Mascarada en carnaval
Como era de esperar, a Madame Giry no le hizo ninguna gracia descubrir al día siguiente que la cama de Erik estaba vacía y no había siquiera una nota que explicase su partida.
¿Cómo has podido dejar que se marchara?- exclamó irritada, dando vueltas por el salón y agitando su trenza al ir y venir.- ¿En qué estabas pensando, Christine¿Tú sabías que iba a cometer una locura como ésta y no me dijiste nada¡Debo suponer entonces que estabais de acuerdo en todo esto!
No fue culpa mía, madame.- se defendió la muchacha, ojerosa y aún descalza y en camisón.- Sabía que usted no iba a aprobarlo, pero no había nada que pudiera hacer para convencer a Erik de que se quedase más tiempo. Debe saber ya que cuando se le mete una cosa en la cabeza no hay persona capaz de hacerle desistir de sus propósitos.
Por supuesto que lo sé. Eso es precisamente lo que me preocupa.- replicó Madame Giry cruzando los brazos con el ceño fruncido.- Y no me halaga en lo más mínimo que desaparezca en mitad de la noche de mi casa como un vulgar ladronzuelo sin dar siquiera explicaciones. Sí, ya imagino que a ti te las dio, Christine. He visto y adivinado bastante. ¡Pero aún así debías haber tenido un poco más de cabeza! Erik sigue estando herido. Han de pasar todavía varios días hasta que se encuentre totalmente restablecido. Y si le pasa algo malo hasta entonces simplemente por cabezonería y afán de venganza... bueno... no podría perdonármelo.
Hubo un profundo silencio en el que la profesora de ballet se pasó sus delgadas manos por los ojos cansadamente y Christine guardó silencio con la vista clavada en sus pies descalzos.
En fin, confiaré aunque sea por una vez en que su temeridad no le llevará a la locura. ¡Sigue siendo igual que hace veinticinco años!- murmuró Madame Giry.
Y el asunto quedó zanjado. Aunque ninguna de las dos volvió a mencionar nada durante los siguientes días la sombra de la partida de Erik había quedado sobrevolando por la casa y pronto Christine se dio cuenta de que aquel hogar que había amado tanto desde que era una niña no le resultaba ahora más que cuatro paredes entre las que ella se hallaba aprisionada con los recuerdos del hombre que había dormido bajo aquel techo y que había terminado por robar su corazón para desaparecer después con la ligereza de un auténtico fantasma. No era muy esperanzador, pero era lo único que le quedaba a Christine en aquellos momentos.
Erik, para harto dolor de la muchacha, se mantuvo fiel a su intención de no dejarse ver por nadie más en la Ópera hasta que pudiera haber resuelto en lo posible sus averiguaciones privadas. Si éstas estaban teniendo éxito Christine no podía adivinarlo. Nadie en la musical empresa parecía estar al tanto de lo que le había sucedido a la joven debutante en el cementerio en aquella lejana tarde de marzo y no iba a ser ella quien lo propagase a los cuatro vientos. Eso sí, el hecho de que el Fantasma de la Ópera no volviese a hacer de las suyas durante casi dos semanas pareció aliviar considerablemente a la dirección y al elenco de trabajadores, que consideraban una bendición divina poder dedicarse a sus ocupaciones sin el temor de que el telón se derrumbase repentinamente sobre sus cabezas o de encontrar cada mañana un sobre encima de la mesa del despacho exigiendo con mucha amabilidad un sueldo mensual de veinte mil francos. Los señores Richard y Moncharmin parecían no caber en sí de gozo ante aquella nueva disposición de su espectral extorsionador. A Christine, por el contrario, no parecía hacerle ninguna gracia.
¡Cruel!- llegó a exclamar una tarde en voz baja lanzando una mirada de tristeza al espejo enmudecido de su camerino mientras después de una espera infructuosa de dos horas se enfundaba en su abrigo para volver a casa.- ¿A qué estás esperando¿Es que no ves que te necesito?
El espejo persistió en su obstinado silencio como había hecho tantas veces durante todas aquellas jornadas. Pero al día siguiente, cuando Christine regresó para preparar un ensayo por la mañana, encontró sobre el tocador la prueba irrefrutable de que sus palabras habían sido oídas: una nueva rosa con un lazo negro y una carta que tomó con tantas ansias entre sus manos temblorosas que estuvo a punto de caérsele al suelo. Un brillo de emoción bailó en sus ojos al distinguir la caligrafía de su adorado maestro y leer sus explicaciones algo arrepentidas pero firmes acerca de su ausencia durante todo aquel tiempo, "por el bien de ambos". Erik no tenía otra opción si quería liberar a Christine de una vez por todas de estar en el punto de mira de una posible conspiración en su contra.
Ella procuró entenderlo, pero sólo sabía que cada día le extrañaba más. Extrañaba su presencia tranquilizadora junto a ella, extrañaba su aroma, el tacto de sus manos, extrañaba su mirada salvaje y protectora al mismo tiempo, pero, por encima de todo, extrañaba su voz, aquella cadencia sensual y profunda con la que soñaba noche tras noche y con la que él había conseguido mantenerla atada sin usar magia de ningún tipo. Christine no tardó en darse cuenta de que todo lo relacionado con Erik se había convertido en una droga dura para ella. En cierta ocasión había leído que las grandes ausencias apagan los amores mediocres y avivan los grandes amores, como el viento apaga una vela y aviva una hoguera. Si eso era cierto la hoguera que ardía en el pecho de Christine Daaé amenazaba con convertirse en un verdadero incendio que abrasase el bosque de su vida.
En medio de aquellos vaivenes emocionales que mantenían a la muchacha totalmente descompuesta le llegó la noticia de que la Ópera Populaire se disponía a celebrar un baile de máscaras por todo lo alto. Menudo despilfarro. Sin duda los directores deseaban de algún modo congraciarse con el público de alto standing habitual con una fiesta en la que pudieran tener cabida las más importantes personalidades del panorama aristocrático parisino de aquella época.
Aquello a Christine le habría resultado indiferente de no ser porque Madame Giry insistió, no muy convencida, en que debían acudir si realmente querían que todo pareciese marchar de la forma más natural posible. En cuanto a Meg, parecía tan ilusionada con la idea como una niña con una muñeca nueva.
¡Quién sabe si podremos conocer a alguien interesante en el baile!- exclamó mientras su cabeza empezaba a maquinar una retahíla de posibles amores novelescos y echaba a correr a su dormitorio poniendo patas arriba el armario para tratar de encontrar un traje adecuado para la ocasión.
