CAPÍTULO III: EL NUEVO MUNDO
Cuatro cosmos se encienden poderosamente en un olvidado y desconocido paraje del Monte Shasta. La atmósfera parece llenarse de las energías asombrosas de cuatro guerreros poderosos que hoy se han encontrado inexorablemente por razones del destino.

La imponente figura de un búfalo se dibuja sobre uno de los guerreros guardianes de la entrada a Telos, mientras que su rival, de manera renuente, enciende su aura hasta dibujar detrás de sí la imagen de un poderoso carnero. Moviéndose a una velocidad increíble, el primero se lanza contra el segundo a velocidad asombrosa, dejando tras de sí un camino iluminado por energía cósmica dorada.

"¡Han cometido un grave error al retarnos, Extraños, su hora ha llegado!" amenaza el mismo, mientras que todo su cuerpo se cubre de un fulgor dorado que choca de manera catastrófica contra un muro que apenas se alcanza a distinguir de color ambarino. El impacto causa que un ventarrón inusual en estas regiones se levante, azotando las partes internas del bosque de la montaña.

Detrás de la Pared de Cristal, agitado, el Santo Dorado de Aries mantiene la guardia extendiendo sus brazos de manera amplia y respirando visiblemente fuerte.

"¡No deseamos luchar!" grita Mu a su contrincante. "¡Estoy seguro que esto es un malentendido! ¡No venimos a pelear sino…!"

"¡Imbécil!" grita el hombre del cosmos de búfalo levantándose irradiando más energía cósmica a manera de rayos que destruyen lo que tocan a su alrededor. "¡Nadie que venga en nombre de esa Ramera Griega tiene una intención diferente! ¡No escucharé tus palabras porque no puedo creerlas!"

"'¡Ramera Griega'!" exclama en su mente Mu al saber que hacen alusión a la Diosa Athena sin entender la razón que se oculta detrás de las amargas palabras dichas por el centinela lemuriano. Atrayendo su cosmo a su mente, Mu determina defenderse lo mejor posible y contraatacar en el momento preciso.

A unos metros de esta batalla, Aioria de Leo brinca ágilmente por el aire, pisando partículas invisibles que lo impulsan más y más arriba en un juego que incluye la manipulación de materia, arte llevada al extremo de la maestría por la Orden Dorada de los Santos de Athena. Concentrando su cosmo en su puño, el León Dorado logra llegar hasta donde el Guerrero Alado lemuriano lo espera con su defensa preparada. El impacto es interrumpido por las alas de la armadura del guardián de Telos que se cierran sobre el guerrero.

"¿Qué?" pregunta Aioria sorprendido al ver a la armadura moverse.

Como si un par de garras se cerraran sobre el puño del valiente Aioria, el guerrero del águila da giros de 360° sobre sí mismo como si de un trompo humano se tratara.

"¡Aprenderás a no subestimar a los Guerreros de Lemuria, tonto joven! Un ataque tan ingenuo como el que acabas de realizar no es capaz de hacerle daño a nadie que lleva por sus venas la sangre de los antiguos guerreros de la Isla Perdida!"

Arrastrado por el ataque, Aioria cierra los ojos pero de manera estoica soporta el castigo sin proferir ninguna queja.

"¡Athena dame fuerzas!" piensa mientras que comienza a elevar su cosmo preparando una nueva explosión que lo libere de la maniobra en la que lo ha metido su enemigo. Calentando su cuerpo al máximo, la presión de las garras del águila sobre su mano se debilita.

"¡Maldito!" exclama el lemuriano quien detiene su ataque de inmediato soltando al Santo Dorado de Leo al ser lastimado por la potente cosmoenergía que Aioria expide por su cuerpo. Girando sin control, el guerrero de Athena es lanzado por el súbito alto que el Águila Dorada realiza. De manera ágil, y haciendo honor al signo zodiacal que le distingue, el León Dorado parece girar en el aire recuperando poco a poco el control de su trayectoria, logrando recargar sus dos manos y sus dos pies en las paredes de la montaña cercana, para impulsarse hacia atrás en doble giro mortal y cayendo de pie cerca de Mu.

"¿Qué te pasa, Mu?" pregunta extrañado Aioria. "¿Es qué acaso no piensas atacar?"

Mu escucha las palabras de su compañero y se pregunta lo mismo en su mente mientras una gota de sudor escurre de su sien hacia su cuello.

"Es que… ¡tengo que saber!" se repite en su mente como respuesta negándose a pelear. "¡Estos son más lemurianos! ¡Necesito saber quiénes son!"

En el cielo, el Caballero del Águila observa a su compañero como si hablaran en sus cosmos, al tiempo que de pronto, vuelve a hacer uso de esa velocidad enorme y reaparece donde originalmente estuviera de pie, posado firmemente en el suelo.

"¡Son cómo un par de animales listos para ser cazados!" grita al fin el guerrero del Búfalo con una sonrisa. Aioria al escuchar las palabras, vuelve su mirada hacia éste, Mu lo observa igualmente sin deshacerse de la Pared de Cristal que le defiende. "¡Son más fuertes de lo que pensábamos, lo concedemos!" Prosigue el Búfalo mientras que se arrodilla y con su brazo derecho toma algo que se desprende de su armadura desde la espalda. Aioria se vuelve hacia donde el guerrero del Águila Dorada se encuentra y puede notar que realiza lo mismo que su compañero. Cerrando ambos los ojos como si estuvieran rezando, ponen delante de sí un par de bastones dorados de diseño intrincado y que concluyen en lo que simulan ser varias plumas doradas sujetas por anillos del mismo material.

