidos en la temida oscuridad.

La Exclamación de Atenea, la técnica prohibida… - murmuró el mago de los hielos.

Aunque ganemos esta guerra, Saga… Nuestro honor quedará manchado por toda la eternidad… - añadió Shura, desesperado.

Géminis se levantó penosamente, encarando la situación como sólo un líder podía, alimentando la entrega de sus soldados con una visión objetiva de la cruda realidad.

Deberíais haberlo entendido ya… En el mismo momento en que Shaka nos condujo hasta aquí, él no tenía la menor intención de salir con vida. No nos queda más alternativa, aunque tengamos que traicionar a la Diosa por segunda vez.

El tercer y cuarto sentido fueron eliminados, y los maltrechos guerreros no tuvieron oportunidad de deliberar por más.

Cuando nos encauzamos en esta misión, sabíamos que tendríamos que superar duras pruebas… Pero por conseguir la victoria¿no estáis dispuestos a pagar el precio que sea necesario, incluso la pérdida de vuestro honor? – proclamó Saga mentalmente, puesto que habían ya perdido la vista, otro el oído, otro la capacidad de hablar…

Aceptemos el pago, y que Atenea se apiade de nosotros cuando llegue el momento.

No hizo falta más. La decisión tomada estaba. En contrapartida, el ario dictó sentencia.

Al fin lo comprendéis, no os queda otra opción… Pero es demasiado tarde, si alzo mi ataque por última vez, habré eliminado todas vuestras capacidades sensoriales. Tendréis de matarme de inmediato si queréis evitarlo.

Fue así como Shura, Camus y Saga, tres de los caballeros más poderosos y devotos de la Orden, volvieron a llorar lágrimas de sangre al adoptar la posición de la técnica prohibida. En sus almas, un clamor unísono.

Tu muerte no será en vano, Shaka…

La colosal fuerza, producto de la unión de los tres cosmos dorados, se focalizó en un solo punto, una energía equiparable a la del Big Bang originario fue desatada, y el caballero de Virgo la recibió alzando por última vez el Rosario, sereno, apacible…

Con una enigmática sonrisa en el rostro, el cuerpo de Shaka pronunció sus últimas palabras físicas. Se consideraba afortunado, pues había podido contemplar antes de la desaparición su favorito de todos los hermosos espectáculos de la madre naturaleza… La clave que encerraba su respuesta.

Pétalos surcaban el aire, inundando con su fragancia cada recoveco, impasibles ante la tragedia de la que eran testigos, acompañándole en sus últimos momentos.

¿Ya han florecido los cerezos?

La colisión se oyó por todo el Santuario. Todos y cada uno de los guerreros que poblaban el recinto sintieron un escalofrío, pero en especial, uno de ellos… No había consuelo posible para Mu, el cuál trataba a duras penas de reprimir que más y más lágrimas surcaran su rostro.

No puede ser así… Tu muerte no puede quedar vacía, Shaka…

Su miedo no se haría tangible. Ante el asombro de la trinidad oscura, el ario se mostró ante ellos. Entre los tres podían ver, oír y hablar, mas su percepción no daba crédito. ¿Cómo era posible que el hindú hubiese sobrevivido?

Aunque Shura, Camus y Saga no pudiesen apreciarlo, el cuerpo de Virgo había muerto en el momento del fatal impacto, pero su alma, pura, brillante, el cúlmino de una sinergia divina de cosmos, aún no podía abandonar el mundo.

Como si no existiesen, el espírutu de Shaka avanzó hasta sus amados Sales… Y recordó a Buda, sus palabras, los ecos de pasadas existencias… Los momentos felices que en aquel entorno había vivido…

A lo largo de su vida se había formulado muchas preguntas, mas una resplandecía sobre todas las demás, aquella a la que Buda le había instado a obtener respuesta por si mismo.

¿Qué es la muerte?

Y mientras continuaba caminando hacia la explanada, meditó.

Las flores nacen y marchitan… Los astros brillan, pero algún día se apagarán. La Tierra, el Sol, nuestra galaxia… Para todos algún día habrá un final.

