Mucho más que aprender
Sólo cuando Erik hubo desaparecido echó Christine a correr, con toda la rapidez que sus pequeños pies descalzos le permitían, sorteando a las bailarinas aterradas que lanzaban chillidos de pavor y a los tramoyistas conmocionados que habían visto desaparecer al actor principal delante de sus propios ojos en una pasarela de madera que por lo demás no tenía ninguna trampilla que explicase su desconcertante fuga. Aquello era un maremágnum de gritos, explicaciones, gestos exaltados por parte de los soldados que aún permanecían en el interior de la Ópera Populaire y absoluta perplejidad por parte de los dos directores, que habían visto truncarse sus últimas esperanzas de atrapar al fantasma. Parecían convencidos de estar viviendo una pesadilla de la que no tardarían en despertar.
¡Vigilad todas las salidas¡Recorred los sótanos¡Buscad en la azotea!- gritaban a todo el que se les acercase.- ¡Si ese condenado espectro sigue deambulando por aquí, le atraparemos!
Christine no quiso escuchar más. Desapareció entre las bambalinas tremolantes y descendió lo más rápido que pudo al foyer de la danza, donde la noticia ya empezaba a expandirse en medio de una confusión total. Cien pares de ojos se quedaron prendidos sobre ella cuando atravesó a todo correr la sucesión de salas atestadas de bailarinas, sintiéndose rodeada por rumores y cuchicheos que en aquel momento no le importaban en lo más mínimo. Agarró con fuerza los pliegues de su vestido para evitar tropezar y descendió hacia la zona de los camerinos, donde los admiradores incondicionales de toda Prima Donna se habían reunido ya. Al parecer allí abajo nadie se había dado cuenta todavía de lo que había sucedido en el escenario. Sólo esperaban la llegada de Christine, y aquello fue como abrir una bolsa de maíz en medio de un montón de palomas. Todos se precipitaron a su alrededor, deseando ser los primeros en felicitarla por su éxito, y la joven apenas conseguía abrirse camino en medio de aquella multitud de fracs, ramos de flores y voces de "¡Miss Daaé, Miss Daaé!". En un momento dado creyó ver a Madame Giry en la lejanía, apoyada en el muro del corredor con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión extrañamente serena en su semblante, como si fuese la única persona en aquel lugar que realmente supiera lo que había sucedido, y lo que iba a suceder; pero cuando Christine trató de fijarse con más atención, ya había desaparecido.
¡Gracias¡Muchas gracias a todos, pero deseo estar sola, por favor¡Traten de comprenderlo¡Déjenme descansar!- gritó la diva, abriendo a duras penas la puerta de su camerino y echando fuera a todos aquellos intrusos.- ¡Gracias, y adiós!
Cerró con un portazo sin importarle todos las protestas y suspiros de resignación que se oyeron en el pasillo, y se apresuró a candar con dos vueltas de llave, temerosa de que alguien pudiese entrar y la sorprendiese en semejante estado de agitación. Después giró sobre sus talones y apoyó la espalda en la puerta, cerrando los ojos en un intento por tranquilizarse después de la carrera. Sentía su frente perlada por diminutas gotas de sudor. Después de algunos segundos volvió a abrir los ojos y paseó la vista a su alrededor. Con excepción del persistente rumor procedente del pasillo, todo era quietud en el camerino. Las ropas que había vestido aquella tarde seguían dobladas encima de la cómoda, tal y como las había dejado. El reloj de pared desgranaba monótonamente su tictac en medio de aquella quietud que la hizo estremecerse levemente por lo insólita que era.
¿Erik?- dejó escapar al cabo de unos minutos, paseando la vista a su alrededor.- Erik¿estás ahí?
Silencio. Nadie respondió a sus palabras. Christine volvió a llamarle varias veces más, alzando el tono de voz pero asegurándose de que nadie podía escucharla desde el pasillo. Pero no obtuvo contestación. Era evidente que se encontraba completamente a solas en el camerino. Y sin embargo... sin embargo, Erik le había asegurado apenas unos minutos antes que acudiría a buscarla en cuanto se encontrase sola y no corrieran el riesgo de que nadie les sorprendiese...
Christine, sin saber muy bien qué hacer, dio unos pasos alejándose de la puerta donde seguía apoyada, y entonces notó que su pie descalzo pisaba algo blando y fresco, un objeto desconocido que yacía sobre el suelo alfombrado de la estancia. Bajó la vista en el acto y sintió que el corazón volvía a latirle con más fuerza. Era un pétalo de rosa. Muy lentamente se inclinó para tomarlo entre sus manos y entonces fue cuando se dio cuenta de que había un sendero de pétalos que atravesaba su camerino... ¡justamente hasta el espejo que tan familiar le resultaba!
