El sol le deslumbró al abrir los ojos. No era de extrañarse, en esta época en que la brillantez del astro rey se incrementaba en el de por sí ya soleado, Santuario. El olor a salitre invadió sus fosas nasales y el ruido del mar cercano le pareció un remanso de paz para momentos de angustia sufridos. Miró hacia abajo para encontrarse con sus piernas, sí, estaba sentado.
"¿Haraganeando, Aioria?" escuchó una voz delante suyo que le hizo abrir los ojos y pasar de un estado somnoliento a uno de alerta total. Su respiración aumentó al tiempo que su corazón palpitó de manera rápida. "¿Sería posible lo que estaba escuchando?" Alzó la vista rápidamente para encontrar una visión que él pensó jamás volver a tener.
De pie, delante de él, el rostro compasivo y cálido de Aiolos de Sagitario dibujó con muchos esfuerzos, un gesto severo, que era desmentido por el inmenso cariño que desprendía esa mirada mágica y anhelada que su hermano mayor siempre tenía para con él al guiarlo por el camino del Cosmo. No lo pudo contener y sin invitación, sus ojos se aguaron, sintiendo el piquete de las lágrimas de una inmensa alegría y alivio que sentía todo en uno.
Y sabiéndose un niño, dejó de lado cualquier postura que pudiera parecer fuera de lugar. Con todo el impulso que su alegría le diera, Aioria se levantó de un salto y se lanzó hacia su hermano para darle un fuerte abrazo, ante la mirada sorprendida de su mentor, el cual lo recibió gustoso con otro abrazo fuerte y que lo llenó de una tranquilidad desconocida para él desde lo que le parecieran años.
"¡Hermano, hermano!" escuchó su voz exclamar con un tono diferente al que se había acostumbrado a escucharse. El grito era más un sollozo que una exclamación. "¡Eres tú, en verdad vives y todo esto es verdad!" continuó.
Aiolos acarició los cabellos revueltos de su hermano, un poco más despeinados y ensortijados que de costumbre debido al roce de la brisa marina. Cualquier gesto fingido de severidad hecha de lado, el hombre mayor dejó que su hermano menor descargara toda su tristeza o alegría ¿qué era? ¿Ambas? Y le infundió toda la seguridad que podía al rodearlo con sus brazos, mientras que escuchaba como este joven que era su hermano y en el cual tenía sembradas grandes expectativas, daba paso a una demostración de cariño que era inusual en él, aunque para Aiolos, el cariño de su hermano no era una novedad. Su admiración y su amor eran una dulce constancia en su vida que lo hacía feliz más allá de muchas circunstancias complejas.
"¿Qué pasa, Aioria?" preguntó finalmente tras un par de minutos, y notando que el estallido emotivo se iba haciendo menor. "¿Has vuelto a tener una de esas pesadillas, hermano?" preguntó con voz paternal. "¿Ves lo que te pasa por dormir durante el entrenamiento?"
Aioria volvió su rostro y su mirada aún incrédula al rostro de quien le abrazaba y pudo comprobar, con la certeza de la realidad, que esto no era un sueño, sino una realidad.
"Hermano…" atinó únicamente a decir. Mentiría si mostrara pena, en realidad, estaba alegre, una vez más la felicidad lo embargaba y el sentimiento de seguridad era uno con él, no una seguridad impuesta, la barrera que ponía delante de todos, la defensiva, hecha a fuerzas de recibir insultos y desprecios.
"Todo está bien, Aioria." Dijo Aiolos arrodillándose delante de su hermano. "Todo ha sido un sueño terrible, una pesadilla… sea lo que sea que hayas soñado, eso está en el pasado."
El joven sonrió una vez más al pequeño. Aioria asintió, finalmente dejando de abrazar a su hermano y limpiando sus lágrimas del rostro.
"Este ha sido el peor sueño que he tenido, hermano." Replicó a su admirado Maestro. "¡Fue tan real que prácticamente hubiera jurado que era la realidad!"
Aiolos escucha respetuoso al pequeño con gesto serio, con algo de preocupación dibujada en su rostro. ¿Era esto el despertar del Sexto Sentido de su hermano menor? Las cosas estaban tan complicadas en El Santuario que…
"¡Ven!" dijo Aiolos poniéndose de pie y dando un paso en sentido contrario al monte. "Es hora de que vayamos por la comida, hoy lo haremos en nuestra casa, Aioria, te has quedado dormido y eso significa que estás cansado... sólo por el día de hoy, permitiré que descanses."
Aioria miró de vuelta al sitio, aún incrédulo. ¡Era su hermano! ¡Y estaban juntos! ¡No habían ocurrido las desgracias en su vida que los llevarían a separarse sin hablar! Y ante este panorama, el aspirante a la Armadura de Leo se dejó al fin de resistir a creer que esta era una fantasía, meditando que, los momentos felices de la vida a veces son tan increíbles que parecerían un sueño, y que adquieren esas connotaciones una vez que el tiempo nos lleva por caminos más complicados. Su estómago rugió demostrando su hambre y sonrió.
"¡Vaya! ¡Será mejor que nos apresuremos a ir por la comida antes de que tu estómago te devore, Aioria!" dijo Aiolos en una broma que conmovió a pequeño, esa broma que su hermano siempre hacía a expensas de su estómago delatador.Y así, con su hermano por delante, Aioria recorrió el camino memorizado hacia la villa de Athene.
CRÓNICAS ZODIACALES:
CAPÍTULO 4 - LEO: LEGADOSacando un pañuelo atorado entre el cordón utilizado a manera de cinto, el joven interrumpe su actividad física. Dejando de lado el azadón, mira hacia arriba desde debajo de la sombra que, protectora, dibuja a su alrededor su amplio sombrero campesino. Encuentra un sol brillante en exceso que lo obliga a entrecerrar sus ojos, al tiempo que lleva el pañuelo que tomara a su frente para secar su frente.
Volviéndose hacia sus extensas tierras, el joven campesino no puede por menos suspirar lleno de satisfacción. La siembra este año será mejor que la del año anterior, de eso está seguro; y para entonces, podrá comprarle a su familia aquello que deseaba: un vestido nuevo para su mujer y un juguete a su hijo.
De pronto, el campesino medita en lo que recién ha pensado y parece sentir una especie de incomodidad difícil de ubicar. Buscando en su corazón los motivos que le hicieran sentir esta desagradable sensación, siente un poco de alivio al escuchar la voz de un niño que corre a lo lejos agitando su mano con vigor, seguido por una figura más alta detrás, que a diferencia del primero, camina.
