Escrito por WandringChild
¡Tú! ¡Haz que madame Giry se presente en nuestro despacho inmediatamente! – ordenó Montlouis a un joven que trabajaba a la entrada del Gran Salón, sin detener su furiosa marcha ni mirarle a la cara.
Ambos gerentes atravesaron los corredores como una exhalación, llevándose por delante a todo aquél que se interponía en su camino. No veían ni oían, o no les apetecía ver y oír. Pero nadie osaba quejarse de sus repentinas malas maneras. Nunca nadie creyó que los señores directores, aquellos que se les habían antojado tan apacibles y de distendida charla, pudiesen alcanzar tal nivel de enajenación. Pero ellos callaban y aguardaban en tensión; al fin y al cabo de ellos dependía, si no todo, gran parte del futuro de ese Teatro.
- Dios mío... –murmuraba Fratizelli enjugándose nuevamente el sudor de la frente, cerrando la puerta del despacho tras de sí.
Montlouis se derrumbó sobre su asiento aún con el gesto desencajado y comenzó a revolver con la mirada ávida la montaña de papeles que yacía sobre la escribanía, desordenada e histéricamente.
- Dónde demonios... –murmuraba inconsciente.
Fratizelli se sostenía la barbilla con una mano, aún sin reaccionar, la mirada perdida.
- Un cadáver en la Populaire...
- ...
habré puesto...
- Quién me lo iba a decir...
-
... los... ¡ARGH!
Montlouis apartó las manos rápidamente de los pergaminos como si se hubiera abrasado, mirándolos con recelo y furia, rojo de ira. Se había cortado un dedo con uno de ellos.
- Malditos papeles... No
solo dan dolor de cabeza, ahora se han construido en armas...
–murmuraba incorporándose de su asiento, comenzando a
recorrer la habitación de un lado a otro a grandes zancadas,
retorciéndose las manos voraz. Fratizelli alzó una
mirada taciturna hacia el francés, tomando asiento-. Odio los
malditos papeles... ¿Lo sabías?... Sólo sirven
para dar disgustos... Se pierden, se queman, se arrugan, se rompen,
cortan... Malditos todos... Son...
- Montlouis tranquilízate,
me estás dando miedo…
- ... Un invento del diablo... No
claro, si escribiésemos en otras cosas... Pero no... En
papeles...
- ¡Montlouis! ¡Tranquilízate!
–gritó Fratizelli, al borde del colapso-. Tenemos un cadáver
en el escenario, muerto hace días, ¡y tú te
dedicas a lanzar imprecaciones contra los papeles! –Montlouis se
volvió hacia su compañero aún con los ojos muy
abiertos-. ¿Se puede saber qué demonios buscabas?
-
Un poema que te escribí anoche –sonrió con sorna
Montlouis-. ¡El teléfono personal del Jefe de Policía,
qué voy a buscar! –resolvió acercándose de
nuevo al escritorio y comenzando a abrir cajones, esparciendo su
contenido por doquier.
Fratizelli se frotaba la cara con resignación hundido en un mullido sofá, tratando de ignorar la histeria de Montlouis. Acababan de llegar, no había pasado tan siquiera una semana, y ya aparecían cadáveres misteriosamente ocultos, sin aparentes signos de violencia. No podrían sostener esa situación mucho tiempo más.
- ¿Monsieurs?
Ambos directores dieron un respingo,
exaltados por aquella llamada. Madame Giry los miró con los
ojos muy abiertos, aún en el umbral de la puerta, sorprendida
por la tensión en que ambos se encontraban.
- Cu...
¡¿Cuándo ha llegado, señora! –dijo
Montlouis agitadamente, con una mano en el pecho.
- Hace un
instante Monsieur –contestó madame Giry con una sonrisa
torva-. Pero veo que estaban demasiado ocupados como para percatarse
de mi presencia.
- ¡Para otra vez, haga el favor de llamar
a la puerta! –dijo Fratizelli.
- Lo hice Monsieur, si usted me
permite –replicó Madame Giry con el ceño fruncido,
comenzando a molestarse por el tono de aquellos dos hombres-. ¿Se
puede saber para qué me llamaban? Tengo muchas cosas que hacer
y mis principios no me permiten liberar de sus lecciones a mis
alumnas. Díganme lo que sea.