"Ambos considérense grandes guerreros cuando han llevado a los guardianes de Telos a utilizar su ataque secreto más poderoso, Extraños…" dice el Águila Dorada mientras que su cuerpo se ilumina de cosmo dorado que canaliza hacia el bastón que sobresale una gran altura por delante de su cabeza aún y aunque fuera estacado delante suyo.

En sincronía exacta, el Búfalo Dorado se llena de un fulgor dorado que recorre su cuerpo y se extiende hasta su bastón, las puntas de ambos báculos se iluminan con esta energía y lanzan un fino rayo, cada uno, de energía dorada que asciende como si de un par de serpientes se trataran hiriendo las nubes del cielo sobre Shasta.

"¡AGUJA CELESTE!" gritan ambos al mismo tiempo abriendo sus ojos y observando a sus contrincantes. En cuestión de milisegundos, las nubes sobre Shasta se oscurecen y retruenan con potencia inusitada, y un rayo de enorme e imposible diámetro, se lanza contra el suelo como si de una verdadera aguja se tratara, cayendo contra los dos Santos de Athena, quienes reciben el ataque de lleno.

Un grande resplandor acompaña al retumbar del trueno sobrenatural, que obliga a los dos guerreros lemurianos a cubrirse los ojos para no ser cegados por la luz o por el polvo que se levanta al caer la onda destructora del cielo.

Sobre la zona, imponente, se levanta ominosa, una masa de polvo que en sus partes superiores asemeja la cabeza de un hongo, y el viento nuclear parece una vez más, arrasar con el camino oculto que llevara a los Santos de Athena hasta ése sitio.

Poco a poco, los vientos parecen disminuir su intensidad y el resplandor da paso a la polvareda del sitio donde cayera el tremendo ataque producido por los centinelas de Telos. Abriendo los ojos e intentando ver entre la tierra levantada, los guerreros pueden ver como la Pared de Cristal, defensa del lemuriano, se resquebraja después de unos instantes, la silueta de Mu se logra observar, dibujada en negro, con los brazos aún extendidos, hasta que, de pronto, se mueve… poco a poco se arrodilla y de pronto se pierde mientras que su cuerpo se precipita al suelo sin control. Satisfechos, ambos guerreros lemurianos dan por descontado que el frágil humano que le acompañaba habrá sido destruido o habría sido derribado mortalmente, al no notar su silueta entre la polvareda.

De pronto…

…De pronto, entre el humo levantado por la técnica mortal, un par de ojos que en brillante dorado resplandecen entre esta. Incrédulos, ambos guerreros centinelas, cierran sus ojos y vuelven a abrirlos, sustituyendo sus sonrisas de satisfacción por la más franca expresión de sorpresa. El cosmos conocido y exhibido por el Santo de Leo, limpia como si de un huracán se tratara el humo alrededor suyo. Con su ropa hecha harapos, respirando agitadamente a causa del esfuerzo, y con las piernas dobladas como si sostuviera algo muy pesado apenas, Aioria, mantiene su brazo derecho erguido, sostenido por el antebrazo por su brazo izquierdo. El sudor recorre cada parte de su cuerpo, las venas de sus brazos parecen a punto de estallar. Los dos guerreros lemurianos observan hacia el puño que sostiene en alto y abren los ojos con temor.

¡Entre sus manos, Aioria, Santo Dorado de Leo sostiene una increíble fracción del poder de la Aguja Celeste con sus manos desnudas!

"¡Imposible!" exclama el Búfalo Dorado retrocediendo un paso.

Materializándose a su lado, el Águila Dorada se reúne con su compañero.

"¿Qué clase de monstruo es éste, Kardis?"

El guerrero búfalo niega con su cabeza sin acertar a responder a su compañero.

"No… ¡no lo sé, Avix!" atina a responder tras tragar saliva.

Volviendo su cabeza poco a poco y con gran esfuerzo, Aioria observa a los dos centinelas de Telos sin bajar su puño.

"Han… cometido… un grave… ¡error!" grita mientras que se vuelve hacia los dos guerreros que lo miran apenas acertando a intentar poner una postura de defensa. "¡Sólo han logrado alimentar mi propia técnica! ¡Perezcan al recibir mi RELÁMPAGO DE VOLTAJE!" grita Aioria bajando su puño e impulsándolo con su propio cosmo contra sus asombrados enemigos, quienes son incapaces siquiera de levantar sus defensas.

Como si un caudaloso río de energía escapara, ineludible, de los dedos de Aioria de Leo, la zona entera es iluminada por el fulgor dorado del ataque aumentado por la energía del cielo. Y asemejando a un río desbordado, la corriente incontenible de energía golpea ambas torres atalayas que custodian la entrada a Telos siendo derrumbadas de manera efectiva e inmediata, siendo reducidas a polvo.

Cansado y llevado al borde de sus fuerzas, Aioria baja su vista y deja caer sus brazos a su lado sin vigor. Sus piernas apenas sosteniéndolo en pie, aguarda el final del fulgor de su ataque, para corroborar que sus enemigos fueran barridos.

Al desaparecer cualquier rastro del ataque y volviendo a reinar el silencio, Aioria levanta pesadamente su vista para observar como sus enemigos parecen haberse congelado con una expresión de pánico en sus rostros, sus pieles de pronto parecen ser rasgadas por millones de finas heridas y la sangre brota por ellas, al tiempo que sus cuerpos se iluminan con energía dorada y sus armaduras se desprenden para armarse delante de ellos, al saber que sus dueños han perecido. Ambos cuerpos caen pesadamente.