"¡Papá! ¡Papá!" grita el pequeño de cabellos rojizos.
El corazón de Mu parece dar un brinco al mismo tiempo que su estómago siente una especie de golpe que interrumpe brevemente su respiración. La vivacidad del pequeño y la alegría inmensa que transmite con su amplia sonrisa, hacen que prontamente, el joven de cabellos morados haga a un lado de manera casi automática cualquier rastro de intranquilidad. Finalmente, el pequeño de cabellos rojizos lo alcanza y se detiene justo frente de él, tomando un tiempo para recuperar el aliento, mientras que el adulto le observa curioso. Volviendo su mirada hacia arriba en una deslumbrante sonrisa, Kiki exclama.
"¡Papá, hemos venido a comer hoy contigo!"
"¿Qué?" pregunta extrañado ante un sentimiento de extrañeza que no logra definir. Incorporándose al dúo, la mujer vestida con ropas vaporosas y de colores cálidos, cargando una canasta se acerca a su esposo. Su mano acaricia el rostro de su marido, al cual mira con una ternura infinita mientras ordena el cabello largo de su esposo que parece querer caer incontenible por sus hombros a pesar de estar sujetos por un lazo en una cola grande que le cae por la espalda.
"¡Mamá, creo que papá muere de hambre! ¡No puede ni siquiera responder!" dice el pequeño de cabellos rojizos estallando en carcajadas, mientras que un perro dormido en un árbol cercano se despierta y corre para recibirlo con ladridos escandalosos.
"El sol te está afectando, Mu." Dice la mujer con una voz suave, tan suave como la piel de sus manos, puede notar Mu. Tan gentil como la mirada llena de emoción y entrega absolutas que ella dirige hacia él. Sus ojos verdes, su piel blanca, su cabello rubio y sus hermosos lunares rojos que completaban el encanto de su rostro. El corazón del hombre vuelve a agitarse con una emoción que le parece desconocida, mientras que siente como la mano de la mujer abandona su rostro y la expresión de los ojos de ella cambian.
"¿Qué pasa, esposo?" pregunta la mujer con tono preocupado.
Ante el cuestionamiento que suena como un eco a lo que pasa por la mente del hombre, Mu sólo acierta a responder.
"¿Cómo, Erin?" dice pronunciando el nombre de esta mujer de apariencia extraordinaria y fuerza interna avasalladora. "¿Qué pasa de qué?"
Mirándolo extrañada, Erin, observa seria el rostro de su esposo, para responder.
"Me mirabas de una manera tan extraña…que pensé que te sentías enfermo." Agregó.
"¿Extraña?" pregunta Mu casi sin pensarlo. "¿A qué te refieres?"
"Era como si de pronto no me conocieras, Mu… me hiciste sentir como si no me hubieras visto jamás en tu vida."
Mu carcajea y tomando la mano de la mujer, quien se vuelve buscando a su hijo, el cual corre distraído con el perro, para evitar dar una escena inapropiada para él.
"No digas eso, Erin." Replica Mu haciendo un esfuerzo por decir las palabras que debe. "Sólo es el hambre y el cansancio… sólo eso."
Ambos se miran fijamente. El hombre de cabellos morados se sumerge en la profundidad de los ojos de esta mujer que parecen llamarle y envolverle en un abrazo interminable, como un ruego que parece hacerle. Más allá de esa mirada, Mu logra percibir un cierto dejo de miedo.
"Vamos." Dice al fin el hombre soltando el azadón donde se encuentra parado. "Tengo hambre, nunca me vendrá mal sentarme un rato con mi familia."
La mujer sonríe y se adelanta llamando a Kiki, dejando atrás a un hombre que la mira a ella y luego al cielo, sintiendo el calor del sol sobre su rostro.
El sonido de la fuente en la plaza de Athene hizo sonreír a Aioria mientras pasaban él y su hermano delante de ella dirigiéndose a los comercios de frutas que se apilaban alrededor en un mercado improvisado. Muchas familias vivían en éste sitio, bajo el amparo de la protección de Athena, algunos, permaneciendo aquí durante generaciones y generaciones, otros, escapando de un mundo intolerante. La Diosa de los Ojos Grises extendía sus manos como si de una enorme madre se tratase.
"Espera aquí, Aioria." Dijo Aiolos a su hermano al pasar junto a la fuente. "Siéntate aquí mientras yo compro lo necesario."
"Sí, hermano." Dijo Aioria asintiendo obediente a las palabras de su hermano, el cual, continuó su camino. Sentado en la orilla de la fuente, Aioria se volvió hacia el interior de la misma. Observó con curiosidad su rostro, el cual correspondía al de su recuerdo de cuando era un niño a esta edad, a la edad cuando su hermano…
Volviéndose nuevamente, el corazón de Aioria se aceleró angustiado y miró a su alrededor para comprobar que nada hubiera desaparecido. Todo estaba bien, tal y como lo dijera Aiolos. ¿Pero qué era esta sensación de no estar viviendo el momento? ¿Esta angustia que parecía de pronto invadirle y llenarle del miedo de que en cualquier momento todo esto pudiera romperse frágilmente como si de un cristal se tratase?
El bullicio de la gente viviendo su vida diaria inundó sus oídos y cerrando sus ojos, Aioria trató de internarse más y más en el ambiente, buscando de cierta manera aturdirse y convencerse de tal manera en que todo era una realidad, concentrándose cerrando sus ojos. ¡Sí! Lo que escuchaba era real, el sonido del agua que le salpicaba era cierto ¡no podía ser de otra manera y sin embargo…!
"¿Durmiendo otra vez, Aioria?" escuchó la voz de su hermano preguntar con un tono de reproche que entremezclaba también algo de preocupación. "Me parece que tendré que llevarte a la Fuente de Athena, puede ser que estés enfermo."
Abriendo sus ojos, el pequeño pudo observar a su hermano, plantado firmemente delante de él sosteniendo unas bolsas conteniendo las viandas a comer.
"No, no estaba durmiendo, hermano…" respondió el niño con presteza. "Simplemente estaba disfrutando todo esto."
Aún preocupado, Aiolos dio un paso adelante invitando a su hermano menor a retomar el camino hacia su vivienda. La Diosa Athena había nacido y había pedido licencia para pasar con su hermano unos días lejos de la casa de Sagitario, pronto tendría que alejarse ocupado en muchas cosas y su hermano tomaría su rumbo, puesto que sentía la seguridad en que lograría obtener la armadura de Leo y convertirse en uno de los Santos Dorados más fuertes de todos. Sumergido en estos pensamientos, la voz de Aioria le interrumpió con una pregunta que lo sorprendió.
