El ángel caído

La familia Giry habitaba una de las casas situadas en la Rue de Rivoli. Aunque no se trataba de una vivienda demasiado ampulosa llamaba la atención su destacado emplazamiento, justo enfrente de los jardines de las Tullerías, donde cada domingo podía verse desfilar a la crême de la crême de la aristocracia parisina con sus mejores galas. A lo lejos se erguía la orgullosa fachada del Louvre, en medio de una vasta extensión de hierba salpicada de cipreses; y al otro extremo podía observarse el lento transitar del Sena, en aquel momento casi totalmente enmascarado por una espesa cortina de niebla todavía invernal. Nada parecía presagiar en Francia la inminente llegada de la primavera al mes siguiente.

Paulette Giry se encontraba en aquel momento sentada en un cómodo diván frente a la chimenea encendida del salón de su casa, cosiendo el dobladillo de un vestido de baile que parecía haber pasado por no pocas penalidades durante los últimos años. La eficiente profesora de ballet de la Ópera Populaire era una mujer de unos cuarenta años que aún conservaba una belleza madura, de ojos claros y almendrados como los de una cierva y larga cabellera oscura veteada por algunas canas primerizas y recogida en una trenza en torno a su esbelta cabeza. Junto a ella permanecía su hija Meg, sentada sobre la alfombra frente a la chimenea encendida y observando tranquilamente las lenguas de fuego que se agitaban ante sus ojos, caldeando el ambiente. El mes de marzo ya se encontraba muy avanzado, pero pese a eso la ola de frío que había azotado toda Francia aquel invierno no parecía deseosa de remitir.

En un momento dado el reloj de pared del salón anunció las nueve de la tarde. Madame Giry alzó los ojos instintivamente de su costura. Su rostro de expresión inteligente reflejaba una velada inquietud.

- Christine se retrasa.- dijo, moviendo la cabeza y dejando el vestido a su lado, sobre el diván.- Ya debería haber regresado. Debe de haber perdido la noción del tiempo, no sé en qué está pensando esa criatura últimamente...

Madame Giry hablaba siempre como si fuese una hija más de Christine Daaé, a la que había llevado a vivir consigo a París cuando era aún una niña de siete años que acababa de quedarse huérfana. El mal disimulado cariño que la profesora de ballet sentía por su alumna aventajada no le pasaba desapercibido a nadie, pero en los últimos tiempos empezaba a teñirse de una cierta preocupación que nunca estaría dispuesta a confesar. Posiblemente se debía al reciente éxito que Christine había adquirido en la Ópera Populaire como consecuencia de las lecciones de canto impartidas por un misterioso maestro al que no obstante Madame Giry conocía demasiado bien. Algo le decía que el éxito resultaba siempre demasiado turbador para una muchacha de diecinueve años, lo que la impulsaba a seguir con atención las evoluciones de Christine en cada momento y en cada lugar.

- No te preocupes, mama, estará al llegar.- respondió alegremente su hija Meg, extendiendo las manos hacia el resplandor del fuego, arrodillada frente a la chimenea. El fuego anaranjado iluminaba su rostro de muñeca dándole una apariencia casi irreal.- No te preocupes tanto por ella. Christine sabe lo que hace. ¡Hablas como si fuésemos todavía unas niñas!

- Siempre seréis unas niñas.- replicó Madame Giry, poniéndose en pie y descorriendo los visillos de la ventana que daba al patio interior de la casa para observar la capa de escarcha que aún se extendía sobre los azulejos.- Por lo menos para mí. No debería andar sola por ahí a estas horas, y menos con el frío que hace. Es casi noche cerrada...

Meg observó largamente a su madre mientras retorcía un mechón de cabello dorado alrededor del dedo índice, y después dijo con una voz repentinamente dubitativa:

¿Sabes si... si hoy tenía que quedarse en la Ópera para una de sus lecciones con... bueno, con su famoso Ángel de la Música? Tal vez sea ése el motivo por el que se haya retrasado. Christine ha estado muy rara estos últimos días. Parece casi incapaz de poder pensar en otra cosa que no sea su misterioso profesor.

- No, no creo que sea eso. Me dijo este mediodía que tenía pensado ir al cementerio a visitar la tumba de su padre. Como cada mes.- respondió Madame Giry, apartándose de la ventana con los brazos cruzados sobre su pecho.- No es algo que me reconforte, la verdad. Quizás debería haberla acompañado. Está demasiado lejos de París como para que me resulte aceptable la perspectiva de que tenga que venir sola en un coche a estas horas. Y no hables del Ángel, Meg. Ya te he dicho muchas veces que ése es un asunto que sólo le concierne a Christine...

Meg soltó un bufido. No aguantaba todo aquel secretismo que su madre y su mejor amiga se tenían entre manos. ¿Qué había de malo en que quisiera averiguar quién era el hombre que había convertido a Christine en la estrella revelación de la Ópera delante de todo París?

Antes de que pudiera contestar se oyeron cuatro precipitados golpes sobre la puerta de entrada de la casa. Madame Giry soltó un leve suspiro de alivio y salió al descansillo bajando después las escaleras de caracol que comunicaban con el piso inferior. Meg la siguió, calzándose las zapatillas de fieltro que había dejado calentándose delante de la chimenea.

¡Gracias a Dios! Tiene que ser ella.- dijo Madame Giry, dirigiéndose al vestíbulo.- Aunque por lo visto parece bastante apresurada. Me pregunto...

Nunca llegó a decir lo que se preguntaba. Cuando Madame Giry abrió la puerta de la calle y una corriente de viento helado se coló hasta el interior las palabras se quedaron presas en su garganta, y no logró decir nada en un primer momento. Sus ojos claros observaban abiertos de par en par a las dos personas que permanecían precariamente de pie en el umbral de la puerta, mientras a sus espaldas un carruaje conducido por un cochero de expresión atemorizada se ponía rápidamente en marcha, alejándose del lugar. Meg, a espaldas de su madre, no pudo contener un grito de sorpresa. Christine estaba allí, frente a ellas, con su vestido oscuro cubierto de nieve y de sangre, una expresión desencajada en su normalmente hermoso rostro y vencida casi por el peso de un hombre inconsciente con cuyo brazo rodeaba sus hombros. Un hombre ataviado completamente de negro y con una máscara blanca que le cubría la mitad derecha de la cara.

- Madame Giry- jadeó Christine en medio del mar de lágrimas que anegaban sus sucias mejillas.- Tiene que ayudarme... Tiene que... que...

Sin poder decir nada más cayó al suelo con su acompañante, vencida por el cansancio y por la impresión mortal que parecía haberse apoderado de ella. Madame Giry salió de su perplejidad emitiendo un grito de temor y precipitándose sobre ambos. Detrás de ella, Meg parecía haber perdido la capacidad de reacción. Sus ojos y su boca abiertos de par en par la hacían parecer un cuadro llamado "incredulidad".

¡Christine¡En nombre del cielo¿Qué significa esto- exclamó Madame Giry con voz temblorosa, inclinándose sobre la muchacha que, doblada sobre el umbral de la puerta, había prorrumpido en un llanto estremecedor. Después la vista de la profesora se clavó en el hombre que yacía junto a ella.¿Qué hace Erik aquí¿Estaba contigo? Pero¿qué os ha pasado¡Vamos, di algo¡Meg, deja de estar ahí quieta como una estatua y ayúdanos!

¡Le... le han herido- dejó escapar Christine, incorporándose con ayuda de su aterrorizada amiga y sujetando de nuevo el brazo de su maestro.- Estábamos en el cementerio... llegaron unos hombres... y entonces él... él... ¡Oh, no, esto tiene que ser una pesadilla¡Esto no puede haber sucedido!