¿Qué podía significar aquello? Christine sabía por Madame Giry que Erik no había vuelto a hacer ninguna tentativa de aproximarse a ella a través del pasadizo que recorría el subsuelo de la Ópera y que desembocaba allí, e incluso tenía la certeza de que el propio Erik se había encargado de cerrar aquella vía para que nadie pudiese llegar hasta la guarida del lago o incluso relacionar la presencia del fantasma con Christine Daaé. Pero no podía haber equivocación posible. ¡El rastro de pétalos de rosa terminaba justo allí, frente a la pulida superficie, como una señal muda pero ineludible!
Lentamente Christine se aproximó hasta el espejo, y extendió una mano blanca y temblorosa para tocar la superficie, demasiado fría, demasiado inerte. El reflejo le devolvió su propio rostro ansioso y de ojos brillantes debido a la excitación. Entonces trató de deslizar los dedos por la juntura situada a la izquierda, como había visto hacer a Erik cuando abandonaba su camerino¡y el espejo cedió! La puerta se deslizó silenciosamente a la derecha, dejando tras de sí un espacio lo bastante grande como para que Erik, que era bastante más alto que ella, pudiese pasar. Al fondo sólo se extendía la oscuridad, y el lejano goteo del agua.
Christine volvió un instante la cabeza y observó con precaución la puerta de su camerino. Los ruidos procedentes del pasillo parecían haber cedido un tanto. Sin pensarlo más respiró hondo y se aventuró por el pasadizo, cerrando cuidadosamente el espejo corredizo tras de sí, de forma que nadie pudiese seguir su rastro. Después sólo hubo penumbra.
Casi enseguida Christine lamentó no haberse puesto ningún calzado. En aquel momento no había reparado en un detalle así, pero el rol de Aminta, que exigía pasear los pies desnudos por el escenario con la naturalidad de una joven gitana, no era el más adecuado para una bailarina que se aventurase en las catacumbas de la Ópera. Pronto comenzó a tener frío, y se estremeció, con una sombra de temor que no sabía muy bien cómo clasificar. Sus ojos permanecían clavados en el camino que se extendía ante ella entre las sombras. Durante algunos minutos deambuló en la única dirección posible, pero cuando el sendero se ramificó comenzó a dudar. No recordaba exactamente por dónde la había conducido Erik la única vez en que ella había acudido a su guarida, pues el estado de fascinación en el que se encontraba en aquel momento que le parecía tan lejano no era muy propicio a los recuerdos. Ni siquiera la luz de las antorchas parecía alumbrar lo bastante su transitar, y se oía un silencio de muerte. Christine exhaló un profundo suspiro que creó ecos entre los gruesos muros de piedra, deteniéndose en una encrucijada y observando a su alrededor. Con Erik todo había resultado siempre tan fácil...
Justo entonces sus pensamientos se vieron interrumpidos por el contacto de una mano que se posaba sobre su hombro, y Christine no pudo contener un leve grito de sobresalto mientras giraba sobre sus talones.
Tranquila, sólo soy yo.- dijo Erik, observándola con una expresión casi divertida al percibir la sorpresa que su aparición le había causado. Los ojos castaños de Christine se abrieron de par en par al verle allí de repente. ¿De dónde había salido¿Cómo había podido aproximarse a ella sin hacer el más mínimo ruido? Ah, bueno, quizás fuera más práctico dejar de lado ese tipo de pensamientos en aquel instante. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que Erik hacía cosas que jamás llegaría a entender, pero que ella asumía con la misma naturalidad como quien sabe que el sol nace y se pone cada día.
Me... me has asustado.- musitó, apretando suavemente la mano que él mantenía sobre su hombro.- No esperaba verte aparecer así, tan de repente.
Una sonrisa se perfiló en los labios de él, bajo el antifaz negro que había llevado durante toda la representación y que aún no se había quitado. Ni siquiera se había cambiado de ropa.
Has sabido seguir bien el camino hasta aquí. Por un momento pensé que tal vez no querrías aventurarte tú sola en este lugar. No después de ver el despliegue de vigilancia que nuestros directores han llevado a cabo en la superficie.
¿Y resignarme entonces a no volver a verte hasta quién sabe cuándo? No, Erik, hemos pasado demasiado tiempo separados. Y este triunfo teníamos que compartirlo los dos juntos. Ha sido una gran hazaña para la música... y para nosotros.