"¿Y Saga, hermano?"
Deteniendo su paso, Aiolos se vuelve a su hermano con gesto confuso. Mirando a Aioria quien lo mira con preocupación, el Santo de Sagitario pregunta.
"¿Qué pasa, hermano?" dice mientras se agacha una vez más y extiende su mano sobre la frente de su hermano para comprobar que no se encuentre en un estado febril. "Tú sabes que Saga dejó el Santuario para cuidar que enemigos de fuera no nos ataquen, por órdenes del Patriarca Arles."
En el corazón de Aioria el temor comienza a echar raíces más profundas, que se delatan cuando vuelve a preguntar.
"¿Cuándo irás a ver a Athena?" Su gesto serio, su mirada determinada, pero temblorosa. Sin acertar que responder, Aiolos de Sagitario, se pregunta cómo es posible que éste pequeño pueda saber con anterioridad su intención de visitar a la Diosa antes de iniciar su misión. "¡Por favor, hermano, no vayas! ¡No me dejes!"
La incertidumbre de Aiolos se desvanece entonces de manera casi total al escuchar esta plegaria. ¡Conque era eso! El pequeño le mira con mirada a punto de las lágrimas. No quería que se separaran. Sonriendo paternalmente, el joven de cabellos rubios responde.
"¡Aioria, no temas! Yo no te dejaré, siempre estaré contigo. Quizá no siempre podré estar a tu lado como lo estoy yo ahora, pues mi deber como Caballero es uno muy grande, pero tú y yo seremos hermanos también en las armas, cuando te conviertas en el Santo de Oro de Leo." El rostro del pequeño no parece expresar tranquilidad a pesar de las palabras. "Todo estará bien, Aioria, ya lo verás. Quizá te haga falta la distancia para encontrar tu propio camino y volverte un hombre."
Las escenas de una noche fatídica atraviesan por la mente del pequeño, quien se rehúsa a aceptar estas palabras.
Dentro de una modesta vivienda, la bella mujer llamada Erin prepara la cena para su esposo. Su hijo, durmiendo plácidamente tras un día de muchos juegos al sol. En medio del silencio, los pensamientos de la joven rondan por el extraño comportamiento de su marido el día de hoy. Presiente… y sin embargo, preferiría que estos pensamientos no le apretaran el pecho y la llenaran del miedo de perderlo. Desde encontrarlo, las sensaciones de bienestar y de estar verdaderamente completa no le han abandonado.
Mu es un hombre perfecto, al menos para ella, uno que únicamente se había atrevido a tener en sueños. Al pensar en esto, su mano se abre mientras posa su mirada de pronto al frente en un lugar impreciso, mientras que deja caer la fruta que lavaba. El sonido de la puerta de su vivienda anuncia la llegada del hombre de cabellos morados de sus labores en el campo.
De forma metódica, Mu se deshace de su sombrero desatando el cordón que lo sostiene sobre su cabeza en su mentón y lo pone sobre la pared, para colgarlo de un clavo. Tan metódicamente como él, la mujer se da media vuelta y pone una bandeja de agua sobre la mesa, a la cual acude el marido para refrescar su rostro y su cuello, mientras ella paciente, sostiene un pedazo de tela para que se seque. La camisa de Mu se moja, esta vez no con sudor, sino con el líquido que usara para asearse, tornándose más oscura.
Erin retira en perfecto silencio la bandeja, para luego acercar un tazón, unos palillos y un platón lleno de arroz cocido con verduras. Postrándose para comer, ella lo hace del mismo modo a su derecha, esperando a que su marido termine con su cena con la cabeza gacha.
Tímidamente y de reojo, observa a Mu y su corazón se llena de regocijo y de alegría. ¡Tantas veces sintió que esto buscó en tantas partes y sin embargo lo que buscaba parecía más simple de todo lo que ella hubiera intentado! Sintiendo la mirada furtiva de su esposo, Erin nota que él la mira directamente sin comer. Ella vuelve su mirada tímida, pero las manos firmes de su marido la toman del mentón mientras vuelve el rostro de la bella mujer para verla directamente con una sonrisa tranquilizadora.
"Erin, el día de hoy me ha invadido una sensación muy extraña." Dice con voz tranquila y armoniosa. Sorprendida, ella no responde, simplemente escucha. "Sé dentro de mi pecho que contigo soy feliz, y que tú lo eres conmigo, tenemos una casa y una familia…" dice mientras mira a su alrededor observándolo todo con satisfacción. "Y sin embargo, descubrí para mi sorpresa que el día de hoy me has resultado refrescante y nueva. Te pido disculpas de todo corazón, porque me apena pensar que esto se causó al hecho de que te estuviera dando por sentado, esposa." Los ojos de Erin se abren emocionados y con sorpresa. "Me haces un hombre muy feliz." Dice mientras que suelta el mentón de la mujer quien se vuelve apenada ante el halago. Una especie de felicidad dolorosa la invade, descubriendo en su corazón la naturaleza de su vida con este hombre al que ya ama inexplicablemente. Mirando de vuelta con sorpresa a su esposo, Erin se encuentra que éste le ofrece con la mano extendida, un modesto hilo del cual pende una brillante piedra pequeña de color dorado. Abriendo sus ojos, la mujer observa a su esposo.
"¡Tómalo!" ordena de manera gentil el hombre. "Esto es un regalo que te he comprado el día de hoy, para adornar tu bello rostro."
Sonrojándose, la mujer obedece tomando el pendiente y poniéndolo alrededor de su cuello ante la mirada complacida del hombre de cabellos morados.
"Pero Mu, el día de hoy no celebramos nada importante."
"Yo celebro un día más a tu lado, Erin." Dice con tono azorado el joven esposo.
En el interior de la mente de Mu, una multitud de pensamientos confusos lo llenan de dudas y no le permiten disfrutar de la sensación de felicidad que sabe, debería de gozar. Ambos se dirigen al lecho para reposar. Con una sensación de remordimiento, Mu da paso al sueño. Mientras Erin con los ojos cerrados ahoga sus ganas de llorar. ¿Será que su esposo siente lo mismo que ella? ¿Acaso ambos estarían haciendo lo mismo sin decírselo al otro? Pensando en Mu, en Kiki y en ella misma, Erin respira profundamente y llega a la conciencia de una decisión, una decisión que ella ignora que, también el hombre que es ahora su esposo ha tomado, pero en sentido inverso.
