CAPÍTULO 2: EL RAPTO

La usual tranquilidad de Jamir había sido rota por la intrusión de viejos aliados. Rodeada por los grotescos despojos de antiguos guerreros que fueran supervivientes de un antiguo cataclismo que cambiara la faz del mundo, incontrolables, se acercaban ante la Torre de Mu, la cual brillaba con un fulgor ambarino.

Adentro, el joven Santo Dorado de Aries, extendía sus brazos y temblaba a causa del esfuerzo que le exigía el rechazar a los invasores, gotas de sudor corrían por su frente y sus brazos desnudos mientras que Kiki, su joven estudiante, lo miraba con preocupación y con un gesto de reproche para sí mismo por no poder ser de mayor utilidad para este hombre. Unos pasos más adelante, ante la ventana, el valiente Aioria de Leo sintió su sangre hervir con el impulso guerrero que le caracterizaba.

"¡Son sólo esqueletos, Mu! ¡Déjalos pasar y que obtengan lo que vienen buscando: su pasaje definitivo al Mundo de los Muertos!"

Pero Mu no escuchó las palabras de Aioria, expandiendo el cosmo impresionante del que era dueño, extendió su conciencia y sus sentidos en búsqueda de algo más.

"¡Es imposible que esto esté ocurriendo!" Pensó preocupado. "Simplemente es imposible…"

Algunos guerreros se estrellaban contra la Pared de Cristal del Carnero Dorado y parecían deshacerse contra de ésta, para simplemente volverse a armar como si se tratasen de rompecabezas manipulados por alguien más. La luna iluminaba todo, despejada de nubes, cómo no queriendo perderse la escena.

Desesperado, Aioria se volvió hacia Mu enojado y gritó:

"¡Por Athena, Mu! ¿Acaso crees que serán capaces de vencernos? ¡Iré abajo y espero que me permitas pasar!"

Mu miró hacia Aioria con gesto preocupado, mientras que éste pasaba de frente de él abandonando su puesto de observador junto a la ventana para dirigirse al pasillo de escaleras que lo llevaría a la planta baja de la Torre. Casi desnudo, sólo cubierto por unos finos pantaloncillos, el Santo Dorado de Leo estaba por abandonar la sala cuando la voz de Mu lo detuvo.

"¡Aioria! ¿No te pondrás tu armadura?" preguntó ansioso.

Aioria por respuesta bufó con desdén, no pudiendo comprender cómo era posible que Mu, con el poder que se rumoraba tenía, podía incluso contemplar la idea de usar sus armaduras para enfrentar a tan ridículos oponentes. Quizá los rumores no eran ciertos.

Avanzó hacia el pasillo y bajó por las escaleras que daban varias vueltas en la oscuridad. Habiendo memorizado el camino, Aioria prosiguió de manera firme y decidida su andar hasta llegar a la rústica puerta de madera que guardaba la entrada de la Torre. Tomó la improvisada manija y la abrió de golpe, encontrándose con el ejército de esqueletos que se arremolinaban ante la pared casi invisible de Mu ante él. Otro hubiera dudado, al tener de frente, tantos rostros descarnados, pero no Aioria, el León Dorado. Haciendo explotar su cosmo de manera inmediata, un fulgor dorado estalló como si de pronto, un sol hubiese nacido en medio de la noche.

"Mu…" dijo Aioria cerrando sus ojos hablando directamente al cosmo de su compañero de orden. "¡Déjame pasar!"

Arriba, Mu escuchó la frase imponente de Aioria y pensó que quizá sería lo mejor, después de todo, la mejor manera de averiguar lo que estaba ocurriendo, sería enfrentando de frente la amenaza, pero no rompería la barrera sin antes causar una sorpresa en su enemigo, quien quiera que este fuera.

La Pared de Cristal pareció cobrar solidez brillando de pronto con una fuerte luz ambarina que estalló al final, lanzando lejos a los intrusos y rechazándolos varios metros. Aioria observó esto con una sonrisa de satisfacción mientras que las palmas de sus manos comenzaron a sudar demostrando su ansiedad. Viendo a sus enemigos echados hacia atrás e interrumpiendo el que hubiera parecido el imparable flujo de más guerreros, se envolvió de brillo dorado y se lanzó con una sonrisa contra estos.

Arriba, Mu alzaba su espíritu hasta que la dulce melodía entre armadura y portador, se escuchó por instantes y su cuerpo se cubrió de la gloria del símbolo que lo ponía por encima de tantos guerreros como uno de los 12 más grandes elegidos de Athena.

"Kiki…" dijo volviéndose hacia su alumno quien lo miraba con nerviosismo y admiración. "¡No te muevas de aquí! ¡Enciérrate! Y cualquier cosa que pase, háblame… ¡no lo dudes! No intentes realizar lo imposible."

El pequeño pelirrojo asintió tragando saliva. Conocía que su maestro era un ser usualmente sereno, cualquier cosa que lo estuviera inquietando tendría que ser más serio de lo que el otro Santo pareciera creer.

Corriendo hacia la ventana, Mu de Aries se lanzó impulsándose con cosmo, asemejando una estrella fugaz que cayó en medio de sus enemigos varios metros delante de donde Aioria se encontraba ya luchando. Al verle salir portando su armadura, el joven Leo se sonrió, pensando en lo absurdo de todo.

"Debería de tomarlo con calma…" pensó. Mientras que, sin siquiera volverse a sus enemigos, los deshacía lanzando únicamente puños a gran velocidad y fuerza. "Esto es como un entrenamiento…"

Como si una ola expansiva se hubiera formado donde el Santo Dorado de Aries cayera, un gran radio de enemigos hizo campo al lemuriano, quien observó a su lado mientras que los pliegues de su capa blanca comenzaban a tocar el suelo de manera gentil y suave. Miró a su alrededor de manera cautelosa y se puso de pie rápidamente. Cuando el humo se disipó, observó varias armaduras rotas y olvidadas cubriendo cuerpos descarnados y muertos hacía mucho tiempo, portando espadas y picas.

"¿Dónde están?" se preguntó mirándolos fijamente. "¿Los hilos que jala el titiritero…?"

Con facilidad pasmosa, Aioria deshace a los combativos esqueletos, quienes comienzan a caer por los precipicios que rodean el acantilado de Jamir. En parte agradeciendo esta oportunidad para luchar y golpear, Aioria dio la bienvenida al episodio sin preocuparse las causas detrás de todo esto. Tres altos guerreros se detuvieron ante él.