- ¡Oh, señora!
Pues sus alumnas van a tener que esperar un rato, por cierto –dijo
Montlouis acercándose a la mujer, cruzando los brazos sobre el
pecho-. ¿Aún no se ha enterado de lo sucedido?
Madame
Giry le miró con gesto de sorpresa y extrañeza,
levantando una ceja.
- ¿Enterarme de qué,
Monsieur...?
- Oh, Madame Giry, ama de llaves de la Ópera
Populaire, no se ha enterado –dijo monsieur Edouard en tono burlón,
volviéndose a Fratizelli. Miró de nuevo hacia la
mujer-. ¡Pues de que ha aparecido un cadáver entre los
decorados del último acto de "El Mensajero"! ¡El
cadáver de un centinela vestido de gala, como en la noche de
nuestra llegada! ¡¿No le parece acaso asunto lo
suficientemente importante como para retirarla de sus funciones unos
minutos, mi buena señora!
Madame Giry le miraba con los
ojos muy abiertos, el gesto desencajado por la sorpresa. Cualquiera
que la hubiese hablado en ese tono habría recibido una réplica
de lo más memorable, pero en esa ocasión el ama de
llaves del Populaire no se veía con fuerzas para ello.
Un cadáver entre bastidores...
- ¿Y bien?
–dijo Fratizelli, incorporándose de su asiento y dirigiendo
una mirada perspicaz hacia la señora, que aguantaba la mirada
de Montlouis tratando –sin éxito- de no parecer asustada-.
¿¡No tiene nada que decir?
Al fin la mujer se
volvió al signor Conte, transformándose su gesto
consternado en uno de ofensa, zaherído.
- ¡¿Qué
se cree que está insinuando monsieur! –comenzó
alzando el tono, estallando por momentos-. ¡¿Porqué
cree usted que YO debería saber nada acerca de un cadáver
escondido! ¡Es la primera noticia que tengo, mon Dieu! ¡¿Cómo
osan...!
- ¡Quizá porque según hemos oído
usted es la única que sabe todo lo que pasa en este bendito
Teatro! –la cortó Fratizelli, alzando aún más
el tono-. Nadie sabe como lo hace, pero el caso es que lo hace...
¿Cómo no iba a enterarse de un asesinato?
-
Monsieur, ese argumento es... ¡Es estúpido! –exclamó
agitada la mujer.
- Oh, estúpido... Ya veo... –sonrió
sarcásticamente Montlouis metiéndose las manos en los
bolsillos, dándole la espalda a la señora y caminando
hacia la chimenea.
- ¿Cómo..? ¿Cómo
iba yo a saber nada de un asesinato y de un cadáver escondido?
Montlouis se detuvo.
¿Qué es esto?
Sacó un sobre del bolsillo de su levita. Un sobre marfil con un filo dorado en sus bordes, insidiosamente suave al tacto, avejentado...
- Es cierto que yo sé mas cosas de las que nadie aquí sabe, pero ¡jamás se me ocurriría ocultar algo así! –continuaba Madame Giry, tratando de mostrar su inocencia.
La nota iba dirigida a los monsieurs Edouard Montlouis y Conte Fratizelli, impresos los nombres en una caligrafía escarlata, impecable...
- Además, yo no podría haberme percatado de nada de lo sucedido porque estaba impartiendo mis lecciones de ballet a las ratas, monsieurs, porque yo, SÍ hago el trabajo que se me encomienda.
Y en el reverso del pergamino un lacre... Una calavera roja...
Montlouis le abrió con indiferencia, dirigiendo una mirada aburrida a Madame Giry, y comenzó a leer en silencio.
- Del mismo modo por el que tampoco sé porqué
les estoy contando todo esto. Supongo que porque aún me
infundían respeto. Pero me han demostrado que juzgan tan a la
ligera como los antiguos gerentes, si me permiten monsieurs –dijo
la mujer apoyando en el suelo su bastón de mando, adoptando un
gesto altivo.
