Escrito por LitteLotte
Los tres ilustres señores ocuparon de nuevo sus sitios entre las butacas de las gradas del teatro más cercanas al foso de la orquesta. Don Alejandro, aunque menos ceñudo, volvía la vista de vez en cuando hacia todas las entradas del salón, anhelando la aparición de Satine... ¿Por qué seguía retrasándose? ¿Es que no la habían avisado de que él estaba allí, esperándola?
Vamos Don Alejandro, relájese y disfrute de la representación. Mi sobrina ya debe estar al llegar – le dijo en el oído el señor Montlouis.
El Duque se limitó a ladear la cabeza... ¿por qué estaba convencido de que Satine no bajaría?
¡Qué voz! ¡Qué canto! – exclamaba Conte Fratizelli ante los gorgoritos que la Vittoria realizaba en aquella parte de la ópera – No se arrepentirá señor Duque de esta elección. Es usted un avispado magnate de los negocios al haber sabido perdonar las desafortunadas intervenciones de los cantantes.
Sí, Don Alejandro tenía que reconocer que aquella italiana de vida insulsa tenía un instrumento vocal inmejorable... y lo mismo se podía decir del apuesto picaflor que tenía por marido. Entre estrofa y estrofa, la soprano lanzaba risueñas miraditas al Duque, aprovechando que la condesa de Chagny no se hallaba junto a él. Con suerte se habrían peleado y esa era una ocasión que la alegre Vittoria no podía dejar escapar. Las miradas se fueron intensificando pero desde luego no estaban dando los mejores resultados pues el Duque no dejaba de revolverse en su asiento una y otra vez buscando a alguien o algo... Mejor replegaba por ese día su "ataque" a la espera de encontrarse con un Don Alejandro más receptivo – si es que eso sería posible algún día -. Además tenía que cuidarse de evitar escándalos, bastante tolerante se había mostrado ya el Duque permitiéndoles permanecer en el teatro. Y su querido Flavio no andaba muy lejos del escenario...
El aria ejecutado por la soprano había tocado su fin. La Vittoria se retiró momentáneamente de la escena, pues el siguiente acto volvía a requerir de su órgano talentoso junto con el del Vechiarello. La siguiente escena era una de las cumbres del "El Mensajero" en la que ambos protagonistas se confiesan musicalmente su amor... Para representarla se necesitaba de un nuevo decorado diferente al anterior, la habitación de la dama a la que el mensajero había llegado de forma secreta.
¿No creen, señores míos, - comentó taciturno don Alejandro- que los tramoyistas están tardando demasiado para cambiar la escenografía?
La verdad es que hacía ya unos veinte minutos que las pesadas telas que realizaban la función de telón seguían completamente bajadas, ocultando a los tres hombres lo que tenía lugar entre bastidores. De repente el grito de lo que creyeron una joven rata cortó el aire. Y a este se sumó otro, y otro, y otro, y así sucesivamente estalló la histeria por todo el Teatro en forma de una ruidosa conglomeración de chillidos que parecían querer imitar a esos coros en los que se desarrolla una cruda batalla entre el bien y el mal, que de vez en cuando aparecen en alguna que otra ópera.
¡¿Pero que diablos está pasando ahí detrás! – farfulló Edourd Montlouis dando un respingo de su asiento e internándose entre los cortinajes color sangre que impedían ver la escena.
Conte Fratizelli siguió presuroso a su amigo mientras que Don Alejandro, que por un momento pensó en escapar al fin de la compañía de ambos directores y salir al encuentro de Satine, se levantó de su asiento pero sin terminar de cruzar el telón. Si su amada llegaba, no quería que tuviera dificultades para encontrarle...
Edourd Montlouis se abrió pasó entre las niñas que continuaban chillando y, corriendo de un lado a otro, llegó a un grupo nutrido que se arremolinaba sobre algo que había en el suelo, junto a un decorado.
¡Déjenme pasar! ¡Abran paso a los directores! ¡Panda de atajos!– exclamó contagiado por el nerviosismo general hasta que alcanzó el foco que arrebataba la atención de las pobres gentes que, al contrario que las ratitas, permanecía en total mutismo.
¡Oh Dios mío! ¡¿Qué...qué! – Conte Fratizelli no pudo terminar la frase porque su rostro se volvió blanco.