Los gritos de Aioria se impusieron a los del mar rugiente al otro lado de las rocas. Sumido en una meditación profunda, Aiolos de Sagitario, observa a su hermano sin mucha atención, más preocupado por asuntos que han rondado su cabeza desde hacía unos días desde que el joven hablara por última vez con temor a que le dejara. Admiraba a su hermano, llegó a esa conclusión mirándolo con ternura, podía apreciar y darse cuenta de lo difícil que estaba resultando para éste el poder disimular su angustia ante su partida próxima. Lo cierto es que, él también sentía una especie de temor o urgencia, una especie de ansiedad ante lo que parecía, un momento que sería trascendental. Al comienzo lo atribuía al hecho de que vería frente a él a la Diosa Athena, y sin embargo...
Las noches inquietas, las palabras de su hermano mientras dormía agitadamente y se revolvía en su cama alegando que él, Aiolos, no era un traidor. La voz de Aioria retruena como un rugido mientras que una emisión de Cosmo dorado le envuelve mientras que rompe rocas antiguas y gruesas. Viendo sus manos, Aiolos de pronto se cuestiona sobre la realidad. Suspira para ponerse de pie.
"¡Muy bien, hermano!" exclama felicitando a Aioria poniendo alentadoramente su mano sobre el hombro del pequeño que suda copiosamente. "Con lo que he visto el día de hoy no me queda la menor duda de que estás preparado para comenzar tu lucha seria por la Armadura de Leo, y podré irme en paz." Dice con un tono que pareciera ocultar un significado más allá del aparente.
El joven pupilo lo mira de vuelta no pudiendo evitar una vez más transmitir su angustia por sus ojos. Aiolos siente un golpe en el estómago y respira profundamente. Ignora quién esté tomando esta decisión a estas alturas, pero decide continuar con lo que debe.
"¿Qué ocurre, hermano?" pregunta una vez más con tono preocupado. "Hermano, por lo que más quieras… ¡no salgas esta noche, hermano, no lo hagas!" suplica de nueva cuenta el entrenado. "¡No vayas a ver esta noche a Athena, por favor!"Aiolos escucha las palabras de su hermano con seriedad y va más allá, analizando su rostro, su mirada, esa mirada que detrás de todo ese miedo y de esa apariencia de desvalidez, parece también ocultar un gesto de valentía y de orgullo que le es natural. ¡Él también sintió el deseo de dudar y caer a la tentación! ¿Pero qué clase de hombre sería si no se enfrentaba a su destino con un gesto valiente y al mismo tiempo por consecuencia, ahogara para siempre aquellas características que adivinaba en su hermano? ¡La verdad de las cosas es que él mismo ignoraba qué podía ocurrir! Sólo tenía la certeza de que no volvería a ver más a su hermano. Aspirando profundamente, Aiolos abraza a su hermano de manera efusiva.
"Aioria, ¡si lo que yo más quiero eres tú!" dice mientras que con sus grandes manos cubre casi todos los poderosos para su edad, hombros de su hermano. Mirándolo entonces frente a frente, con mirada conmovida y turbada, Aiolos de Sagitario continúa. "Nunca quisiéramos que la gente que amamos se fuera y nos dejara, así como los que se van tampoco quisieran irse, hermano, pero esto por doloroso que sea es algo que no podemos controlar. La grandeza de un hombre no se mide en cómo muere, hermano, sino en cómo vive y va al encuentro de su destino. El temor es natural, pero no podemos detenernos. El amor y el respeto a otros, nos impulsan a caminar para abrir la senda... y a los demás, nos debe de servir para permitir que quienes se adelantan unos pasos, lo hagan. Siempre hay cabida al error, Aioria, pero por ello es que nosotros dejamos atrás a quienes confiamos, sabrán aprovechar esa experiencia para no recorrerla de nueva cuenta." Mirándose uno al otro con mirada atenta y poco a poco, como sacudiéndose un extraño velo, Aioria comienza a ver claramente el rostro de su hermano sintiéndose diferente. ¡De pronto, tanto él como su hermano parecen ser tan idénticos como unos gemelos, al ser dos hombres adultos! "No me detengas, Aioria, no trates de evitar lo que viene, sea lo que sea… te miro ahora y puedo ver que has crecido tal y como yo mismo lo esperaba, no más, no menos. Piensa esto: Nada ocurre que no deba de ocurrir en este universo. ¡Ánimo, Aioria! ¡Levántate y vive sin temor! Yo no tengo miedo…"
Adivinando que el sueño ha terminado, Aioria de Leo observa a su hermano y se pone de pie como lo invitara. Con mirada refulgente, con dolor pero estoica, logra decir:
"Hermano, te quiero y vivo orgulloso de tus enseñanzas."
Sonriendo conmovido, Aiolos de Sagitario da un paso hacia la puerta de la cabaña para dirigirse al Palacio Papal.
"Y yo, hermano, te quiero de vuelta. Vive orgulloso de ser un Santo de Athena…" y caminando hacia fuera, Aiolos concluye invitando. "¡Estalla el Cosmo desde tu corazón, Aioria! ¡Enciéndelo y vive!"
Caminando, el León Dorado lo ve tomar la senda de la que no le vio regresar nunca, mientras que asiente apretando los ojos y estallando en fulgor dorado.
"¡Athena!"
Una luz dorada interrumpe el suave flujo de luz purpúrea que recubre el salón anterior al trono del Palacio de Cristal. Sintiendo la presencia de agua en su nariz, Aioria comienza a toser fuertemente, al sentir que se ahoga. El sonido que produce resuena en el silencio absoluto del recinto, mientras que con dificultades abre los ojos.
Cuando lo hace, se encuentra en un salón ovalado en su cúpula y en sus paredes blancas teñidas de morado por la luz que producen unos extraños cristales en los que están contenidos los cuerpos de algunas personas… Haciendo de lado la confusión, Aioria descubre que él mismo se encuentra en una de las cápsulas, mientras que mira con más atención, para ver entre los que están ahí a Mu... y a Kiki.
"¡Mu! ¡Kiki!" exclama desesperado intentando zafarse del abrazo de la cápsula, la cual no cede ante su debilidad. "¡Mu! ¡Despierta!"