Christine dijo todo aquello muy rápidamente y en un tono de voz de absoluta serenidad, pero Erik pudo percibir el rubor que empañaba sus mejillas en medio de aquella penumbra, y su sonrisa se intensificó, mientras pensaba que jamás había visto a una criatura tan bella. Seguía llevando los largos y rizados cabellos recogidos con una de las rosas que él mismo le había enviado y que sus dedos acariciaron ahora como si se tratase de una reliquia sagrada. Después, lentamente, demasiado lentamente, su mano descendió por el mar abrupto de su pelo hasta la base de su cuello, acariciando su barbilla y contemplando con atención su rostro. Christine se sintió enrojecer aún más bajo aquella mirada, la misma con la que él la había observado mientras cantaban juntos, y que sabía de oculta e irrefrenable pasión. Se estremeció imperceptiblemente con una mezcla de placer y ansiedad al sentir el roce de sus dedos sobre su piel blanca, y por primera vez fue consciente de que seguía llevando puesta una blusa de mangas caídas que quizás mostraba más de lo conveniente en una respetable señorita.
Estás bellísima hoy.- susurró Erik, tomando su rostro entre ambas manos que ella cubrió con las suyas.- Pero debes estar muy cansada.
Oh, esta noche te he entregado mi alma y estoy muerta.
Tu alma es muy hermosa, pequeña mía- continuó él con voz grave -, y te lo agradezco. ¡No hay emperador que haya recibido un regalo como éste! Esta noche han llorado los ángeles.
Me basta con haber conmovido a uno solo.- dijo ella dulcemente, sintiendo cómo los brazos de él rodeaban su talle y la aproximaban más hacia sí.- Los aplausos del público y las cumplidos de la dirección es lo que menos me interesa en este momento, y lo sabes. Además, todo el mundo estaba demasiado ocupado con tu desaparición como para prestarme alguna atención. Realmente yo, ahora...
Una risa se abrió camino bajo la máscara negra de Erik. Parecía más satisfecho de lo que había estado en mucho tiempo.
¿No quiere disfrutar Aminta de su momento de gloria con el alto mando?- preguntó con un tinte mitad divertido y mitad irónico en su voz.- ¿Con qué objeto, mi bien¿Tan pronto se ha cansado de la fama y del triunfo?
No, monsieur.- replicó Christine con una sonrisa.- Pero Aminta sólo desea estar con su Don Juan. A fin de cuentas, ambos han cruzado ya el umbral final... ¿no es cierto¿Qué dulce tentación les espera a ambos?
Erik no respondió. Simplemente se limitó a observarla a través de su antifaz tan intensamente que ella temió que pudiera prenderle fuego con aquella mirada. Después, en silencio, se inclinó sobre ella y la besó. Aquel contacto, aunque breve, hizo temblar a Christine mientras se recreaba en el contacto de los labios de él contra los suyos. Se sintió pequeña y desnuda entre sus brazos. Se sintió a la vez más protegida de lo que nunca lo había estado. Y sintió también que ya nada importaba, que por fin empezaba a comprender la decisión de la Aminta que había hecho vibrar las tablas de la Ópera aquella noche con su propia voz.
Erik... por favor...
¿Qué vas a pedirme? No me he olvidado de mi promesa, Christine. ¿Recuerdas lo que te dije la noche del baile de máscaras, cuando te quejabas de que resultaba imposible poder vernos durante semanas enteras? Te dije que tuvieras paciencia porque pronto llegaría el momento en que volvería a traerte junto a mí. Ese momento ya ha llegado.- y después de un instante de silencio Erik sonrió socarronamente y añadió:- Claro que si te encuentras tan cansada lo mejor que podré hacer será llevarte de vuelta a tu casa para que te repongas. Estoy seguro de que a Paulette le encantará cuidar de su pequeña diva de veinte años recién cumplidos.
Es eso¿verdad?- replicó Christine con una amplia sonrisa, rodeando aún los hombros de él con sus brazos.- ¿Mi cumpleaños tiene algo que ver con todo esto? No me creo que la fecha del 13 de abril se te haya ocurrido de forma aleatoria para el estreno de la obra.
Obviamente no, corazón. Nunca doy puntadas sin hilo. Ven conmigo entonces, porque tengo reservada para ti una sorpresa que confío en que te agrade...
Y tomándola de la mano sin dejar de mirarla, como había hecho mucho tiempo antes, la primera vez en que la llevó a su guarida, Erik condujo a Christine a través de los últimos recodos del pasadizo, descendieron unas escaleras curvas talladas en la piedra y llegaron al borde del canal donde permanecía atada la barca de él, con su farol iluminando débilmente el interior del corredor.