"¡Vengan a mí!" invitó desafiante mientras se lanzaba contra de ellos. Un gesto de sorpresa se dibujó en su rostro cuando le abrieron paso y de manera torpe, el Santo de Leo pasó delante de ellos. Se volvió para mirarlos con sorpresa y descartando una idea que se le antojaba ridícula. "¿Acaso se movieron más rápido de lo que parece? No… imaginaciones mías…"

Continuando con su combate, Mu comenzó a sentir la desesperación de no lograr con sus objetivos. Lo que creyó que serían evidencias y pistas para seguir el hilo que lo llevara a la salida del laberinto, parecía haberse ido, y pronto, estos se convertían más en una molestia que en otra cosa. Dos esqueletos parecieron desaparecer sin que lo notara y materializarse de pronto detrás de él… demasiado tarde para que lo notara, sólo para mirar sorprendido la maniobra de estos guerreros muertos, quienes asestaron un golpe en su cabeza que lo hizo caer.

"¡Mu!" gritó Aioria sorprendido al ver caer al Santo Dorado de Aries, quien fue inmediatamente rodeado por los esqueletos que asemejaban el ataque de marabuntas sobre su presa. Repitiendo la maniobra, los tres esqueletos que le burlaran de pronto aparecieron delante de él, no moviéndose a la velocidad de la luz… ¡apareciendo delante y detrás de él! Y lo golpearon inclementes, rozando su costado desnudo con una espada. El dolor fue agudo y desconcentró al Santo de Leo, el cual, pronto fue rodeado, aunque no cayó, sólo arrodillado, apoyado en su pierna derecha, lanzó golpes con su mano izquierda, mientras que con la izquierda se cubría la herida hecha por el filo del arma y que comenzaba a sangrar.

"¡Mu, Aioria!" gritó desde dentro el joven Kiki que lo observaba todo. Con decisión miró hacia los alrededores buscando piedras. Si pudiera usar su psicokinésis y aplastar a algunos de esos guerreros… pero Mu le había dicho que no interviniera. "Claro, el tal vez no previó que esto pudiera ocurrir!" pensó. Mirando hacia fuera, notó que su campo de visión era muy limitado como para poder alcanzar a notar las minas de rocas que, sabía, estaban ahí pero que había olvidado a fuerza de saber que estaban cerca. Miró hacia la puerta de la habitación donde se encontraba encerrado. Corrió tan rápido como pudo y abrió la puerta sin pensar más en la orden que le diera su Maestro. Corrió por el pasillo hacia la azotea, la cual alcanzó casi de inmediato. Concentrándose, Kiki cerró los ojos y expandió sus sentidos, con un fulgor blanquecino. Con el ojo de su mente exploró los alrededores en búsqueda de los proyectiles que usaría.

"Kiki… ¡te llamas Kiki!" escuchó una voz fuerte en su mente que le hizo abrir los ojos de inmediato.

"¿Qué? ¿Quién?" preguntó volviéndose hacia todas partes, habiendo escuchado esa pregunta tan nítidamente como si la hubiese formulado alguien de pie a su lado.

"Es demasiado tarde para el otro, pero tú… ¡aún estás a tiempo!" dijo la voz de nueva cuenta.

El niño experimentó terror. ¡Esa voz parecía provenir de todas partes, pero él no sentía la presencia física de nadie!

Detrás de él, el aire pareció convertirse en líquido, pero cubierto por la oscuridad de la noche, y por la confusión de Kiki quien miraba hacia todas partes menos a sus espaldas, una silueta alta pareció dibujarse del éter.

"Mu…" pensó el niño angustiado. "¡Le llamaré!"

"No" dijo la voz extraña, mientras que la silueta transparente extendía lo que parecía ser un brazo y tocó con un dedo la mollera del niño, el cual, de pronto, se sintió envuelto en una gran energía, que, no lo alertó, sino que lo invadió de unas irresistibles ganas de dormir.

"Mu…" fue lo último que alcanzó a pensar antes de sentir que perdía control de su cuerpo y se precipitaba como en un abismo.

Pero eso no ocurrió, la figura fantasmal pareció detenerlo y levantarlo fácilmente. Kiki pronto desapareció, envuelto en la misma calidad de invisibilidad que su agresor. Las nubes, atraídas por el viento, cubrieron finalmente a la luna, proyectando una sombra sobre Jamir.

Cubierto por la Pared de Cristal, Mu había logrado permanecer ajeno a los golpes de sus agresores. Concentrado intentaba encontrar la presencia de alguien, pero le parecía imposible, sabía perfectamente que la presencia de estos guerreros, sus sonidos, habían sido diseñados para engañarlo… ¡ya lo habían logrado al llegar hasta Jamir desde la Tumba sin su conocimiento! Pero confiaba en un error, mínimo, de parte del responsable de esta locura, y entonces, al descubrirlo… De pronto, sintió un pequeño, pero breve movimiento en el aire, la clase de movimiento que ocurre cuando él mismo se teletransportaba. Usando sus afinados sentidos, comenzó a localizar la ruta dónde provenía esto.

Cerca, un segundo grupo de guerreros arremolinados contra Aioria parecían haber logrado sus objetivos. El León Dorado no dudó más por un minuto, se reprochó el momento de duda y sorpresa, y reconoció que, quizá Mu pudiera haber tenido algo de razón al haberle sugerido usar su armadura.

"¡Jamás!" pensó rebeldemente a la idea. "¡Jamás les daré el honor de luchar conmigo usando mi Sagrada Armadura Dorada!" pensó, apretando los dientes y lanzando una explosión de cosmo que destrozó de inmediato a quienes lo rodeaban.

La emanación de energía tomó por sorpresa a Mu, el poderoso cosmo de Aioria había roto la débil señal que estaba siguiendo. Su momento había pasado, lo sabía. Abriendo los ojos, el Carnero Dorado decidió poner fin a todo esto.

Poniéndose de pie, se lanzó hacia el aire una vez más, saliendo de entre el núcleo de guerreros flotando en el aire una vez más con suficiente impulso para mirarlos desde arriba.

"¡Starlight Extinction!" gritó con decisión, haciendo que sus manos primero, y luego el resto de su cuerpo brillaran con potente energía. Los guerreros muertos ni siquiera se habían vuelto hacia él, esperando de manera fría simplemente que estuviera su víctima cerca de ellos para intentar matarle de manera impersonal y desapasionada que se espera de un muerto. Una miríada de golpes a la velocidad de la luz golpeó los esqueletos que simplemente, cayeron pulverizados cerca de él.

La enorme figura de un León se dibujó en el cielo, y Aioria de Leo, en transfiguración casi divina, brilló lleno de Cosmo, no había querido recurrir a esto, pero concordaba con Mu en que el juego se había tornado monótono.

