Escrito por WandringChild

Monsieurs, ¡no han de preocuparse por el Duque! ¡No han de preocuparse por nada! ¡Ya les he dicho que sólo necesito transcribir el aria para la Prima Donna y todo estará acabado! –insistió el compositor agitando su batuta con nerviosismo.

¡Eso no soluciona las cosas Lassou! –le espetó Montlouis-. ¡Quedan cinco días para el estreno! ¿Entiende? ¡Cinco! ¡Era de suponer que hoy comenzasen los ensayos generales de la obra, sin cortes ni repeticiones, y habíamos invitado al Duque a presenciarlos! ¿Cómo cree que puede escribir el aria, mostrárselo a la Vittoria, que ella lo memorice, lo cante y lo perfeccione en... ¡DOS HORAS? –vociferó agitando un reloj de bolsillo dorado.

Monsieur Lassou tragó saliva con aflicción ante las noticias de la inminente llegada del Duque. Nunca creyó que iba a durar menos en un puesto de trabajo. Adiós a su reputación...

¡Ja! –gritó la Vittoria, ofendida por el comentario de Montlouis- ¡Puedo hacer eso en menos de una hora monsieur!

Signora, no es mi intención ofenderos –comenzó Lassou-. Pero sí, técnicamente es imposible...

¡¿CÓMO! –exclamaron Fratizelli y La Vittoria al unísono.

¡Así que se rinde!

¡No monsieur! –se defendió monsieur Edgar-. ¡Yo jamás pensé que el Duque vendría hoy a evaluar mi trabajo! ¡Esta es mi manera de componer, si no les gusta no puedo hacer nada!

¡Claro que puede hacerlo! ¡Claro que lo hará! –comenzó Montlouis, caminando a grandes trancos hacia el foso de la orquesta-. ¡Por la cuenta que le trae acabará esa partitura ahora mismo o le juro que su carrera acabará aquí y ahora! –finalizó arrojándole el programa de "El Mensajero", ya impreso.- Quiero verlo acabado en veinte minutos, ¡y quiero que la signora Vittoria lo controle en menos de media hora! Y como no sea así...

Monsieur, se le olvida una cosa –comenzó la Vittoria bajando del escenario, caminando pomposamente hacia el director-. Ni aunque lo acabe ahora mismo cantaría. He dicho que no voy a cantar...

¡Signora, haga el favor y no ponga las cosas más difíciles de lo que están! –vociferó Fratizelli, exasperado.

¡¿Cómo se atreve a levantarme el tono! –respondió la diva con las manos en la cintura, abriendo la boca con exageración, los ojos entrecerrados-. ¡Nunca nadie ha gritado a Vittoria Ferrero D'Ardissono y no será esta la primera vez! ¡Retírelo! ¡Se lo ordeno!

Que... ¡¿Qué usted me ordena qué! –respondió Fratizelli con voz aguda.

¡QUE LO RETIRE! –respondió la soprano, cada vez más orgullosa.

¡Oiga usted signora! ¡No sé quién le da derecho a...!

Ssshhhhh... Conte por Dios... –dijo Montlouis mirando fulminantemente al director, acallando sus imprecaciones.

¡Ah no! ¡Io sono una diva! –continuó gritando exasperada La Vittoria con gesto trágico, el dorso de la mano sobre la frente-. ¡Io sono la Prima Donna de la Populaire! ¡No consiento sus palabras! ¡Io voglio rispetto! ¡Cruento direttore!

Signora, no se ponga así –comenzó Lassou con gesto amigable, volviéndose a la mujer.

¡E tú! –le espetó la Prima Donna caminando hacia él, apuntándole con un dedo inquisidor.- ¡Tú eres el peor y más incompetente de todos! ¡Scemotto mentiroso! ¡No tienes palabra!

¿Qué no tengo..?

¡NO! ¡NINGUNA! ¡DETESTABILE! ¡Compositor de quinta categoría! –graznaba La Vittoria como una loca, subiendo nuevamente al escenario camino de bastidores.

Pero signora... –comenzó Fratizelli corriendo tras ella, seguido de cerca por Montlouis.

¡Venga aquí signora D'Ardissono! –gritó Lassou yendo también tras ella, haciéndola volverse con un agarrón a su brazo.- ¡Ahora mismo retira eso, insolente! ¡No permito que una urraca parlante de pelo rojo me ofenda de ese modo!

¡Oiga usted, compositorcillo! –replicó el Vechiarello dando un paso al frente, entrando en la discusión-. ¡No se atreva a hablarle así a mi esposa o le...!

¡Tú te callas, grasso corporeo! –le espetó La Vittoria, volviéndose hacia él.- ¡No quiero oír tu voz en un muy largo tiempo! ¡Restare in silenzio!

Tranne cuore mio, io…

¡AGH! ¡LA BOCCA CHIUSSA! –le gritó La Vittoria.

Señores por favor, guardemos la compostura… -murmuró Montlouis, siendo ignorado.

