Escrito por WandringChild

II

Madame Giry atravesó las altas puertas del salón de la ópera que llevaban a la Gran Escalera del foyer, donde ya dos mozos engalanados de terciopelo marino franqueaban la entrada tizona en mano. Al aparecer la mujer en el umbral ambos se irguieron artificialmente, tratando de simular una constancia en su trabajo que no tenían. Bastaba con evitar la cólera de aquella severa señora de tan sumamente marcado acento francés, que, a pesar de su origen humilde, despertaba hondos respetos incluso entre las más influyentes gentes. Madame Giry pareció no verles, o simplemente ignoró su presencia –de haberlo hecho sus gritos se habrían escuchado hasta en el despacho de los señores directores. Buscaba algo; o a alguien...

Sus ojos pequeños y brillantes escrutaron el foyer desde lo alto de la escalera, hallando rápidamente su objetivo; era sencillo: tan sólo tenía que encaminarse hacia el lugar al que las disimuladas miradas de todos y cada uno de los presentes se dirigían.

Apoyada en la amplia balconada central del vestíbulo una joven de largos cabellos negros y tez marmórea y hermosa, aguardaba en silencio. Tenía la mirada perdida en la gran puerta dorada del teatro, a su frente, pensativa. No solo su belleza delataba su presencia, clamando tímidas miradas por doquier... un rico manto de piel blanca envolvía cándidamente su cuerpo, y una discreta tiara de piedras preciosas tocaba sus cabellos de forma grácil y distinguida. Sin duda Satine de Chagny era un digno miembro de la aristocracia europea, distante y fría, radiante en su presencia. Aunque algo velaba su mirada clara, como una nube gris puede velar el resplandor de las más bellas estrellas.

- Madmoiselle de Chagny – llamó madame Giry educadamente, situándose junto a ella. La joven volvió una lánguida mirada hacia la mujer, aún abstraída, prestándose inconscientemente orgullosa-. Bienvenida al Teatro de la Ópera señora –dijo madame Giry con una sonrisa. La señorita de Chagny tan sólo inclinó levemente la cabeza, aún sin pronunciar palabra, provocando la furia de madame Giry.

"¡Cómo osa! ¡Niña engreída!... ¡Ni tan siquiera se digna a mirarme!"

Mas conocía demasiado bien los protocolos correctos propios de la nobleza del viejo continente como para dejarse llevar por la rabia, siendo aquella joven quien era.

- Madmoiselle de Chagny –siguió la mujer–, permitid la presentación: Giry es mi nombre, y me encargo de enseñar ballet a las pequeñas coristas de la ópera, así como de guardar las llaves del Teatro.
Satine alzó repentinamente la mirada hacia la mujer, como despertando de un sueño azorado. Clavó una mirada sorprendida en el rostro de la señora Giry, y se apoyó contra la baranda de la balconada pesadamente.
- ¿Os ocurre algo madmoiselle? –preguntó madame Giry visiblemente preocupada, dando un paso hacia la joven.- Estáis muy pálida.
- No... no os preocupéis madame –dijo Satine, alzando una mano. La joven volvió la mirada nuevamente hacia la mujer, que la observaba con gesto grave-. Ha sido tan sólo un mareo producto del cansancio, señora –sonrió la joven, agotada-. Vengo de un largo viaje.
- Claro madmoiselle, lo entiendo –dijo la mujer.
- Es... es un placer madame... –dijo Satine extendiendo una mano enguantada en crudo hacia la mujer.
- Giry –se apresuró a añadir, estrechando su mano con delicadeza-. El placer es mío.
- Sí, madame Giry... disculpad que no haya...
- No, no se preocupe –sonrió la señora Giry jovialmente, sintiendo un repentino aprecio por la joven-. En realidad madmoiselle, me ha sido confiada la tarea de mostraros vuestras dependencias. Os sentaría bien un descanso antes de esta noche. Vuestro equipaje ya fue trasladado allí.
- ¿Confiado? –inquirió la joven noble, entrecerrando los ojos. Aunque estaba acostumbrada a ello, nunca la había agradado el que otros decidieran lo que haría a cada momento- ¿Y quién os confió tal tarea, señora?
- El señor de Montoro, naturalmente –contestó madame Giry con una mirada irónica- ¿Quién si no?
- Exacto.

Una voz grave y reverberante a la espalda de madame Giry sobresaltó a la mujer, que dio un respingo; no fue tal el caso de Satine, conocido ya aquél tono sobradamente para ella.
Madame Giry se giró fugazmente dispuesta a gritar sus maldiciones a cualquiera que hubiese osado "atacarla" de aquél modo; mas sus intenciones se vieron privadas de hechura alguna tan pronto como habían aflorado. Lo único que vio fue un pañuelo de seda negro anudado alrededor de un cuello masculino y las solapas de su levita, antes de que pudiera reaccionar.

- Disculpe señora –dijo el hombre educadamente-, no era mi intención causaros agravio alguno.

Madame Giry alzó la vista lo suficiente como para reconocer el rostro del hombre que se disculpaba, y cuán grande fue su sorpresa al descubrir de quién se trataba.

- ¡Señor Duque! –dijo, repentina, y en una señora como aquella, extrañamente avergonzada-. Dis... ¡Discúlpeme usted señor! No sabía...
- No se preocupe madame –dijo el hombre.- No tiene importancia.

Pronto el hombre se volvió nuevamente hacia la joven de Chagny, con una amplia sonrisa.

- Satine... –dijo mientras se le acercaba, besándola dulcemente en la mejilla-. Ya te creía reposando. ¿No se te ha mostrado aún cual será tu dependencia?
- No, Alejandro... –suspiró la joven.- Precisamente madame Giry estaba ofreciéndose a llevarme hasta ella, -dijo volviendo la mirada hacia la mujer, que se mantenía en silencio.
- Madame Giry –sonrió el Duque tomando la mano de la mujer para besarla.- Disculpe no haberla preguntado tan siquiera el nombre, tras el susto que la he dado.
- No... no tiene importancia, señor... –dijo la mujer, aturdida.
- Llévenos hasta la habitación de madmoiselle Satine, señora –dijo el señor de Montoro-. Debe descansar.

Satine retiró la vista del rostro de su prometido, desviándola hacia los trabajadores del foyer. Advirtió como rápidamente estos volvían la mirada hacia otro lugar, tratando de disimular el haberla estado observando.

- Síganme pues, por favor –contestó la señora Giry, extendiendo un brazo para instar a la pareja a caminar en primer lugar.
- Satine... –dijo el Duque arqueando el brazo para que la joven lo tomara.