Escrito por WandringChild
V
Una dulce música colmaba sus sentidos... Las delicadas notas de un violín oculto sesgaban el aire con ternura y melancolía, en una armonía frágil y cohibida que parecía poder romperse con el más mínimo aliento... Insidiosamente hermosa...
Satine respiraba con temor. Su pecho ascendía y descendía cada vez más pausadamente, cuidadoso; sus labios ligeramente entreabiertos en un esfuerzo por no interrumpir aquella aciaga melodía... Tan delicada en la suavidad, tan férrea en la fuerza... Seductoramente voluptuosa; atrayente... Palpó su pecho invisible, tratando de acallar el pálpito de la sangre furiosa, latente en sus venas con una percusión deliberada... La oscuridad que la rodeaba la oprimía, y los decadentes arpegios del violín la hacían caer en una delirante angustia, una extraña aflicción...
Un resplandor rojizo y crepitante resplandecía a su espalda, su sombra alargada extendida a su frente, inmóvil. No podía volverse hacia la luz... Aquella música reverberante penetraba por su piel y fluía hasta su pecho, oprimiéndola y liberándola; acariciando sus sentidos con elegancia, hiriéndola con su amargura... Cerró los ojos con devoción... Era aquél un bello sufrimiento...
"Pobre muchacha abandonada, y ávida de ayuda..."
Los ecos de aquella voz masculina, dulce y regia, resonaron en su mente; los cadentes arpegios del violín tocando a su fin... Silencio y quietud... La nada... Satine podía escuchar su propia respiración agitada, sentir un temor y un anhelo que jamás había percibido. No veía su cuerpo, no lo sentía... Tan sólo su pecho inflamado por el dolor... Era como si fuera de aire, de oscuridad...
Un paso... Sintió la fragancia de una extraña calidez a su espalda, un cuerpo duro contra ella... Una forma firme y fuerte, tensos sus músculos contra ella, frágil y esbelta, temblorosa... Cada nueva e inexplicable sensación la hacía despertar de su invisibilidad, renacer de nuevo; la música aún en su mente, los ojos cerrados por el delirante temor... Reclinó la cabeza hacia atrás, contra el alto cuerpo, apoyándola sobre él... Se sentía desfallecer... Una mano ardiente, enguantada en cuero negro, suave como la seda, acarició su brazo desnudo, haciéndola estremecer... Un aliento cálido sobre su mejilla, algo que ya antes había sentido...
"Canta para mí..."
Satine se incorporó sobre la cama con sobresalto, envuelta en un frío sudor. Contrajo el gesto con dolor, provocado por el brusco movimiento, aún resentida de sus heridas. Permaneció sentada unos instantes, respirando agitadamente, la mirada perdida en las sábanas revueltas...
Había sido un sueño...
No alcanzada a reaccionar. La parecía mentira que todas aquellas sensaciones, aquella hermosa melodía, aquél fragante calor contra su cuerpo... Aquella voz... No existieran. Aún sentía aquella calidez, los ecos de la música en su mente... Se estremeció, cerrando los ojos, perdida entre aquellos recuerdos que temía y sin embargo que no quería perder... Su mente le había jugado una broma de mal gusto.
Algo junto a su mano llamó su atención. El libreto de terciopelo escarlata, sus bordes de oro, el rótulo sobreimpreso... "Le choix d'Aminta"... Satine creyó recordar. Se había quedado dormida mientras leía sus pentagramas, aquellos acordes vertiginosos que desataban la pasión y el terror más inexplicables con tan sólo observarlos. Lo tomó entre sus manos con cuidado, acariciando la cubierta satinada; la abrió, una contraportada en la que de nuevo figuraba el título, esta vez impreso en una limpia caligrafía roja...
"Erik"
Alguien llamó a la puerta. Satine alzó la vista, sobresaltada, aún acariciando con las yemas de sus dedos el nombre rasgado en el papel del autor. Llamaron de nuevo.
¿Quién es? –inquirió la joven.
Soy yo –contestó don Alejandro desde el otro lado de la puerta. Satine cerró el libreto y le escondió precipitadamente bajo las almohadas, ocultándolo lo mejor que pudo-. ¿Puedo pasar?
S... sí Alejandro... pasa –dijo Satine, apoyándose contra los cojines que cubrían la partitura.
El Duque entró en la estancia son una sonrisa complacida, cerrando la puerta tras de sí.
Satine... –susurró sentándose sobre la cama y reclinándose sobre su prometida, besándola los labios con vehemencia. Se separó unos milímetros-. No tienes ni idea del susto que me has dado -dijo con una sonrisa, besándola de nuevo. Satine sonrió un instante con sutileza, aturdida no sabía bien porqué -¿Cómo te sientes?