"¡Lightning Plasma!" gritó mientras movió su hombro derecho adelante a gran velocidad y dibujaba en el aire un incomprensible e imposible de recorrer camino de millones de golpes que no pudieron resistir ninguno de sus oponentes.

La energía producida por los temibles Santos de Oro, pareció retumbar como rayos caídos desde la mano de Zeus, de pronto, una tormenta cósmica había estallado en el risco de Jamir.

Fueron un par de segundos, que bajo la percepción del Séptimo Sentido parecieron varios minutos, ya sin mirar a sus oponentes, y como moviéndose en cámara lenta, Aioria miró entre los huecos de la energía de los golpes y los esqueletos que se desmoronaban para observar a Mu y cómo lo hacía… pudo ver cómo la deshecha capa de éste y su cabello eran movidos por el viento, mientras que volvía su rostro con gesto preocupado a Jamir. Aioria, de manera instintiva se volvió hacia el mismo lugar y pudo notar que Kiki no les miraba más desde la ventana.

"Se habrá retirado al observar nuestras técnicas, Mu…" dijo el León Dorado al Carnero de manera tranquilizadora directamente al cosmo de su anfitrión.

"Tengo un mal presentimiento, Aioria…" fue lo que obtuvo por respuesta.

Pronto, las energías de sus ataques fueron disminuyendo, dando paso a la relativa oscuridad que sólo era interrumpida por la luna, cuyo fulgor pálido, parecía ser mucho más escaso después del brillo alcanzado por los guerreros de Athena.

Aioria permaneció de pie, mirando hacia donde Mu caía finalmente con gesto elegante. El viento de Jamir volvió a soplar y pareció barrer con el polvo dejado por la tierra y los destrozados cuerpos. Mu camina hacia Aioria, quién se incorpora al camino del Carnero Dorado.

"Esto que ocurrió, Aioria, no fue un hecho aislado…" dijo de manera segura mientras se dirigía a la puerta de Jamir.

"Pude notarlo." Responde el griego a las palabras del lemuriano. "Creo que de hecho… parecían moverse más rápido que yo por momentos." Declaró con dificultad.

"Sólo eran marionetas…" replicó Mu con decisión, mientras que ingresó a la Torre tomando su camino hacia la habitación donde dejara a Kiki, ya expandiendo su cosmo para localizar a su alumno y no encontrándolo de manera alarmante.

Cuando ingresó a la habitación, Mu simplemente confirmó, con un sentimiento de desolación, lo que ya sabía: Kiki no estaba.

Aioria lo seguía unos pasos atrás, deduciéndolo todo tan sólo al observar la escena desde lejos. Mu siguió su camino hacia las escaleras de arriba, siguiendo una esperanza irrazonable: sus sentidos eran infalibles. ¿O no?

"Después de todo…" dijo sembrándose esperanza mientras caminaba hacia arriba. "… No pude localizar a nadie, quizá Kiki sí esté aquí…"

Abriendo la puerta en el suelo que daba paso a la azotea de la Torre, Mu se dio cuenta de manera inmediata que había alimentado a una quimera. Su corazón latió de manera rápida al intentar hallar una explicación a todo esto.

"¡No!" pensó recargándose en la almena con gesto desesperado y hombros gachos. "Kiki…" pensó conteniendo las lágrimas.

Aioria sostenía con su mano la puerta del último nivel observándolo todo y bajó la cabeza con tristeza y con vergüenza. No había sido capaz de proteger ni al pequeño alumno de Mu.

"¡Kiki!" gritó Mu con una voz desgarradora jamás escuchada por nadie proviniendo del sereno Santo Dorado de Aries. Las lágrimas acudieron solas y corrieron a los costados de su cara, al tiempo que su cuerpo se llenó de un fulgor dorado que explotó con ira, haciendo que un ventarrón agresivo recorriera todas las montañas.

Aioria, sorprendido salió de donde se encontraba y corrió hacia Mu para tomarle de los hombros.

"¡Mu!" dijo firmemente pero sin alzar la voz. "¡Vuelve en ti, Mu!"

Luchando contra esa explosión de ira tan ajena a él mismo, el Santo de Aries logró escuchar en medio de su tribulación, la voz del León Dorado que lo conminaba a volver a la calma. Luchando contra sus emociones, contra todos sus sentimientos, el lemuriano, guardó su cosmo y regresó a la paz del puerto seguro, haciendo que su nave abandonara el mar picado que amagaba con hacerle naufragar. Poco a poco, el viento que generara, se fue debilitando, tan pronto como su cosmo se apagara, dejando únicamente a un adolorido hombre que se sostenía contra la torre y soportado por el fuerte abrazo de Aioria, quien lo miraba extrañado.

Mu miró a Aioria con agradecimiento, en un gesto amable, tan usual en él, natural. Aioria lo miró con ojos entrecerrados, estudiándolo, y asintió al final, comprendiendo que podía soltarle.

Con tranquilidad, el León Dorado pudo ver que su compañero podía sostenerse y que había vuelta al control.

Caminando de manera pausada, el lemuriano se dirigió a la puerta de las escaleras mientras que decía.

"Ya una vez lo encontré con el favor de Athena…" tomó la aldaba que jalaba la puerta que lo llevaría a las escaleras. "¡Y lo volveré a hacer una vez más!"

Se introdujo a la Torre mientras que en su mente, los recuerdos de su viaje hacía unos años antes lo había llevado a descubrir que no era el último Lemuriano, ¡qué habían más! Se sostuvo a la mitad del paso de caracol y abrió los ojos con sorpresa. "¿Sería posible…?"

"¡Espera Mu!" escuchó la voz de Aioria de pronto interrumpir su meditación. "¡Yo te ayudaré a encontrar a Kiki!"

"¿Qué?" preguntó el Santo de Aries.

"Si hubiera hecho mejor lo que debí de haber hecho, esto no estaría ocurriendo…" las palabras de Aioria eran ciertas en un determinado nivel, se sentía responsable. Otra parte de él, también, quería ayudar a Mu y a su pupilo, pero sobre todo, deseaba poder llevar a cabo una pelea por una causa donde pudiera ser protagonista y no espectador. "Te acompañaré." Concluyó con firmeza.

Ambos hombres se miraron a los ojos y sostuvieron sus miradas. Mu pensó por un momento en negarse a recibir la ayuda de Aioria, pero no lo hizo, principalmente porque, pensó, si sus sospechas eran ciertas, requeriría de toda la ayuda posible.

"Sabes que no puedes impedírmelo, Mu…" agregó una vez más el bravo Aioria. "Esta vez haré lo que quiera, y haré lo que es lo correcto…"

Mu se volvió tras escuchar esto para continuar su camino hacia el nivel inferior.

