- Capítulo 16, final -
La Guerra Santa resultó ser la más cruel de cuantas batallas había librado la Orden de Atenea. Muchas tragedias tuvieron que soportar sus protagonistas, siendo obradores de una contienda más allá de la imaginación de cualquier mortal.
La Diosa, haciendo gala de las últimas reservas de poder que a su encarnación le quedaba, pudo devolver a la vida a muchos de sus amados guerreros para después regresar al Olimpo. 200 años tendrían que esperar sus caballeros para volver a tenerla entre ellos.
Fue así como los que habían logrado llegar hasta el Castillo de Pandora por sus propios medios obtuvieron el preciado regalo. Los cinco caballeros de Bronce, ahora divinos tras recibir la sangre de Atenea, al igual que Milo del Escorpión, Kanon de Géminis, Aioria de Leo, Dohko de Libra y Mu de Aries, retornaron al Santuario en Atenas, siendo los orgullosos supervivientes de la epopeya.
Sin embargo… Las pérdidas eran numerosas, y lamentadas.
Sobre ello pensaba un joven mientras observaba los inhóspitos parajes de Tibet a pies de la Torre de Jamir. El viento helado del Himalaya azotaba su hermoso rostro, y los largos cabellos rojizos.
Por mucho tiempo que pasase, Kiki no olvidaría la mañana en que, a pocos días de cumplirse el plazo indicado de dos años en su solitaria formación, el alquimista de Atenea se materializó en el horizonte.
Nunca había sentido tanta alegría por encontrarse con su mentor, y sin embargo… Cuánto dolor pudo denotar en él.
- ¡Señor Mu, está vivo!
Sí, pequeño… La guerra fue devastadora, pero finalmente Hades, el señor del Inframundo, fue derrotado. Muchos cambios se han producido en la Orden. Dohko ha asumido la función de Patriarca, y la formación de nuevos guerreros se ha iniciado. Debemos completar tu entrenamiento cuanto antes.
¿Shiryu, Seiya, Hyoga, Shun e Ikki están bien?
Sí. Fueron los artífices de la victoria. También Milo, Airoia y Kanon siguen entre nosotros.
…. Señor Mu… Entonces… ¿Shaka…?
… Era su destino, Kiki. Él debía morir para abrirnos las puertas a la contienda. Ha cerrado su karma, ahora ya puede descansar en paz.
De aquella conversación, habían transcurrido cinco años. Apenas habían pasado dos días desde que el heredero de Aries cumpliese los dieciocho.
Las primaveras ganadas le transformaron en un joven apuesto, de apariencia noble pero robusta, mirada sincera y vivaz que denotaba entrega y confianza.
El mes de reflexión había dado a su fin, y tal y como había estipulado, su mentor se materializó a escasos pasos de él. Se miraron en silencio, y el joven pudo leer de nuevo en el alma de su maestro la entereza y serenidad que le caracterizaban, pero… Desde aquel día, Mu no había vuelto a ser el mismo. Sus labios le daban consejo, palabras de ánimo y órdenes a ser cumplidas para la mejora de su preparación, mas sus ojos estaban tristes, apagados, sin luz propia.
¿Has dispuesto todo como te indiqué? – preguntó el recién llegado.
Sí.
Le siguió mientras penetraban en la Torre de Jamir. El guerrero de Aries vestía sus usuales y sencillas prendas típicamente tibetanas. El largo cabello malva seguía recogido en habitual atadura, y para sus enigmáticos rasgos el tiempo parecía haberse detenido.
Muchas incógnitas despertaba en el joven la figura de su maestro, ante la que guardaba respetuoso silencio. Tomó asiento en el suelo, como éste le había pedido, y aguardó mientras le oía trabajar en la zona de la dependencia central, donde se encontraban los útiles de descomposición de la materia.
No tuvo que esperar demasiado, ya que su mentor pronto se sentó frente a él, tomando su cara entre las manos para repasar con el punzón de cristal y la tinta las marcas de su protegido.
Dime, Kiki¿en dónde reside la fuerza de la primera Casa del Zodíaco, a la que tú y yo pertenecemos?
Somos los primeros custodios, los que guardan celosamente la técnica de la restauración de las armaduras... Los encargados de hacer que los secretos de esta Orden perduren generación tras generación.
Mu observó el rostro una vez configurados los grabados definitivos.
¿Cuál es el verdadero poder de la alquimia?