Ninguno de los dos dijo nada durante todo el trayecto hacia la guarida del lago, pero el silencio palpitaba a su alrededor con mil matices que casi podían percibirse en la atmósfera. Aquellos escasos minutos les parecieron eternos a ambos. Después, cuando la gran verja que impedía el acceso a la guarida de Erik se cerró tras ellos con un ruido sordo, la barca se detuvo al borde del lago y por primera vez tuvieron conciencia de que se encontraban completamente aislados del resto del mundo.
Erik descendió primero de la barca y extendió después una mano tomando la de Christine y ayudándola a bajar caballerosamente. Cuando ella se encontró junto a él no soltó su mano. Se limitó a observarla con una expresión que la muchacha no supo muy bien cómo catalogar y la condujo entonces atravesando la guarida iluminada por cientos de velas diseminadas hasta una estancia situada al fondo en la que Christine no había estado hasta entonces. Una larga cortina de terciopelo rojo cubría el vano carente de puerta. Cuando Erik apartó la cortina y la invitó a entrar con un gesto silencioso de su brazo Christine obedeció paseando la vista atentamente a su alrededor.
Se encontraban en el interior de una estancia alargada sumida en la cálida luminosidad procedente de una chimenea que ocupaba casi un lado entero de la habitación. Las paredes de roca viva estaban alisadas y cubiertas de tapices y colgaduras. No había muchos más muebles, pero en el centro de la sala una mesa de caoba oscura lo presidía todo. En aquel momento la mesa estaba cubierta por un fino mantel de un blanco inmaculado sobre el que habían dispuesto la vajilla necesaria para una cena íntima que por su lujo no tendría nada que envidiar a las recepciones en el mismísimo Versalles. Al ver todo aquello los grandes ojos castaños de Christine se abrieron aún más.
¿Erik...?
Es una sorpresa¿no?- dijo él rodeando cálidamente la cintura de la maravillada muchacha.- ¿Qué menos puede reclamar una Prima Donna que acaba de alcanzar un éxito semejante y que celebra hoy su aniversario por añadidura?
Eres un perfecto granuja. ¡No me habías dicho que tuvieras preparado algo así! Es magnífico, Erik. Eres un caballero.- sonrió Christine con ojos brillantes estrechando su mano. Parecía muy emocionada.- Te aseguro que esto no podía habérmelo esperado en la vida.
Ya lo imagino. Es muy interesante tratar de desconcertarte, Christine. Una cena... hum... romántica para los dos me pareció el contrapunto necesario para todos estos días que hemos estado separados. Te lo debía. Pero acércate, por favor.
Christine tomó asiento en una silla que le fue presentada con gran caballerosidad y siguió contemplando fascinada la mesa dispuesta con un lujo que habría hecho palidecer de envidia a Carlotta Giudicelli.
Espero que la cena sea de tu agrado, querida. Es una ocasión especial, y estarás de acuerdo conmigo en que debemos celebrarlo por todo lo alto. Paté de foie campagnard seguido por un confit de canard que han hecho de nuestro país uno de los pioneros en la gastronomía más exquisita.- dijo Erik apoyando las manos en el respaldo de la silla de Christine.- Ah, por no hablar del postre: millefeuilles au chocolatToda una delicadeza para el paladar.
No puedo creerlo.- exclamó Christine.- ¿Millefeuilles¡Me encantan¡Es mi plato favorito desde que era una niña! Papá me hizo probarlas hace muchos años en Suecia...
Sé que te encantan.- respondió Erik con fingida despreocupación.- ¿Por qué crees que he decidido servírtelas?
Erik, eres incomprensible. ¿Cómo podías saber algo así?
Yo lo sé todo, Miss Daaé.- susurró él ardientemente, inclinándose sobre el respaldo de la silla y mordiendo con dulzura la parte expuesta de su cuello.- ¿No prestas atención a los rumores de tus antiguas compañeras de baile? El Ángel sabe, el Ángel ve... Ya deberías haberte dado cuenta de eso.
Christine rió sin poder evitar ruborizarse y después tomó entre sus manos la botella de champagne.
- Moët & Chandon.- leyó con una sonrisa pícara, mirando a Erik que acababa de sentarse frente a ella.- Esto me suena¿sabes? Juraría haber visto a Madame Giry llevar una botella idéntica esta tarde a la Ópera dentro de su bolso. Ahora entiendo por qué no me respondió cuando le pregunté si tenía pensado montar alguna fiesta privada con los directores.