Alzó la mirada hacia el cielo. El firmamento con sus estrellas resplandecía, hermoso, inalcanzable en su familiaridad, envolviéndole por completo en un halo de paz. Y recapacitó con solemnidad, sonriendo ante la evidencia que, finalmente, estaba ante él.

En comparación con la inmensidad del universo, la vida de un ser humano no es más que un abrir y cerrar de ojos. Pero durante ese brevísimo instante, el hombre nace, ríe, llora, lucha, sufre, siente felicidad, tristeza, odia, ama…

Se sentó en su perfecta posición del loto entre los Sales, ahí donde él mismo, como hombre, había reído, llorado, sufrido, sentido felicidad, tristeza, odiado… Y amado.

Shaka al fin estuvo preparado.

Y tras ese breve instante, el ser humano cae en un profundo y eterno sueño llamado muerte.

Esa respuesta… Era maravillosa en su sencillez.

Las palabras de Buda, pronunciadas antaño, regresaron a su memoria.

La impaciencia sólo resultará un obstáculo en tu progreso. Debes ser sereno, como las rocas contra las que el mar se estrella, como la hierba que se deja mecer por el viento. Dime, Shaka¿ya has comprendido lo que entraña la muerte?

Su corazón pudo, al fin, sonreír sin nada que lo nublase.

La muerte… Es sólo una transmisión.

Pudo leer en las almas atormentadas de sus compañeros, y comprendió al fin el valor de su misión, el significado de su existencia y de su propia extinción. Bajo aquellos árboles, una noche de hacía dieciséis años, Mu de Aries le había revelado el nombre de los cánticos que sin cesar escuchaba en sus sueños.

Es un viejo poema de la tradición japonesa. Habla de la cualidad divina, aquella que permite alcanzar el estado de suspensión. Si mal no recuerdo, trata de explicar las consonancias en las que un humano puede alcanzar el reinado de las almas en pena sin haber conocido aún su condición de mortal. Su nombre es… Arayashiki.

Tomó entre las manos varios pétalos, y se pinchó un dedo con el alambre del Rosario. Tan puro era su espíritu que sangre intangible brotó, siendo ésta empleada para escribir un mensaje con dos destinatarios, los seres más importantes de su vida, los únicos que serían capaces de comprenderlo.

La cualidad divina… La que les llevaría a prolongar la lucha en terreno enemigo, a entregarlo todo por la consecución de la victoria en aquella Guerra Santa…

Gentil viento… Llévalos hacia Atenea…

Y tras ser conducidos los pétalos portadores de la inscripción por la suave corriente de aire, Shura de Capricornio se dispuso a acabar de una vez con el tormento del guerrero… Lágrimas recorrieron su rostro al comprobar que el filo sagrado nada conseguía. El cosmos de Virgo se disolvió en la nada. Su cuerpo había dejado de existir hacía ya bastante, pero su alma al fin, pudo descansar en paz.

Shaka, tras haber cumplido su misión, cerró el ciclo de su karma, liberando a sus predecesores, y a sí mismo. En ese momento… Alcanzó el Nirvana.

Varios templos en lo alto, la Diosa Atenea recibía en sus manos los delicados pétalos de cerezos escritos con sangre, y se derrumbaba sobre las rodillas al comprender la última voluntad de su guerrero.

Y en el interior del Templo de Virgo… El último resquicio del alma del ario conformó un último enlace mental con el que había sido el amor de su vida. Su voz, clara y transparente como si le tuviera delante, resonó en la psique de Mu.

A… ra… ya… shi… ki…

Mientras los de Bronce y Aioria lamentaban la caída de su compañero, el alquimista rompió a llorar sin remedio al conocer, al fin, cuál había sido su cometido.

Has muerto para decirnos… Que la batalla no ha hecho más que empezar… Y que debemos combatir por la gloria de Atenea en el Hades. Pisar el mundo de los muertos sin abandonar la vida…

No podía dejarse llevar por el dolor. Debía llegar hasta el mismísimo Infierno, y alzarse con la victoria. Por la Diosa, por la Orden… Por Shaka.

Se secó las lágrimas con las manos, y haciendo caso omiso de las miradas desconcertadas de sus compañeros, se alejó con la cabeza bien alta del portón de mármol. Aioria se ahogaba en rencor y sed de venganza, las cuáles quiso saciar al ver como las puertas se abrían, saliendo de su interior los causantes de la lamentada baja.

