Escrito por LitteLotte

Envuelta en el mundo de las sombras, el mismo del que acababa de escapar milagrosamente, sus pensamientos divagaban entre sueños, perseguida por aquella forma oscura que no alcanzaba a descubrir por más que lo intentaba, por aquellos dos ojos que resplandecían con su luz verdosa sobre las tinieblas. Los mismos de los que no podía ocultarse por más que lo desase. Y aquella música que con gran estruendo no paraba de martillear las delicadas sienes de su cabeza. Las violentas notas que se habían elevado a través del órgano, desde las profundidades de la tierra, habían quedado grabadas en su mente como si un de un hierro cadente que con su fuego marca para siempre se tratase. Y la voz, la voz de hombre, sublime y brillante, a pesar del herido espíritu que regaba sus tonalidades, sobresaliendo sobre todo sonido, arrastrándola hacia un éxtasis tan intenso y desconocido hasta el momento que le causaba pavor.

Y aquellas palabras susurrantes...

"Mi musa..."

Su musa... ¿por qué le había calificado con ese adjetivo? ¿Acaso él la conocía de algo? ¿Se habían visto antes? La confusión la atormentaba profundamente, y la vorágine de sentimientos le oprimía el pecho. Seguía sorprendiéndole la claridad con la que recordaba el suave tacto de la piel enguantada acariciando sus dedos. Había en ese ser algo que la aterraba provocando un gran rechazo pero al mismo tiempo surgía una atracción irrefrenable que le hacía luchar contra el primer sentimiento.

De nuevo alguien tomaba su mano con el cuidado con que un médico reconoce a su paciente. No era él para fortuna o desgracia suya. La decepción terminó de pintarse en su rostro cuando abrió lentamente los ojos y reconoció los instrumentos médicos extendidos sobre la cama.

Mademoiselle Satine, – dijo el licenciado al percatarse de que la Condesa volvía de su inconsciencia - soy el doctor Boittraux. ¿Cómo se encuentra?

Aturdida...

Ha sufrido una fuerte impresión y su tensión esta muy baja... ¿Tiene idea de lo que le ha ocurrido, señorita?

Satine dudo unos instantes entre relatar o callar su experiencia en los sótanos de la Ópera Populaire. Al fin negó con la cabeza mientras bajaba la mirada.

Está bien. Eso es lo de menos ahora, no debe preocuparse por nada. Las heridas de sus pies ya están vendadas. El resto, con un poco de reposo desaparecerá en cuestión de días.

Gracias doctor – dijo Satine medio recostada en el catre.

Ahora voy a avisar al señor duque de que usted ya está conciente para que entre a verla. No se hace una idea de cómo afectó a Don Alejandro hallarla en el estado en el que la encontró...

Me lo imagino... mas, le ruego por favor, que no le deje entrar todavía a la habitación. Han sido demasiadas emociones... no creo tener aún las fuerzas necesarias para hablar con nadie... preferiría descansar antes, si no le molesta.

No mademoiselle, en absoluto...

Pero Satine percibió en el hombre una mueca de sorpresa ante su petición. Al menos podría haber permitido que el Duque la viera tan sólo unos instantes para calmar su angustia...

No quiero que me vea así... – añadió en tono lastimero.

El médico se volvió hacia ella sonriendo, complacido.

La entiendo perfectamente. Le diré al señor duque que usted esta descansando en estos momentos.

Se lo agradezco enormemente, doctor. ¿Podría... podría avisar a madame Giry?

Cómo no señorita. Ahora la dejo descansar.

Satino sonrió levemente. No quería ver a Alejandro...aún no. Sabía perfectamente como había reaccionado el duque al contemplarla en el suelo desmayada. No le hacía falta haberlo visto para saberlo. Se habría puesto hecho una furia, gruñendo y chillando como una bestia a todo aquél que se pusiese por delante. Así era Don Alejandro. Así era y no iba a cambiar. Ni por ella, ni por nadie.

