Escrito por LitteLotte

Alejandro esperaba en el foyer de la Ópera a que al fin su dulce prometida se dignara a salir de su cuarto. Cuando vio recortarse en el aire la silueta de la señora Giry, la cual volvía sola, no pudo evitar alterarse altamente. Ya era mediodía y Satine aún no había parecido. ¿Le parecía a ella correcto en una mujer de su alcurnia despertarse a semejante hora?. No quería discutir de nuevo con ella. Y más teniendo en cuenta que el día anterior se había producido entre ellos la primera gran desavenencia. Le dolía la incómoda tensión que se había instalado en su relación desde que llegaran a París. ¿Pero que podía a hacer? ¿Acaso no era por Satine por quién estaban allí?

"Puede que con el tiempo, se borré esa enfermiza obsesión que siente por la música, quizás se aburra de este Teatro y entonces ya no tendré que preocuparme ni por él ni por sus malditos entresijos." – se decía una y otra vez De Montoro avivando en él una esperanza que tarde o temprano acabaría por entender que había sido inútil albergarla tan siquiera una sola vez.

Porque Satine adoraba la música y con ella cualquier cosa relacionada o derivada de ella, por ínfima que fuera. Y Alejandro desconocía cuán ardiente era esta pasión y con que fuerza la consumía. Probablemente ni la propia Satine llegaba a vislumbrarla completamente. Por esa pasión estaban allí, y por esa pasión Alejandro sufriría inmensamente en los días venideros. Pero eso era algo que en aquellos felices días en los que la Ópera de París volvía a florecer tras su caída, el Duque no sabía, pues si así hubiera sido, bien se habría encargado de ponerle trabas cuanto antes con la finalidad de evitar todos los desdichados sucesos que acaecerían después.

Pero Satine no ocultó nunca ese amor por los sonidos, que convirtió en su luz entre la oscuridad, en alegría entre infelicidades, en consuelo ante desgracias.

Y allí, mirándose en el atrayente espejo, decidió que no bajaría al foyer de la danza inmediatamente..

Espérame Alejandro y no te impacientes– dijo sonriendo a la imagen que se reflejaba en el espejo – Madame Giry ha aumentado, intentando conseguir todo lo contrario, el interés que este espejo causa en mí.

De una pequeña mesilla tomó una de las llaves. Esta vez nadie la interrumpiría. Tras comprobar la imposibilidad de la apertura de la puerta dejó la llave de nuevo en su sitio y prendió un pequeño candil que depositó en el suelo por un momento. Como hiciera el día anterior, desencajó cuidadosamente el espejo, con la ayuda de toda su fuerza, pues no era poca cosa aquel objeto. Inmediatamente una corriente de aire atravesó el oscuro hueco descubierto ya antes. Tanteó con sus dedos toda la superficie de la apertura. Sus paredes eran muy húmedas y parecían muy erosionadas. Siguió palpándolas.

¡Aja, con que este es tu secreto querido espejo! – exclamó triunfante la joven.

Uno de los lados del rectángulo abierto en la pared no se comunicaba con el resto de la estructura. Una pequeñísima, casi inexistente rendija las separaba. Por eso, con la intromisión del Duque, no pudo verla cuando por primera vez lo encontró. A partir de ahí todo fue mas fácil. No tuvo mas que presionar a esa "nueva pared" y... ¡sorpresa! la falsa pared se introdujo en el interior de la verdadera, que estaba hueca en parte para "acoger" a la primera. ¡La pared sobre la que reposaba el espejo se acababa de convertir en una puerta corrediza!

Muy inteligente, si señor. – murmuró la joven mientras tomaba el candil abandonado antes. – Descubramos a donde conduce este pasadizo tan hábilmente oculto.

El nuevo sendero que surgía de la habitación y que comenzaba en el mismo punto en el que se hallaba la pared del espejo no se caracterizaba por poseer grandes dimensiones, dos personas a lo ancho podrían caminar por él como mucho. Sin duda el pasadizo había sido pensado para ser poco transitado. La oscuridad que lo bañaba era casi impenetrable de no ser por la débil luz que la vela de Satine arrojaba sobre las antiguas paredes.

"Lo siento mademoiselle de Chagny, no puedo decirle más... tan sólo... tan sólo que no debe adentrarse en esos túneles... Dígame que no lo hará..."

Satine volteó su cuerpo hacia la habitación dejada atrás. Las palabras de madame Giry sonaron en su mente, advirtiéndola del grave peligro que entrañaba seguir el camino secreto.

"De... de acuerdo madame Giry, no... no entraré..." – había prometido ella.

Estaba a punto de abandonar aquella aventura, obligada por la promesa dada al ama de llaves y el remordimiento de su conciencia, cuando volvió sobre sus pasos, internándose en el negro sendero.

Lo siento madame Giry pero una fuerza superior a la mía me empuja a llegar hasta el fondo de este asunto.

¿Qué se escondía en los sótanos de la Ópera que tanto pavor provocaba en el ánimo de esta buena señora? Ella pondría fin al enigma, ella descubriría que o quién moraba en los abismos de la Academia de la Música, sin saber cuan alto sería el precio con el que tendría que pagar la posesión de aquel conocimiento...