Prólogo
En este mismo instante, éste, el que transcurre con tanta celeridad que al pensar en él ya se ha convertido en pasado, comprendo de repente que estoy a punto de morir. El destino, según parece, no está exento de ironía. ¡Un espectro asesinado! ¡Un espíritu perseguido, odiado y temido por igual que es capaz de ser herido como el más simple de los mortales! Jamás pude haber imaginado que este día llegaría. Las palabras se confunden en mi mente, y me doy cuenta de que pronto todo terminará. Agonizo. Y a mi alrededor todo gira en un vertiginoso caleidoscopio, imágenes dispersas que azotan los últimos restos de mi conciencia, ángeles de piedra y cruces cubiertas de escarcha, voces y gritos a mi alrededor, ruido de cascos de caballo alejándose del lóbrego cementerio... y después, el silencio, un silencio que parece surgir de mi propia alma.
Un entrecortado gemido escapa de mis labios mientras me llevo la mano al pecho, a la herida que atraviesa mi costado abierta a punta de espada a través de mi capa. Cuando retiro mi mano temblorosa veo los dedos cubiertos de sangre. O más bien lo intuyo tan sólo, pues enseguida la vista vuelve a nublárseme, y después de tambalearme durante unos segundos que parecen una eternidad caigo lentamente sobre el suelo cubierto de nieve. La espada que sostengo en mi mano derecha y a la que no he conseguido darle uso esta noche rueda con un tintineo, alejándose de mi cuerpo. Y mis ojos se quedan clavados en el cielo carente de estrellas, casi muertos en vida.
Pero algo parece detenerme en medio de este dolor que atraviesa mi cuerpo y que me priva de los últimos restos de mi razón. ¡Oigo su voz! ¿Puede ser posible? ¿Puede seguir ella aquí? Mis párpados tiemblan, en un intento desesperado por robar tiempo a la muerte que revolotea sobre mí. Quizás el dolor sea tan intenso que me está haciendo delirar...
- ¡Erik! ¡Erik!
¡No, no estoy delirando! Casi enseguida percibo el ruido de sus pequeños pies corriendo sobre la nieve, hasta llegar a mí, y entonces la veo inclinarse sobre mi cuerpo en medio de una espesa neblina que está oscureciendo cada vez más mi visión. Esa imagen gloriosa, vislumbrada en medio de mis últimos estertores, basta para hacerme olvidar por un instante que estoy a punto de morir. Pienso que está muy hermosa, y deseo con toda mi alma que siempre siga estándolo aunque yo ya no pueda admirarla. Pero parece triste... ¿por qué llora ese ángel encarnado? ¿Por qué me contempla con esos grandes ojos abiertos de par en par y solloza mientras recorre con su mano el contorno de mi rostro y de mi máscara blanca?
¿Acaso mi muerte podrá causarle tanto dolor como me causa a mí la perspectiva de no volver a verla nunca más? Los gemidos que surgen de sus labios me estremecen, y trato de decirle algo, pero las palabras se niegan a salir de mi garganta.
- ¡Oh, Dios mío! ¡No puede ser!- la oigo gritar cada vez más lejos.- ¡Tienes que vivir, Erik! ¡Tienes que vivir por mí!
Siento más frío a cada segundo que pasa. La sangre que humedece mis ropajes ha cubierto la nieve que hay a nuestro alrededor con una capa rosada. Pero ya no hay nada que pueda hacer. Su imagen se desvanece poco a poco ante mis ojos, su voz llega a mí como procedente de unos ecos perdidos, y en el último instante de conciencia, antes de que la noche de los siglos se abata sobre mí, logro pronunciar su nombre con un último aliento extenuado:
- Chris... tine...