- ¿Ah, si? –dijo Fratizelli. Montlouis se
reclinaba sobre la nota, de espaldas a ellos. Abría los ojos
por momentos-. Yo diría que no es de extrañar que
juzguemos su comportamiento, madame. Usted dice no saber nada, y sin
embargo es la encargada de revisar las tramoyas cada noche al apagar
las luces, junto al resto de los empleados. Y dice no haber reparado
ni en un ínfimo hedor a putrefacción. ¿Qué
tiene que contestarme a eso? –inquirió.
- ¡Oh
monsieur! No nos dedicamos a escalar entre los decorados cada noche,
si me permite. Los decorados de "El Mensajero" no habían
sido aún utilizados. Estaban al fondo. ¿Cómo
podíamos percatarnos de nada? ¡Razone!
- ¿Razonar? –inquirió de pronto Montlouis, volviéndose hacia ambos con un brillo opaco en la mirada-. Creo que aquí está todo bastante claro señora –dijo extendiendo la nota hacia la mujer, entrecerrando los ojos en una mirada inquisitiva.
Madame Giry dirigió la mirada hacia el pergamino; de pronto palideció, blanca como una estatua. Su labio inferior tembló débilmente; Montlouis lo vio. La mujer tomó la nota de las manos del director, que nuevamente las introducía en los bolsillos, sonriendo maliciosa y triunfalmente.
"Veo que al fin encontraron el cuerpo de
aquél que osó desobedecer mis deseos, monsieurs."
Madame Giry hizo un alto en la lectura. De pronto sintió
que las rodillas le temblaban, que la boca se la secaba y una gran
angustia la invadió, haciéndola estremecer. Alzó
la vista hacia Fratizelli, que observaba la nota con curiosidad, y a
Montlouis, que aún sonreía.
- Siga por favor, siga
–le indicó monsieur Edouard con sorna. La mujer se volvió
nuevamente al pergamino.
"Les felicito. Mas he de decir que
tuve que ponérselo fácil, ocultándolo entre los
nuevos decorados. Primero dejé el cuerpo en el foyer, mas
alguien se ocupó de esconderlo bien, tan bien que llegué
a dudar que pudiese ser encontrado." Madame Giry se llevó
inconscientemente la mano al pecho, aliviada porque ese alguien
no hubiera sido reemplazado por su nombre. Así que él
lo había encontrado y se lo había devuelto...
Desgraciado...
"Espero que no vuelva a repetirse, monsieurs. Tengan en bien mis saludos."
Madame Giry permaneció así unos instantes, con la mirada perdida entre la escarlata caligrafía, tratando de enfocar aquél nuevo mensaje... Él...
- ¿Y
bien madame? –inquirió Montlouis, aún con los ojos
entrecerrados. Fratizelli arrebató de las manos de la mujer la
carta, y comenzó a leer en silencio-. ¿Podéis al
menos reconocer al dueño de la escritura? No sé como lo
hizo, pero esa carta llegó a mi bolsillo sin que yo me
enterase. Y yo no he salido de la Ópera. Así que el
asesino debe estar aquí, ahora. ¿O acaso esto le parece
"juzgar precipitadamente los hechos"?
Madame Giry volvió
una mirada iracunda hacia el director, apretando los labios.
-
Pues claro que está aquí Monsieur. Y sí,
reconozco esta escritura.
Montlouis y Fratizelli tornaron su gesto en sorpresa y consternación. Nunca habrían imaginado que esa sería la respuesta de la mujer, que esa sería su sentencia. La observaban con los ojos muy abiertos, pálidos por la noticia.
- ¿Y no piensa decirnos
de quién es? –dijo Montlouis visiblemente alterado.
Madame
Giry volvió la mirada hacia la chimenea un instante, para
después mirar de reojo a los directores, los brazos cruzados
sobre el pecho.
- Del Fantasma de la Ópera.
Montlouis y Fratizelli quedaron petrificados. El color que había abandonado sus rostros volvió de pronto, y comenzaron a sacudirse entre estrepitosas carcajadas, provocando una mirada de consternación de la mujer.
- Por... ¡¿Por
qué se ríen! –inquirió madame Giry en tono
ofendido.
- El... El Fant... JAJAJA... ¡El Fantasma de la
Ópera! –dijo Fratizelli entre risotadas, tratando de
controlarse.
Montlouis daba golpes en la mesa con la palma
abierta entre accesos de tos y risa, sin encontrar el momento para
serenarse.