Pero... pero, ¿qué ha pasado? – pudo articular Montlouis al ver la incapacidad para hablar que acababa de apoderarse de Conte.
Françoise, monsieur. Es uno de los vigilantes de seguridad del Teatro... Creo que... – el hombre hizo un mohín de repulsa con su cara – lleva varios días muerto. Nos disponíamos a tomar la nueva escenografía cuando lo hemos encontrado... ¡emparedado entre dos decorados! – comunicó el hombre al tiempo que descargaba toda su angustia en la última frase.
Su olor es insoportable... – opinó otro de los tramoyistas acertadamente.
¿Qué? – contestó sudando Montlouis.
¿No lo huele usted?
Sí, es cierto, es cierto... – contestó tranquilo Montlouis, en esos accesos de una calma que preceden a la tormenta- ¡Ya me doy cuenta de cómo huele! ¿Pero como es posible que un hombre que lleva varios días muerto haya podido permanecer oculto sin que nadie lo descubriese durante tanto tiempo, si todos los días ustedes están trabajando en el Teatro? ¡ALGUIEN PUEDE EXPLICÁRMELO!
El grupo retrocedió al unísono ante esta exclamación del director, al que comenzaba a agolparse la sangre en la cara mientras una de las venas de su frente se hinchaba considerablemente.
Tranquilízate Edourd – dijo Fratizelli tomándolo por el brazo en un intento por calmarlo – Estos hombres no tienen la culpa de...
¡Cállate! ¡Quizás alguno de ellos haya sido el asesino y por eso, "casualmente", no se ha percibido ningún cuerpo entraño u olor repugnante entre sus tramoyas. Porque claro, es tan comprensible que pase desapercibido este cadáver que...
Los tramoyistas se ofendieron tremendamente por tamaña acusación, pero los gritos del director y aquella vena que parecía a punto de explotar, eran más que suficiente como para detener cualquier intento de réplica.
Don Alejandro irrumpió en el escenario, alertado por los gritos del que iba a ser su pariente.
Montlouis, ¿qué ocurre...?
El Duque abrió desorbitadamente los ojos por un breve momento tras el cual, volvieron a su estado normal. Su rostro no mudó de tonalidad como los de todos los que se agolpaban sobre el cadáver. Controlaba muy bien sus emociones.
¡Don Alejandro! ¡No se preocupe por favor! ¡Tenemos un pequeño percance! – habló al Duque calmando su estado, sin saber muy bien que decir para no alarmar al mecenas.
¿Ese hombre está muerto?
Sí, pero ha sido un desgraciado accidente que...
¿Accidente? – interrumpió el tramoyista - ¿Cómo sabe que ha sido un accidente? ¿Un accidente de un vigilante entre los decorados? Permítame recordarle que los vigilantes del Teatro no cuentan los bastidores del escenario como uno de los lugares en los que deben realizar su trabajo precisamente. Nunca pasan por aquí.- intervino el tramoyista dando especial énfasis a la palabra "nunca".
¡¡Quién le ha dicho que hablé! – chilló de nuevo Edourd abandonando la corta serenidad que había mostrado ante Don Alejandro.
Este hombre tiene toda la razón. – dijo visiblemente enfadado el Duque ante la intención de Montlouis de engañarle como si fuera un tonto - No veo ninguna herida que atestigüe que este hombre ha sufrido un improbable accidente. En cambio, veo mucho mas razonable la hipótesis que defiende este trabajador. Alguien lo habrá asesinado en otro lugar y lo habrá traído hasta aquí... para evitar que le sigamos el rastro y conseguir que la confusión se apodere de nosotros.
¿Asesinado? – preguntó débilmente Fratizelli, recuperando el habla - ¿Un asesinato en la Ópera? ¿Por qué? ¡Es inaudito!
Tenemos que llamar a la policía. Ellos se encargarán de todo y resolverán sus dudas, señor Fratizelli.
Yo le avisaré personalmente. – afirmó Edourd – Voy al despacho. Vamos Conte.
Vayan, yo me quedaré aquí esperándoles mientras tanto pues es obvio que alguien tiene que controlar toda esta algarabía. Por favor, si divisan a mi mujer, díganle que me aguarde en su recámara. No quiero que tenga que presenciar esto.
Descuide Don Alejandro, descuide. –aseguró Montlouis bajando por las escalerillas que conducían de nuevo al patio de butacas acompañado de Fratizelli.