Revolviéndose como crisálida, Aioria siente una ira enorme comenzar a recorrer sus venas. ¡Todo había sido un sueño! ¡Habían utilizado la imagen de su hermano para retenerlo en una fantasía! ¿Qué podrían estarles haciendo a Mu y a Kiki? ¿Y a toda esta gente? Se preguntó indignado.
"¡Haré pagar a quienes mancillaron el recuerdo de Aiolos!" piensa para su interior, pareciendo aún poder escuchar la voz del Santo de Sagitario al despedirse, convocándolo a elevar su Cosmo y a vivir. Poco a poco, el Cosmo logra llenar de poder el cuerpo del Santo Dorado de Leo, y el capullo de cristal que le envuelve comienza a resquebrajarse, liberando líquido que cae al suelo limpio y sin mácula del salón. Una puerta se abre detrás de él, acompañada de Edión y dos amazonas plateadas, Ling, Soberana de Telos ingresa caminando con rapidez.
"¿Cómo es posible esto?" pregunta ella indignada y con temor en su voz. El sonido del Cosmo de Aioria se incrementa cuando un rugido de león anuncia su llegada al Séptimo Sentido al dibujar detrás de él las imponentes fauces de un león furioso. Rompiendo el muro que le separa del trono, una luz dorada irradiando una cegadora luz dorada ingresa al salón. Un León Dorado se posa delante de Aioria, el cual, al abrir los ojos y verla, la invoca a cubrir su cuerpo. Como si una lluvia de estrellas se sucediera dentro del Salón, ante los asombrados rostros de la reina y sus acompañantes, el cuerpo del hermano de Aiolos de Sagitario queda cubierto con su manto dorado que lo confirma como uno de los 12 máximos guerreros de la orden de Athena.
La mesa de la rústica vivienda de Mu y su familia se presentaba espléndida. Adornada con viandas raramente comidas más que en épocas de celebración (aunque Mu no lograba acertar cuáles eran estas) se ofrecían voluptuosas sobre la superficie de madera con colores y apariencias que invitaban a ser digeridas. Kiki embarraba su dedo índice probando por anticipado algo del merengue del dulce de los pastelillos hechos por su madre Erin.
"Kiki, no hagas eso, estropearás los pastelillos." Dijo en tono paternal.
Sacando la lengua pillado en la travesura, el niño de cabellos rojos se volvió hacia su padre.
"¡Lo siento!"
"¿Dónde está, Erin?" pregunto Mu impaciente.
Dentro de la habitación nupcial y habiendo cubierto sus hermosas formas con un vestido de gala de color blanco con detalles azulados, Erin se cuelga el sencillo pero querido pendiente que su esposo le regalara. Sus ojos reflejan tristeza y pesar por la decisión tomada. Bajo la luna en la que se refleja, una caja de color pardo contiene el regalo que pondrá fin a su sueño y su vida. Un temblor sacude la casa, volviéndose hacia la ventana, observa un paisaje diferente al que ha estado acostumbrada a ver, o al que ha sido convencida a observar. Con tranquilidad pasmosa, la mujer toma la caja y sale dando un suspiro profundo.
"¡Ahí está, mamá! ¡Oh vaya! ¡Qué linda te ves, mamá!" dice Kiki al observar a la bella mujer rubia. Mu se sonroja levemente al observar la belleza de la mujer que es su esposa.
"¡Erin!" exclama casi sin aliento. La mujer camina lentamente hasta el hombre y lo abraza mirándolo con tristeza en sus ojos. "¿Qué pasa?" pregunta el hombre de cabellos morados notando la extrañeza en la mujer. Ella lo mira un poco hundiéndose en la profundidad de esa mirada que la consume y que la hace flaquear, ¿cómo se atrevería a dejar todo esto de lado? Valientemente, la mujer hace un esfuerzo y logra dibujar una sonrisa sobre su cara para mirar a su esposo.
"¡Nada, no es nada!" dice ella para no ponerle alerta.
"¿Quieres decirme qué estamos celebrando, Erin?" pregunta Mu sin poder dejar de lado la sospecha que comienza ahora a crecer en su corazón, esa clase de sospecha que nos anuncia que algo terrible está por suceder y sin embargo tratamos de ignorar.
"Celebro mi sueño, Mu." Responde la mujer de cabellos rubios con voz alegre. "Celebro el que tengo aquí conmigo todo aquello que siempre deseé incluso sin saberlo..." la voz de Erin se quiebra de pronto al observar a Kiki y Mu quienes la miran extrañados. "¡Tengo un regalo para Kiki!" dice ella acortando su sufrimiento y colocando la caja delante del niño quien la mira con ojos brillantes y amplia sonrisa.
"¡Ah!" exclama con gratitud y sorpresa el pequeño. "¡Para mí!"
"Sí." Responde Erin al pequeño. "Abre la caja, hijo… lo que está dentro es tuyo."
Atento a lo que pueda ocurrir, Mu observa como Kiki de manera ansiosa abre la caja para revelar el contenido. Allí, sin mayor adorno y pompa, un hermoso y fino brazalete de oro, tallado con símbolos y grecas, brilla de manera asombrosa.
"¿Qué es…?" pregunta Kiki extrañado sacando el objeto luminoso.
Mu observa esto y un gesto de sorpresa, sustituido por uno de seriedad absoluta, pasa por su rostro.
"¡No!" dice al ver el objeto. "¡No!"
Kiki mira de vuelta al hombre que cree su padre asombrado, lo mismo que Erin.
"¡No, Kiki! ¡Deja eso!" ordena Mu con voz urgente. "¡No lo toques!"
"¡Ling!" exclama con fuerza Aioria de Leo a la mujer que es soberana de Telos con un fuerte tono indignado en su voz. "¡Así que éste es el secreto que guardaba la supuesta armonía de Telos! ¡Así es cómo habías logrado subyugar la voluntad de todos sus habitantes!"
La mujer lo observa tranquila pero con gesto molesto. Fastidiado. Es evidente su disgusto ante las palabras del hombre, pero sobre todo, por lo descubierto por el Santo de Athena.
"¿Subyugar? ¿Por qué dices esa palabra tan fuerte?" dice la mujer midiendo sus palabras, estando de pie en el centro neurálgico de Telos, donde la energía psíquica necesaria para mantener bajo control las mentes y voluntades de todos los habitantes del valle intraterrestre de Shasta y que comunica directamente a las mismas, lo convierte en una ventana abierta para escuchar y observar todo lo que aquí acaece. "¡Yo he sido encomendada con la misión de preservar la Sagrada Telos por parte de todos los Lemurianos, ignorante Santo de Athena!" exclama la mujer con tono ofendido.
