Escrito por LitteLotte
Las gélidas e inescrutables aguas abrazan ya su cintura, haciendo que su vientre plano se contrajera levemente. El líquido subterráneo e inamovible, se extendía en la totalidad de la nueva gruta, abarcando todo lo que su vista alcanzaba a ver. ¿Hasta donde estaba dispuesta a llegar? Una anaranjada luz comenzaba a colorear el fondo oscuro de las rocosas paredes. ¿De dónde procedía aquél foco? Se internó un poco más en las aguas, comprendiendo que la luz provenía de un nuevo camino paralelo a la vía que ella cruzaba, pues conforme se acercaba pudo observar un recodo que los oscuros pedruscos formaban. ¿Quién había edificado aquellos pasillos anegados de agua?. ¿A dónde conducían?. Y lo más importante, ¿qué se encontraría al final del camino...?
De no ser por las teas colocadas a lo largo de todo el recorrido Satine nunca habría podido alcanzar el nuevo pasillo que se abría ante ella y en cuya pared seguía reflejándose una luz mucho más potente que las que las antorchas arrojaban. Pero aún así, este pasillo no permitía conocer el origen de la luz puesto que, aunque desembocaba en una gran sala a juzgar por el ensanchamiento que adquirían las paredes a medida que se alejaban, la condesa de Chagny tenía que recorrer unos pasos para arribar a la entrada.
Satine comprobó que la profundidad del agua volvía a reducirse. Su cintura ya no era cubierta por la estancada agua. Un poco más y encontraría la solución al enigma... un poco más y el misterio sería resuelto... Estaba a punto de girar y al fin tomar la última curva del viaje que emprendiera desde su habitación a las profundidades abismales de la Ópera de París, cuando un objeto que flotaba en el agua captó toda su atención, olvidando por un momento que a un solo paso estaba la respuesta que tanto deseaba conocer. Una pequeña caja de plata con numerosos elementos decorativos trabajados en el metal la adornaban. Sin pensárselo dos veces la tomó entre sus heladas manos y la abrió. Un libro descansaba en el interior tapizado con terciopelo escarlata. La encuadernación, de un rojo granate y bordes dorados, mostraba unas letras de gran floritura en relieve, probablemente el título de la historia que contenían sus paginas interiores.
"Le Choix d'Aminta" – leyó la joven en voz alta mientras se disponía a hojear el contenido del legajo.
Enseguida, como si de una reacción ante las palabras pronunciadas por Satine se tratara, y sin permitirle abrir la tapa del libreto, una estridente música resonó en la gruta. La joven tuvo que apoyar su cuerpo contra las húmedas paredes ante aquellas notas de órgano que se agolpaban en sus oídos. No hacía falta ser ningún experto en música para percatarse del tormento que sufría quien ejecutaba la pieza. Más de un insensato la hubiera calificado de espantosa... pero Satine quedó conmovida por la angustia y el pesar que se desprendía de ella. Tan poderosa era aquella música que quedó paralizada contra la roca sin atreverse a descubrir quién era el excelente organista que la creaba, a pesar de tener la posibilidad de hacerlo a tan sólo unos pasos.
La música cesó de repente, manteniéndose por unos instantes el eco del órgano. El silencio volvió a instalarse en el subsuelo de la Ópera para ser de nuevo interrumpido por una voz masculina que cantó así:
"A tu canto de alas,
mi canción le di..."
De nuevo ausencia de sonidos. La voz estaba cargada de tristeza, casi sollozando. Satine estaba demasiado sobrecogida como para realizar movimiento alguno.
"Y así tú me pagaste,
negaste y traicionaste..."
La voz calló. Satine esperó ansiosa a que continuara, pero esta vez, el silencio se prolongó más que en las primeras estrofas. Cuando ya parecía que no volvería a cantar y la joven, cuyo corazón había recuperado su ritmo normal, estaba presta a desenmascarar definitivamente al cantante, el órgano retumbó sobre las paredes, con una potencia tan devastadora, que Satine creyó que el Teatro se venía abajo quedando sepultada en los sótanos de la Ópera.
" Sólo tú me inspiras de verdad
¡Mi música en la noche morirá..!"
Apunto estuvo de desfallecer y sumergirse en las aguas del lago para siempre si no se hubiese aferrado con todas sus fuerzas a la piedra. La voz había cantado, mejor dicho, había gritado con toda su alma acompañando de música esas palabras. Satine no podía aguantar más en aquellas condiciones. Dejó la caja plateada meciéndose sobre las aguas, ahora revueltas por la fuerza de la música, y asió el libreto con fuerza, emprendiendo el camino de vuelta, casi corriendo de no ser por el líquido que parecía querer impedirle su marcha.
¿Por qué no había tenido el valor de mirar el rostro de ese hombre atormentado? ¿Por qué, si había estado a tanto alcance de su mano. Al llegar al embarcadero tuvo que detenerse un momento, dejando atrás las congeladas aguas y sentándose en la orilla. La mezcla de sentimientos que habían aflorado en ella le oprimía el pecho. Miedo, tristeza, piedad, angustia. Pero también ternura por la desgraciada situación del cantante y... ¿amor?
Tomó el libro y lo abrió por una de sus páginas... ¿Cómo no había pensado que aquello no tenía por qué ser una obra narrativa? ¿Cómo no se había dado cuenta de lo que era aquello desde el primer momento en qué lo cogió entre sus manos? No eran letras lo que predominaban en aquellas amarillentas y empapadas hojas. No, eran notas, ¡notas musicales!.
¡Una ópera! – exclamó emocionada.
Una ópera... ¿cabía alguna duda de que era del hombre del lago...? Para Satine después de lo que había presenciado no... aunque debía serenarse y pensar con detenimiento. Todo era demasiado confuso y fantástico. ¿Un camino secreto al que uno se introducía desde espejo de su cuarto? ¿Un embarcadero en los subsuelos olvidados de la Ópera Populaire? ¿Un hombre que vivía bajo tierra junto a un órgano? ¿Una ópera compuesta por aquel mismo ser, nadando por el agua dentro de una caja? Necesitaba volver al mundo de los vivos, quizás todo aquello tenía una causa razonable... ¿pero era eso posible?
Madame Giry. – murmuró incorporándose del suelo – Ella sabe de la existencia de todo esto, por eso me prohibió cruzar el espejo. Ella es la única persona que puede darme una solución lógica para este rompecabezas.
La joven corrió hasta ver, para su alegría y alivio, una luz conocida en el camino.