Parecía verdaderamente enloquecida. Durante un terrible segundo Madame Giry se planteó si no habría perdido la cordura, pero aquel pensamiento huyó de su mente cuando sujetó el brazo derecho del hombre al que todos aludían como el Fantasma de la Ópera y se dio cuenta de que realmente debía haber sucedido algo horrible. Erik estaba inconsciente, y no respondió ni a sus palabras ni a sus intentos de que abriera los ojos. De hecho, la parte de su rostro que la máscara dejaba al descubierto estaba tan pálida y su respiración era tan débil que podía pensarse que estaba...

- No vamos a conseguir nada si nos dejamos llevar por el pánico.- dijo Madame Giry en un fingido intento de mantener la calma, aunque parecía sobrecogida.- Ayúdame a llevarle al dormitorio de invitados, Christine. Meg, cierra la puerta. Vamos, niña, tranquilízate, y ahora me contarás todo lo que ha sucedido. Vamos... Christine...

La joven obedeció sin decir nada, en parte debido a que parecía rendida por el esfuerzo que había supuesto arrastrar a Erik hasta la casa y en parte debido a que las lágrimas amenazaban con ahogarla y no le dejaban pronunciar ni una palabra. Hasta casi tres minutos después no consiguieron dejarle tumbado sobre un lecho, porque aunque eran dos la estatura de Erik no hacía muy fácil la tarea de transportarle en un estado inconsciente. Madame Giry encendió apresuradamente la chimenea y trajo un candelabro encendido que dejó sobre la mesilla. Entonces pudo observar más atentamente el rostro que tan familiar le resultaba y se dio cuenta de que Christine no había enloquecido. Algo malo había sucedido en el cementerio. ¡Algo muy malo!

- Ya basta, querida, ya estáis aquí. Todo saldrá bien.- murmuró la profesora, estrechando entre sus brazos a una Christine que no dejaba de llorar y que temblaba como una hoja seca suspendida de un árbol.- Ahora cuéntame qué ha pasado, por favor¡necesito saberlo para ayudaros!

No le resultó fácil entender la historia que Christine le contó en pocos segundos, porque el estado de shock de la muchacha sólo conseguía dificultar su ilación de los hechos. Por lo demás el desarrollo de los acontecimientos le pareció totalmente surrealista. Christine le dijo que se encontraba apenas unas horas antes en el cementerio, ante la tumba de su padre, el afamado violinista sueco Gustav Daaé, cuando de repente habían irrumpido en el camposanto tres hombres embozados en capas con capucha que se habían precipitado sobre ella y habían tratado de maniatarla. No sabía quiénes eran, ni por qué querían llevársela. Había empezado a gritar y entonces había visto llegar a su Ángel de la Música como caído del cielo, apareciendo ante sus ojos sin que nadie supiera cómo y semejante a un vampiro vengador con su capa negra y la espada con empuñadura de calavera que enarboló para precipitarse sobre los hombres que trataban de raptar a su protegida. Después Christine no sabía muy bien lo que había sucedido. Había escuchado un entrechocar de espadas, ruido de pisadas sobre la nieve del cementerio, gritos de dolor y finalmente oyó alejarse a los tres desconocidos y saltar la verja del recinto para perderse en la oscuridad que empezaba a extenderse por el lugar. Pero cuando salió de detrás de la tumba donde Erik la había empujado para protegerla pudo verle caer inerte sobre el suelo, sin que consiguiese responder a sus gritos angustiados. Debían haberle herido muy gravemente, terminó diciendo Christine con sus grandes ojos castaños desorbitados y clavados sobre su peligroso protector, que por lo demás parecía tan frío y tan inerme como un cadáver.

Cuando Madame Giry terminó de escuchar su relato de los hechos se quedó completamente inmóvil durante unos segundos, tratando de procesar todo lo que había oído. Meg dejó escapar un gemido de aprensión y abrazó con fuerza a la temblorosa Christine.

¡Ha podido sucederte algo terrible- exclamó atolondradamente.¡Querían secuestrarte¡Tal vez incluso querían matarte, Christine!

- No lo creo.- dijo de repente Madame Giry sin dejar de observar a Erik. Se había puesto muy pálida.- No sé quiénes podían ser esos hombres, pero algo me dice que tú eras lo que menos les importaba. De alguna manera, debían saber que Erik se encontraba allí, contigo... Si no, no tendría sentido que...

Las dos jóvenes se dieron cuenta de que la mente de Madame Giry revoloteaba en aquel momento muy por delante de ellas, como si acabase de desentrañar un misterio milenario. De todas formas no pudieron interrogarla sobre lo que había querido decir. No era el momento adecuado, no con Erik en aquel estado. Los ojos de Madame Giry reflejaban un miedo mayor de lo que habían percibido jamás en ella, y las manos le temblaban; pero cuando habló su voz pretendía ser firme:

- Meg, ve corriendo a la cocina y tráeme una palangana con agua caliente y sal. Y unas vendas¡rápido!

Meg obedeció atropelladamente, saliendo de la habitación tan confusa que estuvo a punto de tropezar con sus propios pies. Christine simplemente se quedó allí, de pie junto a la cama, blanca y fría como una estatua de mármol. Apenas podía ver nada debido al llanto que arrasaba sus ojos, y el estremecimiento que recorría su cuerpo la hacía parecer de nuevo una pobre niña indefensa.

Al cabo de unos segundos Meg volvió a todo correr y dejó lo que le había pedido su madre encima de la mesilla. Madame Giry no se volvió para mirarla. Estaba quitándole a Erik la chaqueta negra con unos dedos engarfiados debido a la angustia, aunque no resultaba muy fácil debido al estado de absoluta inconsciencia en que él se hallaba sumido. La profesora alzó entonces la vista y miró a Christine, y ella obedeció su orden muda, sintiendo cómo el corazón se le deshacía en llanto al sujetar el brazo derecho de Erik para despojarle del frac. La cabeza de él se movió inanimadamente sobre la almohada debido al movimiento, y de repente un levísimo gemido de dolor se abrió camino entre sus labios.

¡Está vivo- gritó Meg, tapándose la boca con ambas manos.

- Claro que está vivo, aunque no me extraña que haya perdido el conocimiento. Veamos si realmente le han alcanzado de lleno.- murmuró Madame Giry, dejando caer al suelo la chaqueta aún húmeda por la nieve del cementerio. Sus dedos desabrocharon atropelladamente los botones de su chaleco oscuro, abriéndolo como si quisiese y a la vez temiese encontrar lo que efectivamente encontró. Cuando la camisa de él quedó a la vista Christine no pudo contener un grito de angustia, y cayó de rodillas al borde del lecho. Una enorme mancha roja se extendía lentamente por la tela desde el costado izquierdo.

Las manos de Madame Giry palparon la herida a través de la camisa con una experiencia sorprendente, y dejó escapar un profundo suspiro mientras miraba a Christine, que había enterrado el rostro sobre las sábanas entre sus brazos y temblaba violentamente.

- No le ha alcanzado el pulmón¡gracias a Dios- exclamó la profesora sin poder reprimir su alivio.¡Sólo ha sido una herida superficial, aunque sin dañar ningún órgano interno! Oh, esto cambia las cosas. Supongo que podrá recuperarse. Había llegado a temer que no hubiese ninguna esperanza...

Christine alzó la vista temblorosamente, pero no llegó a decir nada. La aterradora magnitud de todo lo que estaba contemplando parecía haberla privado del don de la palabra. Meg, por su parte, se había quedado blanca como una estatua de cera. Christine la vio retroceder y apoyarse en la pared encalada para evitar caer al suelo. Por un momento había olvidado el pánico que sentía su amiga hacia aquel tipo de espectáculos.

¿Eso... es sangre- balbuceó atolondrada. Por la expresión de su rostro parecía a punto de marearse. Christine se incorporó dificultosamente y acudió a su lado para sujetarla, aunque sus ojos llorosos seguían clavados sobre Erik. Madame Giry dejó escapar una exclamación de impaciencia y levantándose a su vez las empujó con más rudeza de lo habitual hacia la puerta.