Cuando llegó la citada noche Meg parecía una Cenicienta extasiada que no paraba de lanzar miradas y más miradas al reloj de pared del salón. Su madre permanecía en silencio a su lado, recolocándose el elegante chal negro que cubría sus hombros. A los pocos minutos bajó Christine ajustándose los largos guantes blancos. Estaba radiante en su vestido rosado, pero, por el contrario, su rostro no manifestaba el menor entusiasmo.
Sigo pensando que no deberíamos ir. ¿Para qué tenemos que mezclarnos con todos esos desconocidos?- protestó débilmente mientras cerraban la puerta de casa y Meg se precipitaba hacia la calzada dando el alto a un coche público.
Te lo he dicho varias veces, Christine. Esto no es un simple baile de máscaras. Es un... ¿cómo decirlo? Acontecimiento social.- contestó Madame Giry con paciencia.- Muchas veces una tiene que hacer cosas de cara a la galería aunque sean lo que menos le apetezca en el mundo.
Christine frunció el ceño mientras seguía a su profesora al interior del coche y se sentaba en el asiento tapizado de terciopelo, recolocando los amplios pliegues de su vestido. Madame Giry dio unos golpecitos en la pared separadora, indicó el destino al cochero y el vehículo se puso en marcha alejándose de la Rue de Rivoli.
Erik no va a estar.- masculló Christine a su profesora mientras Meg observaba con atención por la ventanilla.- ¿Para qué he de esforzarme entonces por estar alegre y atractiva? Podría estar haciendo algo de provecho en lugar de perder el tiempo entre aristócratas bailarines. Podría practicar mis intervenciones en Fausto. Tengo las lecciones de canto muy descuidadas y no creo que le haga la menor gracia descubrirlo cuando se digne a volver a visitarme...
Madame Giry guardó un prudente silencio mientras observaba el semblante aburrido de la muchacha. No llegó a decirlo en voz alta, pero pensó que nunca hasta entonces había visto a Christine tan impaciente con respecto al resto del mundo ni tan deseosa de dedicarse en cuerpo y alma a su música. Debía ser verdad aquello de que todo se pegaba menos la hermosura. Sólo le faltaba ponerse media máscara y andar atemorizando a las bailarinas por el foyer de la Ópera.
A los pocos minutos el coche se detuvo en la explanada situada delante de la Ópera y las tres mujeres descendieron observando el animado ambiente que las rodeaba. Todo el Bulevar des Capucines parecía haberse vestido de gala para una noche tan importante. Había decenas de carruajes dirigiéndose a la Rotonda en espera de poder aparcar y de los afortunados vehículos que habían sido más rápidos descendían arlequines y polichinelas sujetando del brazo a mujeres muy emperifolladas que se ocultaban detrás de antifaces de encaje. Christine pensó con disimulado asombro que muchos de los aristócratas más encumbrados de París tenían un gusto un tanto dudoso en cuanto a sus disfraces, pero esa impresión se desvaneció cuando pudo divisar al señor Richard con algo parecido a una cabeza de gallo sobre la suya propia (que por lo demás no era muy diferente) y al señor Moncharmin con unos inmensos cuernos dorados y retorcidos. Cuando vio pasar a la Carlotta por su lado dándose aires del brazo de Ubaldo Piangi, el tenor principal de la Ópera, y con algo en su peinado sorprendentemente similar al plumero que utilizaba Madame Giry en las labores de la casa, Christine hubiera tratado de darse la vuelta para marcharse de no ser porque su profesora sujetó su brazo con más firmeza y la hizo atravesar la columnata de entrada edificada por Garnier.
La Gran Escalera desbordaba lujo y suntuosidad aquella noche. La parte del edificio destinada de ordinario al tráfico y presentación de los visitantes de la Ópera se había visto convertida por arte de magia en improvisado salón de baile donde cientos de parejas giraban y giraban en medio de una música esplendorosa. Las estatuas desnudas que se hallaban diseminadas por las balaustradas y que sujetaban en sus brazos globos de luz brillaban como el oro en medio de aquella multitud. Revoloteo de vestidos, risas y entrechocar de copas de cristal, danza de abanicos, música, despreocupación total. Y máscaras. Máscaras por todas partes. De forma incomprensible a la joven diva le pareció aquello bastante hiriente, y de nuevo se sintió totalmente desubicada cuando se dio cuenta de que todo el mundo menos ella parecía tener la intención de divertirse.
Su malestar fue en aumento cuando se volvió para hablar con Meg y se dio cuenta de que ya no estaba a su lado. Sorprendida, Christine la buscó con la mirada hasta que la descubrió en el otro extremo de la escalera bailando animadamente con un joven alto y apuesto, de largo cabello rubio recogido con una cinta y vestido con un uniforme de soldado imperial. Las cejas de la muchacha se alzaron en un gesto de perplejidad. ¡Realmente su amiga no había perdido el tiempo! Christine reparó en aquel mismo momento en que conocía a ese joven de los lejanos años de la infancia, cuando ambos eran muy pequeños y coincidían durante los veranos en la pequeña aldea de Perros-Guirec. Era el vizconde de Chagny, o algo así creía recordar. Al parecer el joven en cuestión no la había reconocido. Christine se encogió de hombros con una leve sonrisa. Por lo que su memoria conservaba, no se trataba de un muchacho excesivamente profundo. Aquello podía ser bastante para Meg, pero¡qué diferente de Erik!
"Y si al menos él estuviese aquí ahora, todo sería perfecto", se encontró pensando con algo de melancolía. No pudo evitar sentirse algo culpable al evocarle en aquellos momentos solo, en su guarida, debajo de todo aquel tumulto y aquella fiesta. Seguramente estaría trabajando fervientemente en su Don Juan Triunfante¿tal vez para evitar torturarse pensando noche y día en ella? Christine no pudo contener un suspiro de amargura mientras abandonaba lentamente la Gran Escalera, dando tironcitos a los botones de sus guantes blancos. ¡Sí, si Erik estuviese allí todo sería mil veces más hermoso!
Abstraída, se encontró caminando por el Grand Foyer mientras la música y las carcajadas procedentes de la fiesta la seguían en su solitario transitar. Hacía un calor agobiante. Christine se dio aire con una mano mientras se dirigía hacia una de las ventanas del corredor en aquellos momentos desierto; y, al pasar por delante de una gruesa columna de mármol veteado, su guante cayó al suelo y estuvo a punto de pisarlo. Se inclinó para recogerlo, contrariada, pero sus dedos no llegaron a tocarlo. Una mano enguantada en negro apareció de repente ante sus ojos y se adelantó a su gesto, devolviéndoselo con gran elegancia.