¡Estamos aquí para solucionar el asunto de "El Mensajero"! ¡Dejen sus estupideces! ¡Esto todavía tiene solución! –dijo Fratizelli.

¡Ya dije que yo NO VOY A CANTAR! –gritó la Prima Donna.- ¡Y tú, compositor de quinta, ya puedes ir haciendo las maletas! ¡No te aceptarán ni en un teatro de barrio!

¡Ojalá cantase como grita, pájara! –vociferó el hombre.- ¡Nos veremos en el teatro de barrio pues! ¡No la contratarán en otro lugar, pero no será para cantar! ¡SERÁ PARA FREGAR LOS SUELOS!

Eso ya fue demasiado para la gran diva italiana... La Vittoria se giró en redondo y golpeó por sorpresa a monsieur Lassou con la mano abierta, haciéndole caer al foso de la orquesta desde una altura considerable... Definitivamente, no se podría acabar "El Mensajero"... Lassou era un afamado músico, pero no sabía escribir óperas estando inconsciente...

&

Adelante.

Entró lentamente en la estancia, permaneciendo en el umbral de la puerta, inmóvil. Nunca antes había visitado aquél despacho, a pesar de contarse entre las dependencias del Duque de Silvaner, a pesar de poder haberlo hecho cuantas veces lo hubiera deseado. No era esta una habitación como las demás. Se veía detalladamente preparada para el noble; más alta, oscura y solemne, más ricamente decorada, más aristocrática ... "Opresora"...

Sobre una gran escribanía labrada el señor de Montoro firmaba los documentos que un subordinado le entregaba sin levantar la mirada, sin inmutarse, como si no se hubiera percatado de que alguien había entrado en su despacho y ahora esperaba, a pesar de haber contestado a la llamada a la puerta. Tras unos momentos dejó la pluma sobre el escritorio y entregó los escritos al muchacho que aguardaba junto a él, quien se marchó silenciosamente de la sala con una respetuosa reverencia. La puerta se cerró tras él con pesadez. Satine y el Duque se quedaron a solas.

Don Alejandro alzó la vista hacia la joven sin moverse de su sitio, apoyando los codos sobre la gran mesa, las manos entrelazadas sobre la boca. Satine aguantó su escrutinio unos instantes, pero pronto se volvió hacia otra parte. Aquella dura mirada la hacía sentirse completamente a su merced; era una habilidad desarrollada por el Duque en extremo, y no la agradaba en absoluto. Se volvió hacia la chimenea, en la que crepitaba un fuego oscuro, franqueada por los grandes ventanales arcados cubiertos por pesadas cortinas de terciopelo rojo. Sobre la chimenea de piedra negra un gran retrato esmaltado; trató de reprimir su sorpresa. Era ella... Con el escudo de la Casa de Silvaner a la espalda. No le miró, pero sabía, sentía que sus ojos aún estaban posados sobre ella, que la observaba, que él sabía que esa situación la incomodaba... Y parecía disfrutar de ello.

¿Me hiciste llamar? –dijo la muchacha al fin, volviendo el rostro hacia el Duque.

Don Alejandro asintió levemente tras sus manos, aún sin hablar. Satine guardó silencio volviendo de nuevo la vista a las llamas de la chimenea, casi la única iluminación de que gozaba la gran estancia. Hubo un largo silencio.

Siéntate.

Satine se volvió al Duque y le miró unos instantes, dubitativa. No había cambiado su gesto, ni su postura... Ni su mirada...

Caminó lentamente hacia la escribanía, aguantando los ojos inquisidores y penetrantes del Duque, tratando de reprimir sus inquietudes. Permaneció de pie junto a la mesa. Don Alejandro extendió una mano hacia una silla que había junto a ella, sin mover los ojos, sin descuidar uno solo de sus movimientos. Satine se sentó con incomodidad, rígida sobre el asiento de ébano. Tenía la mirada fija en un vaso bajo medio lleno de licor frente al Duque, el gesto marmóreo y sereno. Don Alejandro tomó la bebida, provocando una mirada de Satine, y dio un largo trago, degustando su influencia sobre aquella mujer, el poder conferido sobre sus reacciones... Cuanto le gustaría que aquella sumisión se diese a cada momento... Posó el vaso vacío frente a él, reclinándose sobre el respaldo del alto asiento. Satine le tenía la mirada perdida en el escritorio, las manos sobre el regazo. Los largos cabellos negros le resbalaban por la espalda y sobre los blancos hombros, enmarcando los bellos rasgos, los labios rosados.

Cuánto la amaba...

¿Cómo te encuentras?

Satine levantó la vista hacia el Duque, en cierto modo aliviada porque hubiera sido él quien rompiese aquél tenso silencio. Continuaba observándola con la barbilla apoyada sobre una mano, con gesto pensativo.

Mejor... –mintió.