La Caja de Pandora de Aries se cerró recibiendo a la Armadura Dorada que contenía desde tiempos remotos. El ruido metálico apenas fue registrado por Aioria y por Mu, el cual, había comenzado a despojarse de su ropa.

"Aioria…" dijo Mu a su compañero. "Requeriré de toda mi concentración, amigo, ¿podrías…?"

El Santo de Leo interrumpió las palabras del lemuriano.

"Estaré allá afuera esperando a que me llames, Mu." Dijo con tono seco. Acto seguido, se dirigió a las escaleras una vez más para salir.

Ya en la soledad, Mu se dirigió hacia el centro de la habitación y cerró sus ojos para iniciar la explosión de cosmo que lo haría concentrarse y tocar lejanos puntos del área. Kiki podría estar a miles de kilómetros de distancia en estos momentos… ¡ó muy cerca! El brillo dorado de su cosmo lo cubrió y sus ojos vieron, su nariz olió y sus oídos escucharon lo que nadie en el mundo podría… pudo recorrer desde aquí, los lejanos y estrechos riscos en la Garganta de la Tumba de la Armadura, primer lugar lógico a donde buscar a Kiki, pero nada. Sus sentidos siguieron su recorrido hasta más allá de los bordes de las montañas, tocando 5 Picos, como lo hiciera antes.

"¡Mu!" escuchó una voz llena de sabiduría y preocupación. "¿Qué ocurre, Mu?"

"Antiguo Maestro…" respondió el lemuriano con tranquilidad. "¡Es Kiki, ha sido secuestrado por enemigos desconocidos!"

En 5 Picos, y sin importar el estruendo de las eternas cascadas de Rozan a sus espaldas, el Maestro Dohko, Santo Dorado de Libra, escuchó con preocupación las palabras de su compañero de Orden. Abriendo los ojos debajo del enorme sombrero chino que usaba todo el tiempo, el anciano respondió.

"¿Sabes quiénes han sido, Mu?"

"No" recibió como respuesta entrecortada el antiguo héroe. "Vinieron en la noche, silenciosos, me atacaron traicioneramente y se lo llevaron…"

Alarmado ante la intranquilidad que Mu reflejaba en su Cosmo, Dohko habló.

"Hijo mío, tranquilízate, nada ni nadie es capaz de esconderse al poder de tus extraordinarios sentidos, encontrarás a Kiki, su cosmo lo conoces de memoria, la única manera de que no lo encontraras es…"

"Muerto…" Respondió fatalmente el Santo Dorado de Aries al de Libra. Dohko calló ante estas palabras y respondió duramente.

"En efecto, si estuviera muerto o si estuviera oculto más allá de nuestro poder."

"¿Qué ha dicho?" pregunto Mu ante estas palabras de Dohko.

Cerrando sus ojos, Dohko respondió con gesto tranquilo.

"Mu, el Santuario de Athena no es el único sitio oculto a los ojos de todos, así como ella no está al alcance de los hombres comunes y guarda secretos aún para nosotros, existen otras deidades que se han ocultado, deidades y hombres." Concluyó mientras a su mente acudían varios ejemplos de lo que decía.1

El Carnero Dorado guardó silencio recordando viejas palabras de un viejo rival que le cuestionara alguna vez si creía que Athena era la única diosa sobre la Tierra2.

"Pero, Maestro…" respondió al final Mu. "¿Si son invisibles, cómo podré encontrarlo?"

Dohko cerró los ojos con tristeza al pedírsele una respuesta a una pregunta para la cuál no la tenía.

"Confía en Athena, hijo, confía en Kiki que buscará la manera de encontrarte como una vez lo hizo…" fue lo único que en su sabiduría logró responder. "Y no pierdas la esperanza, Mu."

En Jamir, el Carnero Dorado escuchó estas palabras con un dejo de desencanto, las palabras del Maestro no lo tranquilizaron, sino que aumentaron su nerviosismo. Dejando de lado el uso de su cosmo, Mu dibujó en su rostro un gesto de determinación al ponerse de pie y acercarse a un gran baúl al pie de su cama. Lo abrió y tomó un frasco que lo puso de frente a él.

Afuera, Aioria aguardaba a que Mu concluyera con su concentración y lo llamara para emprender la búsqueda. Delante de él, había vuelto a prender la fogata que hacía unas horas usaran para meditar antes de dormir los dos Santos de Oro.

Miró al cielo y observó como parecía perder oscuridad al aproximarse el amanecer, las estrellas ahora eran borrosas, mientras que la hora más fría de la noche, la que precede al amanecer, se hizo presente anunciándose con un suspiro que movió sus cabellos. Cerró sus ojos, comprendiendo el sentimiento de Mu, la sensación de vacío, de pérdidaera algo que le resultaba familiar y fácil de comprender. Se recargó sobre sus rodillas, hundiendo su rostro entre sus brazos, mientras sentía de nueva cuenta el soplo de Aurora.

De pronto, detrás de él, y con una fuerza inusitada e inesperada, Jamir estalló en cosmo dorado incontenible… Aioria se levantó de un salto, mientras que la fuerza del aire levantado por este estallido de cosmo apagaba y barría la fogata, haciéndolo incluso a él retroceder.

"¿Qué?" preguntó confuso en su mente, pensando que Mu había vuelto a caer en un momento de desesperación.

"¿Dónde estás, Kiki? ¿Dónde? ¿¡Dónde?" Escuchó en su mente la voz de Mu impregnada de angustia que le hizo sentir dolor. "¡Kiki! ¡Kiki!"

Aioria se llevó las manos a la cabeza con fuerza intentando aliviar la sensación de irrupción, fuera lo que fuera, esta explosión de Cosmo era diferente a la que presenciara momentos antes en Jamir, esta era incontrolable, Aioria podía reconocer que el cosmo de Mu estaba estallando peligrosamente cerca de acabar con su vida.

Imponiéndose a la sorpresa y al dolor, el Santo Dorado de Leo se abrió paso contra la tempestad generada por el estallido y se dirigió a Jamir, que parecía tambalearse ante la incontenible energía de su compañero, subió las escaleras, las cuales estaban iluminadas del todo con el brillo de el Santo de Aries.

"¡Mu!" gritó. "¡Mu detente!"

No hubo respuesta.

Usando su fuerza, Aioria destrozó la puerta que estaba atrancada, empujada por la fuerza psicokinética del Santo Dorado de Aries. El León Dorado tuvo que cubrirse un poco al mirar dentro de la habitación, donde Mu flotaba en medio del aire sin control, dando vueltas, envuelto en energía y protegido por una poderosa Pared de Cristal que le cubría y que se extendía comenzando a romper las paredes de toda el ala interna de Jamir, que crujía.