La puerta de la recámara se abrió, permitiendo a madame Giry irrumpir velozmente en el interior hasta llegar junto a la cama en donde se detuvo contemplando con tanta alegría a Satine de Chagny, que la propia joven se sorprendió.

¡Esta usted bien señorita! ¡Es un milagro! ¡Un milagro! – exclamaba la mujer con la mirada brillante por la emoción.

Sí madame Giry, estoy bien gracias a dios.

¡Le dije que no tocara el espejo! ¡No debió acercarse a él! ¡Usted me lo prometió! – le increpó olvidando la ternura que Satine le inspiraba.

Sí, se lo prometí, pero yo... fue algo superior a mi... perdí el control de mis actos. El espejo... fue como si, si... me llamara...

Madame Giry palideció ante tal afirmación.

Vio... ¿algo? – el ama de llave preguntó esto con tal temor que hacía creer a cualquiera que formular esa pregunta traía consigo algún infortunio.

Sí, vi algo... o mejor dicho a alguien.

Mon dieu! ¡No es posible! – afirmó mientras sus ojos se ponían en blanco.

¿Qué es madame Giry? ¿Quién es ese hombre que habita en las sombras del mundo subterráneo? ¡Usted lo sabe! ¡Usted tiene que decírmelo! Sus ojos de fuego se clavaron en mi. – Satine parecía al borde del delirio de nuevo – Su canto atravesó mis oídos. Su tacto abrasó mis manos... Yo lo vi, yo lo sentí. ¡Era un hombre de carne y hueso! ¡Por dios madame Giry! ¿Lo era?

Los secretos de la Ópera no deben ser perturbados y los sótanos son un lugar de espejismos peligrosos. Debe olvidar cualquier cosa que viera, ya ve que ni usted misma puede concretar la naturaleza de aquello que creyó ver. Hágame caso se lo ruego, no vuelva a cruzar el espejo – al tiempo que lanzaba una mirada hacia al mismo comprobando que Satine ya lo había ocultado– Bien querida, has hecho bien tapándolo, desde luego.

¿Puede levantarse y abrir el cajón de la cómoda, madame? Abra el pestillo. ¿Seguirá negándome la evidencia? Ese hombre al que oí cantar se llama Erik, ¿verdad?

¿Cómo sabe su...? – preguntó la mujer cada vez más demacrada y abriendo sus ojos de par en par.

Firma con ese nombre. Es una ópera. Su ópera.

¡Deje que me la lleve mademoiselle! – le imploró tras reconocer la escritura del fantasma en sus páginas - ¡No tendrá que sufrir más molestias! ¡Yo la libraré de esta pesadilla!

¡No, madame Giry! ¡Usted no se llevará esa ópera! Yo la guardaré – dijo bajando el tono de su voz mientras extendía el brazo hacia el libreto – Démelo. Le prometo que no cruzaré de nuevo ese espejo.

Pero señorita...

Madame Giry se acobardó ante la mirada centelleante de la joven.

Por favor – le rogó depositando en sus manos las cuartillas – Escóndalo de nuevo en el cajón y no lo saqué de ahí bajo ningún concepto. Esta usted jugando a un juego muy peligroso, se lo digo por el afecto que le tengo. Y ahora me retiro con su permiso. – accedió madame Giry a la espera de encontrar un momento más propicio para hacer entrar en razón a la joven, pues era obvio que en esos momentos estaba demasiado alterada – Sólo le daré un consejo más. No comenté esto con nadie.

Descuide madame Giry, tiene mi palabra. Pero usted y yo hablaremos de nuevo sobre todo esto con mas detenimiento.

Como desee.

Madame Giry cerró la puerta de la estancia con la creciente certeza de que Satine de nuevo no cumpliría su promesa, y de que él no se quedaría tan tranquilo mientras la joven tuviera en su poder su obra.