Escrito por WandringChild

Monsieurs, ¿qué están haciendo aquí? –madame Giry entró presurosa en el foyer, golpeando firmemente el suelo con su bastón de mando a cada paso-. ¡Los marqueses de Vouille-Cheroux desean hablar con ustedes y nadie los encontraba!
- ¡Madame Giry! –exclamó André caminando hacia ella.- ¡No sabe cuánto nos alegramos de que haya aparecido en este momento!
- Perdone, madame Giry, pero los señores marqueses han de esperar –dijo Firmin tratando de reprimir sus nervios, aún pálido-. Haga llamar a los señores directores y a su patrón, por favor. Es urgente...
- ¡Pero Monsieur! ¡Les reclaman los m...!
- ¡No me importa quién nos reclame muy señora mía! ¡Llame a Montlouis y a Fratizelli! –vociferó Firmin, al borde de la histeria.
- Per... pero monsieur... ¿Cóm...?
- ¡Llámelos o la juro que no respondo de mis actos madame!
- ¡Qué demonios les ocurre! –gritó la mujer, exasperada-. ¡Desde que llegaron a la Ópera esta tarde no han parado de decir necedades, cada cual mayor que la anterior!

Firmin y André se miraron unos instantes, resignados. Sus planes no podrían haber salido peor...

- Verá madame... –comenzó André educadamente-. Ha habido un contratiempo del que los señores dir...
- ¿¡Un contratiempo? –estalló Firmin-. ¡André, ¿a esto lo llamas un contratiempo! –gritó señalando la sombra de la Gran Escalera con los ojos desorbitados.
- ¡Silencio Richard, por Dios! ¡Estoy tratando de explicarle a la señora Giry!
- ¡Ah, no, claro...! ¡Para ti todo son contratiempos! –continuó monsieur Richard-. ¿Que matan a Joseph Buquet? ¡Un contratiempo! ... ¿Que secuestran a la señorita Daae? ¡Un contratiempo!... ¿Que La Carlotta suelta el mayor gallo de su vida durante la representación de "Il muto"? ¡Un contratiempo!... ¡Que esa maldita lámpara cae y nos arruina la vida! ¡Otro contratiempo! ¡Estoy hasta las narices de tus contratiempos y esto no es un maldito contratiempo, Moncharmin!
- ¡Monsieur, por Dios! -madame Giry observaba estupefacta la escena, aún sin comprender a qué se referían-. ¿Se puede saber de qué diablos están hablando?
- ¡¿Qué de qué...! –gritó Richard Firmin mientras enjugaba tembloroso el sudor de su frente con un pañuelo arrugado-. ¡De que ese maldito Fantasma amigo suyo ha vuelto a matar, señora! ¡De eso estamos hablando!
- ¡Shhhhhhhh! –los ojos de madame Giry se abrieron de par en par mientras Moncharmin tapaba la boca a su amigo, tratando de acallarle; tarea, por otra parte, muy complicada.
- ¿Cómo que ha vuelto...? –dijo sin aliento la mujer.
- ¡Mffff bffss mfff! –Firmin golpeó con furia las manos de Moncharmin, que le tapaban la boca.- ¡Pues lo que ha oído señora mía! Ese sucio... desgraciado... cretino... mentiroso...
- Richard... –dijo André, tratando de calmarle.
- Pordiosero...
- Richard...
- Indeseable...
- ¡Richard!
- ¡¿QUÉ!
Firmin se volvió a Moncharmin, gritándole con furia. Tenia todos y cada uno de sus músculos en tensión, y su cara nunca se había recordado más roja. Monsieur André lo miró acobardado.
- Nada, nada... –dijo caminando hacia madame Giry.
La mujer los miraba aún sin poder decir palabra, demasiado sorprendida como para reaccionar. Guiada por las miradas nerviosas de Moncharmin a la sombra de la escalera, se dirigió hacia allí. Al toparse con el cadáver se tapó rápidamente la boca con la palma de la mano, volviendo el rostro hacia otro lado.
- Mon Dieu... –alcanzó a susurrar, mirando de reojo el cuerpo inerte del hombre.
- ¿Ve? –le espetó Firmin-. ¿Qué le dijimos?
- Pero... –dijo al fin, resolviendo a arrodillarse junto al cadáver-. ¿Pero a ustedes les consta que haya sido él quien lo ha asesinado?
Firmin y Moncharmin se miraron, nerviosos. Debían ocultar la nota a toda costa... Para su fortuna, no tuvieron que responder.