"Athena…" piensa Aioria al cerrar los ojos y caer pesadamente contra el suelo.

Recuperó conciencia al sentir que alguien le ayudaba a sentarse tras haberle vuelto, poco a poco, abriendo los ojos, el Santo Dorado del León se encontró con la vista de una bella joven que le ofrecía agua. Un poco atontado por su desmayo, Aioria bebe un poco del agua que toma hasta que repara en el detalle de que, el bello rostro de la joven muestra dos lunares, rasgo nato de los descendientes de Lemuria. Puesto en alerta, Aioria lanza lejos el plato en el que bebía el agua y se pone de pie torpemente.

"¿Quién eres tú? ¿Qué pasa aquí?" pregunta en alerta mirando a su alrededor.

Al volver sus ojos donde estuvieran las torres, Aioria se encuentra con una escena terrible, un ejército de guerreras lemurianas cubiertas por armaduras parecidas a las de los santos de plata, todas de un mismo diseño y portando lanzas le observan bajo sus temibles cascos con diseño que concluye en vistosos penachos violetas. Sobre un caballo, un hombre, con largas túnicas azules y plumas negras lo mira con gesto serio, los dos guerreros caídos, levantados en un par de camillas sin rastros de las armaduras, ni de ellos, ni de los Santos de Athena. La joven que le ayudara a beber el agua, se pone de pie lentamente y lo observa un momento mientras que se incorpora al cuerpo de guerreras. Volviendo su mirada rápidamente para buscar a Mu, observa que éste, ha aceptado la ayuda de la guerrera sin problemas. La guerrera se separa mientras que el Santo de Aries se aproxima a su compañero.

"Es inútil que traten de resistirse, forastero." Dice una voz que habla con tono lleno de mando hacia los dos Santos de Athena. "Son fuertes, pero ni ustedes serían capaces de detener a una legión de guerreros de plata de Lemuria." Declara sin un tono que delate alguna emoción.

"Me parece que tienen razón, Aioria, además, nuestras armaduras…"

"¿Dónde están las Sagradas Armaduras Doradas de Athena?" pregunta Aioria con tono altivo. "¡Hablen!"

El hombre observa desde el caballo al guerrero de Leo con mirada penetrante y con un cierto dejo de desprecio.

"No están en posición de hacer ustedes las preguntas, Extraño." Responde el hombre finalmente. "Ni yo estoy aquí para responderlas…" dice con un rastro de lástima. "Será mejor que se rindan y que nos acompañen de manera pacífica, ya ha habido demasiado derramamiento de sangre en la Sagrada Telos como para aunar la suya y la de otros de sus hijos."

La mente de Aioria intentó contravenir las palabras del extraño, pero pudo analizar mediante su propio cosmo el estado caótico de la mente de su compañero Mu y lo inútil de luchar, fuera lo que fuera, era obvio que las respuestas que quería obtener, no las tendría si luchaba. Resignándose al hecho, Aioria decidió no oponer más resistencia. El hombre, desde el caballo, logró leer todos los signos de su rendición y asintió a sus guerreras quienes abrieron un paso directo hacia él.

"Es inútil que les digamos que no habíamos venido a luchar, Aioria…" dice Mu con voz rendida que irrita al León Dorado. "Hemos matado a dos de sus guerreros más grandes."

Con tono arisco y reflejando una contraposición total con el Santo Dorado de Aries, Aioria responde.

"Si en algo te tranquiliza, Mu…" dice mostrando sus manos heridas por el torrente de energía liberado "…No fueron tus manos las que los exterminaron."

Mu abre los ojos sorprendido sintiendo el rechazo absoluto de su compañero quien toma la iniciativa de caminar entre la senda abierta por las guerreras plateadas. Mu le sigue con la cabeza gacha unos momentos después.

Ambos guerreros al llegar ante el hombre montado a caballo se detienen y le miran desde abajo. El León Dorado, con mirada dura y cuestionante, el Carnero con una llena de preguntas y un sentimiento de abandono total.

"Todas sus preguntas serán respondidas en el Palacio de Cristal." Dice el hombre quien se vuelve lentamente internándose en la cueva que las destruidas torres guardaran celosamente.

Los cascos del caballo y los pasos uniformes de las guerreras de Lemuria eran lo único que eran capaces de escuchar ambos hombres en su camino oscuro que los internaba a la montaña. Prodigiosamente, la oscuridad no era total, de entre las paredes, un extraño fulgor parecido al de las estrellas en la noche más profunda lograban iluminar en algo el camino, que, por otro lado, era limpio y sin obstáculos.

El grupo caminó lo que pareció una hora, hasta que al fin, la semipenumbra del túnel parecía romperse con la entrada poderosa de una luz potente y luminosa que bien podría haber sido la del sol, que pasaba por una alta rendija que parecía estar flotando, pero que, cuando Aioria y Mu lograron distinguir mientras se acercaban un poco más, estaba realmente sobre una gruesa puerta gemela que cerraba la salida del otro lado del túnel. Unos minutos después, el cuerpo de guerreras se detuvo en dos perfectas hileras de igual tamaño de uno y otro lado de las paredes del túnel y cerrando sus ojos como si oraran, dejaron escapar una emisión de energía psicokinética de color purpúreo que pareció mover las puertas gigantes que guardaban la entrada a Telos: La Última Ciudad de Lemuria.