Madame Giry, como tú la llamas, siempre ha sido muy discreta. Tengo que agradecerle el detalle en cuanto vuelva a verla. Si te interesa saberlo, en un primer momento no parecía muy predispuesta a dejarte venir aquí esta noche...
Ya me imagino.- suspiró Christine.- A veces resulta demasiado estricta, aunque Meg y yo sabemos que sólo lo hace por nuestro bien. Pero muchas veces ese afán de protección llega a resultar un poco... agobiante.
No se lo tengáis en cuenta. Paulette es como una gallina aburguesada, siempre pendiente de sus polluelos. Una gallina con unas tremendas aptitudes para la danza. Pero tiene que empezar a darse cuenta de que no siempre va a poder teneros bajo sus alas. Ya no sois unas niñas...- comentó Erik, y después de observar durante largos segundos el rostro de Christine iluminado por el resplandor de las velas, sus ojos y sus labios pintados y sus hombros desnudos dejó escapar con una sonrisa torcida:- No, decididamente tú ya no lo eres.
Christine sintió que su rubor aumentaba bajo aquella mirada que denotaba un deseo reprimido a duras penas, e inconscientemente se subió una de las mangas de la camisa, aunque pareció complacida. Erik descorchó entonces la botella de champagne y llenó las dos copas. Las burbujas doradas brillaron trémulamente en aquella semipenumbra de terciopelo.
- À la nôtre- dijo solemnemente, alzando su copa.- Por nuestro triunfo.
Por nosotros, Erik.- respondió Christine con una dulce sonrisa, brindando a su vez con un entrechocar de cristal que se asemejó a una campanilla en medio de la quietud de la guarida.
Nunca una cena le había parecido tan exquisita ni el servicio tan cuidado hasta el último detalle, pero Christine, durante toda la velada, se daba cuenta de que no se encontraba en las condiciones óptimas para disfrutar con tranquilidad de lo que en otra compañía no habría pasado de ser una cena agradable. Los más deliciosos manjares y la efervescencia del licor francés no podían competir con la presencia del hombre que tenía frente a ella y que monopolizaba cada uno de sus cinco sentidos sin que pudiera hacer nada por evitarlo. No es que le importase en lo más mínimo, por supuesto. Pero la realidad era que Christine estaba mucho más pendiente de Erik que de comprobar si el confit de canard se encontraba en su punto.
Quizás aquella absoluta y a la vez disimulada entrega por su parte se debiera al hecho de que Erik no dejó de asaetarla durante toda la cena con miradas que hablaban más claramente de lo que podrían hacerlo las palabras. En un momento dado Christine se preguntó si él se estaría comportando de aquella forma tan deliciosamente seductora de forma deliberada o no. Lo más probable es que la respuesta fuera afirmativa. Y seguramente él debió darse cuenta del efecto que estaba produciendo en su joven protegida, porque aunque no dijo nada al respecto se dedicó a intensificar aún más sus miradas y a acariciar muy lentamente su mano por encima del mantel consiguiendo que el tenedor temblase entre los dedos de Christine. Para su asombro pronto se dio cuenta de que una cena íntima no era lo que más le pedía el cuerpo en aquellos instantes.
"Si sigue mirándome así voy a acabar derritiéndome", se dijo agitadamente en un momento dado. No era una sensación desagradable la que estaba experimentando, no, en absoluto, todo lo contrario... pero era, cuanto menos, desconcertante. Como si de repente un nuevo universo de sensaciones se hubiera abierto ante ella. Christine había estado ciega hasta ese momento. ¿A quién estaba tratando de engañar¿A sí misma¡No podía! Incluso desde el primer instante en que le vio cantar junto a ella durante la representación de aquella noche supo que era suya, completamente suya. Estaba por entero a su merced. Y Erik lo sabía... oh¡por supuesto que lo sabía!
¿Sabría también la intensidad de la pasión que estaba abrasando ocultamente el corazón de su musa mientras le escuchaba hablar de ciertas trivialidades de la ópera¿Notaría el incendio de su piel y el disimulado temblor de sus manos mientras ella bebía en su copa, sin dejar de contemplarle?
¡Le deseaba¿Cómo había tardado tanto tiempo en comprenderlo¡Le deseaba aquella noche como nunca había deseado nada!
... puro formulismo, querida, una serie de trámites de cara a la galería que no van a afectarnos para nada.- terminó de decir Erik en aquel momento, removiendo pensativamente su copa.- Pero mejor que sea así. Un manager debe mantener cuanto menos algo de compostura con respecto a los compositores¿no crees?
