Escrito por WandringChild
- ¿Satine?... ¡Satine! –el creciente grupo de curiosos que se agolpaban alrededor del cuerpo de la joven abrieron paso al señor Alejandro al oír su llamada, temerosos por la reacción del mecenas de la Ópera al hallar en tal estado a su prometida-. Satine... –murmuró el Duque con el gesto contraído, arrodillándose junto a la muchacha. Levantó el esbelto cuerpo con delicadeza y apoyó la cabeza inerte en su brazo-. Satine, por Dios... –murmuró nuevamente en un quejido, apartando los cabellos húmedos del rostro. Estaba empapada y a medio vestir. Alejandro se quitó la levita y cubrió con ella el cuerpo de la joven, tratando de impedir que se viera un solo centímetro de piel más de lo debido-. ¿Quién te ha hecho esto?- dijo en un susurro apenas imperceptible acariciando la pálida mejilla de la muchacha con devoción, deteniendo las yemas de sus dedos en la sangre que perfilaba los blancos labios. El Duque observó la sangre en sus manos con la boca entreabierta, el gesto desencajado por una profunda angustia-. ¡Llamad a un médico! –bramó volviendo la mirada hacia atrás y provocando la estampida de dos trabajadores, que corrieron a cumplir sus órdenes-. Satine... –murmuró besándola una mano ensangrentada.
- ¡Monsieur! –llamó Madame Giry entre jadeos, corriendo hacia el Duque. Cayó de rodillas al otro lado de la joven. La miró con ojos desorbitados, desencajado aquél gesto rígido que parecía inquebrantable-. Mon Dieu... –susurró tomando las manos de la joven entre las suyas-. ¿Qué le ha ocurrido?
- ¡¿Cómo espera que yo pueda saberlo! –la espetó el Duque con violencia.
Madame Giry le dirigió una mirada afligida. Había sido una pregunta estúpida. Demasiado bien conocía ella ya los motivos del estado de la muchacha, aunque tratase de convencerse de que no era así... De que no había sido por su culpa...
- ¿Han avisado al médico? –preguntó.
- Acaban de marchar a hacerlo... –contestó el Duque con una voz ronca, la mirada perdida en el rostro de su prometida. Calló unos instantes-. Me la llevo a su cuarto Madame Giry. Envíe allí al Licenciado.
- Pero monsieur, quizá sería mejor que no la moviésemos del lugar donde se la encontró –replicó la mujer con nerviosismo-. El médico podría...
- He dicho que me la llevo –la cortó el Duque con una mirada amenazante, acobardando a la mujer-. No hay más que hablar.
Don Alejandro tomó el cuerpo de Satine entre sus brazos y se incorporó lentamente, como tratando de no despertarla de su inconsciencia. Madame Giry le observó unos instantes con gesto aturdido por la contestación, pero resolvió no llevarle la contraria. Hacerlo hubiera sigo un gesto muy poco inteligente.
- Sí... Sí monsieur... –murmuró mientras el Duque comenzaba a abrirse paso hacia su recámara-. ¡Vamos, largo de aquí todos vosotros! ¡A ensayar! –ordenó madame Giry con un gesto de su bastón de mando a la pequeña multitud que se agolpaba en derredor-. ¡Aquí no se os ha perdido nada! ¡Largo! –sentenció agarrándose la falda negra y emprendiendo la marcha rumbo al despacho de los directores.
- ¡Madame Giry! –la mujer se volvió con sobresalto, ahogada por la vorágine de acontecimientos. Los monsieurs Montlouis y Fratizelli corrían hacia ella con gesto aturdido, acompañados por un hombre mayor ataviado con un vistoso monóculo dorado-. Madame Giry... –continuó Montlouis al llegar junto a ella, casi sin aliento-. ¿Ha visto a Satine? ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¿Qué ocurrió? –decía alzando cada vez más el tono.