Cerrando los ojos por la intensidad del brillo de la luz que provenía del otro lado, los guerreros de Athena no lograron distinguir de manera clara lo que se encontraba al otro lado de las puertas que se abrieron sin hacer mucho ruido.

Nada los hubiera preparado para la vista que los aguardaba.

Una enorme planicie, iluminada por lo que parecía ser luz solar proveniente de un sitio misterioso, mostraba el asiento de viviendas pequeñas pero bellas que asemejaban al diseño de las torres de Jamir y las de Shasta. Verdes prados e incontables manantiales de agua mostraban aves y fauna totalmente exótica y olvidada durante siglos en la Tierra, y al fondo, asentado en un valle entre dos grandes ríos y un par de levantamientos que asemejaban a montañas, una estructura cuadrada con grandes columnas y diseño elegante que sobresalía por sobre todas las construcciones, blanca y tan brillante, que parecía relucir como la luna, con un fulgor mucho más nítido y claro que el de éste astro. Un rectángulo perfecto, carente de líneas curvas, en sus interiores, que pronto descubrirías, hallarían una exquisita redondez en muchos de sus terminados.

"¡Es como si de allí proviniera toda esta luz!" pensó asombrado el Carnero Dorado.

"El Palacio de Cristal… ¡a dónde nos llevan!" pensó a su vez el León Dorado.

Pero si toda esta vista no fuera lo suficientemente asombrosa, lo verdaderamente extraordinario era el aura de paz y de armonía que se lograba percibir en todo ese enorme y desconocido territorio.

"¡Esta es Telos!" exclamó el hombre a caballo mostrando por primera vez en la inflexión de su voz algo de emoción, que volviéndose a ellos, concluyó. "No son bienvenidos."

El grupo descendió por lo que parecía ser la vereda hecha en los cerros en el mundo exterior. Al pisar el pasto verde y salvaje, y observar la cantidad enorme de insectos voladores que les recibieron en multicolor despliegue, Aioria y Mu se sintieron invadidos por una serie de sentimientos que les era imposible describir.

"¡Athena!" pensó asombrado el Santo de Leo. "¿Acaso los Campos Elíseos son tan bellos como éste lugar?" se preguntó mientras observaba a sus alrededores.

La fragancia de flores y yerbas desconocidas y extintas hacía mucho enmarcaron los pensamientos del guerrero de Athena al caminar escoltado por las guardianas lemurianas. Mu observó sus alrededores y logró percibir que la vegetación, a pesar de encontrarse en medio y alrededor de un sofisticado complejo urbano, era salvaje y virgen. Como si el pasto en el que caminaban jamás fuera pisado más que por aquellas míticas bestias que convivían sin problemas entre sí, depredadores y presas, todas, caminaban y coexistían sin el menor rastro de la tensión que la cadena alimenticia en el mundo exterior conllevaba la vida y la cruel selección natural.

"¿Es posible que el hombre haya buscado en los Cielos tantas veces sus respuestas y no percatarse de que todo aquello que han soñado se encontraba más cerca de lo que jamás imaginaron?" se preguntó el Carnero Dorado con pensamiento triste.

Al proseguir su camino, fue inevitable que se encontraran con las colonias humanas que laboraban alrededor de sus viviendas en trabajos agrícolas. Vestidos sencillamente, todos mostraban en sus físicos la evidencia de que esta era Lemuria.

Grandes ojos, bellos rasgos y pieles blancas, jamás tocadas y bruñidas por el sol, los lunares característicos y los colores típicos del cabello de esta raza: verde, morado, rojo y amarillo en diversas facetas, que parecía ofrecer un espectáculo multicolor. Y sus miradas que se posaban sobre de ellos, con un evidente rechazo, pero que, a pesar de todo, detrás de este gesto, mostraban la inocencia y el temor de haber sido mancillados. Una mezcla de reproche y antipatía que era imposible de definir, y que, al menos para uno de los guerreros de Athena, imposible de soportar. Mu volvió su rostro hacia el otro lado apenado. Desearía no mostrar esas características lemurianas en estos momentos, que lo convertían en una especie de traidor. Unos pasos adelante, Aioria se volvió a ver a su compañero. La inflexión en el cosmo mental de Mu le había llamado la atención. ¡Mu estaba dudando! Eso lo enfureció. Pero guardó la compostura, para llegar al fondo de todo este misterio, la prudencia era la estrategia a seguir.

Luego de caminar otra hora desde su salida al túnel, el grupo llegó hasta las puertas enormes del Palacio de Cristal. Guardado por un par de enormes guerreras lemurianas en armaduras doradas que mostraban rasgos parecidos a las armaduras exhibidas por los guardias de las torres, cruzaron sus espadas tapando el camino de Aioria y de Mu. El hombre a caballo cabalgó unos pasos y les observó.

"Estos dos, vienen a una audiencia con Su Majestad." Informó tranquilamente.

Ambas guerreras tras escuchar sus palabras desistieron de su postura defensiva y les permitieron pasar detrás del hombre. Ambas, observando con cautela y con ira a estos desconocidos que habían acabado con sus amigos.

El palacio mostraba al ingresar, una imponente plaza que estaba rodeada de imponentes murallas, guardadas en cada esquina por guerreras plateadas semejantes a las que les habían escoltado hasta ese lugar y con una altura semejante a un edificio de 20 pisos. El hombre a caballo se detuvo y bajó de su cabalgadura, que fue recibida por otra guerrera que se llevó al animal. Aioria se percató hasta ese momento que la bestia no llevaba brida. Otra guerrera se acercó al alto hombre en vestiduras azules y negras.

"Ministro Edión, la Reina le espera."