¿Cómo? Oh... claro, por supuesto que sí.- respondió Christine precipitadamente, preguntándose cuántas estupideces habría dicho durante todos aquellos minutos en los que su cabeza había deambulado por territorios muy alejados a la conversación. Erik debió darse cuenta de su turbación, porque un brillo burlón apareció en sus ojos y dejó escapar sin soltar la copa:
¿Te encuentras bien, Christine? Lamentaría que te hubiese sentado mal algo de la cena. Te noto de repente algo tensa... casi... ¿cómo decirlo?
La dulce ironía de su voz era tan palpable que Christine no pudo contener una risa que burbujeó nerviosamente en sus labios.
¿Nerviosa?- respondió, retirando un rizo rebelde que le había caído sobre una mejilla.- ¿Es ésa la palabra que estás buscando?
No.- replicó Erik con una sarcástica sonrisa, dejando la copa y cruzando los brazos sobre la mesa sin dejar de devorarla con los ojos.- La palabra correcta es... excitada.
Ah, bueno, es que aún no me he repuesto de la emoción del estreno.- balbuceó Christine sintiendo que de repente hacía mucho calor en la estancia.- Toda esa gente pendiente de mí... ya sabes. Lo cual unido a la tensión acumulada durante todos los días pasados hace que...
Hace que estés deliciosamente receptiva esta noche. Estupendo. Eso hará más sencillo lo que tengo que llevar a cabo.- dijo Erik reposadamente, y de repente se puso en pie. Christine le siguió con la mirada cuando él atravesó con deliberada lentitud la estancia y se detuvo frente a la chimenea encendida, observando a la joven. Había algo en aquella mirada que le inquietó. Por mucho que tratase de disimularlo, él también estaba extrañamente ansioso.- Supongo que no habrás pensado que te he hecho venir aquí esta noche solamente para intercambiar opiniones acerca de la mejor manera de dirigir la Ópera¿verdad? Sabes que hay algo detrás de todo esto¿no?
Christine tragó saliva y por un instante creyó que le había escuchado mal. Casi sintió un mareo. "Vaya¡sí que va directo al grano!", pensó, aunque no consiguió articular palabra hasta pasados unos segundos:
Sss... sí, bueno, yo... Había supuesto que... que...
No te inquietes tanto, Christine.- respondió Erik con una débil sonrisa al percatarse de su turbación.- No voy a comerte. Me refiero a que hay algo muy importante de lo que tengo que hablar contigo.- y después de unos segundos de silencio añadió:- Algo que nos atañe estrechamente a los dos. A ti y a mí.
Christine vio cómo se volvía hacia la repisa de mármol negro de la chimenea y abría un diminuto cofre situado sobre ella. Cuando se volvió para mirarla su capa ondeó airosamente a su alrededor. Era, una vez más, Don Juan quien se dirigía a ella. Un Don Juan con una voz inspirada por el mismísimo Dios.
Erik dio un par de pasos hasta detenerse justo enfrente de Christine. Ella mantenía la vista alzada contemplándole con muda expectación. Erik exhaló un hondo suspiro y dijo entonces:
Sabes que te amo de una forma prodigiosa.
No era una pregunta. Christine pudo notar con toda claridad su pulso acelerado en sus sienes.
Sí.- se encontró contestando en un hilo de voz. Erik extendió entonces una mano y sujetó su barbilla con suavidad, observando atentamente su rostro. Su otra mano retiró con dulzura unos rizos rebeldes que ensombrecían la mejilla de Christine, y ella no pudo reprimir un escalofrío que la sorprendió al ser una mezcla perfecta de ansiedad y placer. Aquellas manos... ¿qué tendrían aquellas manos?
No voy a imponerte nada.- susurró Erik.- Nada de lo que tú no estés segura. Pero me gustaría hacerte una propuesta con la que llevo soñando meses... desde la primera noche en que te vi, allá arriba, en tu camerino, antes de saber siquiera tu nombre o tu procedencia, obnubilado tan sólo por el sonido de tu voz. Quiero que me escuches y después podrás tomarte todo el tiempo que necesites para responderme. Christine... Christine, yo...
Sin decir nada más Erik se arrodilló a sus pies y se quedó mirándola a través de su antifaz negro. Christine le devolvió la mirada con perplejidad, sin saber muy bien adónde quería ir a parar. Él tomó entre sus manos las de Christine y las separó delicadamente sobre su regazo, con las palmas vueltas hacia arriba. Entonces sopló suavemente sobre ellas y, de forma absolutamente incomprensible, un pequeño objeto rodó entre los dedos de Christine. Un anillo de oro que destelló mórbidamente en la penumbra anaranjada.
