Sus ojos estaban hinchados.
Ya no sabía si era por las horas en vela o por las incansables lágrimas que resurgían cuando creía haberlas vencido.
Nadie lo sabía. Nadie se molestaba en buscarlo o en saber como estaba. Nadie, nadie...
Por que todos los que algún día lo hicieron ya no estaban con él.
Se habían ido.
Demasiado lejos como para creer en un día en el que se daría el reencuentro.
Un nuevo gemido se ahogó en su garganta.
Demasiado cansada como para reproducirlo por completo.
Había vuelto a la misma pequeña explanada donde tantas veces había jugado con él, donde lo vio partir hacia Siberia.
No había vuelto allí desde antes de la batalla en la que él murió.
¿Por qué ahora volvía a aquél sitio que tantas veces surgía en sus recuerdos¿Por qué, si por más que lo deseara no iba a aparecer por el recodo del camino con su semblante serio y usualmente inexpresivo¿Por qué?
Su corazón punzó mientras abría los ojos que por su escozor mantenía cerrados. Miraba con anhelo aquella calzada cubierta de polvo y piedras.
Sí. Esperaba que el milagro ocurriera, por mucho que su parte racional le hiciera ver que era algo más que imposible.
Camus estaba muerto y ni la Diosa a la que servían lo había podido salvar de aquel destino. Y a tres días de su entierro, Milo seguía sin dormir, llorándole todo lo que no lo amó en vida.
Apretó sus puños, tomando la hierba mojada por el rocío de la madrugada con ellos. Buscó a tientas el tronco en el que descansaba su espalda. Poco a poco, con movimientos torpes y la ayuda de sus manos, empezó a levantarse.
Se resbaló con la humedad del suelo, pero logró aferrarse al árbol, apretando más la espalda contra él. Tosió un par de veces antes de conseguir erguirse del todo. Llevaba desde el atardecer ahí y la oscuridad de la noche estaba siendo reemplazada por un ligero manto azul claro por el este.
Jadeó por el esfuerzo, más que nada por que su nariz estaba totalmente congestionada y no podía tomar aire como normalmente lo hacía.
Pensó en sacudirse el pantalón, pero al mirar sus manos adoptó un gesto de hastío al ver que estaban cubiertas por un poco de barro.
Frunció el ceño mientras se agachaba para limpiar sus manos con unas briznas de hierba, aprovechando el rocío.
Siempre tan expresivo.
Le pareció escuchar las palabras, como llevadas por el viento que se había levantado de repente y sin avisar.
Parpadeó y se puso de pie, restregándose las últimas lágrimas que surtían de sus apagados ojos turquesa con la manga de la ligera prenda que le cubría el torso y los brazos.
Miró a un lado y a otro, pero allí no había nadie. Suspiró y se frotó las manos.
Encendió suavemente su cosmos, dándose calor y sin hacerse notar demasiado. Esta vez no tenía que engañar a nadie, ni convencerse de que lo hacía para mermar el frío que lo embargaba.
Observó detenidamente la Casa de Acuario, fijamente, analizando su estructura y memorizándola como hizo en el pasado con el que fue su Guardián y Caballero.
– Te amo.
Sus palabras sonaron fuertes, aunque fueran un susurro, en el silencio en el que las pronunció.
Nunca habían llegado a su verdadero destinatario, y estaba seguro de que nunca lo harían, siendo estas el secreto mejor guardado por Milo.
Bajó la mirada, cerrando los ojos y sintiendo el corazón menos pesado, aunque igual de apretado en su pecho.
Respiró tranquilamente, avivando las llamas de su cosmos, que se encendió haciéndolo brillar en medio de la semioscuridad que lo envolvía.
Sonrió tristemente, abriendo los ojos y tomando el camino de vuelta a la Octava Casa.
----
Keita besha -: Pos aquí lo tienes nOn Dicho y hecho! ... por ti lo que sea n/X/n mi hija bella /-/ .. me dejó un post T/O/T