Asintiendo con movimiento elegante y armonioso, Edión condujo a Aioria y a Mu por imponentes y altos pasillos de escaleras que los llevaron hasta la parte superior de uno de los edificios que conformaban el Palacio de Cristal. En ningún momento, las otras guerreras, ni ningún otro de hecho, les escoltaron. Pronto, llegaron hasta una sala que era guardada por puertas enormes de un material parecido al marfil, que mostraba un bello grabado de lo que parecía ser una isla en medio del mar. El Santo de Aries abrió los ojos con sorpresa.

"¡Lemuria!" exclamó en su mente.

Edión se volvió al joven de cabellos morados y le observó fijamente. Mu al sentir la mirada del primero, agachó su cabeza. Las puertas se abrieron de manera suave para mostrar un salón amplio con columnas que remataban en las alturas con grandes ventanas, una sólida pared al fondo y, en medio, sobre lo que pareciera un altar, una enorme silla de color dorado y rojizo donde se encontraba sentada una bellísima mujer que ostentaba en su vestido una tela que parecía reflejar la luz sobre sí y proyectarla a la vez, de color dorado y blanco, largo. Un intrincado peinado de trenzas rubias que iban de las más cortas al frente hasta largas hacia su nuca.

"Si la mujer se pusiera de pie…" pensó Aioria deslumbrado ante la presencia de ésta. "Su cabello tocaría el suelo." Concluyó.

Sus ojos, grandes, como los de todo lemuriano y de color verde, y en su frente, dos lunares adornados con una pasta dorada que les hacía resaltar. Mu abrió los ojos asombrado.

"¡Polvo de Estrellas!" pensó reconociendo el material que adornaban los lunares.

Edión, llegando hasta el frente y postrándose delante de la mujer, exclamó.

"Reina Ling, he aquí a los hombres que han venido a causar desgracia en Telos." La voz del hombre estaba llena de pesar e indignación.

"¡Ling!" abrió los ojos Mu al escuchar el nombre de la mujer en el trono.

Ninguno de los Santos de Athena repitieron el gesto del ministro del reino, quizá, por efecto de la sorpresa del lugar y de la presencia majestuosa de aquella bellísima mujer, quien volvió su mirada hacia ambos con movimiento lento, mientras que sus labios se abrían al mismo ritmo que sus demás movimientos.

"La hora de responder a sus preguntas ha llegado, Extraños." Dijo la mujer con voz modulada. "Todas las respuestas las tenemos, ya que su presencia aquí, aunque repudiada, no era inesperada, era cuestión de tiempo para que uno de los perdidos hallara su camino a Lemuria. Aunque admito que jamás previmos que uno de los seguidores de… Athena viniera siguiendo sus pasos." Concluyó haciendo énfasis en el nombre de la diosa de la guerra que denotaba rechazo.

Aioria y Mu, llevados de sorpresa en sorpresa intentaron recuperar su aplomo.

"Señora." dijo una voz que se aproximó al trono llevando entre sus manos la Caja de Pandora de Leo y una segunda que llevaba la Caja de Aries como si de nada se trataran depositándolas en el suelo. "Esto se encontró junto con los extraños."

La mujer observó los diseños de las cajas y los símbolos que mostraban, para volver su vista llena de reproche a los dos guerreros del Santuario.

"Veo que sus modos primitivos no han sido corregidos."

Aioria bufó ante la respuesta y con tono insolente respondió.

"¿Primitivos?" preguntó con tono de sorna. "¡Poco tienes qué decir al respecto mujer, cuando una legión de mujeres en trajes de guerra nos escoltó hasta acá, sin contar con los dos que nos recibieron!"

Levantándose rápidamente, Edión se volvió a Aioria y gritó.

"¡Silencio! ¿Cómo te atreves a hablarle así a la Reina Ling, Extraño?" preguntó abofeteando el rostro del León Dorado. "¡No hablarás si no se te autoriza!"

Aioria recibió el golpe sin hacer un gesto por evitarlo. Mu abrió los ojos sorprendido ante el sonido que este acontecimiento provocó en el salón. De pronto, la armonía parecía haberse roto.

"Mantén la calma, Edión. Pronto todo este asunto habrá sido arreglado, no hay más necesidad de desequilibrar Telos por la intrusión de estos hombres." El ministro, volviéndose apenado a la mujer que le había reprendido, bajó el rostro apenado tras ver su mano sorprendido. Por su mente y sus venas, una emoción ajena y totalmente desconocida había hecho que hiciera lo que jamás hubiera concebido. Ling notó los pensamientos que corrían por la mente y el alma de su ministro, y volvió sus ojos de manera fija en los extraños.

"En verdad son peligrosos." Pensó la mujer alarmada. "Pronto dejarán de serlo, cuando sean 'armonizados'." Concluyó tranquilizándose en su mente.

Edión al escuchar la orden de su soberana baja la cabeza haciendo de lado toda preocupación que le invadiera, mientras que dentro de sí, el desorden parece querer tomar control de su mente.

"Bien…" se escucha una vez más esa voz que parece ser la única que se levanta de pronto en toda Telos, la voz imponente de Ling, la reina, y cuya fuerte personalidad parece marcar el compás al que los ritmos se mueven en toda la planicie. "… Me imagino que ustedes tienen muchas preguntas, mismas que no han formulado…" dice mirando a Aioria, quien la observa cuestionante y a Mu que la mira con una extraña mezcla de temor y respeto. "Pero no hay necesidad de que lo hagan, supongo que sé cuáles son todas…"

"¿En serio las sabe?" pregunta Aioria sonriendo retadoramente ante la mujer y sosteniendo su mirada de forma insolente a ella. "No creo que sepa las verdaderamente importantes…"

"¡Aioria!" exclama Mu llamando a la prudencia a su amigo.