"¡Mu, detente! ¡Estás destruyéndolo todo!"

Pero el sonido de la energía y los gritos de Mu en su mente, que lo invadían incluso a él mismo hizo imposible que lograra comunicarse. Aioria hizo brillar su cosmo y lanzó un golpe contra el Muro de Cristal, para ser rechazado potentemente, rodando por las escaleras. El choque de fuerzas, hizo estremecerse más visiblemente a la Torre.

"Mu…" dijo Aioria. "¡No me das otra alternativa!"

Llamando a su armadura, Aioria estalló su Cosmo hasta el Séptimo Sentido y fue cubierto por la gloriosa luz de Athena. Sin perder más tiempo, se lanzó con toda su fuerza contra el Muro de Cristal, el cual, al recibir de nueva cuenta el golpe de Aioria, devolvió el ataque incrementado en fuerza, haciendo que el León Dorado rompiera la pared y saliera rechazado de Jamir. Asiéndose a la pared rota de la construcción, Aioria logró mirar detrás suyo la prolongada caída que le esperaba si se hubiese soltado, una caída que le hubiera significado su muerte segura. Impulsándose con el cosmo, ingresó decidido de nueva cuenta a Jamir.

Caminó acercándose al límite impuesto por la Pared de Cristal de Mu y cerró los ojos.

"¡Traspasaré esto!" pensó con decisión, mientras que apretaba sus manos y reunía sus fuerzas, mientras que sus cabellos se alzaban al invocar la fuerza de su vida. "Si se requiere la potencia de un cosmo llevado al extremo de la muerte… ¡yo seré capaz de hacerlo!" pensó. Sus brazos comenzaron a brillar y a arder mientras concentraba su energía en sus puños, abriendo los ojos, Aioria estudió el Muro de Cristal y el sitio donde golpearlo. En uso de su Sexto Sentido, logró distinguir un punto menos sólido y entonces, impulsándose con todas sus fuerzas, como un león cazando a su presa, lanzó su golpe con ímpetu.

El sonido asemejó al de dos trenes en colisión y Jamir, lanzó un crujido que anunciaba su destrucción, y entonces ¡ocurrió! La Pared de Cristal de Mu pareció resquebrajarse y abrir un hueco apenas suficiente para que Aioria ingresara.

Con dificultad, el León Dorado forzó su entrada al campo de fuerza proyectado por la poderosa mente de Mu y pasó. Una vez dentro, se dirigió hasta el joven de cabellos morados que giraba lentamente en medio, con sus ojos brillantes pero con una energía que, parecía, poco a poco, se desvanecía.

"¡Mu!" exclamó Aioria, quien lo intentó detener, siendo movido desde el suelo por la rotación del Carnero Dorado. "Es imposible, sólo me resta hacer algo más…" y una vez más cerrando su puño, Aioria descargó un fuerte golpe a Mu que lo hizo perder el sentido.

De manera inmediata, el joven de cabellos morados cayó interrumpiendo su descarga de Cosmo y deshaciendo su pared de cristal. Sosteniéndolo y habiéndolo tomado en medio de su caída, Aioria observa a Mu desmayado y sin sentido.

"Está casi muerto…" pensó Aioria alarmado.

Caminando con pasos alargados, el León Dorado deposita a Mu en su lecho y lo observa.

"¡No morirás, Mu!" dice con decisión mientras extiende su mano y la llena una vez más de fulgor dorado. "¡No hoy!"

Imponiendo sus manos, Aioria reparte su cosmoenergía con un afán curativo sobre el Santo de Aries, esperando que no sea demasiado tarde.

Aioria descubrió sólo después de unos momentos, que los testigos de su pelea con Randor habían callado después de lo que pareció ser el grito de una persona mayor. Volviéndose, observó que en medio de todos ellos, la silueta masculina que se acercaba, tenía un modo de andar que conocía de memoria. La confusión del momento, la ira y la luz del sol en contraposición, por fin lograron revelarle que este hombre no era otro que su hermano: Aiolos de Sagitario.

"¿Me puedes explicar qué estás haciendo, Aioria?" preguntó con voz enérgica el hombre que era también su Maestro y su ídolo.

Los testigos iniciaron una carrera sin orden escapando del regaño y de ser reconocidos por haber animado un acto que era duramente castigado en El Santuario.

"¡Hermano!" respondió Aioria mirándolo con el rostro del culpable, sin resistir la dura mirada que dirigía el otro hacia él. Una mirada que lo llenaba de vergüenza para con él, pero sobre todo, para consigo mismo. "Lo siento, hermano, pero es que se burlaron de mí…"

Asiéndolo del brazo con dureza, Aiolos levantó a su hermano menor hasta ponerlo frente de él.

"¿Y eso justifica lo que has hecho? ¡Mira!" dijo mientras volvía al pequeño hacia donde hubiera dejado a Randor caído.

El que hubiera sido el agresor estaba tirado, lleno de golpes y hematomas, sin sentido, sin que su cuerpo mostrara un espacio sin sangre.

"¡Qué vergüenza, Aioria!" reprochó Aiolos a su hermano menor. "¡Has sido irresponsable abusando del poder que Athena te ha concedido para hacer justicia!"

"Yo…" comenzó Aioria a elaborar una justificación mientras bajaba su rostro.

"¡Silencio!" interrumpió Aiolos duramente. "¡No hay palabras que puedan explicar y disculpar lo que has hecho!"

Llevando del brazo a Aioria como si fuera un cachorro, Aiolos lo soltó junto a quien se hubiera convertido en víctima de su ira.

"¿Qué puedes hacer al respecto, Aioria?" preguntó el Santo Dorado de Sagitario inquisitivamente. Aioria miró al desmayado Randor mientras era depositado bruscamente en el suelo, pero sin perder el equilibrio y se volvía también a su hermano, quien lo miraba con gesto ensombrecido.

"Yo… ¡no sé!" respondió Aioria liberando dos lágrimas de culpa mientras agachaba su cabeza deshonrado.

Aiolos observó a su hermano menor enjugarse las lágrimas durante un tiempo.

"Escucha, Aioria…" dijo con el tono de voz que utiliza un padre al reprender a un hijo. "Athena nos enseña y pide la piedad por nuestros rivales, la crueldad es sólo patrimonio de los sirvientes de los otros dioses… el ser un Santo de la Diosa no sólo se manifiesta al ser poderoso, sino también, al vivir sus principios y practicar sus enseñanzas, sólo entonces, serás un Santo de Athena digno, no nada más alguien que lucha por el gozo de hacerlo."