¡Ya veo la ayuda con la que puedo contar! Vamos, marchaos fuera¡aquí sólo conseguiréis molestarme! Yo me encargaré de esto. Os avisaré si todo sale bien. Si no... supongo que no tendremos más remedio que avisar a un médico. Esperad fuera mientras que...

- Mamàno voy a dejarte sola con...- comenzó a decir Meg, observando con ojos desorbitados el rostro del fantasma que la había atemorizado durante años.

¡No pienso separarme de Erik- exclamó a su vez Christine, dando un paso hacia delante. Madame Giry la detuvo y las condujo hacia la puerta. Su voz era inflexible.

- No me importa lo que queráis o no queráis hacer¡pero vais a obedecerme¡Vamos, fuera ahora mismo¡La mejor ayuda que podéis prestarme es permanecer en silencio¡Y ahora largo!

En cuanto las hubo echado fuera cerró la puerta a sus espaldas y no pudieron escuchar nada más. Durante largos segundos las dos jóvenes se quedaron inmóviles, observándose sin decir nada. Después se encaminaron lentamente hacia sala situada al otro extremo del descansillo y sumida en el resplandor anaranjado de la chimenea encendida. No parecía haber nada mejor que pudieran hacer ante la orden determinante de Madame Giry.

- De todas las cosas que me han pasado en mi vida, ésta es la más extraña.- murmuró Meg, ayudando a su amiga a quitarse el abrigo y el pañuelo que cubría su cabellera rizada, y sentándose después en un extremo del diván situado frente a la chimenea. Sus mejillas estaban anormalmente blancas.

- No te quejes.- dijo Christine con voz cansada, secando las últimas lágrimas que humedecían sus mejillas.- Al menos a ti no han querido raptarte unos desconocidos en mitad de un cementerio mientras visitas la tumba de tu padre.

Se dejó caer con languidez al lado de Meg. Parecía haber envejecido cinco años en tan sólo dos horas. Meg la observó largamente, apoyando un codo en el respaldo del sofày después de unos segundos dijo:

- No creo que tú fueses su objetivo, Christine. Mamá puede tener razón. ¿Qué motivo iba a tener alguien para querer hacerte daño? Tú no tienes enemigos.- y después añadió bufando¡Y sinceramente, no veo a Carlotta capaz de enviar a una panda de matones para que te eliminen del mapa!

- Entonces puede ser cierto lo que tu madre ha dicho.- respondió Christine con aprensión.- Tal vez... tal vez era a Erik a quien querían. En ese caso debe ser gente que conozca muy bien todos los tejemanejes de la Ópera. Demasiado bien, diría yo. ¡Nadie aparte de nosotras tres sabía que él era mi profesor de canto¿Por qué iban a saber entonces que podían usarme como cebo, ya que él siempre va a estar protegiéndome, en cualquier momento y en cualquier lugar?

- No lo sé, Christine.- respondió Meg con sinceridad.- Es un misterio. Supongo que sólo con el tiempo lograremos entenderlo. Ahora lo que tienes que hacer es relajarte. Estás muy nerviosa. Y no me extraña, ha podido suceder algo terrible...

- Erik podía haber muerto por mi culpa.- dejó escapar Christine amargamente, pasándose una mano por los ojos.¡Nunca debí haberme separado de su lado! Él tenía razón, me había dicho este mediodía que no me aconsejaba ir sola al cementerio, quizás sabía que podía ocurrirme algo malo... Pero yo pensé que sólo se trataba de uno de sus excesos de preocupación para conmigo. Siempre está pendiente de todo lo que hago y si por él fuera no dejaría ni que el viento de invierno me lastimase la cara. ¡Y ahora quizás hayan estado a punto de matarle sin saber siquiera el motivo a ciencia cierta!

¡Oh, Christine- exclamó Meg, abrazando de nuevo a su amiga.- Oh, pensar que tal vez te ha salvado la vida... ¡No quiero ni imaginarme lo que hubiese podido suceder si él no te hubiese seguido hasta allí!

- Yo tampoco.- musitó Christine entrecortadamente, apoyando la cabeza en el hombro de su amiga.- Yo tampoco...

- De todas formas, es muy raro.- siguió diciendo Meg con voz dubitativa.- Quiero decir... Desde que era una niña he crecido oyendo leyendas de terror suyas, terribles historias de asesinatos, de venganzas, de amenazas a todos los directores que han pasado por el teatro. El nombre del Fantasma de la Ópera ha sido siempre temido por todos. Pero ahora que por fin puedo verle, en nuestra propia casa, no parece un espectro ni un psicópata... Sólo un hombre herido, con una máscara en la cara.

- Sí.- dijo Christine, soltándose suavemente y observando sin ver las llamas que danzaban en la chimenea. "Más humano y más real que nunca", pensó. No se dio cuenta de que Meg la estaba observando con sus grandes ojos azules abiertos de par en par hasta que su amiga sujetó su barbilla y la hizo volver la cabeza hacia ella.

- Christine...- dejó escapar Meg como si todo un mundo le hubiese sido revelado de repente.- Tú... ¿tú y él...? Quiero decir... ¡Mírate¡Estás temblando¡Estabas loca de nervios cuando abrimos la puerta de casa y te encontramos fuera sujetándole- y después Meg exclamó en un jadeo ahogado¿Tú estás enamorada... de él?

Había en sus ojos una mezcla difusa de aprensión, sorpresa y horror. Christine sintió cómo la sangre acudía a sus mejillas, y volvió la cabeza para no encontrarse con la mirada inquisitiva de Meg. La palabras parecían enredarse en su lengua contra su voluntad.

¡Christine¡Mírame!

Un sollozo ahogado pareció estremecer a la muchacha cuando volvió a observar a su amiga. Movió la cabeza con indescriptible tristeza mientras murmuraba:

- No lo sé. No sé lo que siento por él, Meg. ¡Ojalá lo supiera! Siento algo muy intenso, algo que me ahoga... Al principio era temor, luego admiración. Después pasó a ser piedad. Pero ahora no es nada de todo eso... sino... sino...

- Amor.- susurró Meg, muy pálida.- No trates de engañarte a ti misma¡sabes igual que yo que eso es lo que sientes! Nunca te había visto llorar como hace un momento, cuando pensábamos que el Fan... que Erik- parecía que a Meg le costaba un esfuerzo indecible pronunciar aquel nombre , que Erik podía estar a punto de morir. Si eso no es amor... ¿qué es?

Christine no le respondió. Simplemente se arrebujó en el sofá sin decir una palabra, abrazando sus piernas y apoyando la barbilla en sus rodillas con la vista perdida en un punto fijo del muro. Durante largos minutos lo único que se oyó en la sala fue el monótono tic-tac del reloj de pared. Aunque ambas muchachas tendieron el oído no pudieron escuchar nada en la habitación donde estaban Madame Giry y Erik. En la calle se oyó el retumbar de los cascos de un tiro de caballos que conducían un simón por el bulevar, y después todo volvió a quedar en silencio.

Al cabo de media hora Meg empezó a cabecear, y murmuró que sería mejor que descansasen un poco hasta que Madame Giry les avisara de algún cambio. No tardó en caer profundamente dormida, recostada en los almohadones del diván. Christine permaneció inmóvil durante mucho tiempo más, con el corazón en un puño. La perspectiva de poder descansar le resultaba hiriente. ¿Cómo podría estar tranquila sabiendo que su maestro quizás seguía debatiéndose entre la vida y la muerte?