¿Cómo, Miss Daaé, no se encuentra usted disfrutando de la fiesta¿Una muchacha tan hermosa que no se ha molestado en buscar pareja de baile para esta noche?
Christine no había escuchado el ruido de sus pasos al aproximarse a ella, pero tampoco lo habría necesitado. No existían dos voces en el mundo capaces de subyugar sus sentidos de aquella forma tan intensa. Trémula, alzó lentamente la vista, aún inclinada sobre el suelo de mármol, y vio frente a sí a un hombre alto ataviado totalmente de rojo, con una especie de levita de terciopelo cuya capa arrastraba tras sus pies. Llevaba el rostro completamente cubierto hasta la nariz por una máscara blanca. Los oscuros cercos que rodeaban sus ojos le habrían dado una apariencia sobrecogedora de no ser por los iris verdes tan familiares que en aquel momento la contemplaban con una mezcla de dulzura e ironía. Christine dejó escapar un jadeo de perplejidad.
¿Erik...?
Él no le contestó, pero una sonrisa se dibujó en sus labios mientras tomaba su pequeña mano blanca, la ayudaba a incorporarse y le calzaba después el guante con gran galantería.
¿Qué estás haciendo aquí?- dejó escapar Christine apresuradamente, con los ojos abiertos de par en par.
¡Divertirme! Vamos, no esperarías que me quedase en casa esta noche tan importante¿verdad? Hasta los fantasmas tienen derecho a entretenerse con los vivos... Estoy seguro de que tus directores podrán comprenderlo. Tengo además una pequeña diversión preparada para ellos...
Christine, sin soltar su mano, echó un vistazo apresuradamente al foyer por encima de su hombro.
¿Pero te has vuelto loco¡Toda la Ópera está llena de visitantes¡Hay cientos de personas solamente en la Gran Escalera¡No podrás enfrentarte a todos ellos, Erik, te atraparán si te descubren!
Mi pequeña inocente y despistada¿no te has dado cuenta de dónde nos encontramos?- respondió él sujetando suavemente sus hombros.- ¡Es un baile de máscaras, Christine! Como tú has dicho, hay cientos de disfraces ahí fuera. ¿Realmente piensas que alguien va a prestar atención a un invitado más que lleve un traje tan discreto como el de la Muerte Roja? Hoy todo es esplendor y engaño. Nadie será descubierto ni siquiera por quienes mejor puedan conocerle.- y después de un segundo de silencio Erik añadió con satisfacción:- Ni siquiera yo.
Christine contempló su traje, y su enigmática máscara, tan distinta a la que estaba acostumbrada a verle llevar, y pensó que estaba... arrebatador¡aquélla era la palabra! Arrebatador, peligroso e insoportablemente seductor. Después recordó que hacía casi una semana desde que él se marchó de casa de Madame Giry, y que no había podido verle en todo aquel tiempo. Una lenta sonrisa se fue perfilando en sus labios hasta desembocar en una carcajada. ¡Sí, todo era realmente perfecto!
Y ahora, Miss Daaé, me concederá usted este vals.- siguió diciendo Erik, conduciéndola de vuelta a la Gran Escalera, rodeando la breve cintura de la joven con su recio brazo y aproximándola más hacia sí mientras sujetaba su otra mano. Christine le dirigió una mirada llena de picardía.
¿Es una petición, monsieur?
No. Es una declaración de principios.- replicó él con una sonrisa maliciosa.- Me gusta vigilar muy de cerca lo que es mío, Christine. Ya deberías saberlo.
Ella se echó a reír y apoyó su mano izquierda sobre su hombro. De repente la Gran Escalera le parecía mil veces más hermosa. Comenzaron a girar entre las demás parejas, perdiéndose entre la multitud que inundaba la estancia dorada. Aquello era un estallido de risas, voces, música y luz. Cualquier problema parecía estar muy lejos de la Ópera Populaire aquella noche. A lo lejos, en lo alto de la escalera, Christine vio a los directores muy entretenidos con dos bailarinas hablando de algo que seguramente tendría poco que ver con el último estreno. Más allá vio a Madame Giry conversando con dos condesas muy emperifolladas a las que Christine conocía de vista. La joven se dio cuenta de que la mirada de su profesora de ballet se quedaba prendida sobre ella, o más bien sobre su acompañante; y aunque en ningún momento interrumpió el tono reposado de su conversación Christine se dio cuenta de que había reparado en la identidad del invitado ataviado de rojo, y su sonrisa se intensificó imperceptiblemente.
Debería estar muy enfadada contigo, Erik.- dijo Christine mientras daban vueltas y más vueltas entre la multitud y sentía el brazo de él enlazando su cintura.- ¿Dónde has estado durante todo este tiempo¡No has venido a visitarme ni una sola vez, no has vuelto a pasar siquiera por mi camerino! He llegado a tener miedo de que pudiera haberte sucedido algo grave. Sólo has tenido tiempo para escribirme cartas.
No le costó demasiado esfuerzo adivinar una sonrisa maliciosa bajo aquella máscara cadavérica. Los ojos verdes que la contemplaban de hito en hito brillaron burlones.
¿Sólo¿Te parece poco? Si alguien hubiese tenido la feliz idea de interceptar nuestro pequeño correo privado te habría parecido una temeridad.
¿Quién iba a hacer eso? Sabes de sobra que cierro cada noche la puerta de mi camerino con llave y sólo Madame Giry posee una copia...- comenzó a argumentar Christine, aunque todas sus ideas se desvanecieron al sentir cómo él la atraía más hacia sí sin dejar de bailar, tan cerca que podía verse reflejada en sus ojos. Sus mejillas adquirieron un tono más sonrosado.- Hum... No es necesario que me abraces así o me dejarás sin aliento... ¿Tú...?
Espera un segundo.- Erik interrumpió de repente sus palabras mientras observaba a Meg y a su rubio acompañante por encima del hombro de Christine con una expresión aún más burlona.- No puedo creerlo¿tu amiga ha tenido éxito en su cacería¿Quién es el niño rico de la cara angelical?
El vizconde de algo, Erik. No estoy muy segura. Yo le conocía cuando éramos niños, pero después se marchó a recorrer el mundo y no volví a saber nada más de él. Supongo que Perros-Guirec debió de resultarle poco adecuado a su rango.
Bueno, en ese caso me alegro de que no haya puesto sus ojos en ti, o tal vez tendría que darle uso a esta espada, lo cual sería muy emocionante. Pero estoy desentrenado. Y a Garnier le quedó demasiado bien la decoración de esta escalera como para estropearla con un duelo demasiado cruento.