- Pues... ¡Pues claro que fue el Fantasma de la
Ópera, monsieurs! Ustedes me han preguntado y yo les he
respondido. No tengo más que decir.
- Pero madame Giry
–comenzó Montlouis abriendo los brazos hacia la señora,
con lágrimas en los ojos-. ¿Cómo...? ¿Cómo
puede usted pensar que nos íbamos a creer semejante estupidez?
El Fantasma de la Ópera... –decía entre risas
incontrolables.
- Ah, que no creen en su existencia –sonrió
maliciosamente la mujer, levantando perspicaz una ceja-. Muy bien,
allá ustedes. Yo no tendré ningún tipo de
problema. Pero yo que ustedes miraría bajo esa tabla suelta...
–dijo señalándola en el suelo-. Los monsieurs
Moncharmin y Firmin también son aficionados a esconder cosas,
¿saben? Pero ese escondite ya está muy pasado... Creo
que se les agotaron las ideas, no fueron muy originales.
Montlouis y Fratizelli cesaron en sus risas tan rápidamente como empezaron. Dirigieron una mirada temerosa hacia la tabla que Madame Giry había señalado con su bastón de mando, y de nuevo la alzaron a su rostro, triunfante.
- ¿A qué esperan? Ahí está la respuesta a todos los enigmas...
Los directores dudaron un momento; de pronto Fratizelli se avalanzó hacia la tabla y la levantó con esfuerzo, elevándola unos centímetros. Los ojos de Montlouis se salieron de sus cuencas ante lo que estaba viendo.
- ¿Y bien? –gimió el signor Conte al borde del denuedo.
Montlouis se agachó lentamente y palpó el hueco en el que el tablón ensamblaba, tomando entre sus manos una nueva nota. Fratizelli soltó la tabla, que encajó en su lugar con gran estruendo, y se volvió hacia Edouard, que observaba la nota con el gesto desencajado.
Otra carta...
Aquél pergamino; aquella caligrafía roja; aquél lacre...
La calavera...
El director dirigió una mirada confundida hacia Madame Giry, que aún sonreía, suspicaz. Extrajo la nota del sobre arrugado y la extendió a su frente, entrecerrando los ojos para leer la escritura, ya borrosa por la gran cantidad de dobleces.
- "Bienvenidos
caballeros a mi Teatro de la Ópera" -comenzó
Montlouis-. "Deseo expresarles..." está borroso...
"una simple directriz que habrán de respetar..."
también borroso... "al frente de este teatro. Anuncien
entre los trabajadores que queda terminantemente prohibido el acceso
a los sótanos del subsuelo de la ópera, como no
permitiré que nadie trate de contactar..." Agh, no puedo
leer esto... "No deseo ver a nadie, ni escuchar a nadie. Nunca
más seré el Fantasma de la Ópera, tan sólo
seré yo mismo; tan sólo reclamo para mi la oscuridad y
la soledad que mi prisión ofrece. Confío en que los
monsieurs Moncharmin y Firmin -aunque con por otra parte, con cierto
optimismo-, les hayan hecho saber ya estos pormenores."
–Fratizelli y Montlouis se miraron con gesto sorprendido e
inquieto, sintiendo como sus fuerzas flaqueaban y una súbita
cólera los invadía.
- Siga por favor, siga –dijo
madame Giry con su insidiosa sonrisa, imitando la burla que instantes
antes hiciera Montlouis con la otra nota. Ambos directores se
volvieron al pergamino, incapaces de reaccionar de otra manera.
-
"De todas formas, si los antiguos directores no se habían
percatado del detalle de informarles sobre..." mmmmm... "yo
mismo se lo recuerdo en la presente, puesto que me consta que su
curiosidad les llevará a leer esta carta antes que ustedes
aunque no vaya dirigida a su nombre. Confío en que mis deseos
serán órdenes para ustedes; por otra parte, les
conviene, pueden creerme..." Y la firma está borrada...
- ¿Y bien? -sonrió madame Giry-. ¿Me creen
ahora?
Los directores la observaron unos instantes, cohibidos, tratando de hacer encajar las piezas.
- ¿Y
cómo sabemos que no ha sido usted misma la que ha escrito y
puesto esta nota aquí? –resolvió Montlouis,
entrecerrando los ojos.