¡Ah...!- exclamó Christine con los ojos y la boca abiertos de par en par. Jadeó, mientras su vista oscilaba entre el anillo y el semblante de Erik, en el que se había dibujado una dulce sonrisa muy poco habitual en él al reparar en la sorpresa que su pequeño truco le había causado. No había soltado todavía las manos de la joven.
Ya veo que no te esperabas algo así. No sé si eso es bueno o malo.- murmuró, tragando saliva.- Sabes lo que significa esto¿verdad?
Erik... Erik, tú...- articuló Christine con una expresión entre maravillada y confundida.- ¿Me estás pidiendo... que quede comprometida a ti de por vida, que siga siendo para siempre tu única pupila¿Es eso lo que esto significa?
No.- susurró Erik, sujetando el anillo y deslizándolo en el tembloroso dedo de Christine.- Te estoy pidiendo que te cases conmigo. Naturalmente, sé que no es una decisión que quieras tomar a la ligera, y entenderé que necesites quizás algún tiempo para aclarar tus ideas respecto a mí, pero... si lo que has asegurado sentir durante todo este tiempo es cierto... si realmente tu amor por mí no es un espejismo...
Calló, sabiendo que ya había dicho todo lo que debía decir. Un hondo silencio se extendió entre ellos, roto tan sólo por el chisporroteo de las llamas en la chimenea encendida, a espaldas de Erik, que seguía arrodillado. Christine le observó sin decir nada cuando se incorporó frente a ella, haciéndole sombra con su figura alta y apuesta. Incluso en aquel contraluz Christine pensó que parecía un joven dios del inframundo. Después, sin saber muy bien por qué, se encontró preguntándose de nuevo qué tendrían aquellas manos, y por qué su mero contacto bastaba para revolver sentimientos desconocidos en lo más profundo de su joven e inexperto corazón. Y comprendió entonces que si estaba perdida era porque ella así lo había querido, ya que había hecho de él su rosa de los vientos, su libertad... su todo. Sus labios se entreabrieron como los pétalos de una flor, pero no llegó a decir nada. ¿Para qué¿Realmente él necesitaba saber algo más?
Al parecer así era. Christine se dio cuenta, en medio de aquel torbellino de pensamientos, de que Erik seguía contemplándola y aguardaba una respuesta. No llegó a dársela. Simplemente extendió hacia él sus dos manos blancas, que después de un instante de incertidumbre Erik sujetó mientras la ayudaba a incorporarse con más ímpetu del debido. Sus cuerpos quedaron apenas a unos milímetros de distancia. Por unos instantes se observaron sin decir nada, tan cerca que sus respiraciones podían entremezclarse. Christine vio entonces en los ojos verdes de él una sombra de miedo. No sabía cómo interpretar su silencio, pero seguramente pensaba que no auguraba nada bueno.
Las manos de Christine se posaron entonces sobre sus hombros, y después sus brazos desnudos rodearon su cuello, y atrayéndole más hacia sí juntó su boca con la de él y le besó largamente, con un contacto que parecía surgir de lo más profundo de su alma. Erik, perplejo, se encontró devolviéndole el beso sin saber muy bien qué significaba aquello. Sentía las manos de Christine apoyadas en sus mejillas, como para evitar que pudiera apartarse de su lado. Algo le supo a lágrimas de repente, en medio del beso, y se dio cuenta de que ella estaba llorando. Aquello le hizo apartarse y contemplarla con perplejidad. Pero en los ojos de la joven no pudo ver más que emoción y felicidad.
Tómame.- musitó ella mientras le volvía a atraer hacia sí y enterraba el rostro en su cuello, regándolo de besos ansiosos.- ¡Enséñame!
Y Erik pensó entonces con sorprendente lucidez que aquel momento era el más feliz de toda su vida. Las dos palabras que había pronunciado Christine, su Christine, parecieron ametrallar su pecho con una amalgama de dulzura y pasión que nunca hasta entonces había sentido. Podía aspirar el perfume de los cabellos de la joven, acariciando casi su propio rostro. Podía verse reflejado en esos iris pardos que le contemplaban como hechizados. Aquello pareció devolverle algo de cordura, y por un momento se planteó si ella realmente estaba segura de lo que quería hacer, si su amor por él llegaba hasta tal extremo, si realmente no le importaba conocer lo que se escondía detrás de aquel antifaz. Mil y una dudas revolotearon en unas décimas de segundo por su atormentada mente. Pero todas terminaron desvaneciéndose cuando Christine volvió a besarle, y el contacto sedante de sus labios le impulsó a seguir su deseo compartido. Realmente ninguno de los dos podía esperar más tiempo.