Inquieta, se levantó en silencio y empezó a dar vueltas por la sala, frotándose las manos entumecidas más por la angustia que por el frío del cementerio. Las últimas palabras de Meg seguían bailando una danza alocada en su mente. Ella le había preguntado si estaba enamorada de Erik. Y Christine no había sabido responderle. ¿Por qué¿Por qué trataba de engañarse más a sí misma que a los demás, enmascarando un sentimiento que su joven corazón no acertaba a identificar debido a lo desconocido que era¡Pero Meg tenía razón! Si no era amor¿por qué Christine había sido durante los últimos meses más feliz que en toda su vida debido a las lecciones que Erik le había estado dando? Si no era amor¿por qué era incapaz de dejar de pensar en él durante al menos un minuto?

Si no era amor... ¿por qué había querido morirse cuando le vio caer en medio de una nieve teñida de sangre, apenas unas horas antes?

Christine dejó escapar un gemido de dolor, hundiendo el rostro en sus manos. Aquella imagen iba a estar persiguiéndola durante toda su vida. Ni siquiera sabía cómo había reunido la decisión necesaria para conseguir llevar a Erik de vuelta a París. Miró entonces la falda de su vestido negro y vio que seguía manchada de sangre y de tierra. No le importó. En aquellos momentos lo único que podía importarle era la mejoría del hombre o fantasma que parecía haberle robado por completo el corazón.

En silencio, procurando no despertar a Meg, Christine atravesó el salón saliendo al descansillo de la escalera y deteniéndose al otro lado de la puerta del dormitorio. Escuchó atentamente, pero no pudo percibir el más mínimo ruido. Después posó suavemente su mano sobre el picaporte de bronce y con harta sorpresa comprobó que la puerta cedía. Una estrecha franja de luz se recortó contra el marco. Christine contuvo el aliento, pero supuso que Madame Giry no se había percatado de nada. Mordiéndose los labios abrió un poco más la puerta tratando de que no emitiese ningún crujido hasta delimitar un campo visual lo bastante amplio, y después permaneció sumida en las sombras del descansillo, observando. Sintió cómo su corazón volvía a encogerse con angustia cuando divisó a Erik tendido sobre el lecho, aún inconsciente, con la cabeza reclinada entre las almohadas y una expresión vacua en su rostro, aunque la delgada línea que arrugaba su ceño le hizo pensar que, aún en medio de su vacío, no debía de ser inmune al dolor. Tenía el pecho descubierto, y en aquel momento Madame Giry estaba terminando de vendarle la herida del costado con todo cuidado. La camisa ensangrentada de él yacía al lado del lecho, junto a su capa negra y su frac.

Christine apenas prestó atención a su profesora. El semblante de su Ángel de la Música cautivaba toda su atención, iluminado por el resplandor oblicuo de la chimenea del dormitorio. La joven tragó saliva, confundida, al darse cuenta de que las pequeñas brumas que había sentido sobrevolar minutos antes sobre sus sentimientos hacia él terminaban por desvanecerse definitivamente. ¡Hubiera dado un mundo en aquel instante por verle despertar¡Hubiera dado... una vida entera por devolverle la suya!

Christine ahogó un suspiro, aturdida, y se dispuso a volver al salón... pero algo la detuvo cuando estaba a punto de marcharse, y la obligó a permanecer semiescondida tras la puerta, apoyada sobre las puntas de los pies y con todos los músculos de su cuerpo en tensión. Vio cómo Madame Giry, después de terminar de ajustar el vendaje que ceñía el pecho de Erik, extendía lentamente su mano hacia la máscara blanca, casi como si fuera contra su voluntad... como si supiese que él no aprobaría aquello...

Christine se dijo que en aquel instante su corazón latía tan fuerte que era un milagro que Madame Giry no pudiera oírlo. Algo le decía que aquello estaba mal. Que debía hacer caso a lo que le ordenó ella desde un primer momento y volver al salón como una niña confiada y obediente. Que no debía querer saber. Que no debía ver. Pero la curiosidad angustiosa que sentía entonces le impidió hacer caso a aquella vocecilla de la conciencia que terminó por desaparecer en el interior de su cabeza cuando, muy despacio, Madame Giry deslizó sus dedos bajo el borde de la máscara blanca y terminó por separarla del rostro de Erik.

En un principio Christine no pudo ver nada porque la silueta de Madame Giry inclinándose hacia un lado para dejar la máscara sobre la mesilla ocupó todo su campo visual. Pero después ella se retiró, y Christine tuvo que contener un grito de dolor y sorpresa desgarradores que sacudió su corazón. Aturdida, se quedó mirando el semblante del hombre al que creía haber empezado a amar, y que en aquel instante pudo darse cuenta que era tan distinto de la parte de su fisonomía que ella ya había contemplado como la noche del día. La parte superior de la mejilla de Erik y su frente ofrecían un inquietante tono rojizo, como el que queda de por vida después de una quemadura importante, y su piel parecía arrugada y comprimida desde debajo del ojo hasta su sien. No había nada allí que equilibrase la hermosura del rostro varonil que tanto había aparecido en los últimos sueños de Christine.

No había nada allí que Erik estuviese dispuesto a dejarle ver...

Entonces se dio cuenta de que sus ojos se habían llenado de lágrimas silenciosas, y se tambaleó, apoyándose en la pared encalada sin dejar de observarle. Él, afortunadamente, seguía perdido en la más absoluta inconsciencia. En un momento dado sus labios se entreabrieron y de ellos brotó un nuevo gemido de dolor, aunque no se despertó. Madame Giry, a quien Christine casi había olvidado, volvió en ese momento a sentarse a su lado (ni siquiera se dio cuenta de que se había levantado) y después de empapar la punta de un pañuelo blanco en el agua de la palangana que reposaba sobre la mejilla limpió suavemente el rostro del fantasma, manchado todavía de tierra y de sangre desde la contienda del cementerio. Había en el rostro de Madame Giry una expresión de piedad y de ternura que Christine no recordaba haber visto jamás.

¡Pobre desventurado de Erik- la oyó musitar con voz temblorosa, posando una mano sobre la pálida mejilla de él.¡Pobre Erik!

Y después se quedó inmóvil, contemplando cómo dormía. Christine tragó saliva, tomando conciencia de su cuerpo en un segundo. Se sentía mareada. El peso de lo que acababa de descubrir se le antojaba abrumador, pero, a la vez, experimentaba un extraño y desconcertante sentimiento que la dejó bastante aturdida. Porque se dio cuenta de que verle así, tal y como era, no le había causado el más mínimo descorazonamiento... No... ¿Qué era, entonces, lo que hacía que le resultase difícil controlar el nudo que sentía en la garganta al mirar así a Erik¿Era... piedad¿O precisamente amor, un amor que de poder superar aquella revelación iba a ser más fuerte y más intenso de lo que Christine podía haber imaginado en un primer momento?

Más fuerte y más intenso... ¿En qué clase de muchacha superficial y veleidosa se habría convertido ella si ver el auténtico aspecto del hombre al que amaba bastaba para alejarle de sus más elevados pensamientos?

Cuando Madame Giry terminó de secar el rostro de Erik y de limpiar las últimas manchas de tierra que oscurecían su frente volvió a tomar la máscara entre sus manos con algo de respeto reverencial, y se la puso en el mayor de los silencios. Christine se pasó entonces una mano por los ojos y supo que había tomado una decisión. Retrocedió de espaldas hacia el salón, muy despacio, tratando de no despertar a Meg, y después volvió a encaminarse hacia el dormitorio tratando de que sus pasos resultasen audibles y llamó a la puerta antes de entrar con una mano que pretendía ser firme.

- Ah, eres tú, querida. Pasa.- dejó escapar Madame Giry con una voz algo sobresaltada, como si Christine hubiese estado a punto de desvelar un secreto milenario. La joven entornó la puerta a sus espaldas una vez que estuvo dentro y se quedó allí de pie. Erik no dio muestra alguna de haber percibido sus voces. De hecho parecía no poder percibir nada.

¿Cómo se encuentra- murmuró Christine deteniéndose a los pies del lecho.