Oh, por el amor de Dios¡no digas esas cosas!- rió Christine sin soltarse cuando el vals hubo cesado y las parejas comenzaban a aplaudir a monsieur Reyer pidiendo otra pieza.- No me gusta que seas tan agresivo. Además, no me cambies de tema¡no vas a librarte de darme explicaciones sobre lo que has estado haciendo, Erik!
Ya lo supongo.- suspiró él. Después sujetó a Christine de la mano y tiró de ella alejándose del núcleo de bailarines que volvían a emprender una danza dinámica.- Vamos, ven conmigo. Si quieres que hablemos será mejor que busquemos un lugar más discreto. Aquí apenas puede oírse nada aparte de la música.
Christine le siguió sin protestar cuando Erik descendió el tramo de escaleras que surgía de la parte posterior de la estancia, bajando a un nivel donde en aquellos momentos no había nadie. La techumbre de mármol decorado con labor de candelero descansaba sobre delgadas columnas que le otorgaban una apariencia de gruta vegetal. Pasaron por delante de la estatua de bronce de la Pythia de cabellos serpenteantes que Garnier había encargado a Adèle d'Affry y entonces Erik se detuvo, observando por un instante su imagen reflejada en un alto espejo de pared.
Sé que te debo una explicación.- comenzó a decir, dándose la vuelta y tomando entre las suyas las pequeñas manos de Christine.- Te he vigilado muy de cerca durante todos estos días y no hay sido nada fácil para mí ignorar mis deseos de volver a verte. Pero no podía hacerlo. He tratado de no dar señales de vida en el edificio para tratar de descubrir cómo se desarrollaban los acontecimientos, y ahora puedo decirte que estás completamente segura, Christine. Por lo que creo ya no hay nadie que quiera atentar contra tu seguridad.
No es eso lo que me ha quitado el sueño, y lo sabes.- respondió Christine acariciando con su mano enguantada la parte descubierta de la mejilla de él y el hoyuelo de su mentón.- Erik, han... han pasado muchas cosas entre nosotros durante los días que estuviste convaleciente en nuestra casa, y tu partida fue tan brusca que a veces he llegado a despertarme temiendo que todo hubiera sido un sueño. Sé que estás haciendo lo que debes, pero... bueno... quizás soy demasiado egoísta como para dejar que te desprendas de mi lado con tanta facilidad.
Erik parpadeó, divertido. Ser recriminado por su dulce Christine era una novedad casi excitante.
Te he escrito varias veces explicándotelo todo, querida. No pienses que no te he extrañado cada minuto como tú me has extrañado a mí. He estado muy ocupado, de veras. Más de lo que te imaginas.- y añadió maliciosamente:- Entiendo que quiera tenerme para usted sola, Miss Daaé, pero hay veces en que hasta los maestros de canto más particulares deben velar por la integridad de sus protegidas en territorios muy alejados de sus camerinos.
Christine trató de hacer un esfuerzo para no sonreír. Fracasó.
Excusas baratas.- replicó con un mohín de fingida resignación.- Supongo que debes de habértelo pasado en grande planeando posibles estrategias de venganza mientras yo languidecía sin tus lecciones de canto. Es algo muy cruel por parte de mi maestro. Daría cualquier cosa por averiguar si durante todos estos días has guardado algún pensamiento para mí, o te has limitado a...
No pudo concluir su frase, porque Erik la interrumpió atrayéndola hacia sí bruscamente y acalló sus quejas con un beso salvaje ante el cual la patidifusa joven no pudo (ni quiso) defenderse. Después del primer segundo de sorpresa se encontró correspondiéndole con un ímpetu ahogador, deslizando sus manos por los hombros de él y pensando en cuán diferente era aquel beso del primer contacto tímido que habían experimentado sentados sobre la banqueta del piano en casa de Madame Giry. Pareció durar una eternidad, pero cuando la magia terminó desvaneciéndose y tomaron consciencia del baile que tenía lugar allí arriba, de la música, los dos abrieron los ojos y se separaron apenas unos centímetros, mirándose fijamente ante la abrumadora intensidad de lo que habían compartido.
Ésta es mi respuesta. ¿Quieres saber más?- murmuró él con la respiración alterada, manteniéndola aún firmemente sujeta entre sus brazos.- ¡Te asombraría saber lo mucho que he deseado esto durante las últimas semanas!
Christine emitió un leve suspiro mientras volvía a besarle apoyando sus manos en las mejillas de él, como para evitar que pudiese apartarse. Aquel beso también quemaba como el hierro candente, y despertó en su joven cuerpo un anhelo hasta entonces nunca experimentado.
Déjame... déjame que me vaya contigo¡no quiero separarme de ti!- acertó a musitar entrecortadamente. Erik negó con la cabeza sin dejar de besarla.
No. No puedo, Christine. No todavía. Es... demasiado pronto.
¿Demasiado pronto?- dijo ella apartándose unos centímetros y observándole con inocencia.- ¿Demasiado pronto para qué?
No puedo explicártelo ahora, pero te prometo que con el tiempo lo entenderás. Hay muchas cosas en juego. Y tú eres la más importante de ellas. No voy a tirar todo por la borda sólo por un momento de irreflexión.
Al escuchar sus palabras Christine frunció levemente el ceño y observó a Erik como si tratase de encontrar algo invisible en la superficie de su máscara o en su mirada.
Vas a volver a marcharte.- dijo. No era una pregunta.- Vas a irte¿verdad¿Significa eso que aún tendremos que esperar para que las cosas vuelvan a ser lo que eran?
No es muy esperanzador, querida, pero me temo que sí. No debería adelantarte nada, pero, si te sirve de consuelo, tengo preparado algo que quizás compense de algún modo tu soledad dentro de poco tiempo. ¿Podrás ser paciente?
Deberé intentarlo.- respondió Christine con resignación, reclinando la cabeza sobre el hombro de Erik mientras él la rodeaba con sus brazos.- ¿Qué vas a hacer ahora¿A qué te referías hace unos minutos con eso de que tienes una "sorpresa" preparada para los directores?
Erik dejó escapar una risa en voz baja que Christine había oído muy pocas veces hasta entonces; era un sonido cuanto menos inquietante, pero a ella le resultó a la vez muy seductor. Demasiado para su propia cordura.
Oh, vamos¡no me obligues a desvelar la sorpresa! Estoy seguro de que esta noche ninguno de esos dos patanes espera ver aparecer por aquí al Fantasma de la Ópera con más afán vengativo que de costumbre. Tengo ciertas deudas pendientes por saldar.