"¿Qué dices?" pregunta Aioria ante la inesperada respuesta de la mujer de largos cabellos dorados.
"Todo el poder de mis antepasados y de los habitantes de este valle a lo largo de muchas generaciones humanas está contenido aquí, tonto Caballero. Aquí guardamos esta voluntad puesta en nosotros y la magnificamos para poder crear la atmósfera que hemos respirado y que nos ha mantenido a salvo, aislados de los hombres y sus Dioses, durante todo este tiempo… ¡nada nos pueden ofrecer ustedes o ellos que nos haga desistir de nuestro empeño en vivir aquí! ¿Ahora vienes tú a querer romper y quitarnos esta sagrada paz que hemos construido con tantos esfuerzos?"
Aioria escucha esto con asombro.
"¿Estás diciendo que todos los Lemurianos que aquí habitan han decidido que prefieren entregar su voluntad y sus pensamientos… su libertad de elegir y la capacidad incluso de equivocarse... por miedo?" pregunta el León Dorado sin poder acertar a reaccionar de otra manera. "¿Estás segura de ello, Ling?"
"Sí." Responde la mujer alzando su mirada ante el hombre que brilla en fulgor dorado con todo el orgullo y la convicción posibles para ella. "¡Lo estoy!"
"Si es así entonces…" dice Aioria levantando su brazo y señalando al fondo a la cantidad de gente envuelta en los capullos de cristal. "¿Qué hacen ellos aquí?"
Ling respira audiblemente ante la pregunta del León Dorado. Buscando la respuesta que suene mejor, al fin responde.
"Eventualmente, durante los tiempos, seres potencialmente peligrosos para la armonía de Telos surgieron…" dice ella con voz dubitativa. "Personas que querían abandonar este mundo con el ansia de contactar al mundo de allá afuera… eso no lo podíamos permitir, nos descubrirían, volveríamos a ser objeto de la codicia divina, y los Lemurianos conocemos muy bien la clase de consecuencias que esto acarrea… ¿puedes culparnos?"
Respirando agitadamente, Aioria de Leo busca una respuesta. Parte de su mente y su sentido común le decían que lo que ella decía sonaba como si fuera cierto, pero eso no podía disculpar el hecho de jugar y mantener prisioneros a seres que luchaban por su libertad de acción y pensamiento.
"¡Y la respuesta fue el encierro!" responde Aioria con indignación.
"¡No!" exclama Ling interrumpiendo la acusación del Santo de Leo. "¡No están encerrados! Sus cuerpos parecen están estáticos, Santo de Athena, pero no así sus espíritus y sus mentes, los cuales gozan de la libertad y de los sueños que ellos guardan en su interior. Ellos no están encerrados, viven lo que ellos siempre han deseado. Es un proceso de conocimiento… ¡incluso en ocasiones ellos han aprendido a encontrar dentro de sí mismos, aquello que en su rebeldía anhelaban! Es una máquina que madura los espíritus jóvenes e inexpertos."
Aioria niega con su cabeza sin poder creer lo que está escuchando.
"¡No, Kiki!" pide ahora Mu bajando el tono de su voz algo avergonzado por haber alzado su usualmente tranquilo y sereno tono. "Por favor, suéltalo."
"Sí, papá…" responde con tono triste el chiquillo.
Desde el otro lado de la habitación, Erin lo razona todo. Mirando de vuelta a Mu, quien ahora refleja ese dejo de melancolía que ella tuviera momentos antes de realizar esto, niega con la cabeza.
"¡Mu!" exclama Erin al llegar al conocimiento de que éste hombre ha sabido todo desde el primer momento. Y su corazón siente una especie de alivio y consuelo al saber que sus sentimientos parecen ser más reales y correspondidos. "¡Pero tú…!"
El hombre asiente con la cabeza, acercándose, el hombre de cabellos morados la toma del mentón para mirarla de frente.
"Yo también estoy viviendo mi sueño como una dulce realidad, Erin… no me eches de aquí."
Abriendo los ojos de la mujer, un par de lágrimas escurren por sus ojos. ¡Qué dulces palabras! ¡Qué dulce deseo! ¡Era el mismo que su corazón le urgía tomar y sin embargo…! Sabía que no era posible. Su corazón se revolvía entre la disyuntiva de vivir un sueño encerrada en una esfera de cristal, tan real como ésta no se rompiera, o regresar a la realidad y arriesgarse a que ocurriera aquello que debía de ser porque así estaba determinado.
"Mu… ¡no puedes cerrar tus ojos a la verdad!"
"¡Tú!" exclama incendiando el León Dorado su Cosmo hasta el Séptimo Sentido. "¡Es imposible que estés diciendo esto! ¿Te das cuenta la clase de ser monstruoso que eres? ¡Engañando a quienes se atreven a tener una voluntad diferente a la que tú dictas que es la verdadera!"
Razonándolo todo, Aioria logró comprender porqué los guardias fuera de Telos podían ser agresivos… lejos del control de manipulación mental que se extendía desde el Palacio Central, los pobres guerreros guardianes eran los seres más "normales" tolerados por esta tirana. Un sentimiento de vergüenza llenó a Aioria de Leo y le carcomió el remordimiento al haber acabado con estos guerreros, pero su alma guerrera pronto dejó de lado estos sentimientos al comprender que habían muerto en una lucha, injusta, pero por ellos creía justa de defensa.
En su corazón, Aioria de Leo pensó en Shura de Capricornio... y logró perdonarle. ¡Más aún! Pensó en su rencor contra su hermano durante tantos años creyéndolo un traidor, pensó en Cassios muriendo para sacarle del hechizo que le había puesto el maldito Saga… y al pensar en todo esto, logró perdonarse a sí mismo. Una nueva luz de entendimiento y de razón brilló con renovada fuerza en su corazón.
¡Por quienes habían sido engañados! ¡Por quienes habían sido manipulados! ¡Por quienes habían perecido a causa de las mentiras de seres repugnantes que tejían redes de decepción y que parecían crear una realidad torcida y malsana! ¡Por todos ellos no podía permitir que esto siguiera existiendo bajo su conocimiento! Apretó sus puños y sus dientes, lleno de ira y volviéndose con incrementada fuerza que hizo temblar hasta sus cimientos la construcción principal de Telos, Aioria sentenció. "¡Eres una vergüenza, mujer vil! ¿Cómo hablas de lo terrible que son los dioses y los hombres cuándo tú no eres mejor que ellos?" pensó en Saga, del cual se decía que había sido un hombre y un Dios. "¡Eres tan baja y traidora como ellos! ¡Esto no lo puedo permitir!"