- No muy lúcido, me atrevería a decir.- comentó Madame Giry con indecisión, arreglándose la larga trenza que rodeaba su cabeza.- Aunque parece que va recuperándose poco a poco. No ha perdido mucha sangre. Ha sido una verdadera suerte que te encontrases allí en ese momento, Christine. Unos minutos más y Erik no habría podido contarlo.

Christine se sentó suavemente al otro lado de la cama, mordiéndose las uñas. Desde allí podía contemplar la parte descubierta del rostro de Erik, y pensó que todo daba igual, que después de aquello para ella siempre sería el mismo. Algo muy cálido y muy dulce pareció extenderse por su corazón.

¿Despertará pronto?

- Eso espero. De hecho creo que debería haber recobrado ya el conocimiento. El impacto de lo que ha sucedido ha sido muy intenso, pero Erik es un hombre fuerte. Ha sobrevivido a muchas cosas duras en su vida. Sobrevivirá a esto.

Christine volvió la vista hacia Madame Giry, que seguía recolocándose una a una las horquillas que ceñían su cabellera.

- Muchas cosas duras... ¿A qué se refiere- se encontró preguntando la muchacha.¿Habla de algo... relacionado con su niñez¿Algo que justifique el porqué de su comportamiento y del recelo que parece demostrarle al mundo?

Madame Giry se la quedó observando con una horquilla en la mano. Era evidente que no esperaba aquella pregunta. Después clavó la vista en la delgada pieza de metal, como para evitar encontrarse con la mirada inquisitiva de Christine. Por un momento profesora y alumna parecían haber intercambiado sus papeles.

- Ya veo que no se te pueden ocultar las cosas por más tiempo.- murmuró mientras alisaba los pliegues de su falda oscura y entrelazaba las manos en su regazo; volvió a observar a Christine con mayor decisión.- Supongo que quieres saber¿verdad? A decir verdad me sorprendía que no me hubieses interrogado antes al respecto. Los caballeros enigmáticos tienen su encanto en un primer momento, pero a ninguna muchacha le gusta ser cortejada por un completo desconocido sin pasado y sin historia.

Christine se sintió enrojecer violentamente y apartó la vista. Madame Giry sonrió entonces cansadamente.

- Todo sucedió hace muchos años, querida.- comenzó de repente, y por un instante Christine notó en su voz el mismo acento soñador que tenía cuando les contaba cuentos a Meg y a ella en las largas y tormentosas noches de invierno.- Yo era muy joven... Me formaba para ser bailarina. Una de tantas. Vivía en los dormitorios de la Ópera. Un día, una noticia empezó a circular emocionadamente por el foyer de la danza, algo que parecía haber llegado para interrumpir nuestras vidas de tediosa laboriosidad. Una feria ambulante había llegado a París y había acampado en las orillas del Sena, cerca de la Isla de la Cité. Gitanos. Mis amigas y yo fuimos a verlos...

Durante toda su explicación Madame Giry no había dejado de contemplar el semblante de Erik tendido sobre las almohadas. Sus dedos tomaron en su regazo la mano de él, fría y lánguida.

- Recuerdo muy bien lo que sucedió. Era una feria sórdida llena de pilluelos y tiendas donde todo tipo de adivinas, prestidigitadores y domadores de fieras exhibían sus habilidades. Yo estaba sobrecogida. Los circos jamás me habían gustado, porque no podía soportar la perspectiva de ver sufrir a animales inocentes sólo para complacer a los espectadores. Era un espectáculo siniestro que a mis ojos no tenía nada que envidiar a las luchas de gladiadores en la antigua Roma. No obstante, yo no sabía todavía lo que estaba a punto de contemplar... La última tienda en la que entramos a instancias de un hombre oscuro y charlatán estaba ocupada casi en su totalidad por una enorme jaula alrededor de la que se arremolinaba una auténtica multitud. Yo pensé que tendría que tratarse de una fiera realmente excepcional. Pero no lo era...

Christine observaba atentamente a Madame Giry, temiéndose lo que iba a venir a continuación. Su protectora sacudió la cabeza con tristeza.

- Tenían a Erik encerrado dentro desde hacía años.- dijo sombríamente.- No era más que un niño débil y asustado que había crecido en medio del desprecio y el terror. Por aquel entonces yo tenía quince años. Él apenas había cumplido ocho. Vimos cómo aquel hombre malvado le golpeaba con un látigo y le arrancaba un saco maloliente con el que se había cubierto la cabeza para que todos pudiésemos contemplar su rostro. Tendrías que haber visto las carcajadas y los gritos insultantes de todos los que estaban allí reunidos, Christine, y su expresión de dolor infantil y a la vez incomprensiblemente maduro, una expresión que yo nunca olvidaré. Recuerdo que nuestros ojos se encontraron. Y vi en ellos un mensaje tan claro, una petición tan evidente que me resultó imposible separarme de su jaula: "Libérame, sácame de aquí..." El resto sigue resultándome del todo incomprensible. Yo me había quedado tan paralizada por aquella visión que apenas pude reaccionar cuando todos abandonaron la tienda del gitano y las delgadas pero expertas manos de Erik se abrieron camino entre los barrotes de la jaula, estrangulándole en apenas unos segundos con una cuerda que acababa de coger del suelo. Me quedé mirándole como si fuese una estatua de sal. Después me di cuenta de que tendría que hacer algo, y rápido, o de lo contrario nos atraparían a los dos allí dentro y las consecuencias podrían ser funestas. Sin dudarlo ni un segundo cogí las llaves de la jaula que aquel hombre llevaba en el bolsillo, le liberé y tomándole de la mano echamos a correr fuera de la feria, sorteando las tiendas y las caravanas sin que nadie nos descubriese y escuchando pronto los gritos de terror e indignación de los compañeros del gitano muerto. Era noche cerrada, pero no nos detuvimos hasta llegar a la Ópera. Una vez allí ayudé a Erik a esconderse en la capilla, y le mantuve apartado del resto del mundo hasta que estuve segura de que nadie había asociado aquel incidente con mi momentánea desaparición. Cuando hubo crecido me dijo que había encontrado un lugar mejor donde nadie podría descubrirle ni tratarían de hacerle daño, y supuse que se refería a los pasadizos subterráneos y al lago que se extienden bajo los cimientos de la Ópera... hasta el día de hoy.

Cuando Madame Giry terminó su explicación tuvo que secarse disimuladamente los ojos con un pañuelito de encaje que sacó de una manga. Christine, por su parte, no sabía qué decir ni qué pensar. ¡Ella le había dicho varias veces a Erik que su infancia había sido bastante desdichada debido a la muerte prematura de su padre, su mejor amigo¡Oh, qué odiosas le resultaban en aquel momento sus palabras¿Qué habría pensado él al escucharla hablar así, superviviente a tantas desgracias y sinsabores cuando Christine ni siquiera había llegado al mundo? Seguramente debía haber pensado que no era más que una niña mimada.

La voz de Madame Giry volvió a sacarla de su ensimismamiento, y Christine se obligó a prestarle atención.

- Le escondí del mundo, y de su crueldad. No ha conocido otro lugar desde entonces que el teatro de la Ópera. Fue... su patio de recreo, y ahora es su dominio artístico¡es un genio! Es... arquitecto, diseñador, es compositor... y mago¡un genio, Christine! Tú deberías saberlo mejor que nadie...

Christine entreabrió sus labios, y después movió la cabeza con desazón, observando el semblante de Erik, que había agitado levemente la cabeza sobre las almohadas casi como si pudiese intuir que estaban hablando de él.

¿No sabe cómo fue a parar allí- preguntó la muchacha en un hilo de voz.¿Siempre ha estado en medio de esa tribu de vagabundos, o procedía de otro lugar?