"¡Por favor, Mu!" responde Aioria volviéndose violentamente hacia el Carnero Dorado. "¿Qué pasa contigo, Caballero?" Mu lo escucha dibujando ahora en su rostro una expresión de incomprensión. "¡Desde que hemos entrado aquí te has comportado como un verdadero tonto!"

Mu vuelve su rostro apenado y cerrando sus ojos responde con voz baja.

"Creo que no me comprendes…"

El León Dorado ante esta afirmación queda impávido. Tan simple la frase y tan cierta. Era incapaz de comprender lo que pasaba por Mu en estos momentos, pero para ser francos, no le importaba. Lo único que sabía es que estaban rodeados de enemigos, y que esta aventura bien podría ser la última en sus vidas. ¡Pero no les sería tan sencillo acabar con él! Estaba por recordarle a Kiki, cuando una vez más, la voz de Ling resonó en el salón blanco.

"La única manera de saber si responderé a las preguntas que dices que son 'las importantes', Extraño, es dejando que las responda." El tono de la mujer es extrañamente enigmático y envolvente. Intrigado, Aioria se vuelve para observarla con la misma expresión grosera de hacía unos momentos. "¿Acaso los guerreros de la diosa Athena son tan descorteses para no dejar hablar a una dama?"

Aioria traga saliva ante el cuestionamiento, ansioso por responder a la ironía de las palabras de aquella misteriosa mujer, pero se recordó una vez más que su propósito ahí era, por el momento saber, saber el paradero de Kiki y conocer lo que la mujer tendría que decir, quizá, habrían más respuestas en ellas de las que la propia reina de Telos podía incluso pensar que daría. Guardando silencio, Aioria prestó atención a la rubia quien lo estudiaba con detenimiento y fascinación.
"Hace muchísimos años, más de los que ustedes pudieran contar con su memoria y comprender, el mundo era un sitio diferente. Ustedes humanos no han sido los únicos en habitar esta Tierra, ni en gozar de un periodo de reinado en ella, siglos antes, este sitio fue habitado por otras razas, por otros seres que trascendieron las pobres limitaciones que los atan a ustedes a su mediocridad. El conocimiento llevó a varios de esos antiguos seres a convertirse en lo que ustedes, en su incomprensión, no supieron más que llamar 'dioses…'"

En los días en que la Tierra estaba menos poblada y su raza comenzaba apenas a despegar en su evolución, los que fueron llamados 'dioses' lograron adquirir el conocimiento del control de la naturaleza y la memoria, así como comprender, prácticamente de manera innata, el manejo del campo vital que los Santos de Athena llaman "cosmo".

Entre estos seres de gran poder y sabiduría, se encontraban Zeus, Poseidón, Hades, los cuales, fueron los primeros en llegar a este conocimiento. El poder pronto hizo mella en sus corazones y sus almas y sometieron al mundo a un juicio injusto que ignoró a todas las razas que le habitaban, y como si fuesen una mera mercancía y un hecho fortuito, se dividieron la posesión de bienes materiales y espirituales. Sin embargo, su salto en conciencia pronto fue seguido por otros más, y de pronto, su poder se comenzó a ver limitado y cuestionado. Lo que tenían ellos, lo querían otros. Hubo necesidad de defenderse de los que eran más agresivos, y pronto, la comunidad de dioses se encontró dividida, combatiendo entre sí, deteniendo su evolución.

Su raza, pronto fue creciendo poco a poco y se incorporaron a estos combates que hoy, como evidencia su presencia y lo que traían consigo, se siguen realizando hasta el día de hoy.

Pero antes de que estas guerras estallaran por vez primera, otra raza de seres se desprendieron del árbol evolutivo, una raza que, cansada del salvajismo de los humanos, pusieron su empeño en apartarse de ellos y poder tomar su propio camino. Embarcándose, ésa raza partió de los continentes hasta llegar a una isla en medio de un océano y poder vivir lejos de esos seres codiciosos.

El tiempo pasó, y ése pueblo llegó a ser conocido como la nación de Lemuria. No escapó a nuestra atención el hecho de poder seguir el mismo camino que llevó a aquellos a convertirse en dioses, pero no seguimos. Alcanzarlos equivaldría tanto a cómo ingresar a una arena y entrar en una batalla en la que no teníamos el menor deseo de participar.

Detuvimos nuestro camino en algunas áreas, pero en otras, lo avanzamos, y fuimos poco a poco erigiendo una civilización que se convirtió pronto en una joya difícil de ignorar por los dioses. Nuestros cuerpos y nuestras mentes se desarrollaron, en conjunto con nuestros sentidos. Ahora imaginen: una nación sin el dominio de ningún dios que contenía a los hombres más sabios de todo el planeta, longevos y con el uso de sus mentes como armas. Un país rico y lleno de adoradores. Era un fruto que parecía estar a la espera de la mano más atrevida, o codiciosa, para arrancar.

Fue cuestión de tiempo para que Lemuria se diera cuenta de que el mundo no era el sitio tan grande que era al comienzo. Con una hueste de seres llamándose a sí mismos dioses, ensalzados por las ciudades-estado de los hombres en los continentes. Era inevitable que esta expansión no nos tocara.