Sintiendo el aura magnificada de poder que lanzaba ondas de choque a todo el palacio, Ling retrocedió un paso. Una vez más, en su corazón albergó el sentimiento que desde que asumiera el trono un siglo atrás había sentido: temor. Amplificando su poder psico-quinético, Ling accedió a las energías de los Lemurianos.
"¡Escúchenme todos, Lemurianos y refugiados!" gritó la mujer a sus mentes, causándoles un dolor inmenso y transmitiendo el temor que sentía magnificado como en una caja sonora a terror absoluto. "¡Extraños enviados por la maldita Athena han venido hoy a destruir Telos como lo hicieran hace miles de años! ¡Acudan a mí y ayúdenme! ¡No podemos permitir que esto vuelva a ocurrir! ¡Lemurianos, concéntrense y concédanme la fuerza necesaria para aplastar y echar de aquí para siempre a este bruto de más allá de nuestras puertas!"
Ante estas palabras, los Lemurianos y seres vivos que habitaban este sitio sintieron el temor crecer hasta convertirse en pánico, temiendo el final de sus vidas y de su mundo, no dudaron en poner en manos de su reina la suma de todos sus temores y miedos, de sus prejuicios e ignorancia, la cual fue canalizada por esta mujer en el campo de energía púrpura que brillaba en el salón de control mental detrás del trono del Palacio de Cristal.
"¿Qué es esto?" pensó Aioria poniéndose en guardia e incrementando las vibraciones de su Cosmo.
Mirando hacia arriba, la extraña energía psico-quinética comenzó a moverse como si pareciera estar viva. Y eso era. La energía psico-quinética imitaba la vida de quienes la estaban alimentando con sus sentimientos. Embebida en extraño trance, Ling alzó las manos manipulando esta forma y moldeándola en un gigante de trece metros que parecía tener la forma, muy burda, de una mezcla de Athena y las representaciones talladas de Poseidón.
"¡Destruir, destruir al Caballero de Athena!" ordenó Ling con voz profunda y llena de eco, brillando en energía que la rodeaba como si de serpientes de luz se trataran. "¡Acaben con su vida!"
El extraño monstruo se volvió hacia Aioria y gruñó con múltiples voces, que eran humanas y animales, en un sonido terrible. Pero Aioria era uno de los Santos Dorados más valientes y se preparó para enfrentar esta pelea.
"Mu…" pensó hablando al Cosmo de su amigo atrapado. "¡Mu! ¡Tienes que despertar! ¡Necesito de tu ayuda!"
El monstruo rugió con fuerza y se movió a una velocidad mayor que la de la luz, la del pensamiento de miles de seres que al unísono se habían dispuesto a acabar con la vida de Aioria, Santo Dorado de Leo. El puño lo golpeó, rompiendo varios cristales y acabando con la vida de algunos Lemurianos, un golpe que le dolió al León Dorado y que lo arrastró contra el suelo donde comenzó a ser golpeado sin piedad por tan bizarra aparición.
Irrumpiendo en la ilusión del mundo de Mu, Kiki y Erin, el puño enorme de la bestia psico-quinética golpea a Aioria quien cae a unos metros de donde ellos están. Erin abre los ojos sorprendida, ya casi despierta del todo y observa a Mu y a Kiki, quienes parecen ignorarlo todo como si no ocurriera nada.
"¡Mu!" grita el hombre de ropajes dorados. "¡Tienes que despertar! ¡Necesito tu ayuda! ¡Mu!" grita desesperado el hombre que sigue siendo golpeado por los puños enormes del monstruo.
Erin vuelve sus ojos hacia el Carnero Dorado y observa en ellos la misma clase de ternura que le estuviera dispensando.
"Mu…" dice ella con urgencia. "¡Tu amigo!"
"No… no me eches, Erin. Tuve esta oportunidad y esta elección, que siempre anhelé y que por cuestiones que no siempre me han convencido, me llevaron a tomar este camino." Acariciando su rostro con ternura prosigue. "No me eches de tu lado."
El corazón de Erin palpita correspondiendo el amor de este hombre. Observando atrás, el monstruo toma a Aioria de Leo y comienza a apretarlo con ambas manos mientras ruge con fuerza.
"¡Mu!" dice ella cambiando su rostro a uno de determinación y dejando de lado sus sentimientos que le exigen hacerle caso a este hombre de mirada hipnotizante. "¡Cómo es posible que le des la espalda a tu destino! ¿De verdad nunca tuviste una elección? ¿Jamás tuviste la oportunidad de dejarlo todo?" pregunta fiera.
Mu la escucha y recuerda su último encuentro con su Maestro, cuando le urgió que acudiera con Dohko de Libra en los 5 Picos. En aquellos momentos el habría podido dejarlo todo, huir y ser un campesino más, hacerse una vida, pero algo lo detuvo. Las enseñanzas y el amor prodigado por ese hombre al cual había amado como a un padre. A un hombre que había dedicado su vida a una causa mucho más grande que cualquier destino común y en la que el mundo era el que estaba de por medio.
"No…" dice Mu avergonzado al recuperar su conciencia y darse cuenta del egoísmo que le había embargado. "Esto es sólo una mentira, lo sé, y sin embargo…" Agregó acariciando el rostro de la bella mujer a la que sentía amar.
"Es un sueño, Mu, un bello sueño del cual debemos despertar… ¡no es correcto!"
El grito prolongado de Aioria de Leo irrumpió en la escena, esta vez escuchado claramente por Mu de Aries y por Erin. Frunciendo el ceño, Mu miró a la que considerara su esposa durante las últimas horas que habían parecido años. Ella comprendió que esto era una despedida.
"Vete." Dijo valientemente. "¡Cumple con tu deber, Santo de Athena!"
"Te perderé." Dijo él dando media vuelta.
Ella negó mientras se acercaba a él y posaba un beso rápido en los labios del Santo de Aries.
"Jamás, Mu… nos encontramos en sueños y siempre estaremos uno junto al otro."
Sin más tiempo que perder, Mu de Aries se vuelve al otro lado y eleva su Cosmo dorado al Séptimo Sentido. La cápsula que lo envuelve en el salón de control se quiebra con gran estruendo cuando su armadura lo cubre dibujando la figura de un Carnero gigante a sus espaldas.