- No lo sé.- confesó Madame Giry.- Erik nunca ha accedido a contarme nada de su pasado antes del momento en que nos conocimos. Es una época de su vida que quizás prefiere mantener en sombras. No creo que nunca nos lo diga. O tal vez simplemente no lo recuerda. Es increíble la habilidad que tiene este hombre para olvidar las cosas que no le interesa recordar.- terminó diciendo con una leve sonrisa. Christine agitó la cabeza con pesar, mordiéndose las uñas.

- Es todo tan terrible... ¿Qué podría haberle pasado si usted no hubiera estado allí aquel día¿Cuántos hombres y mujeres excepcionales habrán visto coartar su potencial en una situación semejante¡No es justo! A veces siento verdadero desprecio por el género humano, Madame Giry. ¿Por qué tienen que suceder este tipo de barbaries en nuestro siglo? No es propio de personas civilizadas como las que nos jactamos de ser, y usted lo sabe.

- La gente siempre trata de destruir lo que teme.- replicó Madame Giry.- Y teme lo que no comprende. No esperes misericordia ni aún en los tiempos que corren. La gente no entenderá que alguien diferente pueda ser considerado un genio.

Hubo un prolongado silencio en la estancia. El reloj del salón dio las once de la noche. No se oía el menor sonido en la casa; Meg debía de seguir profundamente dormida en el diván, sin cambiarse siquiera de ropa.

- Y dime una última cosa, Christine.- añadió de repente Madame Giry.¿Tú serías capaz de seguir mirando a Erik de la misma forma... aún en el supuesto de que conocieses lo que se esconde debajo de esa máscara¿Lo que él trata desesperadamente de ocultarte?

Christine se quedó mirando a su profesora con los ojos muy abiertos. Durante un segundo se planteó si quizás Madame Giry había reparado en su irrupción anterior en la estancia cuando le había quitado la máscara a Erik. Pero en el semblante de ella no había dobles intenciones. Hablaba de buena fe.

- Nunca podré dejar de verle como a la persona más extraordinaria que he conocido en mi vida.- dijo al fin la muchacha.- Y si alguna vez tiemblo al observarle será por el pensamiento de que me hallo frente a un genio. Ni el semblante más aterrorizador conseguiría que me alejase de él.

- Me alegra oírte decir eso.- respondió Madame Giry tratando de disimular una sonrisa de alivio, acariciando la mejilla de Christine por encima de la cama.- La perfección está en los ojos del que mira, querida. Si no logras recordar dentro de unos años ninguna de mis enseñanzas de ballet, recuerda al menos eso.

Sucedió exactamente como Madame Giry había previsto. Hasta casi una hora más tarde Erik no comenzó a emerger lentamente del abrazo de la inconsciencia. Nunca supo cuánto tiempo había pasado así. Sólo sabía que durante lo que a él le resultó una eternidad había permanecido sumido en las tinieblas, como si se encontrase dando la cara a un vacío inmenso en el que no había nada... ni siquiera dolor. Pero al poco tiempo esa sensación de hallarse sumergido en la nada más absoluta comenzó a remitir lentamente. Imágenes difusas revoloteaban por su mente enfebrecida, torturándole en un remolino que poco a poco iba concretándose.

Erik empezó a vislumbrar caras en medio de las sombras... Rostros oscuros y burlones que le rodeaban por doquier y que al parecer se hallaban muy entretenidos señalando algo entre grandes gestos. Sabía que estaban gritando, pero no podía distinguir en un primer momento a qué se debía, ni por qué él se encontraba allí. Sólo sentía dolor. Una extraña sensación de ardor latente que le recorría el pecho y que le hacía estremecerse con cada respiración.

Las imágenes siguieron concretándose. En medio de aquel maremágnum de rostros pudo distinguir algo que permanecía firme a su alrededor, unas líneas verticales de metal... unas barras... ¿una jaula? Pero¿cómo...? Erik habría gritado de haber podido. En medio de la pesadilla se agitó violentamente, sintiendo cómo un frío sudor empapaba su cuerpo debido a la angustia que le provocaba adivinar (¡o más bien recordar!) el lugar en el que se encontraba. Creyó sentir el contacto de algo duro bajo él, sí, un suelo cubierto de paja sucia, y después un dolor que no tenía nada que ver con la herida de su costado, y que se asemejaba al ardor de unos latigazos. Y después llegaron las voces. Esta vez perfectamente inteligibles. Más de lo que él hubiera deseado.

"¡Contemplad, damas y caballeros, al Hijo del Diablo!", gritaba una voz atronadora en medio de un torrente de carcajadas. "¡Se estremecerán¡Se horrorizarán!"

"¡Hijo del Diablo!"

Y entonces gritó por fin, y el sonido de su propia voz se elevó por encima de los rumores de su pesadilla y disipó en un segundo las últimas brumas que le envolvían. Sus ojos se abrieron de par en par. Pero no vio nada en un primer momento, nada a excepción de una luz que a él le resultó cegadora y que le hizo parpadear. Cuando quiso alzar un brazo para taparse la cara se dio cuenta de que su cuerpo parecía pesar tanto que le resultaba casi imposible moverse.

Poco a poco sus pensamientos empezaron a ordenarse, pero¿por qué había tanto silencio de repente¿Y por qué él seguía sintiendo aquel dolor atroz en el pecho? Al cabo de unos segundos tomó conciencia de que se encontraba tendido en un camastro y entonces pudo volver a abrir los ojos a duras penas.

Se dio cuenta de que se encontraba en el interior de una modesta estancia iluminada por el difuso resplandor de algunas velas que arrojaban sombras danzantes sobre las paredes. Una sombra se movió a su lado, y entonces sintió el contacto de una mano delgada sobre su frente, frío y sedante. Erik no hubiese necesitado ver de quién se trataba para reconocerla. Conocía aquellas manos tanto como conocía las suyas propias... porque eran precisamente las que le habían liberado en el pasado de aquella misma pesadilla.

¿Paulette...- se encontró diciendo con una voz ronca que parecía reacia a salir de su garganta. Volvió a parpadear y entonces pudo contemplar a la mujer que se encontraba sentada al borde de su lecho, contemplándole con una expresión que era mezcla de preocupación y profundo alivio.

- Vaya, no puedo creerlo¡por fin has despertado- dijo Madame Giry en voz baja con una débil sonrisa.- Empezaba a temer que hubiese algo roto en el interior de esta cabeza.

Erik no comprendía nada. Sólo sabía que le dolía todo el cuerpo, y que se sentía más débil de lo que había estado en su vida. Cuando trató de incorporarse a medias sobre el lecho sintió una nueva descarga de dolor que le hizo gemir y derrumbarse de nuevo sobre la almohada, cerrando los ojos un instante.

¿Qué ha pasado¿Qué estoy haciendo aquí- murmuró después, sujetando la muñeca de Madame Giry con una mano crispada.¿Dónde... dónde estoy?

- Te hirieron, Erik. Te hirieron más gravemente de lo que te imaginas. No puedes saber lo cerca que has estado de no poder contarlo. Pero afortunadamente has podido recuperarte. ¿No recuerdas nada- inquirió Madame Giry.¿Absolutamente nada?

Erik se quedó observando el rostro de la mujer que le había criado como si fuese su hermano pequeño casi veinticinco años atrás, y vio en sus ojos claros y enmarcados por leves ojeras una sombra de preocupación. Claro que recordaba algo... Poco a poco algunas imágenes que esta vez no tenían nada que ver con las pesadillas empezaron a reconstruirse en su mente. Un cementerio, unos hombres encapuchados, el destello de una espada... un charco de sangre... el frío inerte de la nieve...

Y allí, junto a él, vestida de negro y contemplándole con una expresión absolutamente aterrorizada...

Los ojos verdes de Erik se abrieron de par en par ante aquel recuerdo. Volvió a alzar la cabeza pese al dolor que recorrió su cuerpo, jadeante. Un súbito y horrible presentimiento se había apoderado de él, y apenas pudo expresarlo con voz temblorosa debido a la angustia.