En los albores de la historia entre los dioses, Athena logró hacer un pacto con Zeus, máximo guerrero celeste, y aliándose, el dios concedió soberanía sobre la Tierra a ésta, ingresándola a la fuerza y rompiendo el pacto primigenio entre hermanos: los cielos para Zeus, los océanos y mares para Poseidón y el inframundo para Hades, dejando a La Tierra como campo común para todos.

Poseidón, siempre celoso de obtener más territorios, prontamente desconoció la autoridad de Zeus para conceder tierras, y en un escarceo, que terminó con la victoria del rey de los cielos, retrasó la confrontación. Athena, con su sabiduría, había logrado vencer al dios de los mares en un acertijo que decidió el destino de millones de almas en el futuro. Cuando Athena puso sus ojos en Lemuria, era demasiado tarde. Poseidón había proclamado su soberanía sobre ella. Los mensajeros de Atlantis llegaron para informar de esto… y muy tarde comprendimos que no nos habíamos alejado lo suficiente.

Athena entonces se acercó al temeroso pueblo de Lemuria y nos ofreció una alianza, junto con ella y Zeus. Prometió lanzar fuera de nuestra nación el yugo de Poseidón a cambio de aceptarla a ella como patrona de nuestra ciudad. El trueque simplemente cambiaba el nombre de quien nos gobernara sin ningún derecho, pero al menos, la segunda parecía dejar más campo de acción y libertad. ¡Ay, si entonces hubiéramos sabido lo que esto nos acarrearía!

Poseidón no recibió bien el rechazo de Lemuria, y se ganó su odio eterno. Juró que ya había perdido Athenas, pero que no consentiría en perder Lemuria, la más grande nación del mundo entonces. Habiéndose armado durante el tiempo de paz de ascensión al poder, Poseidón se lanzó en una guerra destructora rebelándose contra Zeus. El dios de los cielos y la diosa de la guerra, honrando sus tratos, se alzaron contra las huestes de Poseidón, mejores armadas. Muchos hombres murieron.

Incapaces de separarse del conflicto, los lemurianos otorgamos a Athena la respuesta a su pregunta: la creación de armaduras con material celeste que pusieran en igualdad de condiciones a sus guerreros. Analizando el material de las otras, pronto nos fue posible realizar armaduras de fuerte metal, gracias a la destreza de los lemurianos. Athena decidió añadir a esas armaduras, un toque que les diera una ventaja más sobre los guerreros de Poseidón, quien había forjado armaduras de un metal imparable: la vida de las armaduras. Utilizando su gran poder, la diosa de la guerra insufló la vida misma en éstas al bañarlas de polvo cósmico, de polvo estelar: armadura y guerrero serían uno mismo. Mientras que el ejército de Athena, los primeros, combatían valientemente contra el enemigo marino, en Athenas, la diosa implanta su Santuario. Los hombres más grandes de sus ejércitos combatían en el frente, y en la necesidad de contar con un maestro para los jóvenes que les enseñaran a usar sus nuevas armaduras y el uso del cosmo, la diosa nombró a un Lemuriano Patriarca de su orden, para propagar el uso del cosmo y la conjunción de éste con las armaduras.

Los nuevos Santos de Athena pronto estuvieron preparados, y los 8 más destacados, lograron hacer que las fuerzas de Poseidón se retiraran a Atlantis, donde finalmente, creyeron poner un fin a la amenaza del dios de los mares cuando hundieron su asiento de poder: Atlantis, en la inmensidad del océano.

Concluida la primera guerra entre los dioses, Athena se dedicó a fortalecer su asiento de poder en Atenas, poniendo todos sus esfuerzos en erigir ése sitio, y saqueando a Lemuria de sus conocimientos. Los antiguos aliados de la diosa, ahora no éramos más que sirvientes y fuente de riqueza y conocimientos. Cuando parecía que la paz había llegado nuevamente, estalló una disputa entre los dioses.

Nunca conformes con lo que tenían, ahora además, parecían encontrarse aburridos. Una diferencia de ideología respecto a lo que pasaría con el hombre como raza hizo que un nuevo cisma entre los dioses se suscitara. Como siempre, Athena y Zeus impusieron su punto de vista por sobre los demás dioses. Poseidón, Eris, Ares y Hades se erigieron contra esta visión, y acordaron regresar después de un determinado tiempo para erigirse ganadores, una vez más, siendo La Tierra y todos sus habitantes, víctimas mudas ante cuestiones que los dioses estimaban fuera del alcance de cualquiera de estas consideraciones1.

Y entonces ocurrió que llegó el doloroso momento en que los Lemurianos aprendieron la lección de que los dioses, no son infalibles. Lo que fuera anteriormente el punto más fuerte de Athena, ahora se había convertido en su flanco más descuidado y en su debilidad más escandalosa. Poseidón se levantó de nueva cuenta contra La Tierra y contra Athena y descargó su más grande furia contra nuestra Nación ante la impasibilidad de Athena, más preocupada por su Santuario y por los hombres que ahora la adoraban. Lemuria, no sobrevivió esto.

En medio del cataclismo, algunos de nuestros antepasados, habiendo siempre temido un desenlace fatal en cuanto a las guerras divinas, habían realizado exploraciones en terreno seguro y lo suficientemente oculto como para poder escapar de este ciclo de combates sangrientos. Muy pocos llegamos a alcanzar nuevamente La Tierra, y muchas veces, habrá pasado por la mente de ellos, que un nuevo día no sería jamás observado por nosotros. Ocultándonos dentro de ésta montaña, reiniciamos nuestra historia, jurándonos jamás volver a confiar en ninguno de esos seres llamados "dioses", y juramos también jamás revelar nuestra existencia a los hombres, puesto que estos se habían extendido por sobre la Tierra y siguiendo el ejemplo de sus figuras adoradas, destruían todo aquello con cuanto entraban en contacto.