- Disculpe monsieur, son demasiadas preguntas y disponemos de poco tiempo para contestarlas –sentenció madame Giry solemnemente-. Creo que saben tan bien como yo qué le ocurrió y cual es ahora su estado –añadió alzando una ceja. Los directores se miraron, invadidos por nuevos temores-. Pero no soy doctora, no habré yo de sentenciar el diagnóstico –dijo dirigiendo una mirada al hombre que acompañaba a los gerentes-. Monsieur Boittraux, -saludó con una leve inclinación de cabeza.
- Madame Giry –le correspondió el doctor con premura-. ¿Dónde está la Condesa?
- En su habitación. Don Alejandro de Montoro se la llevó –dijo ante la mirada inquieta de los tres hombres.
- ¿Dónde queda la recámara?
- Permítame acompañarle –se ofreció madame Giry mientras comenzaba a caminar presurosamente, seguida de cerca por los tres hombres.
Montlouis dirigió una mirada consternada al suelo, cubierto por las pisadas sanguinolentas de su sobrina, distribuidas por todo el corredor en dirección a su cuarto. Volvió la vista hacia otro lado con gesto grave, palpándose el pecho con la mano.
Madame Giry se detuvo junto a la rosada puerta, más alta y laboriosamente trabajada que las demás, y la tocó con los nudillos. No hubo respuesta. Los tres hombres, expectantes junto a ella, intercambiaron miradas de confusión. Madame Giry hizo girar el pomo broncíneo bruscamente, presa de los nervios, y sus acompañantes entraron en la estancia casi corriendo hacia la cama. Madame Giry se quedó atrás, junto a la puerta, sosteniendo su bastón de mando entre las dos manos. Observó con el gesto desencajado el armario cubriendo el espejo. Sus temores habían sido confirmados.
- ¡Por Dios! – susurró Montlouis tapándose la boca y mirando hacia otro lado al ver el estado en el que se encontraba su sobrina.
El Duque, sentado junto a ella, acariciaba sus manos delicadamente, sin un solo indicio de que se supiera con nueva compañía.
- Dímelo... dime quien te hizo esto porque juro que será lo último que habrá hecho en vida... –murmuraba con furia.
Madame Giry abrió los ojos con temor, mientras los tres hombres intercambiaban nuevas miradas de preocupación. Se volvieron hacia la muchacha inconsciente y al Duque reclinado sobre ella, sumido en algún extraño tipo de consciencia.
- Don Alejandro... –llamó Fratizelli, tratando a la vez de consolar a Montlouis. El Duque no reaccionaba-. Don... Don Alejandro, permítame...
Al fin el noble le devolvió una mirada arrogante y oscura, cargada de ira. Fratizelli sintió que sus fuerzas flaqueaban.
- Señor, permitidme presentaros al doctor Boittraux, nuevo médico de las dependencias del Palacio Garnier –dijo con voz temblorosa ante la escrutadora observación del Duque. Sus ojos se volvieron pronto hacia el médico-. Él se... se encargará del cuidado de Satine.
- Sí monsieur –corroboró el médico-. Y permitidme deciros que será mejor que se marchen de la habitación. Madame Giry y yo nos encargaremos de ella. Váyanse.
- ¿Cómo? –dijo don Alejandro con los ojos entrecerrados, hablándoles por primera vez desde que llegasen a la gran estancia.
- Lo siento monsieur, es lo mejor para su mujer –dijo el médico sin amilanarse, desprendiéndose de su levita oscura-. Le invito a que se vaya, por favor –terminó señalando la puerta con el brazo extendido.
"Su mujer..."
Aquellas palabras golpearon la mente del Duque de Silvaner como pocas lo habían hecho jamás. Volvió la mirada hacia Satine, acariciándole una mejilla con ternura.
- Mi mujer... -murmuró con un extraño brillo en los ojos. Los gerentes se miraron unos instantes, aturdidos.
"Mía..."
El Duque se levantó con altivez, y sin mediar palabra con ninguno de los presentes abandonó las dependencias, seguido por los directores.