¿Dónde estÂ?Le han hecho algo esos bastardos¿Dónde...?

- Sshhh¡deja de alterarte así! Todo está bien, estás a salvo ahora. Pero no me lo agradezcas a mí.- dijo Madame Giry, y la sonrisa de su rostro se intensificó mientras volvía hacia atrás la cabeza.- Agradéceselo a una persona que de no haber estado junto a ti en aquel momento lo más posible es que ahora todo hubiese terminado para ti.

La mirada de Erik siguió a la de Madame Giry y entonces pudo ver a una figura oscura que permanecía de pie en una esquina de la habitación y en cuya presencia no había reparado antes por el sencillo motivo de que su vestido negro se confundía con las sombras que invadían el dormitorio. La figura se adelantó hacia el resplandor con paso vacilante. La expresión que en aquel momento presidía el rostro de Christine Daaé habría sido difícil de describir. Era una mezcla perfecta de angustia, alivio, dolor y temor. Era todo eso, y a la vez no era nada. Su piel estaba tan pálida como la de una muñeca de cera, y los largos cabellos rizados le caían en desorden sobre los hombros y a lo largo de su espalda. Tenía los ojos hinchados como si hubiese estado conteniendo el llanto durante horas.

Erik se quedó observándola durante largos segundos sin decir nada. Tal vez había perdido la facultad de hablar. Los ojos de ella le devolvieron la mirada con algo de timidez entremezclada con su congoja, retorciendo nerviosamente sus pequeñas manos. Erik tragó saliva, y se incorporó un poco más sobre la cama, tratando de no gemir ante el dolor que atravesó su pecho al hacerlo.

- Christine...

Los labios de ella temblaron perceptiblemente cuando se aproximó a la cama muy despacio, como una muñeca mecánica, deteniéndose junto a él. La intensidad de la mirada que en aquel momento estaban compartiendo casi parecía arrancar chispas en la habitación. Después Christine soltó un repentino gemido y cayó de rodillas junto a él, apoyando los brazos sobre las sábanas y regando con sus besos y con sus lágrimas la mano que su Ángel de la Música mantenía abandonada sobre la cama.

¡Christine- exclamó Erik débilmente, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza al verla así, sumida en una mezcla de desesperación e inenarrable alivio. Quiso levantarse de la cama, tomarla entre sus brazos e incorporarla, pero Madame Giry pareció leer en su rostro como en un libro abierto y le obligó a permanecer tumbado delicadamente.

¡No te muevas! Aún estás muy débil. Supongo por tu expresión que ya estás al tanto de lo que pasó. Habéis corrido un serio peligro los dos.

- No pretendían atacar a Christine, Paulette.- dijo Erik sin dejar de observar a la joven inclinada junto a él.- Sean quienes sean esos esbirros, ten por seguro que su objetivo no era una cantante revelación sueca. ¡Uno no irrumpe en un cementerio al anochecer armado con espadas y mosquetones para secuestrar a una vedette!

¿Y para secuestrar a un espectro- murmuró Christine con voz insegura.- Erik, tengo la impresión de que no parecieron demasiado sorprendidos al verte en el mismo lugar...

- Ya lo sé, pequeña. A eso me refería.- respondió él pensativamente, y al apoyarse sobre un codo volvió a dejar escapar un gemido de dolor.- No me acuses de presuntuoso, pero me parece que el Fantasma de la Ópera tiene muchas más probabilidades que Christine Daaé de aparecer en la lista de los más buscados de Francia.

Ella esbozó una leve sonrisa, aunque Madame Giry se dio cuenta de que seguía observando los vendajes de Erik con aprensión. Íntimamente la profesora de ballet estaba bastante sorprendida al ver cómo las mentes de ambos discurrían por senderos bastante similares.

¡Entonces estás de acuerdo conmigo en que no fue una casualidad! Pero¿quién puede estar detrás de esto¿Quién conocía la relación existente entre vosotros- al decir aquello Madame Giry se percató de que Christine pareció bastante turbada, pero Erik sostuvo su mirada con atención.¡La única respuesta estaría en la Ópera Populaire! No sería extraño que alguien hubiese decidido poner fin a la leyenda del fantasma que sobrevuela desde hace años toda la empresa, pero de ahí a relacionarlo con Christine... ¿Quién está al tanto de sus progresos- y después de un instante añadió¿Crees que los nuevos directores podrían tener algo que ver? No parecen muy satisfechos con la coacción a la que los has estado sometiendo todo este tiempo, si me permites el atrevimiento.

- No, no creo que tengan nada que ver.- dijo Erik observando el crepitar de la chimenea con el ceño fruncido.- Ten en cuenta que el éxito de Christine en la última velada de gala ha sido para ellos como un regalo de Navidad. Ahora tienen una nueva Prima Donna que atraerá la atención de todo París. Sé que están ya bastante hartos de las exigencias presuntuosas de esa bazofia musical de Carlotta y no tendrán más que esperar un poco para ponerla de patitas en la calle. En el fondo estoy seguro de que les encanta mi método de extorsión...

- Quizás tienes razón.- contestó Madame Giry pensativa.- Los directores jamás pondrían en peligro a Christine aún para tenderte una trampa, es cierto, eso es absurdo. ¿Qué vas a hacer entonces?

- Oh, tendré que realizar ciertas... averiguaciones. No creo que tarde demasiado en descubrir quién anda detrás de todo esto. Y cuando lo haya averiguado será un auténtico placer mantener una amigable charla entre el lazo punjab, él y yo.

¿Jamás dejarás de ser tan impetuoso- Madame Giry alzó una ceja.- Tú sabrás mejor que nadie lo que haces. Pero aún no ha llegado ese momento. Hasta que te recuperes no podrás volver a la Ópera. Tendrás que quedarte aquí, bajo nuestros cuidados. Sería un suicidio por tu parte ponerte en movim...

¿Qué¿Quedarme aquí¿Con vosotras? Estás loca.- dejó escapar Erik con una expresión en su rostro bastante inquietante.- Sabes lo que te pasaría si alguien en la Ópera se enterase de que estás protegiendo a su tirano fantasmal bajo tu techo¿verdad¿A quién vas a dar explicaciones, a ese par de necios que dirigen mi empresa como si se tratase de uno más de sus negocios de chatarra? Inténtalo, me encantará ver las caras que ponen al escucharte.

- Nadie tiene por qué enterarse de esto.- replicó Madame Giry fríamente.- Christine no va a decir nada, y en cuanto a Meg, te prometo que me aseguraré de que comprende bien el concepto de mantener la boca cerrada, por mucho que le cueste. Pero mientras me quede un soplo de aliento en el cuerpo no voy a consentir que pongas en peligro tu vida, Erik.

- Ya veo. Así que tendré que pasar por encima de tu cadáver para intentar llevar a cabo mis averiguaciones... y mi venganza¿no es cierto, Paulette- dijo Erik mientras en sus ojos ardía aquel fuego abrasador que habría hecho retroceder al soldado más avezado.- Esto promete ser interesante... muy interesante...

- Oh, deja de ponerme a prueba¡no voy a entrar en tu juego- exclamó Madame Giry, cruzando los brazos.- A veces vuelves a comportarte como un niño pequeño. ¿Qué vas a hacer si te permito marchar de aquí¿Irte por tu propio pie? Por el amor de Dios, Erik¡si apenas puedes levantar un brazo! No confundas la valentía y la sed de venganza con la temeridad absurda.