"Así, hemos logrado sobrevivir todos estos siglos, seguros y felices, prosperando en esta ciudad aislada del ruido y la sangre que ustedes y sus dioses tanto parecen adorar."

Mu permanece absorto ante el relato. Aioria se sonríe una vez más y responde.

"No son más que unos cobardes."

"¿Qué has dicho?" pregunta Ling exhibiendo por primera vez un dejo de molestia ante las palabras del León Dorado.

"¡Lo que escuchó, Su Majestad!" dice enfatizando burlonamente el tratamiento. "Yo lo que veo aquí es un sitio en el que la persona que se sienta en ese trono perpetúa su poder alimentando el miedo de su gente… ¿acaso es que todo mundo aquí ha querido siempre vivir encerrado y aislado? ¿jamás se han preguntado si lo que ustedes creen cierto es la verdad?"

Ling, más recuperada de la sorpresa, escucha con atención las palabras del Caballero de Leo, y ahora ella es la que sonríe irónicamente.

"¿'La Verdad'" dice conteniendo el deseo de estallar en carcajadas. "Por supuesto, me imagino que 'la verdad' de la que ustedes son dueños…"

Aioria observa a la reina esperando la respuesta.

"Hay quienes han intentado salir, pero hay más quienes han querido entrar, joven humano." Responde al fin la mujer de trenzas doradas. "¿Prestaron atención al paisaje que los recibió?" dice mientras los observa, la mirada de Aioria, indiferente, la de Mu, brillante. Ante esta respuesta, Ling posa su mirada en la mirada del Carnero Dorado, el cual sólo acierta a asentir con su cabeza sin apartar sus ojos de los ojos de la soberana. "Todas esas especies… buscaron refugio con nosotros, hastiadas de ustedes y de los juegos de guerra de los dioses."

Aioria estaba por preguntar sobre los que habían salido y su destino, pero Mu se adelantó a hablar al fin y preguntar.

"¿Kiki?" todos observando al joven de cabellos morados se asombran de escucharlo hablar al fin. "¿Qué hay de Kiki? ¿Porqué lo trajeron aquí?"

Ling una vez más sonríe ante la pregunta, mientras que Aioria vuelve su mirada lentamente a la mujer esperando la respuesta.

"Una vez los lemurianos nos hicimos de lado en tomar un asiento entre quienes toman las decisiones del mundo sobre nosotros… no más." Responde enigmáticamente. "Hemos decidido que el destino tarda mucho en cumplirse, Renegado." Responde con fuerte acento. "Y hemos decidido mover las manos de lo que algunos llaman 'destino.'"

Sin comprender a las palabras de la mujer, Aioria se pregunta cuál es el gusto de ocultar una verdad que, supuestamente, respondería sin tapujos.

"¡Llévanos con él!" exige fastidiado y llevado al borde de su paciencia el León Dorado. "¡Queremos verle! ¡Él no vino por su propia cuenta! ¡Ustedes lo robaron!"

Ante la orden de el Caballero de Athena, Ling se vuelve hacia ambos lados y parece hacer un gesto apenas perceptible con su cabeza, haciendo que Edión camine detrás de ellos, al tanto que un grupo de guerreras de plata les parecen escoltar, bloqueando la totalidad del pasillo hacia su salida.

"Ustedes se darán cuenta de que Kiki está precisamente donde siempre ha deseado, humano…" responde Ling con voz fuerte mientras que mueve sus dedos sobre los brazos del trono, emitiendo un sonido apenas audible que a Aioria le parece el que emite un botón al ser presionado. "Y tanto tú, como ése, pronto estarán igualmente donde desean…"

"¿De qué estás hablando? ¿Crees que seremos víctimas fáciles?" dice poniéndose en posición de combate. Mu retrocede un paso intentando despejar las ideas que vuelan por su mente y que lo aturden.

Ling vuelve a sonreír una vez más, una sonrisa amplia, que tanto al León Dorado como a Mu de Aries hace que su sexto sentido se alerte, y un sonido enorme parece llenar la sala, moviendo por completo el enorme salón de trono donde se encuentran.

Detrás de la alta pared lisa y, aparentemente sólida, una tenue línea se dibuja partiéndola en mitades exactas, abriéndose poco a poco, haciendo estremecer las paredes y el suelo donde se paran ante, la aparente, tranquilidad de todos.

Un halo púrpura parece escapar desde dentro de lo que parece una gran cámara detrás del Salón del Trono de Telos, un halo que, a pesar de su exótico color parece deslumbrar a quien lo mira. Al ir pudiendo discernir lo que ése sitio guarda, tanto Mu como Aioria abren los ojos con sorpresa sin acertar a qué decir.

Al abrirse en su totalidad, la luz púrpura incrementa su intensidad y provoca que ambos guerreros dorados se cubran los ojos al tornarse todo blanco en sus vistas y en sus mentes. Antes de perder la conciencia, Aioria pensó cuanto había aprendido a detestar las sorpresas en este viaje…

Concluirá…

1 Esto puede ser leído con mucho más detalle en el magnífico fanfiction "Cosmo de una Nueva Era" escrito por el gran fanficker IaN HaGeN, y cuya historia ocurre en el futuro de Saint Seiya y de estas Crónicas Zodiacales. – Nota del Autor