- Ven, vamos, ángel de música- susurró cuando ella se separó unos centímetros de él. Y tomando su mano la condujo en el mayor de los silencios fuera del salón, pasando junto al órgano mudo cubierto de partituras que nadie iba a tocar, no aquella noche. Y cuando llegaron al umbral del dormitorio donde ella había descansado la vez anterior Erik se inclinó y la tomó ceremoniosamente en sus brazos, contemplándola con una fascinación que rozaba lo reverencial antes de depositarla con delicadeza sobre el lecho en forma de cisne. Después, llegó el primero de los largos y pasionales besos que iban a compartir aquella noche. Y a aquel beso le siguió otro, y otro, y otro más, cada uno superando en intensidad y delirio a los anteriores, sentados entre las largas cortinas negras de gasa, el uno en brazos del otro, ajenos a cualquier cosa que no fuera ellos dos. Entonces Erik se separó por unos segundos de ella y sin dejar de observarla la reclinó tiernamente sobre los almohadones de terciopelo. Había en los gestos de ambos el inconfundible tinte de emoción de dos niños que se sumergen juntos en un mundo desconocido. Y Christine le sintió temblar en aquel momento, inclinado sobre ella; ¡el Fantasma de la Ópera temblaba de emoción y de pasión como el más enamorado de los mortales! Y la contemplaba como si se tratase de una imagen celestial, en medio del íntimo resplandor de las velas, sólo para él. Aguardándole y deseándole. Aminta se había rendido por fin, voluntariamente.
Un hondo y extasiado suspiro escapó del pecho de Erik, y quiso inclinarse sobre ella para besarla una vez más, pero entonces sucedió algo totalmente inesperado. Christine, sin decir una palabra, extendió ambas manos hacia él y arrancó suavemente el antifaz negro que cubría el rostro de Erik.
¡Christine...!
El tono de voz de él reflejaba bien a las claras lo desconcertado que le había dejado aquel gesto. Sus manos se alzaron instintivamente hacia su rostro, tratando de ocultar lo que ella había dejado a la luz, aún sabiendo que no era la primera vez que le veía sin su máscara. Pero Christine detuvo su movimiento con suavidad y le obligó a contemplarla, tendida entre los almohadones del lecho con las mejillas sonrosadas y los labios entreabiertos, con su cabellera rizada desparramándose bajo ella como las olas de un mar embravecido.
No, por favor. Esta noche no seas el Fantasma de la Ópera.- susurró entrecortadamente, acariciando su rostro.- Sé simplemente Erik... por mí.
Erik, aún sobresaltado, estudió durante unos segundos su dulce expresión y no vio en ella más que amor, eterno e incontrolado amor que pedía ser consumado sin más dilación. Lentamente una sonrisa se perfiló en sus labios, y olvidó la desacostumbrada desnudez de su rostro, y volvió a inclinarse sobre ella, rodeándola con sus brazos y recorriendo con sus manos su espalda y su cintura por encima del corpiño ajustado, como tratando de asegurarse de que aquel sueño no iba a desmaterializarse en un suspiro. Los brazos blancos de Christine rodearon su cuello atrayéndole más hacia sí y besándole con un delirio inflamable que amenazaba con consumirlos a los dos. Rodaron juntos sobre las sábanas de satén, aislados del mundo. El único sonido audible en aquellos momentos era el de sus dos respiraciones desacompasadas y el rumor de sus ropajes al caer sobre el suelo de la guarida.
La máscara negra terminó deslizándose fuera de la cama con sus movimientos, y ninguno de los dos pareció reparar en ello.
En aquel mismo instante, muchos metros por encima de la guarida del lago, Madame Giry abrió con su llave la puerta del camerino que Christine había cerrado tras de sí y entró con algo de precavida sospecha. No se había equivocado. Las velas del camerino estaban aún encendidas desde antes de que Christine llevase a cabo su actuación en la obra, su vestido azul y su abrigo seguían doblados donde los había dejado y un sendero de pétalos de rosa conducía desde el umbral hasta el espejo situado al fondo de la estancia. Al contemplar todo aquello los puños de Madame Giry se cerraron airadamente sobre sus caderas y volvió a salir del camerino exclamando entre dientes:
¡Voy a matar a Erik por esto!