- Porque yo no podría haber
entrado a este despacho sin su permiso, el único del que no se
me ha concedido la llave; y porque yo no podría haber puesto
la nota en su bolsillo hace unos instantes sin que usted se hubiese
percatado... Además, yo estaba en mi clase de danza... ¿Cómo
podría haberlo hecho?
Los directores se miraron con temor, volviendo de nuevo la mirada hacia el pergamino. De nuevo Fratizelli se volvió hacia la mujer.
- De modo que...
De modo... Que ¿ese hombre existe?
- Por supuesto,
monsieur... ¿Acaso continúa dudándolo? –dijo
la mujer-. Pero no es sólo un hombre, si me permite... Es un
genio...
- ¡Y un asesino! –exclamó Montlouis,
tratando de negarse a sí mismo la existencia de aquella
leyenda que tanto había temido.
- Sí monsieur... Y
un asesino... Un muy hábil asesino... Él hizo arder la
Populaire hace tres años, y no duden que volvería a
hacerlo. Cumplan sus órdenes y tendrán paz. No es una
directriz muy complicada la que se les reclama.
- ¡Me niego
a aceptar órdenes de un engendro de ultratumba! –exclamó
Fratizelli.
- Entonces niega sus deseos de vivir, monsieur...
–dijo sarcásticamente la mujer. Silencio y rostros de
sorpresa. "Que típica reacción..." pensó
la mujer-. He de decirles que nunca pensé hacerles saber de la
existencia del el Fantasma de la Ópera, pero ustedes me han
obligado. Espero que lo comprendan.
- Comp... ¿Comprender?
–dijo Fratizelli-. ¿Y qué es lo que se supone debemos
comprender?
- ¡Ah, signor! Relea la última frase de
la nota del Fantasma... "Confío en que mis deseos serán
órdenes para ustedes; por otra parte, les conviene, pueden
creerme..." Y si no le creen yo se lo aseguro.
- Por esto
esos malditos de Moncharmin y Firmin se marcharon en medio de la
reinauguración, argumentando falsos agotamientos... –discurrió
Montlouis.
- Muy bien monsieur, veo que comienza a entender qué
les llevó a rebajar de tal manera el precio de la Populaire
–continuó Madame Giry con sorna.
Los directores aún no eran capaces de asimilar tal confluencia de especulaciones, de sus propias conjeturas. No se movían, mirando la nota con recelo y releyendo una y otra vez sus líneas escarlata, rojas como la sangre...
Sangre...
Más muertes...
-
Montlouis, tenemos que hacer saber a todos los empleados la
prohibición del paso a los sótanos de la Ópera.
Estamos en grave peligro.
- Lo sé Fratizelli... –contestó
el director, aún con la mirada perdida-. Pero quizá no
sea necesario... Llamemos a la policía y hagámosles
entrar en los subsuelos, ese Fantasma no podrá con todo el
cuerpo de París. Le cogerán y nos libraremos de él.
- ¡Oh no, monsieur! ¡No pueden llamar a la policía!
–exclamó de pronto madame Giry con gesto aterrado.
-
¿Porqué no? No pienso permitir que un maldito
desgraciado me de órdenes desde sus catacumbas y nos mantenga
a todos aterrorizados. ¡Este es mi teatro! ¿Entiende?
-
Nuestro... –murmuró Fratizelli.
- Ah, ¡calla
Conte, ya lo sé! ¿Entiende? –dijo volviéndose
de nuevo hacia Madame Giry, encaminándose al teléfono,
descolgándolo-, ¡Y no voy a permitir semejantes actos en
la Populaire!
- ¡No monsieur! ¡No conseguiría
nada! –dijo Madame Giry exaltada, arrebatándole el auricular
de las manos-. Él es un genio y un asesino... es peligroso,
sí, y no dejará que le atrapen, no lo conseguirán.
Ya una vez lo intentaron y no lo consiguieron, y no van a hacerlo
ahora. Evite escándalos. Selle las bajadas a los sótanos
y listo. Se acabarán los problemas.
