Escrito por WandringChinld

Moncharmin extendió la mano trémula hacia el sobre marfil que el señor Firmin le tendía, tomándolo con aflicción. El mismo tacto irritantemente suave del pergamino utilizado por aquél maldito hombre... la caligrafía en tinta escarlata, elegante y cuidada... los bordes de oro en los filos del envoltorio... el lacre: la gran calavera, amenazante...

La Muerte Roja...

El director respiraba profundamente, sintiendo como antiguos temores le invadían por momentos, mareándose ante la vorágine de desgracias que se agolpaban en su mente. Tantas calamidades en tan poco tiempo...

Pero Richard –dijo al cabo, denotando un cierto alivio en su voz- esta carta está dirigida a Montlouis y a Fratizelli... No es asunto nuestro lo que el Fantasma de la Ópera tenga que decirles, sean cuales sean sus intenciones.
- ¿Acaso crees dudar cuales serán sus intenciones? –dijo Firmin- ¡Atemorizarlos¡Ese Fantasma quiere alejarlos del Teatro para que nosotros tengamos que quedarnos aquí de nuevo hasta que una catástrofe lo suficientemente grande aflore a su mente y pueda ponerla en práctica contra nosotros¡Ese hombre está loco¡Quiere matarnos!
- ¡No exageres Richard, por Dios¡No le hemos dado motivos para despertar su cólera!
- ¿Pero después de hacer caer la araña en el patio de butacas la noche del Don Juan Triunfante –ópera que por cierto, él mismo había escrito- tú crees que es necesario darle motivo alguno¡Yo creo que no!

Moncharmin volvió la vista al cadavérico lacre, arrojando con desgana la carta sobre la escribanía. Los directores guardaron silencio unos instantes, pensativos e intranquilos, embargados por renovadas inquietudes.
En un gesto brusco –y ciertamente precipitado- Richard tomó la nota y la abrió con rabia ante la mirada atónita de Moncharmin, que preferiría no tener que oír las insidiosamente elocuentes palabras del Fantasma de la Ópera... siempre parecía tener razón, y era verdaderamente desesperante...

"Bienvenidos caballeros a mi Teatro de la Ópera" –comenzó a leer Firmin solemnemente-. "Deseo expresarles con esta carta una simple directriz que habrán de respetar mientras se mantengan al frente de este teatro."
- No sé de qué me suena eso... –suspiró el señor André.
Firmin lo miró temeroso y continuó leyendo.
- "Anuncien entre los trabajadores que queda terminantemente prohibido el acceso a los sótanos del subsuelo de la ópera, como no permitiré que nadie trate de contactar conmigo, bajo ninguna circunstancia. No deseo ver a nadie, ni escuchar a nadie. Nunca más seré el Fantasma de la Ópera, tan sólo seré yo mismo; tan sólo reclamo para mi la oscuridad y la soledad que mi prisión ofrece."
- ¡Ja! –bufó André con furia y sorpresa.
- "Confío en que los monsieurs Moncharmin y Firmin -aunque con por otra parte, con cierto optimismo-, les hayan hecho saber ya estos pormenores. De todas formas, si los antiguos directores no se habían percatado del detalle de informarles sobre este asunto yo mismo se lo recuerdo en la presente, puesto que me consta que su curiosidad les llevará a leer esta carta antes que ustedes aunque no vaya dirigida a su nombre."
Richard y André se miraron estupefactos.
- ¿Pero cómo...? –balbuceó Moncharmin. Monsieur Richard se encogió de hombros, más pálido que nunca, los ojos desorbitados. –Continúa por Dios, sigue leyendo...
Richard Firmin se volvió de nuevo a los caracteres encarnados, sin salir aún de su asombro.
- "Confío en que mis deseos serán órdenes para ustedes; por otra parte, les conviene, pueden creerme. Su humilde servidor: Erik."

Firmin plegó el papel y lo depositó sobre la mesa con desatino. Tenía la mirada perdida en el suelo, embebido en sus propias conjeturas.
- Y si no le creen que nos pregunten a nosotros... –dijo Moncharmin-. Por lo menos parece que la pérdida de la señorita Dáae le ha afectado lo suficiente como para no reclamar ni su salario ni el palco número 5.

¿Erik? -comentó Firmin- ¿Pero quién diablos es ese Erik?
- Creo que está bastante claro, Richard... es él...
- Pero... pero ¿esa cosa tiene nombre?

Moncharmin se encogió de hombros, frotándose las manos con avidez.

De pronto, en un arrebato de premura y nerviosismo, Richard se volvió a su amigo.
- ¡Hay que ocultar esta carta, André!
- ¡Ya lo sé Firmin, no estoy tan loco como para hacérsela llegar a Fratizelli y a Montlouis¡No son asunto nuestro los problemas que el Fantasma pueda causarles¡Maldito seas Fantasma!
- ¡André no grites por favor! –dijo Firmin, tratando de autoconvencerse-. Piensa en lo positivo; puede que esto incluso beneficie a los señores Conte y Edouard... ¡Al fin y al cabo es publicidad! Venderán todas las localidades. La gente sabe que es aquí donde el Fantasma de la Ópera vivía.
- ¡Donde vivía y donde aún vive, Richard! Alguien podría entrar en los sótanos si esta nota no es leída, y llegado el momento la venganza del Fantasma sobrevendrá a la Ópera nuevamente¡y entonces sí que no habrá quien levante este negocio de nuevo! Además¿quién te dice que no recibirán nuevas notas en cuanto desaparezcamos de aquí?
- Entonces ya estaremos lejos. Ese ya no será nuestro problema, Moncharmin...

André lo miró atemorizado unos instantes, sin saber cómo reaccionar. De pronto cogió la nota y se acercó a la chimenea del despacho, en la que ya ardía un fuego brillante y opaco. Arrojó la carta a las llamas con rabia, empapada su frente en sudor.

Al menos estábamos deacuerdo en la desaparición de esa nota. Ya no existe. Un problema menos.

Firmin asintió, nervioso.

Cuánto tarda madame Giry en traer esos malditos documentos... estoy deseando de marcharme de aquí...
André sesgó la cabeza lánguidamente, desplomándose sobre su asiento.

Esto no es bueno para mis nervios, Richard...