Escrito por WandringChild
El señor Richard se irguió como pudo en su desvanecimiento, ayudado por Moncharmin. Se apoyó contra el escritorio con una mano, mientras con la otra sostenía su febril frente, bañada de un frío sudor. Los ojos de ambos se mantenían fijos en las vibrantes llamas, que parecían danzar regodeándose en la desdicha de sendos directores. Y allí estaba el pergamino, arrugado e incorruptible; mientras la gran calavera del lacre sonreía tétricamente desde el fuego.
- No sé cómo lo hace pero ese
Fantasma acabará conmigo... –musitó Firmin.
-
¿Qué hacemos ahora con la carta, Richard? –inquirió
el señor André, visiblemente exaltado.
- ¡Qué
pregunta es esa! –vociferó Richard Firmin.- ¡Coge las
pinzas! ¡No podemos dejarla ahí!
Monsieur Firmin siguió su propia orden, y arrebatando las tenazas de hierro negro de las manos del señor André extrajo la nota del hogar; la dejó caer sobre el tapiz de piel negra que revestía la escribanía, para instantes después desplomarse sobre una silla. Se frotó la cara con una mano temblorosa y permaneció inmóvil, observando el característico lacre con gesto marmóreo y desencajado.
Moncharmin caminaba de un lado a otro de la estancia con las manos en la espalda y la mirada perdida y desesperada.
¿Qué harían ahora? Esa nota debería quedar bien oculta, donde nadie pudiese encontrarla...
- ¡Ay!
El señor André Moncharmin tropezó con una tabla suelta de la tarima, a punto de caerse. Se golpeó contra la pared, evitando su caída.
- ¡Tantos años
y no han sido capaces de arreglar esa maldita tabla que tan nervioso
me ponía! –gritó Moncharmin, exasperado-. ¡Me
alegro de abandonar este lugar! ¡Atajo de incompetentes!
Tras
unos instantes Firmin se irguió en el asiento son gesto
pensativo.
- No André... –musitó.
- ¿No?
–dijo Moncharmin, al borde de la histeria-. ¡¿No qué!
Firmin tomó la nota del Fantasma y se incorporó del asiento con una agilidad y un ímpetu poco comunes en él. Se apresuró a la tabla suelta con la que monsieur André había trastabillado, y la agarró con los dedos largos y convulsos, tratando de levantarla.
- ¡Ayúdame! –gritó en medio de un exacerbado esfuerzo.
Moncharmin se arrodilló junto al director y trató de apalancar la tarima con las uñas, haciéndola elevarse unos centímetros. Firmin soltó la tabla y palpó el suelo a su espalda, donde había posado la carta instantes antes.
- Vamos Richard... –gimoteó Moncharmin al borde del denuedo por mantener la firme tarima levantada.
Firmin encontró el pergamino y lo introdujo en el hueco bajo la tabla, alisándolo cuidadosamente para evitar que sobresaliese en sus junturas; demasiado lentamente... La tabla encerada resbaló bajo los dedos de Moncharmin, cayendo como una fusta sobre las manos del pobre señor Richard, que gritó de dolor.
- ¿Monsierus?
Una voz aguda reclamó su atención, llamando a la puerta. Moncharmin se apresuró a tapar la boca de Firmin, que ahogaba su dolor en dos cargadas lágrimas que le resbalaban por las mejillas hasta el cano bigote. Ambos directores miraron hacia la entrada sobresaltados, aún arrodillados en el suelo.
- ¿Monsieurs, están bien? –repitió la dulce vocecilla.
Firmin se liberó de la mano del señor André con un golpe de las tenazas de hierro de la chimenea, levantándose con furia.
- ¡Sí,
estamos bien! –gritó aún dolorido.- ¡¿Qué
demonios quieres!
- Na... nada monsieur Firmin –tartamudeó
la mujer.- Tan sólo esc...
- ¡Pues si no quieres
nada no molestes! ¡Lárgate de aquí! ¡Tenemos
trabajo!
La joven que hablaba al otro lado de la puerta guardó
silencio unos instantes, mientras Moncharmin se levantaba y agitaba
exageradamente los brazos, instando a Firmin a calmarse.
- Lo...
lo siento señor director, yo...
- No se preocupe señorita
–contestó monsieur André jovialmente, dedicando una
fulminante mirada a Firmin, que aún se agarraba las manos,
rojo de ira.- Por favor, continúe con sus asuntos.
Discúlpenos.
- A decir verdad señor – continuó
la mujer-, madame Giry me envió a decirles que podían
pasar a ver la nueva araña del teatro. Dice saber que les
gustaría verla.
- ¿La nueva araña? –inquirió
Moncharmin nervioso, aún con la mirada fija en su compañero.-
Sí... sí, sí señorita, enseguida iremos a
verla; no... no hay nada que más nos apetezca que eso ahora.
¿Cierto, monsieur Richard?
- Si… -casi suspiró el
director en un agónico aliento, mirando furioso a Moncharmin.
- Muy bien monsieurs. Disculpen que no pueda acompañarlos.
Debo llevar unas guirnaldas de flores blancas a la entrada par...
-
Sí, sí, sí niñita... –la despidió
Firmin lo más educadamente que pudo-. Marche por favor...
Marche tranquila...
- Gracias monsieur.
Firmin y Moncharmin permanecieron silenciosos, escuchando cómo los ágiles pasos de la joven se alejaban por el corredor en dirección al foyer de la Ópera. Pronto se hizo el silencio, y Firmin comenzó a caminar a grandes zancadas por el despacho con una mueca desencajada, agitando las manos.
-
¿¡Porqué no tienes más cuidado? –gritó
el señor Richard.
- ¡Oh alteza! –se defendió
André alzando el tono-, ¡Discúlpeme por no haber
podido sostener una tarima que usted tampoco podría haber
sostenido, por cierto!
- ¡Shhhh! –dijo Firmin-. ¡Vas
a conseguir sacar al Fantasma de la Ópera de su guarida con
tus gritos!
- ¿Con mis...? –comenzó Moncharmin.-
¡Ah! ¡Déjalo! Vayamos al salón del
escenario... Madame Giry debe estar esperándonos... –dijo
colocándose el sombrero de copa.
Firmin tomó su bastón y lo aseguró bajo el brazo, dirigiéndose hacia la puerta. Monsieur André accionó el picaporte broncíneo, dejando paso a su amigo en primer lugar; al salir le escuchó musitar en tono quedo, aún mirándose las manos.
- No saldré vivo de este maldito Teatro... sé que no saldré vivo...