La unión de los ocho elementos básicos, aquellos en los que cada materia de este planeta puede descomponerse. La creación del polvo de estrellas que es capaz de otorgar vida al metal divino.
Asintió. Y entonces, tomó de la superficie un decorado recipiente de cristal, el cuál contenía el único secreto de los Aries que no podía ser transcrito en caracteres… La revelación que pasaba de maestros a alumnos desde hacía miles y miles de años.
Suspiró, viéndose a si mismo en Kiki, reviviendo desde el otro punto de vista el día de su proclamación como caballero. Había llegado el momento de pasar el testigo.
En lo cierto estás, salvo que existe un pequeño matiz que aún no conoces... No sólo la piedra filosofal en forma de polvo de estrellas prolonga la vida de las armaduras... También la de aquéllos que portan su secreto y velan por él…
No fue necesario que añadiera más. En ese momento, su alumno lo comprendió. Supo por qué Mu no había envejecido un ápice desde el día en que le conocío pese a que llevaban quince años juntos. Supo el por qué del tormento que parecía portar siempre su alma… Supo el por qué la emoción que brotaba de sus ojos amatista. Las últimas palabras fueron pronunciadas, concluyendo aquel conjuro que algún día, en un futuro, él mismo recitaría a su alumno.
Bebe ahora, y recuerda… En la magia de la alquimia reside la clave de la inmortalidad.
El joven así hizo, doblegándose a los terribles dolores de la transformación del cuerpo.
Incapaz de contenterse por más, Mu le estrechó con fuerza entre los brazos, siendo correspondido en el abrazo. Kiki soportó la calamidad refugiado en el pecho de su mentor, aferrado a su torso, rogando para que el padecimiento se acabara.
Poco después, el dolor remitió, pero no la fusión de ambos cuerpos. Pasaron varios minutos, y ninguno de los dos parecía dispuesto a zafarse del otro.
Con la mirada brillante por la emoción, Mu finalmente le soltó, lentamente, observando en la piel de su heredero el característico brillo nacarado. Por los años que se le fuesen concedidos, Kiki conservaría la noble apariencia de su juventud, soportando la dura prueba de a su vez envejecer en espíritu.
Mi misión contigo ha acabado. Sirve con lealtad a la Diosa una generación más, haz que la llama de tu estirpe siga prendida. Buena suerte, Kiki… Caballero de Oro de Aries.
El recién proclamado le sostuvo la mirada, aún embriagado por el calor fraternal de sus brazos. No eran sus inminentes responsabilidades o el viaje que tendría que hacer hasta Atenas, donde armadura y compañeros le aguardaban, lo que le angustiaba, ni la perspectiva de los años ejerciendo como el alquimista de la Orden… Una pregunta brotó de su voz rota.
¿Qué será ahora de usted, señor Mu?
El ya ex – guerrero colocó con ternura los cabellos rojizos que se empeñaban en desparramarse por el rostro del dorado.
He servido a Atenea durante muchos años, Kiki. He cumplido como caballero, como maestro… Y como hombre. Ya nada me retiene a la superficie. Regreso a Shamballa.
El joven asintió con la cabeza. Ambos se incorporaron, y salieron de nuevo al exterior en silencio. El sol se ocultaba por el horizonte, la noche estaba a punto de caer.
Tras haber recorrido juntos un trecho del camino, Mu se detuvo a unos metros de la Torre. Aquella era la despedida.
¿Volveré a verle algún día?
Eso es algo… Que sólo el destino sabe. Que Hamal guíe tu camino, pequeño.
Sin mirar atrás, el antaño caballero se alejó, perdiéndose al poco en el horizonte. Kiki le siguió con la mirada, y sólo cuando éste hubo desaparecido, dio rienda suelta a las lágrimas.
Lloró por ver marchar al hombre que para él había sido maestro, consejero, salvador, padre y amigo.
Permaneció así unos breves instantes, tras los cuáles secó su aflicción, y se dijo que sería el mejor de los caballeros de Aries, dejando muy alto el nombre de su mentor, por mil o dos mil años más si cabía.
Con el corazón lleno de sentimientos contrapuestos, se perdió en la oscuridad de Jamir, preparando el que sería su regreso a la capital griega, donde le aguardaba el inicio de la etapa más importante de su vida.
El brillo plateado de las estrellas fue lo único que acompañó a Mu en su ascensión por las escarpadas laderas de piedra. Ya era bien entrada la madrugada cuando divisó al fin la entrada a la galería que conducía al interior de las montañas.