Iba a arremeter contra ellos cuando Mu, con un solo paso al frente y la mirada clavada en la suya, lo impidió. Adoptando la postura de representante del bando, y ante la respiración contenida de los más jóvenes, el tibetano avanzó hasta quedar frente a frente con Saga de Géminis.

Su rostro reflejó un sentimiento para él novedoso: odio. Odio hacia el hombre que le había arrebatado por segunda vez lo que más quería. Saga había asesinado a su maestro, y ahora le tendía, sin más, el Rosario de quién había sido el dueño legítimo de su corazón.

Era de Shaka… Tómalo. – le dijo el griego, hablándole con el cosmos.

Mu deseó alzar la voz, gritarle sin contención alguna que sabía perfectamente a quién pertenecía el abalorio budita, el cuál había formado parte de su vida desde antes que él tomase injustamente el trono del Patriarca.

Pero no lo hizo. Nunca sucumbiría a un sentimiento tan vil como la destrucción y la violencia. Había visto lágrimas de sangre en aquel hombre, y tras ponerse en su lugar, le otorgó, en silencio, su perdón, pero no sin antes agarrar el Rosario por uno de sus extremos y tirar fuertemente de él.

Ambos caballeros lo sostuvieron con tanto ímpetu que trazas de cosmos fueron desperdigadas por doquier, lo cuál alertó a Aioria, incapaz de contenerse por más tiempo.

¡Cuidado, Mu!

Y sirviéndose de sus Rayos de Plasma, abatió a los portadores de las sapuri.

¡Vengaré la muerte de Shaka¡Merecéis morir ahora mismo, escoria!

Más sobresaltos aguardaban a Leo, puesto que su brazo, alzado en preparación para asestar el último golpe, se encontró con la mano firme de Aries, el cuál volvía a impedirle que actuara.

¡Suéltame¿Te has vuelto loco?

No vale la pena, Aioria… - le contestó, con tristeza en la voz. – Mírales, están maltrechos por los efectos del Tesoro Divino. ¿De qué serviría verter aún más sangre?

¿Cómo dices? – respondió el león, furioso.

Mu miró a los ojos vacíos de sus ahora adversarios.

La muerte de Shaka encierra un significado más profundo del aparente.

Aioria se zafó de su brazo con brusquedad.

No comprendo tu actitud, Mu. Haz lo que quieras, pero no voy a quedarme de brazos cruzados ante la caída de un compañero. Con tu colaboración o sin ella, pienso vengar su muerte. No puedo entender a alguien que permanece impasible ante semejante atrocidad.

El lemuriano sostuvo su dura mirada…

Ojalá pudieras saber cuáles son mis motivos reales….

Pero el noble Leo lo ignoraba. Poco más pudo hacer Mu para evitar que la situación que trataba de impedir se produjera. La llegada de Milo del Escorpión equilibró ambos bandos, un combate a muerte entre antaño compañeros se desencadenó sin posibilidad alguna de ser disuelto.

Aries sostuvo con fuerza el Rosario, dándole un par de vueltas alrededor de sus manos, y con los ojos cerrados, tomó posición entre Aioria y el espartano.

Mu… ¿Vas a unirte a nosotros?

Las dos triadas se habían formado ante el horror de los hermanastros. Dos Exclamaciones de Atenea serían lanzadas, la una contra la otra. Pero la gran tragedia aún estaba por llegar.

No se puede luchar contra lo inevitable.

Forjado en su posición, arrodillado en el epicentro de la Exclamación, Mu alzó sus manos, uniendo la totalidad de la fuerza de su cosmos a la de sus compañeros.

Sus ojos quedaron cegados por la demoledora energía lanzada y recibida a cambio.

En sus manos, un último homenaje, su particular manera de vengar la muerte de Shaka: el Rosario blandía, aferrado a sus dedos, permaneciendo con él hasta el último instante. Un pensamiento surcó su mente momentos antes de sucumbir a la tremendísima colisión.

Espérame en el Inframundo, amor mío… Esta guerra no ha hecho más que empezar…

Y tras ello… La nada.