No lo pongo en duda. Pero no hagas nada demasiado temerario, Erik. Tengo tanto miedo de que vuelva a sucederte algo...
Él, en silencio, colocó la mano de Christine sobre su costado, en el lugar donde había sido herido semanas atrás durante la contienda en el cementerio, y dijo en un tono de voz más quedo sin dejar de mirarla:
Esta herida ya casi ha terminado de cicatrizarse. Y ésta- añadió llevando su mano hasta su corazón- ya lo está por completo. Todo irá bien. Confía en mí. Y ahora, Christine... debo irme. Trata de actuar con naturalidad y no temas por mí¡tengo bastante experiencia en este tipo de extorsiones!
Ella sonrió dulcemente y después de un último beso soltó sus manos y permaneció de pie observando cómo se alejaba Erik en dirección a la Rotonda de Invitados de la Ópera sumida en sombras, sigiloso como un gato, con el extremo de su capa roja siguiéndole como una estela a su cometa. Sólo cuando hubo desaparecido recuperó Christine el don de la movilidad, y después de rozar durante unos instantes sus labios con el dedo índice nostálgicamente se dio la vuelta y subió los escalones que comunicaban aquella zona desierta con la Gran Escalera.
Allí arriba todo seguía sumido en el bullicio del baile y de la música. Christine atravesó la estancia esquivando a las parejas que danzaban para reunirse con Madame Giry, a la que había divisado de pie bajo uno de los grandes balcones de mármol, dándose aire con un abanico.
¿Dónde est�, Christine?- fue lo primero que dijo la profesora cuando la joven se detuvo a su lado. Había presenciado el vals de ambos y había adivinado el resto.- ¿Se ha marchado al lago?
No. Dijo que quería quedarse un poco más... que tenía cosas importantes por hacer.
Me lo temía.- respondió Madame Giry con expresión algo sombría mientras trataba de mantener su sonrisa y saludaba a tres integrantes de la orquesta de la Ópera.- ¿Cuándo aprenderá a ser discreto? Este chico tiene la enfermedad del decorado. Siempre lo he dicho. Bien, que haga lo que quiera, aunque la verdad es que todo esto me da muy mala espina. Me pregunto cuánto tiempo esperará Erik...
Pero Erik no esperó mucho para hacer su aparición estelar. Concretamente fue media hora el tiempo transcurrido hasta el instante en que hubo un chisporroteo en lo más alto de la Gran Escalera y de improviso, sin que nadie supiera cómo ni porqué, la iluminación de la vasta estancia se desvaneció como si alguien hubiese quebrado de repente todos los globos de luz. La dinámica música murió en un estruendo disonante. Hubo gritos de sorpresa y desconcierto, murmullos apremiantes y mucho crujir de faldas mientras decenas de personas se apretujaban unas contra otras en medio de la semipenumbra reinante. La delgada mano de Madame Giry se cerró con suavidad sobre la muñeca de Christine y ambas se miraron; no fueron necesarias las palabras. Los señores Richard y Moncharmin, por su parte, vieron interrumpido su baile con dos coristas y alzaron la vista a un mismo tiempo hacia lo más alto de la Gran Escalera entre sorprendidos y escandalizados, tratando de encontrar al culpable de tamaño desbarajuste.
La Muerte Roja en persona había aparecido en el peldaño más alto de la escalera, en medio de una multitud que retrocedía atemorizada entre gritos de aprensión y miradas de perplejidad. Un solo murmullo parecía recorrer el mar de cabezas que observaban al intruso, un murmullo perfectamente inteligible:
¡Es el Fantasma de la Ópera¡El Fantasma de la Ópera!
Y aunque todos lo reconocieron en aquel instante, o más bien adivinaron su identidad, no fueron muchos los que le identificaron como aquel invitado más a la fiesta que acababa de bailar poco tiempo atrás con una joven cantante de la Ópera. Christine se alegró fugazmente de que fuera así. Eso le evitaría dar toda una serie de molestas explicaciones a cada persona que les hubiese visto.
Erik parecía estar enormemente satisfecho del impacto que había causado su irrupción. No se apresuró en su descenso hacia el tramo central de la escalera, paladeando su triunfo y observando a su alrededor con ojos entrecerrados. Su aspecto era el de alguien totalmente seguro de sí mismo que sabe que no tiene nada que temer. Traía en una mano una especie de carpeta de cuero enrollada que Christine no le había visto antes.
¡Qué silencio por doquier, mis buenos señores!- exclamó irónicamente mientras descendía uno a uno los peldaños con sus elegantes botas.- ¡Ya veo la impresión que les ha causado a todos mi regreso! Vamos¿os he sorprendido¿Es que realmente pensabais que me había olvidado de vuestra hospitalidad durante todo este tiempo y prefería perderme esta fiestecita vuestra a la que nadie ha tenido la amabilidad de invitarme?
A juzgar por las expresiones descompuestas de los dos directores que observaban descender a su fantasma particular, inmóviles al pie de la escalera, sí era eso lo que habían pensado. El señor Moncharmin no parecía saber adónde mirar. En cuanto al señor Richard, su cara estaba tan pálida como las columnas de mármol de Carrara.
En cualquier caso- siguió diciendo Erik reposadamente- esto no es una visita gratuita. Hay un motivo muy concreto que me ha impulsado a venir aquí esta noche. Algo que quiero brindar a nuestros estimados gerentes en recompensa a la habilidad con la que sus cabezas directivas han sabido llevar esta empresa de la Ópera. Espero que su perspicacia les permita captar la ironía. Bien, aquí tienen mi tributo privado... ¡una ópera, señores!
Y con un gesto imperioso Erik arrojó el paquete de cuero sobre los últimos escalones, donde se abrió y dejó resbalar algunas partituras manuscritas.
¡Ésta es mi gran creación¡Don Juan Triunfante!
Mientras hablaba había desenfundado la larga espada con empuñadura de calavera que llevaba al cinto. El acero brilló mórbidamente ante la escasa luz que iluminaba la Gran Escalera. Al verle Christine no pudo contener un respingo, apretando con más fuerza la mano de Madame Giry, cuya tensión le indicó que estaban compartiendo un mismo pensamiento. ¿Realmente Erik planeaba usar aquella arma o sólo era un intento más de atemorizar al personal?