Antes de internarse en el túnel, observó los desiertos parajes del Tibet, la tierra a la que había querido con toda su alma. No prolongó por más el adiós, y avanzó a oscuras en el estrecho conducto excabado en piedra, el cuál recorriera junto a Shaka años antes, cuando ambos disfrutaron de dos semanas de total libertad, el capítulo más feliz de todos cuantos habían escrito en la tragedia de su historia.
Escaló y escaló, abriéndose paso entre los obstáculos, hasta que por fin la tuvo ante sus pies. Descendió por las paredes vertical del interior del sistema montañoso, y tras casi una hora de camino, se hayó ante las colosales puertas de la ciudad perdida, la leyenda viviente, Lemuria.
Dos hombres la custodiaban. Vestían prendas de vivos colores, sus cabellos, largos y azulados, caían con gracia sobre los hombros. Sus brazos estaban adornados con sendos brazaletes de plata… Pero lo que llamó más su atención, era que ambos rostros, jóvenes y andróginos, carecían de cejas.
Fue sin embargo la peculiaridad del visitante lo que puso en alerta a los dos guardas. Sólo los sabios llevaban las dos marcas, y aquel ser, llegado indiscutiblemente del mundo exterior, las portaba.
Se trataba sin duda… De uno de los elegidos.
Haciendo gala de las dotes psíquicas comunes a su raza, uno de los jóvenes se proclamó, hablándole mentalmente.
¿Deseáis hablar con un superior, hermano?
Así es .
El otro guarda abrió las puertas, adentrándose en el interior. Pasados unos minutos, regresó acompañado por un ser de porte sereno, elegante… Sus ojos sabios, su piel extremadamente pálida y el calor de su espíritu hizo que por un vago segundo, le recordase al mismísimo Shion. Él también llevaba las dos marcas, evidenciando que era un alquimista, uno de los miembros de mayor importancia entre los habitantes de Shamballa.
Intuyo que deseas regresar a tu mundo… ¿Cuál es tu nombre?
Antes de obtener respuesta, el anciano de exquisitos y juveniles rasgos le observó. Sus cabellos violáceos y la magia de su cosmos le confirmaron la identidad del recién llegado: el menor de los hijos del gobernador, elegido hacía décadas para representarles en la superficie. Sonrió, al encontrar en sus palabras la afirmación que le sacaba de dudas.
Me llamo Mu, y durante veinticinco años he servido a la Diosa Atenea. He combatido por su gloria en numerosas batallas, y tras haber dejado el puesto a mi sucesor, deseo retornar a mi pueblo.
El anciano le indicó con un gesto de su mano, y el calor de su interior, que le siguiera.
Bienvenido a Shamballa, hijo de Atlantis.
El alquimista así hizo. Pero antes de penetrar en el interior de la tierra, alzó la mirada una última vez hacia el oscuro cielo.
Los astros le sonrieron, y una estrella fugaz atravesó la constelación de Virgo.
Mu se adentró en Lemuria, sabiendo que nuevas personas y vivencias le esperaban, las cuáles colmarían lo que restaba de su larga vida. Pero no había pesar en él, porque sabía que cuando al fin llegara su momento y se abandonara a los brazos de la muerte, él estaría esperándole.
Sería en ese instante cuando podrían al fin reunirse en el firmamento. Y una vez allí, permanecerían juntos con las estrellas por toda la eternidad, sin que nada ni nadie pudiese volver a separarles… Nunca más.
Fin
Nota de la autora: quisiera dar mis más sinceras gracias a todos los que hayan leído esta historia, la cuál tiene el honor de haber sido mi proyécto más ambicioso hasta la fecha. No tengo palabras para describir la satisfacción que me da el haberla concluído, tras "Flor de Loto" hay mucho trabajo, mucha ilusión y mucho empeño.
Se me han saltado las lágrimas mientras escribía los dos últimos capítulos. Espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo.
Quería agradecer públicamente el constante apoyo recibido por parte de dos personas: mi prima Usagi, y Belier. Obrigado.
Aprovecho para comunicar que he decidido tomarme un merecido descanso del fandom en Saint Seiya. Voy a centrarme en mi nuevo proyecto, un fic sobre "Zetsuai since 1989" el cuál he titulado "Forward".
Nada más. Espero vuestros comentarios y críticas. Y que las estrellas os guíen cualesquieran que sean los caminos que la vida os lleve a recorrer.
