Escrito por LitteLotte

El Gran Salón del Teatro se había convertido en un improvisado salón de baile en el que el ambiente festivo alcanzaba sus cotas más altas. La música interpretada por los más virtuosos artistas del continente, empujaba a los allí reunidos a dejarse llevar por sus suaves melodías.

El señor Montlouis y el señor Fratizelli observaban complacidos la escena que se desarrollaba en el Teatro. Todos los presentes estaban disfrutando indudablemente de la fiesta, mañana todo el mundo hablaría de la reapertura de la Ópera Populaire y del buen hacer de los dos nuevos directores.

¡Brindemos amigo mío por este inmejorable comienzo! – exclamó Edourd Montlouis al tiempo que alzaba su copa llena de champagne.

¡Y por que la suerte con la que hemos comenzado no cambie durante nuestra andanza al frente del Teatro! – se unió Conte Fratizelli.

¡Salud!

¡Salud!

Ambos apuraron sus copas sin poder controlar su alegría.

¡Ah, mira mi sobrina! ¿A caso no es la muchacha más bella de toda la fiesta?

Y la más envidiada sin duda alguna. – corroboró Fratizelli mirando a la joven que bailaba un vals con su prometido.

Sí, eso es algo de lo que le será difícil librarse.

El precio de la fama, mi querido Edourd, el precio de la fama...

Ciertamente los directores no eran los únicos que en aquel momento clavaban sus ojos sobre la atractiva pareja. Satine sentía como las miradas de muchos de los que habían acudido al Teatro se concentraban en ella y en Alejandro. La joven intentaba refugiarse en los hermosos acordes que surgían del frote del violín, pero le era sumamente difícil. En cambio, al Duque de Silvaner no parecía afectarle de ningún modo el estar en el punto de mira del resto de asistentes. Pero ella era diferente y ya comenzaba a cansarse de aquella pose de falsedad con la que su tío y el Duque pretendían que complaciese a todos.

Alejandro, - dijo la Condesa de Chagny mientras le conducía de la mano hacia fuera de la concurrencia. – estoy agotada. Sabes que no he podido descansar prácticamente nada desde que llegamos. Aún así ya es tarde y creo que nadie se ofenderá si me retiro ahora. Además nos quedan por delante muchos actos como este. Entenderán que vaya a descansar pues saben que venimos desde España sin tregua...

Alejandro calló unos momentos sopesando su respuesta...

Está bien, ve pues. No te preocupes, nadie dirá nada. Te acompaño hasta tu habitación,

No, no hace falta. Tú quédate aquí. No quisiera privarles de su estrella. – dijo sonriendo.

Bien, entonces mañana te veo – dijo dándole un beso en los labios.

Toda la atención se volvió hacia ellos. Satine tuvo que contener su ira, consolándose con que por esta noche ya había terminado la presión que tanto la asfixiaba.

¿Ya se retira, mademoiselle Satine? – le inquirió monsieur Firmin que irrumpía en el Gran Salón de nuevo seguido por Moncharmin y madame Giry.

Si, discúlpenme pero estoy muy cansada. Han sido muchas millas de viaje.

La comprendemos perfectamente señorita. – aseguró Moncharmin. – Vaya, vaya, y descanse.

Con su permiso. – dijo moviendo levemente la cabeza.

La joven se internó por los pasillos del foyer que llevaban hasta su recamara. Mientras caminaba rodeada por el silencio anhelado se preguntaba que habrían estado haciendo los señores Firmin y Moncharmin junto con madame Giry en el tiempo en que se habían ausentado de la fiesta. Sus caras un tanto desencajadas... ya preguntaría a madame Giry cuando la encontrase sola...

Encaminando sus pasos hacia la escalera de mármol que conducía a su habitación, halló una cuerda larga cuyo cuerpo se desparramaba por las losas formando numerosas curvas. Cuando la recogió del suelo y la sostuvo entre sus manos, pudo comprobar que era mucho más ligera de lo que en un principio su pesado hilvanado podía hacer creer. Sin duda se le abría caído a alguno de los trabajadores durante los últimos preparativos de la fiesta, hace muy poco, pues en alguna de sus partes el hilo aún estaba caliente.

De repente, un leve ruido a sus espaldas, interrumpió su reflexión.

¿Quién anda ahí? – dijo volviéndose rápidamente.

Nada... silencio y oscuridad.

Echó una mirada más al lugar, sin encontrar ningún rastro de lo que podía haber producido el ruido, así que subió las escaleras de una vez, deseosa de llegar a su cama y poder dormir profundamente, como no lo había hecho desde que emprendiera el viaje desde España.

Pero en las sombras algo que había permanecido velado a los ojos de Satine se ocultaba...

Él había venido a reclamar lo suyo... había vuelto de entre las sombras a por su arma... por el lazo ejecutor, por el punjab asesino...

Pero en medio de sus terribles pesadillas, en medio de aquella locura que le estaba consumiendo desde hace tres años, una luz surgía...

¿Era ella?...

No, no podía serlo, ella se había marchado con él...

Pero, ¿y si hubiera vuelto?

Christine... – sonó como un lejano eco surgido de la nada la voz del Fantasma.

Ninguna respuesta encontró en su triste llamada, y la mujer a la que había creído por un momento su Ángel de la música desapareció ascendiendo los peldaños de la escalera. Por un momento, cegado por la desesperación y el deseo de volver a ver a aquella por la que tanto sufría, había olvidado la causa que le había hecho abandonar su prisión. Ahora esa joven había desaparecido con su lazo y tendría que recuperarlo.

Ascendió silenciosamente por las escaleras, ocultándose por entre las sombras con la ayuda de la gran capa negra. Conocía demasiado bien aquel teatro como para que nadie, por muy buena vista de lince que tuviera, pudiera percibirlo.

Poco a poco la distancia entre ambos se acortaba. Quería gritar con toda su alma "Christine" y que aquella que caminaba por delante de él se girase y pronunciase "Ángel de la música, he vuelto", pero estaba convencido de que si esa mujer fuera realmente Christine ya le habría reconocido desde el momento en el que al pie de la escalera pronunció su nombre.

Su espíritu volvía a ennegrecerse aún más tras las falsas, pero intensas esperanzas que había experimentado al observar a la muchacha. Aún así, tenía que recuperar el lazo con el que había ejecutado el homicidio. Seguía atentamente los pasos de la muchacha pero ya no le inspiraba ningún sentimiento más que el del odio por haber sido causa de nuevos sufrimientos. Toda la emoción del momento se tornó en la manifestación de su instinto más despreciable...

La muerte roja...

Pero cuán grande fue su sorpresa al comprender hacia donde se dirigía la joven que le antecedía. No había más habitaciones que aquella que tanto visitara antaño siguiendo esa dirección. De nuevo su corazón experimentó una punzada en la que se mezclaron sentimientos de amor, pasión, esperanza e infinita alegría.

Ya estaba apunto de lanzarse sobre su amada Christine cuando la puerta se cerró ante él. Estuvo a punto de derribar la puerta cuando la sombra de la duda retornó sobre él...

Si era Christine, ¿porque no había respondido a su llamada...?

Frente a la puerta, expuesto a la visión de cualquiera que pasara en ese momento por el pasillo, se debatió unos instantes. Tenía que volver a su guarida y pensar con mayor claridad. La emoción le embargaba y no quería cometer ningún error que hiciera alejarse de nuevo a su amada de su lado.

"Volveré mi Ángel, volveré a por ti y cantaremos juntos para siempre..."