¿Cómo sentirse mejor? Quizá sus heridas habían desaparecido; quizá ya las cicatrices se habían evaporado de su piel blanca. Pero su mente... Aquella voz... Aquél sueño... No lo había comentado con nadie, ni tan siquiera con madame Giry, que durante tantos días la había cuidado de sus lesiones... Pero cada día, cada noche, aquél sueño se repetía en su cabeza, y cada vez era más real, cada vez él cantaba una nueva línea y ella despertaba envuelta en sudor, embargada por una extraña calidez, un extraño ardor... No ya por miedo... No sabría explicar qué era, pero ahí estaba... Sí, aquella voz...

¿Mejor? –inquirió el Duque, sacándola de sus pensamientos-. Son buenas noticias...

Sí... –asintió la joven escuetamente.

El Duque se mantuvo así unos instantes, observándola, disfrutando nuevamente de su gloria... Incompleta, por otra parte...

Si osara jugársela...

Se incorporó de su asiento, caminando hacia la chimenea y deteniéndose frente a ella, frente al retrato de la joven. Satine le siguió con la mirada inquieta, la cabeza gacha.

¿Has... conseguido recordar algo? –preguntó el Duque desde su posición, aún dándola la espalda.

No... –fue la única respuesta de la joven.

El Duque se volvió hacia ella, frotándose la barbilla con una mano, clavando su mirada en ella, aún sentada... Aún a su merced... Tan bella...

Cuanto la deseaba...

¿Recuerdas lo que hablamos? ¿O eso tampoco tiene cabida en tu mente? –preguntó con ironía.

La muchacha alzó la mirada hacia el noble, encontrándose con los ojos negros y brillantes, entrecerrados... Amenazadores...

Lo recuerdo... –asintió.

Don Alejandro se acercó hacia un pequeño armario frente al escritorio lentamente, la vista fija en el suelo. Satine le seguía con la mirada, más aliviada al no tener que aguantar la suya.

¿Y bien? –dijo el Duque abriendo una de las puertas de madera, buscando en el interior de la vitrina. Sacó una botella de cristal vacía y la miró con indiferencia, dejándola de nuevo en su sitio. Se volvió hacia la joven, caminando hacia ella-. Te dije que no era un hombre muy paciente... Te he dado el tiempo que podía darte...

Satine asintió, suspirando con entereza.

Pon fecha y hora a nuestro enlace Alejandro. Nos casaremos cuando así lo desees, si así puedo complacerte...

El Duque frunció el ceño con sorpresa, dejando escapar una sutil sonrisa entre las duras facciones. Satine creyó ver cómo sus músculos se destensaban, cómo la gravedad de su gesto se desvanecía. Frente a ella, don Alejandro la tendió la mano, instándola a levantarse. Satine tomó la mano del Duque y se incorporó, los ojos azules fijos en los suyos. Debía hacerlo... Por su bien, y el de los suyos...

El Duque la asió firmemente por la cintura con una amplia sonrisa, atrayéndola hacia sí mismo con posesividad, abrazándola tan cerca como podía tenerla, las manos de satine sobre su pecho. El sólo contacto de la mujer le hizo henchirse de dicha, de pasión... De deseo...

Sería suya...

No sólo me complaces... Nunca nadie me había hecho tan dichoso como tú lo haces con tus palabras Satine, puedo garantizártelo...

El Duque buscó los labios de la mujer con vehemencia, besándola apasionadamente, olvidando las formas correctas y la compostura, impúdico y dominante. Satine le sintió sonreír a través de los labios, sintió como la sangre hervía en sus venas, como en su mano el corazón le latía rabioso en el pecho; mientras el suyo se apagaba lentamente... El Duque la hizo girar sobre sí misma y la abrazó de espaldas a él, presionando su cuerpo contra el de ella. Le apartó los cabellos con ternura, besándola el cuello, acariciando con una mano su brazo blanco, con otra asiendo firmemente la estrecha cintura. La vio con los ojos cerrados, un gesto plácido en el rostro, de satisfacción... De entrega... Sonrió para sí, acercándose a su oído, susurrando con voz ronca...

Quédate conmigo esta noche...

Satine permaneció inmóvil. Abrió la boca para contestar... Una voz profunda, dulce y melancólica, ya demasiado bien conocida para ella, cantó en su mente...

"Ya no hay retorno..."

¡Señor de Montoro! –Fratizelli y Montlouis entraron como un vendaval en el despacho, irrumpiendo en la sala con premura.

Satine se deshizo asustada del abrazo del Duque, mientras don Alejandro bufaba nervioso, presa de la frustración.

¿No les han enseñado a llamar a la puerta, monsieurs? –dijo volviéndose furibundo hacia los directores, que acobardados, aguardaban en el umbral.

Lo... Lo sentimos señor Duque... –trató de disculparse Fratizelli-. No era nuestra intención el...

Digan lo que tengan que decir y márchense... –ordenó don Alejandro apretando los dientes.

Pues verá, señor... Es un asunto de extrema importancia, te... Tenemos problemas con la partitura de "El Mensajero".

Satine observaba el suelo con la mirada perdida, una mano sobre el pecho... Aquella voz... Estaba allí... ¿dónde?... El cuarto estaba demasiado oscuro, no se había percatado... Una sombra se deslizó tras un alto espejo junto a la puerta...