Él pareció dispuesto a replicar de forma hiriente, pero en el mismo instante en que abrió la boca sus ojos volvieron a posarse sobre Christine, que seguía arrodillada al lado de su lecho contemplándole con ojos desteñidos. No había soltado su mano durante toda la conversación. Había en su semblante tanto anhelo y tanto miedo entremezclados que Erik sintió cómo en un segundo se derrumbaban todos los argumentos ofensivos que estaba dispuesto a esgrimir. Se planteó lo que podría pasarle a ella si le sucedía algo¿podría Christine salir adelante sola? Erik sabía la respuesta, y no resultaba reconfortante. El dolor que había leído en los ojos de su joven protegida casi le había hecho olvidar el suyo propio. Lo mismo volvió a sucederle en aquel momento. Dudó, y Madame Giry percibió con consuelo aquella brecha en su decisión.

- Creo que lo único que necesitas ahora es descansar.- dijo, incorporándose y alisando los pliegues de su falda.- Has perdido mucha sangre, Erik. Por tu bien más vale que olvides tus deseos de venganza por lo menos hasta dentro de unos días. Primero tienes que recuperarte. Después, podrás ocuparte de tus asuntos. Pero hasta entonces te consideraré el convaleciente al que tengo bajo mis cuidados, y no dejaré que abandones esta casa hasta que llegue el momento oportuno.

- Que podrá postergarse durante semanas, me temo.- gruñó Erik, pasándose una mano por los ojos con cansancio.- Tú ganas, Paulette, pero no esperes que me someta a tus reglas como una más de tus hijas. Sé muy bien lo que tengo que hacer, y cuándo lo tengo que hacer.

- No lo pongo en duda.- respondió ella con cierto alivio. Y después se dio cuenta de que Erik no la había escuchado. Estaba contemplando de nuevo a Christine, que, sin pronunciar palabra, le había agradecido aquel gesto con una débil sonrisa que bastó para eliminar las últimas dudas que revoloteaban sobre el alma atormentada de Erik. Los ojos de Madame Giry oscilaron entre los dos, y después carraspeó, plenamente consciente de que ninguno parecía reparar en su presencia. Finalmente dijo con un suspiro algo exasperado- Creo que Meg está llamándome. Iré a ver qué sucede. Christine, no dejes que se levante, y vete tú también a tu cama cuanto antes. Ha sido un día duro para todos.

Christine murmuró algo incomprensible y después Madame Giry salió discretamente de la estancia, entornando la puerta a sus espaldas. Hubo un hondo silencio. Los dos siguieron mirándose. Por primera vez desde que se conocían ninguno parecía saber qué decir.

¿Estás segura de que te encuentras bien- preguntó Erik al fin con una voz que pretendía ser serena.¿No te han... hecho nada esos desconocidos¿Ni un rasguño? Cuando vi que saltaban sobre ti de esa forma creí que iba a arder de cólera en aquel mismo momento.

- Estoy sana y salva.- respondió Christine, bajando la vista.- Pero hay muchas cosas que no entiendo... Erik¿qué hacías tú en el cementerio esta noche¿Por qué me seguiste¿Sabías acaso que algo así estaba a punto de suceder?

- Lo intuía.- murmuró él con el ceño fruncido.- No me preguntes cómo. Después te vi marchar de la Ópera en un carruaje, y justo después de ti salieron a caballo tres hombres desconocidos que tomaron la misma dirección. Me apresuré a partir detrás de ellos y... bueno, el resto ya lo conoces.

- Podías haber muerto por mi culpa, Erik.

En la voz de Christine no residía la entonación propia de una pregunta, sino la de quien se limita a constatar un hecho perfectamente factible.

- Sí.- respondió Erik, alzando la vista al techo.- Quizás. No hubiera dejado de resultar romántico¿no crees? Lo habría hecho con gusto. Morir por ti en un instante sería un honor mayor que vivir una vida entera sumido en el abandono y el olvido.

Christine soltó un débil gemido al escucharle y apoyó el rostro en la mano que Erik mantenía abandonada sobre las sábanas. Entonces pudo sentir que seguía llorando, y que sus cálidas lágrimas humedecían pausadamente su piel. Aquel contacto le conmocionó. Nunca hasta entonces la había tocado más que a través de sus guantes negros, y se preguntó cómo la piel de una mujer podría resultar tan suave.

- Si hubieses muerto... Si hubieses muerto, Erik...

¿Habrías llorado por mí- musitó él, contemplándola con expresión expectante.

- No.- susurró Christine, alzando la vista hacia él sin incorporarse.¡Me habría marchado detrás de ti¡No hubiese podido soportarlo!

Erik tragó saliva, confundido y aturdido, sin saber muy bien qué debía decir. Todo había resultado muy fácil cuando estaban en la Ópera y era él quien controlaba la situación... pero ahora... Sabía que con Christine cerca él se encontraba totalmente desarmado; el temor que era capaz de infundir en cualquier corazón humano se derretía como la nieve bajo el sol, y sólo quedaba el hombre, el hombre de carne y hueso que había tratado de enmascarar durante todos aquellos años. Sus dedos acariciaron el cabello revuelto de Christine torpemente, pensando que habría dado un mundo por uno solo de aquellos rizos. Y ella simplemente siguió observándole, casi como si temiese que él pudiera desvanecerse en un suspiro.

- Ven aquí.- pidió Erik al cabo de unos segundos, tomándola de la mano para que se incorporase y se sentase a su lado, sobre el lecho. Christine obedeció muy despacio. Erik extendió entonces la mano y secó con suavidad las lágrimas que humedecían sus mejillas y apenas la dejaban respirar.- Todo está bien, Christine.- continuó él con voz grave.- Estoy aquí, y tú estás aquí. Nada más importa. Si hasta ahora he podido protegerte, nada de lo que pueda pasarme sucederá en vano.

Christine se pasó una mano por los ojos, asintiendo en silencio. Y después, en un acto reflejo, se arrojó en sus brazos, enterrando el rostro en su hombro y llorando quedamente en él. Erik se quedó perplejo ante aquel súbito arranque, y apenas acertó a rodearla con sus brazos. Tenerla tan cerca bastaba para arrebatarle la poca cordura que le quedaba. "Dios mío... ¡dame alguna señal de que esto no es un sueño!" Como en respuesta, un repentino dolor atravesó su pecho y le hizo gemir.

¡Oh, lo siento- balbuceó Christine, apartándose rápidamente de él y contemplando las apretadas vendas que ceñían su costado.- Había olvidado que... Perdóname¡ya no sé ni lo que hago!

- No importa. Al dolor ya estoy acostumbrado. Te recuerda que estás vivo.

- No digas esas cosas horribles. Pronto todo esto terminaràErik. Te curarás, y podremos volver a la Ópera. Todo volverá a ser como antes... Estoy segura...

¿De veras- respondió Erik con algo de amargura, clavando la vista en la chimenea encendida.¿Con espejos de por medio?

Christine entreabrió sus labios sonrosados, pero no dijo nada. Sabía que en aquella pregunta iba lanzada una proposición muda que llevaba mucho tiempo aleteando inconscientemente por la cabeza de ambos. Y aún no quería, ni sabía, responder a ella. Estaba demasiado aturdida y demasiado cansada. Erik debió de percibir su vacilación, porque sin decir nada volvió a rodearla con sus brazos y la atrajo de nuevo hacia sí, indiferente a las punzadas de dolor que el contacto le produjo en la herida de su pecho. Y de nuevo aquel abrazo le resultó a Christine tan poderoso como una crisálida de cristal irrompible que la protegiese del resto del mundo. Sabía que nada malo podría llegar a sucederle mientras Erik estuviese cerca. Dejándose vencer por el tranquilizador roce de su piel reclinó la cabeza sobre su hombro varonil, embriagándose por la firmeza de aquel cuerpo. Y él simplemente la mantuvo junto a sí durante largos minutos, en silencio, enredando sus dedos con suavidad en el cabello revuelto de Christine.

"Nadie puede saber lo que nos deparará el futuro... pero en este momento, y en este lugar, estás conmigo... ¡y eso vale más que nada!"