Planteando la cuestión, y ahora que ya he dejado en sus manos el guión final, considero que hay ciertas instrucciones que deberían esforzarse por llevar a cabo... para el bien de todos. ¡Hay cosas más importantes aquí que sabotear un ballet o arruinar la voz de una vedette!- dijo Erik deslizando los dedos índice y pulgar a lo largo del filo amenazadoramente.- Eso me recuerda, por ejemplo, que Carlotta Giudicelli debería tener en cuenta mis advertencias y dejar de perder el tiempo pavoneándose de un lado a otro del escenario como una estúpida gallina presuntuosa¡se le paga por cantar, no por exhibirse! Si estas condiciones no le parecen adecuadas a su rango tal vez podría considerar seriamente la posibilidad de regresar a su Italia natal. Yo no tendría el menor inconveniente en ayudarla en su repatriación...
Christine, aún en medio de su tensión, no pudo reprimir una sonrisa al contemplar el semblante lleno de vergüenza y de temor de su rival, que dio un paso atrás alejándose del espectro que en aquel momento la apuntaba con su espada en señal de advertencia. Después la espada pasó a señalar a Ubaldo Piangi, que alzó sus rechonchas manos como un detenido.
Algo parecido debo decirle a nuestro Don Juan en ciernes... si es que podría considerársele así, porque jamás he visto a un Don Juan con menos presencia y gallardía. Y la edad tampoco es un aliciente.- siguió diciendo Erik con voz despectiva. Después giró sobre sus talones y se encaró con los directores, que parecieron encogerse sobre sí mismos con los ojos clavados en la punta de la espada que oscilaba ante ellos.- En cuanto a ustedes, mis apreciados señores¿a qué vienen esas caras tan largas¿Se extrañan de mis condiciones? Por lo que tengo entendido su predecesor les dejó bien claras mis expectativas desde el primer momento en que pusieron un pie en esta empresa. Aunque dudo bastante que les dijese algunas palabras acerca de que el verdadero lugar de un director ha de ser su oficina¡no el escenario! No quiero soportar más opiniones metomentodos por su parte, señores. ¡Confío seriamente en que no me veré obligado a repetir esta advertencia!
Ninguno de los dos directores parecía dispuesto a protestar. Estaban tan pálidos como la cera. Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Erik bajo el borde de la máscara y entonces, mientras volvía a envainar la espada con deliberada lentitud, se giró hacia donde se encontraba Christine y la contempló largamente.
Y en cuanto a... Miss Christine Daaé...
Hubo un profundo silencio en la estancia. Todos los que se encontraban entre la joven cantante y el fantasma se apartaron precipitadamente como temerosos de interceptar una conexión casi sagrada. Los dos quedaron así frente a frente, separados por escasos metros. Christine tragó saliva, rezando para que su semblante pareciese atemorizado más que emocionado.
No hay duda de que este estreno resultará muy provechoso para nuestra más joven estrella.- continuó Erik, agitando la cabeza y otorgando a su voz el mismo tono irónico y natural que había tenido hasta entonces, aunque el brillo de adoración de sus ojos le traicionaba.- No pongo en duda que podrá alcanzar su plenitud gracias al papel que le he designado en mi obra. La voz es buena, la actitud inmejorable, pero, querida... Siempre hay un pero en su profesión... Algo me dice que tiene¿cómo decirlo, mucho más por delante que aprender...
Hubo un nuevo silencio. El pecho de Christine subía y bajaba imperceptiblemente con su respiración apremiante. Algo le decía que no era aquella una frase lanzada por azar.
Mucho más que aprender...
Erik no llegó a añadir nada más. Hubo de repente mucho revuelo en el acceso a la Gran Escalera, ruido de voces en el vestíbulo del edificio, y apenas un segundo después una decena de oficiales de policía irrumpieron a todo correr en la estancia armados con bayonetas; alguien debía de haberles avisado de todo lo que estaba sucediendo dentro del edificio.
Pero ninguno de ellos tuvo tiempo para precipitarse sobre el Fantasma de la Ópera. Cuando Erik les vio acercarse a toda velocidad soltó un puñado de algo sobre el suelo de mármol y ante las miradas perplejas de cientos de invitados desapareció en medio de una espesa humareda sin que nadie, ni siquiera quienes se encontraban más cerca de él, pudiesen explicar cómo.
Aquello fue el acabóse, el desbarajuste total. Todo el mundo gritaba y trataba de hacerse entender a grandes voces. Unos decían que se había desvanecido en la nada; otros, que había huido por el tramo superior de escaleras amparado por la oscuridad sin que hubiese dado tiempo a detenerle; finalmente alguien tuvo la idea de que podía haberse marchado a través del círculo de mármol coloreado que adornaba el rellano central enmarcado por el letrero de "Ópera Populaire", pero aunque varios hombres fuertes hicieron los mayores intentos por desplazar a un lado aquel clípeo no sucedió nada. Christine supuso que en aquellos momentos su amado maestro debía encontrarse ya muy lejos de la Gran Escalera, sonriendo malignamente ante el éxito de su aparición.
¡Erik había desaparecido sin dejar rastro burlándose de todos una vez más!
La familia Giry no regresó a su hogar hasta bien entrada la noche, cuando la fiesta empezaba a serenarse un tanto y ya muchos invitados empezaban a marcharse a sus hogares. Nadie había vuelto a comentar nada respecto a la brusca irrupción de la Muerte Roja, pero hasta los más ignorantes tenían una idea bastante definida de quién era aquel invitado que había atemorizado tanto a la dirección de la Ópera. Los señores directores habían decidido retirarse a su despacho después de mil excusas, blancos como el papel y claramente indecisos ante la política que podían estar obligados a desarrollar desde entonces. Íntimamente se sentían bastante frustrados ante la coacción a la que estaban siendo sometidos por un hombre de carne y hueso que ya no pretendía hacerse pasar por un espectro. Sí, un hombre de carne y hueso... pero cargado de recursos. Lo último que en aquel momento deseaban hacer Richard y Moncharmin era ponerle a prueba.
En cuanto a Madame Giry, había optado por guardar un silencio anglosajón durante todo el trayecto en el simón tirado por caballos moteados que habían tomado en la explanada de la Ópera y que las dejó justo a la puerta de su casa. Pronto empezaría a despuntar el día, y en aquellos momentos las calles estaban casi desiertas debido a lo avanzado de la hora y al frío reinante. Fue un verdadero alivio cerrar la puerta a las inclemencias del tiempo, como hizo notar Madame Giry mientras se quitaba su elegante chal negro. Christine parecía cansada, pero satisfecha. En cuanto a Meg, resultaba evidente que no tenía el menor interés por irse a la cama. Tampoco le había preocupado demasiado la irrupción de Erik en el baile de máscaras.