- ¡Yo no lo creo
así! –replicó Montlouis-. ¡No se acabarán
los problemas porque mientras nosotros sepamos que un loco vive
debajo de nuestros corredores no seremos capaces de conciliar el
sueño, ni de vivir, y no cesaremos de temer por la vida de
cada una de las personas que trabajan en esta Ópera o de las
que vienen a ver las representaciones! ¡No podemos arriesgarnos
a nuevas muertes! ¡A nuevas desgracias! Yo no cometeré
el error de Moncharmin y Firmin, claro que no –sentenció
tratando de arrebatarle el teléfono a la mujer.
- ¡Pero
monsieur! ¡Trate de pensar con la cabeza fría! ¡Hágame
caso! ¡Yo sé que no le conseguirán encontrar, y
esto tan sólo les servirá para escándalos! La
opinión pública se hará eco de la aún
existencia del Fantasma de la Ópera, que no creen más
que una mera leyenda, aún a pesar de haberle visto la Noche
del incendio durante su Don Juan Triunfante, ¡pero ahora sabrán
que existe de verdad! ¿Y qué harán entonces?
¡Nadie osará venir a las representaciones! ¡Tendrán
que cerrar el Teatro y no podrán hacer nada para impedir su
ruina! ¡Piensen que a ustedes también les conviene
guardar silencio!
Montlouis observaba con ojos desorbitados a la mujer. Tenía razón. No podían contarlo y no podían sacarle de allí... Deberían resignarse...
- ¿Y el Duque? –inquirió Fratizelli-. ¿Qué
haremos con él, Montlouis?
- Si me permiten –dijo madame
Giry-. Les aconsejaría mantenerlo en secreto... No conviene
que don Alejandro se entere de nada o se marchará de aquí,
se arruinarán de todos modos antes de la primera
representación. No estará dispuesto a poner en peligro
su vida, y mucho menos la de su prometida...
Los directores se miraron una vez más, aún consternados.
-
Pues... Bien... A ver que excusa ponemos para impedir la entrada a
los sótanos... –dijo Fratizelli.
- Algo se nos
ocurrirá...
- Montlouis –todos se volvieron hacia la
puerta. En el umbral se hallaba don Alejandro, observándolos
con gesto impaciente-. ¿Dónde demonios se ha metido el
inspector de policía? Están tardando demasiado... ¿Qué
ha pasado aquí? –dijo con una mirada perspicaz ante las
decenas de documentos revueltos sobre la mesa, esparcidos por el
suelo.
- ¡Oh, don Alejandro! –sonrió Fratizelli
con nerviosismo mientras Montlouis trataba de ocultar las notas del
Fantasma y madame Giry sonreía atentamente al Duque-. No se
preocupe, no ocurre nada. Un... un gato, sí... Y la policía,
ya les hicimos venir. Quizá tarden, pero vendrán. ¿Le
apetece una copa de brandy? –dijo el signor Conte tratando de
ocultar el gesto nervioso, evitando la sagaz mirada del Duque.
-
No, gracias... –murmuró don Alejandro, disimulando su ofensa
al saberse engañado-. Mejor será, Madame Giry, que vaya
al Gran Salón a poner orden. Los trabajadores no dejan de
gritar y agolparse junto al cadáver.
- Sí señor
de Montoro –dijo la mujer con una leve inclinación de
cabeza, disponiéndose a salir.
- ¡Ah! Se me
olvidaba... –comenzó el Duque, introduciendo la mano en el
interior de su levita-. Encontré esto en la puerta del
despacho. No sé porqué no la habrán traído
aquí directamente.
Los directores y Madame Giry se volvieron hacia aquello que don Alejandro les tendía, observándolo con gesto desencajado. Montlouis lo tomó tembloroso, sintiendo como el pulso se le aceleraba y el color abandonaba nuevamente su rostro. Un sobre de pergamino marfil y bordes dorados... El lacre escarlata... La calavera...
"A Edouard Montlouis y Conte Fratizelli", rezaba una impecable escritura roja en su superficie.
Montlouis abrió el sobre con inquietud ante la mirada escrutadora de Madame Giry y Fratizelli, que leyó por encima del hombro de su compañero el contenido de la carta.
"Veo que alguien más se ha decidido a adentrarse en mis dominios, monsieurs. Una vez más me han desobedecido. Pronto sufrirán las consecuencias."
