Escrito por LitteLotte

Cruzando unos pasillos, en los cuales, si no hubiera sido por la guía de madame Giry ambos se hubieran perdido, llegaron a la habitación asignada para Satine.

Adelante, pasen. –dijo madame Giry al tiempo que abría la puerta de la estancia con una de las numerosas llaves que custodiaba. – Aunque ha sido preparada con antelación, como bien merece madmoiselle Satine, quizás la noten un poco distinta del resto de las dependencias... como si el tiempo hubiese sido menos benévolo con ella.

Satine se detuvo un momento en el umbral de la puerta. El pasillo que se abría a su derecha captó toda su atención. La oscuridad se hacía mas profunda conforme el pasillo se iba alargando. Parecía mucho menos cuidado que el resto, como si ya no formara parte de la propia edificación del Teatro. La joven hubiera jurado que la humedad impregnaba sus paredes. Y no sólo eso. ¿Eran imaginaciones suyas o unas suaves notas se elevaban de la oscuridad del mismo? ¿O es que únicamente era ella la que las oía?

¡Pero que tontería!

¿Satine? – sonó la voz de Alejandro sacándola de su ensimismamiento.

Discúlpame, necesito descansar un rato... Vamos. – dijo sujetándose con más fuerza del brazo de su prometido.

Satine y el Duque se adentraron el habitación mientras madame Giry encendía las pequeñas lámparas adosadas a las paredes granates decoradas con floridos motivos dispuestos por todo el espacio de forma regular. Sobre ellas, grandes cuadros con obras impresionistas en las que se representaban escenas de danza, fiestas, encuentros sociales e incluso algún que otro retrato de los antepasados más lejanos de la historia del Teatro.

Verán señores, – continúo madame Giry cerrando la puerta, ya los tres en el interior– esta no es una habitación cualquiera, sino una muy especial. Es más, antes no era una habitación... era el camerino de la señorita Daaé...

Satine que hasta el momento observaba atentamente la habitación en busca de "aquello" que madame Giry consideraba que estaba anticuado, se volvió rápidamente hacia el ama de llaves, clavando su mirada en ella.

¿El camerino de Christine Daaé? – preguntó casi involuntariamente.

¿Quién es esa Daaé? – dijo Alejandro al ver el interés que su prometida mostraba.

Una de nuestras últimas estrellas de la ópera que actuó en el Teatro, señor De Montoro.

Sí, Alejandro, la cantante de la que se enamoró locamente mi tío Raoul. La misma con la que creemos que se ha marchado de París para iniciar una vida juntos.

¡Ah! ¡Sí! ¡Ya recuerdo! La pobre muchacha a la que aquél innombrable ser secuestró en mitad de una representación, ¿no es así?.

Exactamente, señor. – se apresuró a contestar madame Giry.- Y ahora con su permiso me retiró para que la señorita descanse. Si me necesitan no duden en llamarme.

Gracias por su atención, madame. – agradeció el Duque mientras Satine se sentaba en uno de los mullidos sillones.

El ama de llave salió de la estancia dejándolos solos.

Te dejaré sola para que descanses un rato hasta que llegue la hora de la fiesta.

Tengo que estar a las nueve en el despacho con...

No, entonces no tendrás tiempo para descansar nada. No te preocupes, déjamelo a mi. Yo hablo con tu tío. Tú descansa y cuando veas que se acerca el momento arréglate. Yo vendré a recogerte. ¿Te parece, mi amor?

Si, esta bien. Gracias Alejandro. – le contestó Satine sonriendo.

Entonces, antes de irme y con tu permiso, tengo que darte un regalo.

El Duque de Silvaner extrajo del interior de su levita un pequeño estuche de color azul aterciopelado.

Esto es para ti. – dijo abriendo el pequeño broche plateado.

Una enorme joya brillaba dentro del estuche, sujeta a un cordón recubierto de pequeños cristalitos que se unían al resplandor de la piedra mayor.

¿Es un diamante? – preguntó Satine mientras lo tocaba con su delgada mano.

Así es querida. Un diamante trabajado exclusivamente para ti. – hizo una pausa y susurró quedamente - Una joya para adornar a otra joya. Ven – dijo tomándola de la mano y conduciéndola frente a un gran espejo dorado colocado junto a una de las paredes.

Satine se observaba en el enorme espejo mientras Alejandro terminaba de abrocharle el collar a su esbelto cuello. El diamante hacía perfecto juego con la tiara de su cabeza realzando aún más la belleza de la joven.

Pero...

Estas bellísima querida. Espero que lo luzcas esta noche. Serás la envidia de toda la fiesta.

El espejo...

¿La estaba llamando?...

Estaba extasiada en la contemplación de su propia imagen... ¿o era en la del espejo mismo?

Satine...

Sí, es precioso...

¿Qué era eso?...

¿Música?...

La mano del Duque en la suya la llevó de nuevo hacia el sillón, apartándola del espejo.

Recuéstate un rato. Ha sido un largo viaje. – se despidió Alejandro al tiempo que le daba un beso en la mejilla.

Gracias por todo.

Él se limitó a sonreírle cerrando la puerta tras de sí.

Estaba cansada, cierto. Pero no pudo evitar que su vista se volviera hacia tan enigmático espejo de nuevo. Ya habría tiempo de corroborar lo que había sentido al mirarse en ese cristal. Ahora tenía que aprovechar el escaso tiempo concedido. Pronto comenzaría la fiesta...