... todo un aristócrata, mam�¡y su familia es una de las más influyentes de París¿Puedes creerlo¡Creí que iba a desmayar cuando se acercó a mí tan resuelto y me pidió el primer baile! Y después hubo un vals, y después... Pero, mam�¿estás escuchándome?
Sí, Marguerite, te estoy escuchando.- replicó Madame Giry distraídamente, encendiendo las velas de un candelabro y ascendiendo luego con él la escalera que conducía al primer piso. Christine la siguió ahogando un profundo bostezo, y Meg revoloteando como una mariposilla alocada. Tenía las mejillas sonrosadas de la emoción.
¡Entonces tienes que haber visto que es uno de los jóvenes más apuestos que hemos conocido nunca¡Tan alto, tan caballeroso, tan gentil...! Por no hablar de su pelo¿has visto alguna vez a alguien que tenga el pelo tan rubio y tan sedoso¡Carlotta no podía dejar de comérselo con los ojos, Christine! Lo viste¿verdad? Pero, Christine¿en qué estás pensando?- exclamó Meg, tirando de la falda de su amiga al ver que no le prestaba demasiada atención.- ¡Deberías interesarte por todo esto¡Al fin y al cabo, tú le conociste hace muchos años!
Oh... Ah... Sí, Meg, estoy de acuerdo contigo, Raoul es muy atractivo.- respondió Christine deslizando la mano por la barandilla de la escalera.- Pero quizás me parece algo... ¿infantil?
Meg bufó con visible contrariedad.
Ya veo en lo que estás pensando.- y arrugó su pequeña nariz.- ¡Prefieres los caballeros enmascarados vestidos de rojo¿Por qué me miras con esa cara¡Tendrías que ver la sonrisa embobada que has traído durante todo el trayecto!
¡Meg!
No, Christine¡creo que estás yendo demasiado rápido!- siguió diciendo la muchacha bajando un poco el tono de voz para que su madre, que había entrado en su habitación, no la escuchase.- Yo he bailado con un joven vizconde¡pero tú has pasado toda la velada con el mismísimo Fantasma de la Ópera!
¿Y qué si ha sido así?- replicó Christine a la defensiva.- ¿Es un crimen acaso¡No me importa lo que puedan pensar de mí todos los que nos hayan visto juntos!
Sabes que no me refiero a eso.- contestó Meg en un tono de voz más suave, apoyando las manos sobre los hombros de Christine.- No te enfades conmigo. Sólo quiero ayudarte. Tengo miedo de que algo pueda salir peor de lo que Erik y tú esperáis. Hace unas semanas fue el ataque en el cementerio... ¿qué podrá ser la próxima vez?
Christine guardó silencio mientras la escuchaba, y se dijo que, a juzgar por la preocupación reflejada en los ojos azules de Meg, su amiga debía llevar algún tiempo dándole vueltas a aquel asunto sin decírselo. No tuvo tiempo para responderle de forma tranquilizadora.
Ya basta de charla por hoy, señoritas.- interrumpió Madame Giry, entrando en la estancia y extendiendo el dedo índice hacia el dormitorio.- Meg, quiero que en cinco minutos estés en la cama, o mañana no podrás ni moverte. Te recuerdo que la selección para las coristas de la nueva producción comenzará a las ocho de la mañana. Y no estoy dispuesta a corregirte más pas-de-deux delante de los señores directores¿queda claro? Mañana podréis contaros todo lo que queráis. Pero ahora¡a dormir!
Meg abandonó la sala de estar murmurando protestas que su madre no parecía dispuesta a escuchar y arrastrando los pies. Una vez aparcada su preocupación por Christine parecía de nuevo muy ofendida porque nadie se interesaba por su pequeña aventura con su vizconde de cara de ángel. Christine se dispuso a seguirla, pero Madame Giry la detuvo sujetándola suavemente por el brazo.
Espera un instante, querida.- le dijo en un tono de voz más tenue.- Antes de que te marches, hay algo que debo darte. No me pareció que el baile de máscaras fuera el momento más oportuno para ello.
Christine observó a su protectora rebuscar en el manguito de piel oscura que había llevado aquella noche y sacar algo que le tendió sin añadir ni una palabra. La joven lo tomó entre sus manos con bastante expectación. Era un sobre de pergamino lacrado en rojo con un sello en forma de calavera. Cuando le dio la vuelta pudo ver escritas cuatro palabras con la caligrafía elegante y angulosa al mismo tiempo que tan familiar le resultaba: "Para Miss Christine Daaé".
Christine alzó la vista y miró a Madame Giry como pidiendo una explicación. La profesora de ballet se limitó a hacerle un gesto invitándola a abrir la carta, apartando a un lado la larga trenza que acaba de soltarse y que le caía sobre un hombro. Christine rompió entonces el cierre del sobre y extrajo un pliego escrito por las dos caras con la misma caligrafía en tinta roja, que desdobló y comenzó a leer en voz baja sin poder evitar que el corazón le comenzase a latir con más fuerza:
Mi queridísima Christine:
Lamento de todo corazón haberme marchado esta noche de la forma en que lo he hecho, sin poder dirigirte siquiera una palabra más, pero confío en que puedas comprender que la situación no era la más propicia para un nuevo intercambio de confidencias. Desde luego, no después del efecto esperado que produjo mi aparición delante de todo el mundo. Nuestros queridos directores parecen haber iniciado un despliegue de vigilancia que ha estado a punto de sorprender incluso a mi vieja experiencia. Supongo que en estos momentos deben de encontrarse aún muy ocupados persiguiendo a la sombra de la Muerte Roja, pero no debes preocuparte por mí. Me he asegurado en las últimas jornadas de que nadie sea capaz de encontrar la guarida del lago, aunque eso implique no poder visitarte para nuestras lecciones de canto durante una temporada que confío no se prolongue demasiado. Sé que no será fácil para ninguno de los dos, pero esta espera encontrará su recompensa tarde o temprano. Te lo prometo.
Como has podido presenciar he dejado a los señores directores el guión final, las partituras y todo lo necesario para llevar a cabo la escenificación de "Don Juan Triunfante". Mi propio cásting, como es lógico, también iba incluido con las instrucciones, y estoy convencido de que no se atreverán a desdecirme un punto después de escuchar las amenazas que pueden sacudir a la Ópera Populaire. Ve mañana por la mañana al despacho de dirección para que se te entreguen las canciones y el guión de Aminta. Y no te preocupes por ese sapo venenoso de Carlotta; jamás conseguirá arrebatarte el papel protagónico por mucho que coaccione a la dirección, por el sencillo motivo de que escribí las escenas de Aminta teniendo presente tu propia voz, y ella, por muchas octavas que albergue en esa garganta de plata (más bien de vidrio quebrado y mohoso para mi gusto) jamás podrá alcanzar el nivel de amplitud de tu voz. Es "tu" papel, Christine. Escrito por ti y para ti.