Madame Giry tomó una fina y sedosa cuerda blanca entre sus manos, que reposaba junto al cuerpo muerto, y se la mostró abstraída.

- Punjab...- murmuró.
- ¿Pun... Punjab? –inquirió Moncharmin con el gesto contraído.
- ¿Qué diablos es eso? –dijo Firmin observando la cuerda con interés –y temor.
- El lazo del Punjab es el arma más letal de todas cuantas el Fantasma de la Ópera utiliza –aclaró madame Giry, enrollándolo alrededor de su mano-. Es un experto estrangulador, monsieurs, y parece que esta noche el lazo ha cumplido su cometido. Quizá se le cayese al huír del foyer... pero esta noche él ha estado aquí...

Firmin y Moncharmin se miraron, tragando saliva con aflicción. De pronto cualquier ruido los atemorizada, y el más irrisorio movimiento les hacía temblar.

Él había estado allí, tan cerca... hace tan poco...

- Mire madame –resolvió monsieur Richard al fin-, no sé qué le parecerá a usted, pero los señores directores han de ser informados de esto. Voy a buscarles.
- ¡No monsieur! –gritó la mujer, agarrando su brazo con firmeza-. Si los señores directores se enterasen sabrían de la existencia del Fantasma, ¡y eso es precisamente lo que estamos intentando ocultarles!
- ¡Ah claro, ya entiendo! –sonrió Moncharmin, triunfante-. Y entonces la vida de su querido Fantasma correría peligro, ¿no? Y claro, ¡cómo madame Giry iba a consentir eso? ¡Pues que madame Giry sepa que bien poco me importa la suerte de esa maldita criatura! –sentenció comenzando a caminar hacia el Gran Salón.
- No sólo eso –dijo madame Giry, dirigiéndole una mirada aguda-. Si los señores directores se enteran revocarán la compra del teatro y ustedes dos deberán quedarse con él y perder una gran fortuna –a parte de la razón, gran parte de la cual ya debieron extraviar, monsieurs.
Moncharmin detuvo sus pasos, irguiéndose aún de espaldas a la mujer, rígido como una estatua.
- Recuerden los señores en poder de quién están los documentos de la compra, y por lo tanto quién puede hacer desaparecer tales escritos... –ambos señores dirigieron una mirada fulminante a madame Giry, cargada de una profunda ira-. ¿Creen los monsieurs que los señores directores firmarán unos nuevos documentos una vez sepan de la existencia de el Fantasma de la Ópera? Si me permiten, yo creo que no... –sonrió la mujer, jugueteando con el Punjab entre sus manos.
- ¿Nos... nos está amenazando? –dijo Firmin con rabia, entrecerrando los pequeños ojos.
- Sí monsieur –resolvió madame Giry-. Me alegra no tener que explicárselo.

Los dos hombres observaban a la mujer con ojos desorbitados, tratando de reprimir su furia y las tentaciones de utilizar el Punjab contra aquella maldita señora.

- Bien pues, madame Giry –dijo Moncharmin con una sonrisa irónica, acercándose a la mujer-, ¿qué es entonces lo que sugiere que hagamos con el cadáver? ¡Porque un cadáver en medio del foyer, de un foyer junto al que toda la aristocracia europea se halla reunida, no pasará desapercibido mucho tiempo, si usted me permite!
- Esconderlo –dijo madame con una sonrisa igualmente burlona-. A no ser, claro, que los señores Moncharmin y Firmin deseen comenzar una nueva etapa de directorio sobre la Ópera Populaire, en cuyo caso he de decir estaré encantada.