Escrito por WandringChild

Caminaba descalza, tanteando las frías paredes de piedra que la cercaban, tratando de guiarse a la trémula luz de la vela que sostenía en lo alto. Palpando los vastos muros pudo percatarse de que a lo largo de ellos se disponían decenas de candelabros apagados, laboriosamente esculpidos con la forma de brazos humanos. La humedad de aquella lúgubre galería la embargaba por momentos, saturando sus sentidos. Nada veía; la llama de su palmatoria era insuficiente a medida que se adentraba en el pasaje. Nada oía; tan sólo el eco de sus pies desnudos contra la fría roca, la respiración agitada, palpitante.

Volvió la vista atrás, hacia su alcoba. La luz que inundaba la estancia se veía abruptamente interrumpida por la opacidad del corredor oculto, dibujándose como un pequeño resplandor en la lejanía. Volvió la vista de nuevo al frente, a la más absoluta noche. Comenzó a caminar con más rapidez, presa de una honda inquietud.

Pronto la pared que tanteaba se dobló bruscamente a la izquierda, cambiando de dirección. Unos metros más allá la roca se veía iluminada por una intensa luz dorada, reflejada en la humedad del corredor. Satine apresuró sus pasos hacia el resplandor inconscientemente, casi corriendo. En una argolla de hierro apuntalada en la piedra vio una gran antorcha encendida, grande y pesada. Satine arrojó el candelero precipitadamente, provocando el eco del objeto chocando contra el suelo, sin preocuparse por quién podría escucharla. Agarró con ambas manos el madero encendido y lo forzó con firmeza, tratando de liberarlo de la abrazadera negra. Al fin lo consiguió. Satine sonrió triunfante y asomó la tea al frente, descubriendo ante ella una gran escalera curva, más ancha y húmeda que el corredor que acababa de abandonar.

Descendía lentamente con la antorcha adelantada, tratando de adivinar qué se escondía tras el siguiente cambio de sentido, donde la luz se hacía más clara y la oscuridad menos patente. Traspasó una gran arcada de piedra que daba a un corredor abovedado y bajo, pavimentado con largos escalones de escasa altura. En los anchos muros pudo observar los candelabros con forma de brazos que había tocado en el primer tramo a gran altura, esta vez encendidos. Pequeñas ventanas, como respiraderos ocultos y enrejados, se distribuían regularmente a su paso, dejando entrar gélidas corrientes de aire que a duras penas renovaban el ambiente opresor de la sima.

Aquél lugar la inquietaba, y sin embargo no podía desoír la sugerente llamada que sentía, invadía su mente con renovadas fuerzas a cada instante. Cada imagen, cada columna, cada nueva reja entrelazada... Se respiraba por doquier un ambiente trágico y victorioso, legendario y oculto... Operístico...

Al doblar la siguiente arcada encontró otro pasadizo idéntico al anterior, y luego otro, y otro... siempre descendiendo sutilmente, siempre embargándose de nuevas emociones, de nueva ansiedad.

Doblando un último recodo llegó a una nueva arcada, más ancha y labrada que las anteriores, y permaneció inmóvil, extasiada, observando aquél nuevo lugar. Bajo el alto arco de piedra había un angosto embarcadero rectangular, como para una estrecha barca, y a su frente un largo canal verdoso, franqueado por dos altas hileras de soportales. Bajo ellos relucían nuevos y trémulos candelabros, reflejando en la galería sus matices bruñidos y dorados, la piedra lozana, enmohecida; Las aguas tranquilas cubiertas por un manto de bruma, una niebla baja y densa.

Satine observaba todos y cada uno de los detalles con gesto maravillado, caminando pausada e inconscientemente hacia el agua. Bajó uno de los escalones del embarcadero y sintió su gélida caricia en los pies desnudos, haciéndola retroceder con un respingo. Miró sus pies y alzó la vista, con gesto decidido. Ya había llegado hasta allí, y no permitiría que un brumoso canal detuviera su avance.

Lentamente se adentró en la glacial bruma, contraído el gesto por la temperatura del agua, que ya le llegaba sobre las rodillas. Se detuvo un instante, escudriñando sus alrededores. Posó la antorcha en la piedra aún cercana del embarcadero –la cual ya no necesitaba- y se deshizo de la bata satinada, buscando la mayor libertad de movimiento posible una vez se adentrara en el canal. Comenzó a caminar trabajosamente; el nivel del agua ascendía a cada momento...

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- ¿Y bien? –inquirió el Duque a madame Giry, impaciente-. ¿La encontró?
- Sí monsieur, no tardará en venir –contestó la mujer con gesto tenso-. Está terminando de ataviarse. Ya... llega...
- Bien... –murmuró el Duque cruzando los brazos sobre el pecho, mirando en derredor.
- Permiso monsieur –dijo madame Giry educadamente, resolviendo a marcharse.
- ¿Se encuentra bien madame? –inquirió el Duque con el ceño fruncido-. Pareciera que ha visto un fantasma...
La mujer alzó la mirada a don Alejandro con los ojos muy abiertos, frunciendo los labios.
- ¡No diga eso! –exclamó en tono quedo, aún más nerviosa.
Don Alejandro la miró con gesto sorprendido. ¿Qué había dicho?
- P... perdone madame...
La mujer miró a ambos lados, cerciorándose de que nadie los había escuchado. Finalmente se volvió al Duque.
- Monsieur...
Y desapareció del foyer con extraordinaria rapidez, dirigiéndose al Gran Salón.

- ¡Don Alejandro! –el Duque, aún sin reaccionar tras la desaparición de madame Giry, se volvió hacia Fratizelli, que se acercaba a él junto a Montlouis-. Ya han comenzado los ensayos de "El mensajero", señor –dijo deteniéndose frente a él-. ¿Nos acompañará?
- Lo siento caballeros, pero creo que me quedaré –sonrió cargante, tratando de librarse-. Espero a mi mujer.
- ¡Oh, señor! Ella sabrá donde encontrarlo, no se preocupe –sonrió monsieur Edouard-. Enviaremos a alguien a avisarla. Acompáñenos.
- Caballeros, no creo que...
- Verá don Alejandro que tan sublime se ve La Vittoria en su papel –sonrió Fratizelli, instándole con su brazo a encaminarse hacia el salón de la Ópera-. Excelente elección, sin duda.
- Sí, sí, sí; pero...
- ¿Un puro? –le cortó nuevamente Montlouis, ofreciéndole un estuche de plata.

El Duque alzó la mirada a la bóveda del foyer con resignación.

- Sí, gracias... –y tomando el puro resolvió ascender la Gran Escalera franqueado por ambos directores que, riendo jovialmente sus propias ocurrencias, se adentraron en el salón de las representaciones.