Naturalmente dejo todo esto a tu elección, pues no quiero obligarte a nada, pero ten presente que me sentiría tremendamente honrado y satisfecho si mi Prima Donna particular regalase este éxito a su maestro de canto. Estaré al tanto de tus avances aunque no puedas verme en las próximas jornadas. Ah, y en lo referente a Ubaldo Piangi, te confirmo que le he asignado el papel de Don Juan de manera provisional, por así decirlo; sé tan bien como tú que es un hombre de cierta edad, y que no da el tipo de un amante, es más un buey; pero cuando llegue el momento de la representación se encontrará bastante indispuesto y un actor más joven y más acorde con el papel llegará para sustituirle. En fin, no quiero adelantar más acontecimientos. Me despido no sin antes enviar mis mejores deseos y mis esperanzas de encontrarme pronto con mi Aminta. Recuerda que "sólo tú me inspiras de verdad", y que mientras exista un Dios en este universo mi alma y mi corazón te pertenecerán por siempre... hasta que mi cuerpo aguante, Christine¡e incluso mucho más all�!
Siempre tuyo:
Erik.
Un hondo silencio siguió a las últimas palabras de Christine. La muchacha permaneció inmóvil y callada durante algunos segundos, dando vueltas a la carta entre sus manos. Después alzó la vista para observar a Madame Giry, que parecía curiosamente divertida con la situación.
¡Vaya! Es fascinante. "Sólo tú me inspiras de verdad"... ¡Ojalá alguien me hubiese escrito algo así a mí en mi juventud!- exclamó con una sonrisa.- Sabía igual que tú que Erik era un genio, querida, pero realmente lo que siente por ti parece estarle sublimando muy por encima de sus propios límites.
Christine no dijo nada. Le temblaban un poco las manos.
Bien... ¿qué piensas hacer ahora?- siguió inquiriendo la profesora de ballet.- ¿Seguirás las instrucciones de tu protector¿O tal vez consideras que resulta demasiado arriesgado embarcarte en esta empresa que mantiene con el alma en vilo a toda la Ópera? Ya has leído lo que él te ha escrito: la decisión es sólo tuya.
No tengo la menor intención de echarme atrás ahora.- dijo Christine con calma.- No puedo ni quiero decepcionarle. Además¡ha escrito esa obra pensando únicamente en mí! Sé que no podría soportar la idea de que se estrenase y yo no formara parte de su elenco teatral. Y para mí significa un honor mucho mayor de lo que podría imaginar nunca, y una verdadera muestra de confianza. Quiero hacerlo. No¡necesito hacerlo!
La sonrisa de Madame Giry se intensificó, mientras se desprendía del abrigo oscuro y lo dejaba sobre el diván.
Eres una chiquilla razonable.- observó, y después de unos segundos en los que estudió atentamente el rostro de Christine extendió una mano y acarició su mejilla mientras decía riendo:- ¡Y una muchacha enamorada! No, no te ruborices así, querida; a mí no puedes engañarme. Durante las últimas semanas tus ojos han brillado de una forma que jamás había visto en todos estos años en los que te crié.
¿Cree usted que me estoy volviendo loca?- musitó Christine débilmente, enterrando el rostro en sus manos.- Oh, Dios mío¡nunca creí que pudiera pasarme algo así¡Enamorarme de un enmascarado que aterroriza a todos los trabajadores de la Ópera, que coacciona a sus dirigentes, que hace crecer cada día su leyenda de misterio y de venganza¿Qué me está sucediendo¡Nunca me había pasado esto¡Nunca me había enamorado!
¿Te arrepientes acaso de la forma en que están marchando los acontecimientos?- inquirió Madame Giry, alzando las cejas.- ¿Querrías cambiar el curso de los hechos, Christine?
No.- musitó Christine, inclinando la cabeza.- Ahora no podría olvidarle ni aunque lo pretendiera. Y no lo pretendo. Si Erik desaparece de mi vida, todo dejará de tener sentido para mí. ¡Todo!
Madame Giry exhaló un hondo suspiro y apoyó ambas manos sobre los hombros de la joven, mirándola a la cara.
Tu padre habría estado orgulloso de ti, querida. Te ha enviado el Ángel de la Música que te prometió antes de morir, sólo que con la forma de un hombre.- y después de un instante de silencio Madame Giry añadió:- Es más fácil amar a un hombre que a un ángel. Tenlo presente.
Ahora lo único que desearía es estar con él.- murmuró Christine, frotándose los ojos con cansancio.- Pero no puedo hacer nada por el momento. Pasarán semanas hasta que se estrene Don Juan Triunfante, y quizás no vuelva a verle hasta entonces.
No te tortures ahora pensando en eso, Christine. Vamos, será mejor que descanses. Han pasado muchas cosas esta noche. Duerme y sueña con tu futuro triunfo. Y recuerda¡nadie puede saber nada de todo lo que está sucediendo! Eres una gran actriz, y sé que podrás fingir que estás ajena a todas estas intrigas. El espectáculo debe continuar.
Y después de decir esto y de estrechar durante un segundo las manos de Christine Madame Giry recogió su abrigo y se dirigió a su alcoba. El firme y tranquilizador golpeteo de sus tacones terminó desvaneciéndose tras la puerta que ella cerró a sus espaldas. Christine se quedó sola. Lentamente volvió a doblar el pliego escrito dentro de su sobre y lo apretó contra su pecho, como si fuese lo único que le quedaba en aquellos instantes del hombre o fantasma que había robado su corazón. Después se dirigió a su propio dormitorio y entró de puntillas. Meg ya dormía, hecha un ovillo sobre su cama y con el rubio cabello cayendo por el borde del lecho. Mejor. Así se ahorraría todo tipo de incómodas explicaciones al respecto. Sin hacer el más mínimo ruido Christine se cambió de ropa y se metió en la cama, guardando la carta bajo la almohada y arropándose con un leve y desapacible escalofrío. Sus ojos vagaron azarosos por las sombras que la chimenea encendida hacía temblar en el techo. Después hundió el rostro en la almohada con un leve gemido de resignación.
Sí, el espectáculo debía continuar, pero¿a qué precio?