Aioria miró a su hermano con respeto y prestando atención a sus palabras.

"Y debes de saber que en tu responsabilidad debe de existir la capacidad de poder rehacer aquello que has deshecho…"

Aioria asintió con energía.

"Ahora, observa, Aioria." Dijo Aiolos dando un paso de frente y haciendo de lado a su hermano, quien se volvió sorprendido y confundido a Aiolos, el cual, ya se arrodillaba junto a Randor. "Un Santo de Athena en su toque es capaz de quitar la vida… ¡pero también sería capaz de restaurarla!"

Aioria abrió los ojos asombrado, mientras que las palmas de Aiolos brillaban con fulgor dorado y las ponía sobre las heridas de Randor. El joven agredido pareció moverse de pronto, y sus heridas parecieron hacerse menos, algunos hematomas desaparecieron, y partes de su piel regeneradas de manera rápida.

La respiración de Randor entonces se regularizó y pareció que en lugar de estar sin sentido, sólo dormía, cambiando su gesto de angustia, aún en su sueño, al de la paz de quien duerme plácidamente. Las manos de Aiolos dejaron de brillar entonces, para que el Santo de Sagitario tomara entre sus brazos al joven.

Poniéndose de pie, Aiolos miró a Aioria, quien miró a su hermano imponente, al niño le pareció como si fuera una de esas representaciones de Niké con alas.

"No olvides esto nunca, Aioria." Concluyó mientras iniciaba su camino con rumbo a Athene para llevar al chiquillo a recuperarse de sus heridas a su barraca.

Aioria, sin poder cerrar su boca ante el asombro, reaccionó hasta que su hermano se hubiera adelantado bastante. Asintiendo, el niño inició a caminar con paso rápido para alcanzar a su hermano… ¡a su maestro!

Aioria sacudió su cabeza retomando conciencia. Abrió sus ojos y miró a su alrededor con dificultad. Su cuello estaba entumecido por haber permanecido durante horas en una sola posición, su cadera también y sus ojos no se ajustaban a la brillantez de la luz del sol. Era la segunda vez que pasaba por esto mismo desde que comenzara a hacer guardia junto a su compañero de Orden.

Aioria, ya más espabilado y alerta, se volvió hacia Mu, el cual seguía en la misma postura de tres noches antes. Se encontraba algo fatigado, había aplicado su cosmo de manera curativa todo este tiempo, pero el mal dormir estaba claramente cobrando su cuota en el joven Santo de Leo. Se puso de pie y se estiró al tiempo que bostezaba. Dando media vuelta, se dirigió afuera de la torre.

Aioria había llevado todo a la planta baja, tras el daño que Jamir recibiera la noche de la invasión, temiendo que pudiera colapsar en un momento, y era mejor estar cerca de la puerta para poder salir cargando a Mu y las Cajas de Pandora de Aries y de Leo. Salió por el marco de la puerta de acceso y el aire matinal le dio de lleno en el rostro. Levantó el rostro sintiendo como la luz del sol acariciarle y no pudo evitar sonreír… su Sexto Sentido le indicaba que Mu pronto despertaría y podrían salir de este lugar a buscar a su alumno.

Su presentimiento pronto fue corroborado cuando escuchó que desde dentro un movimiento provenía del Carnero Dorado, tranquilamente, Aioria dio media vuelta y se dirigió una vez más hacia adentro. Mu se movía inquieto en su lecho, frunciendo el ceño por momentos, luchando contra la inconciencia. Finalmente, abrió los ojos, mientras que el León Dorado se posaba delante suyo y le miraba con gesto amigable.

Le tomó varios minutos a Mu reaccionar y ubicarse, mientras dejaba su mirada en su cuidador.

"¡Aioria!" exclamó finalmente Mu en un susurro.

"Mu." Recibió como única respuesta del joven de cabellos castaños que le extendía un vaso de madera con agua. "Toma, lo necesitarás"

El Santo Dorado de Aries tragó saliva con dificultad, le dolía la garganta y todo su cuerpo. Obedientemente bebió el contenido del vaso, dejando escapar unas cuantas gotas escurrir por la comisura de su boca.

"¿Cuánto tiempo llevo así?" preguntó finalmente el Santo de cabellos morados.

"Tres noches y dos días, amigo." Respondió Aioria tomando asiento. "Me has tenido preocupado."

Mu cerró sus ojos para revisar su propio cuerpo auxiliado por el cosmo, sorprendido, abrió los ojos y vio a Aioria.

"¡Pero tú me has ayudado!"

"¿Qué esperabas? ¡No entré a tu campo de fuerza para dejarte morir!" dijo adoptando una postura más relajada el Santo de Leo. Mu recordó la escena que parecía haber soñado… podía rememorar los poderosos golpes que significaron la rotura de su Pared de Cristal, podía recordar incluso cuando vio a Aioria tomarle de las piernas intentando hacerle bajar de su trance y luego, todo se oscurecía. "¿Te importaría decirme lo que sucedió ahí dentro, Mu?" le interrumpió la voz del Santo de Leo.

Volviéndose hacia Aioria, Mu parpadeó al salir de pronto de sus recuerdos.

"No podía encontrar a Kiki…" comenzó a responder Mu con voz baja. "Me sentí inseguro de mí mismo, así que, decidí potenciar mi cosmo con la ayuda de un extracto que obtuve hace algún tiempo en una región de la India. Una droga misteriosa que parece tener un efecto en las habilidades psicokinéticas de quien lo toma, pero que, también puede hacer que el que lo toma pierda su vida al quemar su cosmo de manera extrema."3

Aioria miró de frente a Mu con reproche, y de tajo opinó:

"Lo que hiciste fue algo muy tonto, Mu, exponer tu vida fue una irresponsabilidad, no sólo para contigo, sino para la Orden completa, sabes muy bien que Nuestra Señora se alista para una gran batalla y que necesitará de toda la ayuda de sus Santos, tras lo que ocurrió con Saga, el Santuario quedó muy vacío."

Mu escuchó el reproche del Santo de Leo con tranquilidad, sabía que era cierto, pero no podía concebir la idea de que Kiki se perdiera, además, el localizarlo también era interés de Athena, después de todo ¿no era éste niño la siguiente generación de sus guerreros?

Un silencio había caído entre las últimas palabras de Aioria y la esperada respuesta de Mu. El silencio trajo de vuelta a la realidad al Carnero Dorado quien declaró.

"Pero lo encontré."

