Escrito por LitteLotte

El escenario de la Gran Ópera de París, después de años sumergido en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el repiqueteo de los martillos y demás herramientas, volvía a transformarse, por fortuna para unos y para desgracia de otros, en una estridente sinfonía compuestas por las voces danzarinas de las ratitas que correteaban con sus tu-tus de una lado para otro, y los gritos de los maestros reprimiéndolas tras ellas unidos a los quejidos de la Vittoria y los suspiros de Flavio que luchaban por colocarse en el primer plano del escenario. Edgar Lassou se colocó en el espacio destinado para la orquesta acompañado de los músicos que terminaban de afinar sus apreciados instrumentos. Los directores Montlouis y Fratizelli, acompañados del Duque de Silvaner y la Condesa de Chagny, prosiguieron a tomar asiento entre las primeras butacas.

Monsieur Lassou abrió el libreto de su nueva ópera, "El Mensajero", por la primera página y acto seguido alzó su batuta. Los instrumentos comenzaron a producir los primeros sonidos de la obertura en la que hacían su aparición las bailarinas ejecutando la primera coreografía de la obra.

Los directores escuchaban y observaban complacidos el comienzo del espectáculo, al igual que la pareja sentada a su lado, especialmente, Satine, cuya fama de " devoradora de la música" le había seguido hasta aquél mismo Teatro, razón por la cual, Edgar Lassou prestaba más atención a la reacciones que Satine expresaba antes su música más que a cualquier otra. Al fin y al cabo, aunque quien realmente importase era el mecenas, es decir, Alejandro de Montoro, todos sabían que él no era un hombre que se desviviera por el arte a no ser que encontrara algún beneficio económico en ello. Y sin duda la opinión de su joven prometida sería fundamental a la hora de juzgar el trabajo del compositor.

De la obertura instrumental, a petición de Montlouis, se pasó al primer aria de la ópera protagonizado por el Vechiarello. Su portentosa voz pareció sacudir las paredes del teatro con la fuerza con la que un torrente que ha estado contenido durante mucho tiempo, demuestra al liberarse de aquello que le impedían su flujo.

"De lejos vengo

De lejos traigo..."

Las primeras estrofas eran escuchadas con total atención por los escasos espectadores del Teatro, los cuales desconocían en gran parte el argumento de la ópera de Lassou.

Alrededor del tenor comenzaron a aparecer de nuevo las bailarinas, que en corro, danzaban seductoramente, mientras el mensajero pronunciaba:

"... un extraño mensaje,

para la más bella dama

que hallase nunca

en un castillo."

Nadie se percató de las chispeantes miradas que se cruzaban entre el Vechiarello y una de las jovencísimas e inocentes ratas. Pero ¡ay! ¡ay de la Vittoria a la que no se le escapaba nada! ¡Ella sí que se había percatado desde que comenzara el aria de aquellas miraditas libidinosas! ¡Demasiado había aguantado callándose un solo minuto!

¡Un momento! – rugió la voz de la prima donna surgiendo tras uno de los decorados - ¡No tengo que aguantar semejante humillación! ¡Qué vergüenza! ¡qué vergüenza!

¡Por favor, cuore mio! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Si no tengo más ojos que para ti!

¡Bastardo! ¡Estúpido! ¡Mientes! – chillaba la mujer desatando toda su histeria mientras golpeaba a su marido.

Las risitas y los murmullos de sorpresa se elevaron en el escenario, sin superar, lógicamente, los gritos de los dos grandes cantantes, que cada vez conseguían ascender agudos más altos.

La fama de don Juan de Flavio Prottio Vechiarello le había perseguido por toda Europa y era obvio que había llegado hasta los confines de la Ópera.

El señor Montlouis se volvió inmediatamente a su izquierda, buscando a Alejandro de Montoro. El Duque ni parpadeaba, pero su semblante no presagiaba nada bueno sin duda. Su sobrina, sentada justo en la butaca de al lado, mostraba una expresión a medio camino entre el estupor y un ataque de risa, que fue duramente reprimido por la mirada colérica de su tío.

¡Signores! ¡Signores! ¿Pero que es este espectáculo lamentable!

La Vittoria cesó en su empeño por agredir a Flavio ante el rojo rostro del director.

Discúlpenos por favor, monsieur. – se apresuró a decir el hombre- Ha sido un triste malentendido, pero le prometemos que no volverá a ocurrir, ¿verdad Vittoria?

Sí – dijo lentamente la soprano, ya que no estaba acostumbrada a rebajarse normalmente – A veces mi vista... me juega malas pasadas – confesó lanzado una mirada asesina a la bailarina que abandonó el escenario asustada.

¡Han sido contratados para cantar no para montar escenas de estúpidos críos! ¡El Duque pensó en ustedes porque...!

Porque somos las dos mejores voces europeas del momento. Estamos profundamente agradecidos por la oportunidad que el señor duque nos brinda. No le defraudaremos – dijo finalmente mirando ahora directamente a Alejandro.

Éste tras escuchar estas últimas palabras se levantó de su asiento tomando de la mano a Satine, y sin mediar palabra, abandonó la sala acompañado de su dama.

Flavio, palideció al ver marchar al mecenas y no pudo evitar el lanzamiento de improperios contra Vittoria que siguió a la salida del Duque de Silvaner.

¡Cálmese! – aconsejó Montlouis agarrando de un brazo al tenor para tranquilizarlo – Si el Duque no ha dicho nada, es porque ustedes van a seguir trabajando en la Gran Ópera de París. Hagan el favor de no volver a repetir nunca más algo parecido o estaba vez no creó que don Alejandro de Montoro se muestre tan clemente con ustedes por muy grande que sean sus voces.