Bien... –contestó en tono quedo-. No ha sido para tanto, simplemente fue un desmayo. Tan sólo necesito descansar. –dijo tratando de tranquilizarle.
Lo que realmente me importa es qué ocurrió antes de que te desmayases... –dijo el Duque, entrecerrando los ojos. Satine le dirigió una mirada tensa, respirando profundamente-. ¿Qué ocurrió?
Silencio.
No lo sé... No lo recuerdo –contestó Satine volviendo la mirada hacia las manos del Duque, que tomaban las suyas.
Eso me dijo el médico, pero creí que se lo dijiste porque no querías comentarlo con desconocidos... –dijo el Duque, acariciando sus manos-. Sabes que a mí puedes contármelo.
Te lo diría Alejandro pero es que no lo recuerdo... –insistió la muchacha, aún la mirada fija en las manos de ambos.
Alejandro alzó la vista hacia su rostro y Satine le devolvió la mirada. Un extraño brillo resplandeció en sus ojos...
No me mientas... Sabes que odio la mentira... –dijo el Duque, tratando de controlarse.
Pero... ¿Porqué habría de mentirte?
No lo sé, eso es lo que no me explico... Mejor dímelo tú...
Alejandro estás fuera de tus cabales; ¿cómo puede ocurrírsete algo así?
El Duque se encogió de hombros con ironía, alzando el tono por momentos.
Quizá porque te encontraron empapada, ensangrentada y medio desnuda, puede ser... ¿No crees que esto es todo muy sospechoso? Todos te vieron...
Satine le miró con el gesto desencajado.
Por favor, Alejandro. Deja ya tus recelos. No recuerdo nada, no te miento. Créeme.
¿Cómo creerte? –dijo el Duque levantándose, dándole la espalda-. Y sabes que me gustaría hacerlo... Por ti he abandonado mi patria, por ti he venido a este lugar, por ti sigo aquí... Y por ti no me voy a marchar... –dijo volviéndose hacia la joven. La observaba con una mirada fría, deslizando la vista por su larga pierna descubierta con deseo-. Sabes que tengo un límite, Satine, y ni tan siquiera después de un suceso como este serías capaz de acceder a vivir conmigo en la casa que compré a las afueras de París para ambos... –dijo caminando nuevamente hacia la cama-. Tú me prometiste que te casarías conmigo, que darías un heredero a mi heráldica... Y todo eso fueron mentiras. Ya ni tan siquiera me permites verte...
¿Cómo puedes decir eso? –replicó Satine-. Eso no es cierto Alejandro, estás yendo demasiado lejos...
Sabes que soy un hombre temperamental, Satine, y peligroso, no creo que haga falta que te lo recuerde. No te conviene mentirme ni desafiarme –dijo sentándose de nuevo al borde del lecho. Satine miró hacia otro lado con un suspiro resignado, aburrida de los celos del Duque. Don Alejandro le tomó la barbilla, haciéndola girar el rostro hacia él-. No me hagas hacer algo de lo que pueda arrepentirme... Tan sólo te pido lo que me corresponde...
¿Y qué es exactamente? –preguntó la joven entrecerrando los ojos, ardientes por las lágrimas que trataba de ocultar.
Vente a vivir conmigo...
No.
El Duque retiró la mano de su rostro ante la negativa, incorporándose con la espalda erguida.
Mi tío me necesita aquí, Alejandro. No pienso irme, ya lo sabes.
¿Para qué te necesita? ¡Yo sí te necesito! Niegas mis deseos sean cuales sean. Sabes que yo no podría negarte nada.
Satine volvió la vista hacia las sábanas, evitando la mirada del Duque. Respiraba profundamente, sopesando su respuesta. No la convenía enfadarle, lo sabía...
Nunca he tratado de agraviarte, amor mío –dijo acariciándole una mejilla. Sintió como cada una de sus palabras punzaba en su mente con un deje de falsedad. Sabía que no podía hacerlo...
El Duque sonrió complacido ante el apelativo dado por Satine.
"Amor mío..."
Cumpliré las promesas que te hice. Tan sólo dame tiempo-. Dijo la joven con una sutil sonrisa, tragando saliva con aflicción.
Te daré el tiempo que me pidas, pero ya sabes que no soy muy paciente –sonrió el Duque besándola de nuevo, penetrando con ferocidad en su boca mientras una lágrima se deslizaba sobre mejilla de la joven.
Un fuerte golpe, cargado de ira y frustración resonó tras el armario... Tras el espejo...