El León Dorado se volvió hacia Mu atento ante estas palabras y lo miró con atención. Sintió alivio de saber que al fin podrían moverse de ése sitio y que podrían hacer algo.

"¿Dónde está, Mu? ¿Está bien?"

El joven lemuriano negó con su cabeza brevemente respondiendo.

"No conozco todos los detalles, la señal fue muy pequeña, pero pude escuchar a Kiki gritar a mi cosmo, Aioria. Está lejos, pero no fuera del alcance de los Santos de Athena."

Aioria miró a Mu quien le observaba fijamente. Con una sonrisa, el Santo Dorado de Leo asintió con tranquilidad.

"Vamos, amigo."

Dejando atrás cualquier rastra de cansancio ante la inevitabilidad del combate, Aioria sintió su cuerpo revivir y llenarse de nuevas energías. Cargando como Mu su Caja de Pandora que mostraba el orgulloso símbolo de su signo zodiacal, el joven alcanzó fuera de la Torre al lemuriano.

"Vamos hasta el otro lado del mundo, Aioria, hacia una región montañosa en América." Dijo con tono preocupado.

"¡Traeremos a Kiki de vuelta con nosotros, Mu, ya lo verás!" Respondió Aioria con ímpetu. "¡Vámonos!"

Sintiendo una mano que le tomaba del hombro y le detenía, Aioria se vuelve hacia Mu quien, con cabeza gacha y ojos cerrados dice.

"Antes tengo que hacer algo."

Intrigado, el joven de cabellos claros observa como Mu, sin abrir sus ojos y sin volverse hacia Jamir, levanta su dedo índice derecho el cual, se ilumina con una potente emanación de cosmo. Ante los ojos de cualquier otro el acontecimiento que siguió parecería obra de un milagro: Jamir, pasó de tener el aspecto derruido que las noches anteriores le proporcionara y simplemente se reestructuró, incluso, reconstruyendo sus paredes para darle el aire misterioso pero conservado que siempre ofrecía al viajero. Un ligero temblor de tierra sobre todo el risco sirvió de heraldo para anunciar que Jamir estaba de pie y fuerte.

"Ahora sí, vámonos." Dijo Mu caminando unos pasos delante de Aioria e impulsándose al cielo dejando tras de sí una estela dorada, el León Dorado pronto le siguió estallando su cosmo.

El mundo se convirtió entonces en una línea que cambiaba del terracota al verde, al azul y de nuevo a los grises y cafés, moviéndose a la velocidad de la luz, de la cual parecían ser dueños, los Santos Dorados de Athena llegaron a su destino en poco tiempo.

Su movimiento era tan rápido, que incluso, era imperceptible para los más sofisticados sistemas de defensas de cualquier nación, invisible para los ojos tecnológicos y físicos de cualquier criatura, ambos cometas se detuvieron al final en una región montañosa cerca del Pacífico sobre un pico nevado.

Como escapando de las reglas físicas que rigen a todo cuerpo humano, los dos poderosos Santos de Athena se detuvieron sin ser de hecho, afectados por la inercia de su parar súbito tras la velocidad alcanzada. Mirando a su alrededor, se encontraron rodeados de grandes árboles de pino y un aire fresco, no muy diferente al que se sintiera en Jamir, pero con la humedad propia de la proximidad de bloques en deshielo y de los bosques y manantiales aledaños.

Aioria se aproximó a uno de estos arroyuelos y bebió el agua que se producía por el derretimiento de las nieves de la cumbre. Sin hacer nada parecido, Mu permanecía de pie, alerta, intentando captar con sus sentidos la proximidad de Kiki.

"¿Estás ahí, Kiki? ¿Me escuchas?"

Poniéndose de pie, el León Dorado aguarda el resultado de la búsqueda de Mu, en silencio. Al sentir que la emanación de cosmo del joven de cabellos morados disminuye, pregunta.

"¿Encontraste algo?"

Mu niega con la cabeza con gesto decepcionado. El Carnero Dorado siente una mano de apoyo sobre su hombro para mirar el gesto de confianza que Aioria adopta sonriendo.

"No te angusties, Mu… ¡confiemos en nuestros sentidos! ¡En todos ellos para encontrar a Kiki!"

El joven lemuriano observa seriamente a Aioria un momento meditando en las palabras de éste, que no borra su sonrisa confiada, y finalmente, logra dibujar una parecida asintiendo.

"¡Tienes razón, vamos!"

Ambos guerreros comienzan su camino en el bosque de manera ascendente. La voluptuosa naturaleza del Monte Shasta, su colorido pero a la vez la paz que transmitía, permitió a los Santos de Athena tener un recorrido sereno, sin pensar en que esto era sólo la paz antes de la tormenta.

Con Mu como guía, los dos valientes jóvenes tomaron al final un camino que se abría entre, lo que parecía, un arco natural formado por las ramas de los árboles, mientras que la vegetación poco a poco, se iba haciendo más escasa.

"Este sitio me recuerda a tu hogar, Mu…" comentó Aioria trayendo a su mente los paisajes áridos cercanos a Jamir. Siguiendo el único camino posible, finalmente concluyeron el camino de ramas para ingresar a algo parecido a un claro. El corazón del Carnero Dorado latió con anticipación al presentir que habían encontrado al fin algo. Siendo iluminados poco a poco por el sol en su resplandor máximo, notaron los detalles del lugar, lo que parecía asemejar una cueva enorme en la pared de la montaña parecía indicar el sitio al que debían seguir de manera insegura. Mu prosiguió su camino pero fue detenido por la mano de Aioria de manera firme. Entendiendo sin necesidad de palabras la advertencia que parecía hacerle el León Dorado, Mu fijó su vista en los detalles y pudo observar a lo que se refería el hermano de Aiolos.

En ambos costados de la entrada, dos torres idénticas a Jamir guardaban la entrada a la gruta. El rostro del Carnero Dorado se llenó de un fino rocío de sudor, producto del nerviosismo del que comenzó a ser presa.

"No perdamos más el tiempo, Mu…" dijo Aioria tras revisar con su cosmo la presencia de alguien además de ellos y comprobando que no había nadie. "¡Sea lo que sea, tendremos oportunidad de sorprendernos luego!" Adelantándose con un paso, el joven León hizo a un lado al asombrado Mu para detenerse de pronto cuando la presencia de un par de energías cósmicas enormes los detuvieron. "¿Pero qué es esto?" preguntó Aioria asombrado.

Una energía multicolor que asemejaba a un arcoiris brillante les rodeó invadiendo sus sentidos con gran fuerza. Incapaces de moverse, Aioria luchó contra la energía que les impedía dar un paso hacia atrás o hacia delante, mientras que Mu permaneció estático, observando a su alrededor como esperando hallar algo que sospechaba aparecería.

