Escrito por LitteLotte
El Gran Salón de la Ópera acogía en su seno a toda la aristocracia y personalidades más influyentes halladas por aquellos días en la capital francesa. Pocos de los que se contaran entre las altas esferas sociales habían dejado de asistir a la espléndida -y por otro lado muy esperada- fiesta de reapertura.
Satine y Alejandro, convertidos en las absolutas estrellas de la noche, eclipsaban la causa que había impulsado la celebración del evento. Una hora después de que los invitados entrasen en el Teatro, ya nadie se maravillaba de la excelente restauración de la araña, de los extravagantes frescos que cubrían de nuevo con sus pinceladas las paredes del edificio o del increíble corto espacio con el que la Gran Ópera de París había conseguido abrir sus puertas. Incluso los murmullos secretos y apagados sobre la continuidad de la existencia del Fantasma de la Ópera en las profundidades del Teatro se habían acallado para dejar paso a comentarios de todo tipo en relación a la unión entre la Condesa de Chagny y el Duque de Silvaner.
La velada transcurría tal y como había sido prevista. Richard y André observaban, tras despedir al fin a una pareja de ancianos burgueses que les habían aturrullado con elogios y recuerdos del pasado, las caras de satisfacción y disfrute de los nuevos directores, los cuales eran todo un derroche de simpatía y encanto.
¿Cuánto crees que les durara esa alegría, André? – preguntó Firmin con una mezcla de envidia y de piedad.
Bien lo sabes Richard. Hasta que él los "visite". Entonces se acabarán las risas, pero ya no será nuestro problema. – contestó Moncharmin mientras apuraba el vino de su copa.
Voy a salir un instante a tomar el aire. Aunque sea en el foyer, el ambiente no estará tan caldeado como el que hay aquí en estos momentos. Además no parece que nos necesiten.
Sí, a mi tampoco me vendrá nada mal escapar aunque sea un segundo.
Vamos pues.
Monsieur Moncharmin y monsieur Firmin abandonaron el Gran Salón a duras penas, tropezando por doquier con mozos que realizaban malabarismos para evitar la caída de sus bandejas, damas terriblemente perfumadas y señores a los que la densidad de los puros que fumaban les ocultaba la cara. Pero el obstáculo más difícil de eludir, no fueron ninguno de estos, sino la mirada perspicaz que Satine de Chagny clavó sobre ellos.
Por fin, cuando consiguieron llegar hasta el foyer del Teatro, Moncharmin no pudo evitar exclamar:
¿Te has fijado como nos miraba mademoiselle Satine?. Los ojos de esa muchacha me inquietan de sobre manera mon ami.
¡Ah André, no seas tan quisquilloso! Son unos ojos preciosos sin duda, pero no nacieron para inquietar sino para seducir. Tienes que relajarte amigo mío, ya no nos aguarda un futuro rodeado de conspiraciones y misterios.
No estés tan seguro.
¡Bah! Eres insoportable cuando te lo propones. – le echó en cara Firmin mientras se adelantaba adentrándose en el foyer iluminado ahora débilmente.
Moncharmin se quedó en el mismo lugar en el que acababan de discutir, sin ninguna intención de alcanzar a su amigo.
¡Si digo que son inquietantes es porque lo son! – refunfuñaba en su soledad el hombre- ¡Ay Firmin! ¡Ya vendrás a mi dándome la razón! ¡Ya lo verás!
De repente, un ruido en seco, como el chocar de dos cuerpos llegó hasta André Moncharmin, el cual como respuesta, se quedó petrificado por el miedo en el lugar en el que se hallaba, a la espera de que quienquiera que fuese se manifestase. Desde que volviera a pisar su antiguo Teatro, tenía su espíritu preparado para todo.
La silueta de Richard se dibujó sobre su frente, volviendo de la oscuridad en la que se había internado. André recuperó la compostura y suspiró tranquilamente:
¡Richard! ¡Menudo susto me has dado! ¿Ya has vuelto para redimirte de lo que dijiste antes, no? No te preocupes, - dijo inocentemente al ver el semblante pálido de su amigo – entre amigos se perdona todo y más semejante tontería. Por cierto, ¿has sido tu él del golpe no?
Sí... – contestó Firmin con la vista perdida.
¿Y con qué te has golpeado para que traigas esa cara?
Con...con...
Las palabras de Firmin ejercieron de nuevo sobre los miembros de Moncharmin una tensión indescriptible, al igual que sobre su ánimo.
Con un cadáver...
Otra vez...
Él...
¡¿Un cadáver? – chilló desquiciado el pobre hombre.
¡No grites por favor, André! ¡Tranquilízate! – le gritó a su vez tomándolo por los hombros.
¿Es él no? ¡Nos prometió paz si paz le dábamos!
Ha dejado una nota junto al cadáver.
¡Qué amable!
Monsieur Firmin rompió sin ningún cuidado el lacre en el que se revelaba una vez más la siniestra calavera, característica del Fantasma...
" Buenas noches caballeros, espero que estén disfrutando de la fiesta tanto como acabo de hacerlo yo. Veo que siguen sin cumplir con mis órdenes, por muy plausible que sean estas. Aún así, como una última muestra de la educación que poseo, y temiendo –por otro lado- que los señores Moncharmin y Firmin hayan ocultado mi anterior carta de bienvenida – cosa altamente probable y sin duda muy poco beneficiosa para ellos – les informo de mi único deseo, que espero acaten como una orden si no quieren hallar en su Teatro nuevos muertos. Nadie debe cruzar al subsuelo de la Ópera. Cuando yo desee encontrarme con alguien no se preocupen, que me encargaré de hacérselo saber – algo que no hice en este caso-. Espero que esta lamentable situación para ambas partes no se vuelva a repetir. Firmado: F. De la O"
Tras leer la carta, Firmin encaminó sus pasos al lugar en el que se encontraba el centinela que había sido asesinado. Moncharmin le siguió sin mediar palabra.
¿Por qué se internaría este hombre en los sótanos, Richard? Allí no hay nada más que demonios y oscuridad.
Algo llamaría su atención... ¡Si el Fantasma no quiere ser molestado debería cuidarse un poco más de ser visto u oído! – pronunció Firmin encolerizado.
¿Qué haremos ahora? La gente se nos echará encima si leen la carta... pero no podemos dejar el cadáver aquí arriado...
Daremos la voz de alarma y diremos la verdad: salimos a tomar el aire y para nuestra sorpresa y desdicha nos encontramos con este hombre muerto. Sólo omitiremos la pequeña parte de la nota. No podemos arriesgarnos a manchar nuestra reputación de esa manera. ¡Te juro André, que nunca más pisaré este Teatro después de que me haya marchado esta noche de él! ¡Nunca más!