"¿Visitantes?" preguntó una voz que habló directamente hacia sus mentes, haciendo que ambos guerreros de Athena se sorprendieran y miraran hacia donde sus sentidos les indicaron que era el origen de la voz. Como si apareciera de la nada, materializándose del aire, una bota dorada dio paso hacia delante abandonando su anonimato, poco a poco, el cuerpo entero de quien hablaba apareció totalmente con imponentes dos metros y diez centímetros. Cubierto de oro brillante en armadura tallada con fino detalle, la armadura cubría el rostro de quién la portaba uniéndose con un casco grueso y con forma de esfera que mostraba dos pequeños cuernos. "¡No! ¡Ustedes son invasores!"

Dando un paso de frente, el imponente hombre descubrió su rostro, mostrando una larga cabellera verde y, algo que impresionó a Mu, un par de lunares rojos que cubrían su frente, en un sitio idéntico al suyo. Detrás de ellos, otra energía similar pareció surgir, mostrando que se encontraban rodeados, y una vez más, apareciendo como de ningún lado, la figura total envuelta en un traje dorado, este más fino, que mostraba espolones y un par de alas extendidas detrás de él asemejando un dios alado apareció. El rostro fino y piel blanca, con cabellos sobresalientes de color rojizo, apenas un poco más apagado que los de Kiki, recaían sobre los hombros, terminaba el marco, un casco que tenía lo que asemejaba un pico sobre el rostro de quien lo portaba, sin poder ocultar por mucho, el par de lunares morados que su frente ostentaba.

"Sí." Habló como respondiendo a lo que su compañero dijera. "Estos no son viajeros que se perdieron y llegaran aquí de manera casual, su intento es ingresar a Telos. ¡Pero no lo lograrán!"

Aioria logra hablar con sorpresa hacia Mu.

"¡Son armaduras doradas, Mu!"

"¡Sí! Pero armaduras doradas que no reconozco…" habla con un suspiro de vuelta el Carnero Dorado inmerso en un mar de preguntas.

"¡Y están decididos a detenernos! ¡Son un par de guardianes!" exclama sintiendo furia Aioria, aumentando su cosmo y llamando a su armadura dorada de Leo.

El guerrero de los cuernos lo observa todo y extiende su mano arrancando la Caja de Pandora de las espaldas de Aioria, que, sorprendido, nota que su armadura no responde a su llamado.

"¡Están interfiriendo con mi cosmo, imposible!"

Con tranquilidad, la Caja de Pandora se posa delante del alto guerrero, mientras que, con su mente, despoja a Mu de la misma para llevarla delante suyo.

"Interesante…" agrega mientras estudia los objetos y mirando entonces el rostro de Mu que delata sus lunares de herencia lemuriana. "Esperábamos que esto ocurriera, sin duda vienen por el recién llegado."

Abriendo los ojos con sorpresa, Mu escucha las palabras del guerrero cubierto de armadura dorada deduciendo que hablan de Kiki.

"¿Dónde lo tienen?"

El guerrero a espaldas de los Santos de Athena sonríe mientras que extiende sus manos apretando el campo de fuerza que lanza uno contra otro a Aioria y a Mu.

"¡Pronto no tendrás de qué preocuparte, traidor!" exclama el guerrero con un tono grosero. "Las puertas de Telos sólo se abrieron para admitir a uno de los 3 Perdidos, ¡el único que aún era salvable!"

Mu siente el abrazo de la energía cósmica de los dos guerreros combinados y siente su voluntad flaquear, recordando el poder de su Maestro Shion y temiendo más que nunca enfrentar a dos guerreros parecidos, en medio de una confusión interminable. Súbitamente, el cosmo de Aioria se enciende con más fuerzas, su mirada se torna incandescente.

"¡Si creen que nos iremos sin una pelea están equivocados, cobardes!" Alzando su energía a niveles impresionantes, el León Dorado parece rugir liberándose de sus ataduras invisibles y rompiéndolas mientras que se yergue.

Con gesto divertido, los dos guerreros lo observan, cuando el primero habla.

"¿Crees que serás capaz de oponer alguna clase de resistencia medianamente decente ante nuestro poder?" Termina su frase con gesto desdeñoso y burlón.

Mirando hacia su Caja de Pandora, Aioria intenta llamar a su armadura dorada una vez más de manera inútil.

"¡Imposible, humano necio!" exclama el guerrero alado. "¡Jamás podrás pasar por sobre los Guardianes de las Torres de Telos, la Ciudad Prohibida!"

Sonriendo y adoptando el mismo tono irónico empleado por ellos, Aioria se yergue sacando el pecho y alzando la mirada, demostrando su casta de guerrero.

"¿Temen a que usemos nuestras armaduras doradas contra sus baratas imitaciones, montoneros?" y alzando su cosmo señala al guerrero alado. "Bien, no necesito usar el sagrado regalo de Athena para una tarea como esa… ¡yo acabaré con ustedes con mis puños desnudos!"

Ambos guerreros se miran uno al otro con una sonrisa confiada y mirada condescendiente, como si hablaran entre sí, y de pronto, ambos Santos de Athena, se ven libres de la energía que les retenía. Mu mira a su alrededor confundido, Aioria sonríe ahora volviéndose al de la armadura cornada.

"Bien, parece que tienen una honorabilidad apenas rescatable…"

"Hablas mucho, Extraño…" dice colocándose una vez más el casco el primer guerrero. "Si así te conduces en tu vida es increíble que hayas llegado a una edad tan vieja…"

Ardiendo en cosmo y no soportando más sus palabras, Aioria se vuelve ardiente mientras corre a velocidad de la luz al tiempo que un León se dibuja detrás de él.

"¡Algo que no podrás presumir después de éste día!"

A su voz le acompaña un estruendo sónico al moverse tan rápido que asemeja el rugido de un león, mientras que, abriendo sus ojos detrás de toda su protección, el misterioso agresor se prepara para recibir el ataque del extraño.

Continúa…

1 Por supuesto, Dohko puede recordar refugios de Athena en otros lugares del mundo, como el que se revela existe en las Crónicas Zodiacales de Tauro, ó como la entrada a Atlantis y la propia Atlántida.- Nota del Autor.

2 ¿Recuerdan a Ravana de las Crónicas Zodiacales de Aries?—Nota del Autor.

3 La misma droga que Kiki recibiera para ocasionar milagros años antes en la Villa de la Luna Roja donde Mu lo encontrara en Crónicas Zodiacales: Aries: Heroísmo.—Nota del Autor.