Aioria siente como sus huesos comienzan a crujir ante la terrible presión ejercida por las manazas del gigante, a pesar de su armadura dorada.
"Ahora tonto… ¡morirás!" sentenció finalmente Ling preparada a dar la orden para aplastar al guerrero de Athena como un insecto. Dándola, un destello de energía que rompe los cristales de las cápsulas que quedan, Ling espera hallar el cuerpo sin vida de Aioria entre sus manos cuando…
"¿Qué?" pregunta extrañada.
Caído uno de los brazos del gigante en el suelo, Aioria permanece de pie, con su capa volando ante el viento levantado por la lucha. Mirando hacia arriba buscando lo que pudo ocasionar esto, Ling observa a Mu sosteniendo entre sus manos una espada de cristal, de la misma energía que proyecta con su pared de cristal.
"¡Tú!" dice la mujer con voz estentórea. "¡Tú nos traicionas, mal nacido! ¡Por ello también morirás!"
"¡No lo creo!" responde Mu con una sonrisa sintiendo su sangre guerrera hervir y responder al llamado de este combate. "¡Tu juego ha terminado, Ling!"
La mujer y la bestia se ríen con fuertes carcajadas.
Cerca de la escena, Kiki ayuda a ponerse de pie a la bella Erin.
"¿Estás bien?"
La mujer asiente adoptando una posición de alerta rápida. Poniéndose de pie le dice al niño.
"¡Kiki!" él la escucha con atención. "¡Saquemos a todos estos de aquí!"
"¿Pero... Mu y Aioria?" pregunta el niño preocupado.
"¡Ellos saben defenderse! ¡Son Santos de Athena!" dice ella con orgullo. Kiki la mira y asiente resuelto, comenzando a moverse a levantar a otros Lemurianos caídos.
"¡Lo que has hecho no tiene nombre, Ling!" exclama Aioria recuperado.
"¡La gente es estúpida, Aioria!" responde la reina ante el cuestionamiento del hombre. "¡Nadie sabe lo que quiere y generalmente se dan cuenta muy tarde de que aquello que tenían era lo que siempre habían deseado! ¡Yo estoy aquí para guiarlos! ¡Para guiar sus miedos y sus sentimientos!"
"¡No!" exclama Mu ante estas palabras. "¡Lo que eres es una cobarde que pretende enterrar bajo bellas mentiras el pasado heroico de Lemuria! ¡Tú mejor que nadie sabes que nuestros antepasados lucharon hasta el final! ¡Conocías la Tumba de la Armadura! ¿Crees que ellos lucharon hasta entregar sus vidas para que te burlaras de ellos de esta manera!"
Ling permanece callada.
Pensando en las lecciones de su hermano y en lo aprendido por sus errores, Aioria de Leo exclama.
"¡Has mancillado el legado de héroes con tu perversa doctrina! ¡Se terminó!" grita elevando su Cosmo dorado al máximo. Al mismo tiempo, Mu de Aries hace lo mismo en el otro lado del amplio salón.
Mientras Erin y Kiki terminan de evacuar el edificio, ante seres que están siendo totalmente utilizados con la creación del monstruo y que convierte al bello valle en un reino fantasma.
Comenzando a correr con fuerza, Aioria de Leo se lanza al ataque contra Ling. La mujer, adivinando la táctica, vuelve al monstruo en contra del Santo de Leo.
"¡Mátalo, mátalo!" ordena la mujer aterrorizada. El monstruo, volviéndose increíblemente rápido con la velocidad del pensamiento, se vuelve para descargar con su única mano un golpe fatal contra el Santo de Leo.
Pero tan rápido como el pensamiento, el Carnero Dorado aparece detrás de Aioria una vez más, quien intenta penetrar el campo psico-quinético de Ling, tal y como lo hiciera días antes en Jamir para rescatarlo.
"¡Crystal Wall!" grita Mu de Aries deteniendo en el último de los momentos el ataque del monstruo. La descarga hace que el Santo del Carnero se ponga de rodillas sintiendo que su cerebro está a punto de estallar.
Ling grita llena de rabia. El grito hace eco en la voz del monstruo, y el Palacio de Cristal comienza a estremecerse.
"¡Lemurianos! ¡Tienen la oportunidad de seguir viviendo en paz pero sin miedo! ¡Si esta es su decisión…" dice Aioria comprendiendo que su mensaje es escuchado por las almas torturadas de toda Telos. "¡Entonces síganla, pero con el honor y la dignidad de la verdad delante suyo! ¡Ustedes son herederos de héroes! ¡Despierten y luchen por ustedes!"
La fuerza del monstruo parece disminuir en su presión, o al menos, eso siente Mu quien contiene el puño del monstruo. Como si el miedo y la duda comenzaran a debilitar al monstruo creado a partir de sus temores, Mu de Aries sabe que es el momento justo.
"¡No, no!" exclama Ling. "¡No me dejen!"
El monstruo se pone de pie un momento dejando que Mu pueda moverse con rapidez.
"¡Starlight Extinction!" grita abriendo sus manos y liberando una potente energía combinada con golpes que rodean al monstruo haciéndolo caer pesadamente rompiendo una pared del palacio.
"¡Lightning Bolt!" grita Aioria lanzándose contra la burbuja que Ling ha creado con la fuerza vital de tantos Lemurianos.
Desde fuera, Kiki y Erin pueden observar como el Palacio de Cristal se tambalea para comenzar a derrumbarse sin remedio.
"¡Mu, Aioria!" exclama Kiki asustado.
Un temblor jamás sentido en Telos estremece el valle entero y el Palacio de Cristal, en medio de una gran nube de polvo que destruye sus alrededores es destruido. Kiki y Erin lo observan todo con angustia.
Poco tiempo después, los Lemurianos abren sus ojos con sorpresa y con confusión. Como si todos despertaran de un sueño, el conocimiento de lo acaecido aquí llena sus recuerdos y sus memorias.
Kiki derrama una lágrima pensando en su Maestro y en su compañero, reprochándose por centésima vez haber abandonado la habitación de Jamir dando pie a que todo esto ocurriera.
Erin se aproxima y se arrodilla junto a él apoyando su mano sobre su hombro. Kiki la mira de vuelta con un gesto que denota que está a punto de llorar y la abraza mientras da rienda suelta a su sensación de pérdida.
Ambos permanecen abrazados un tiempo cuando de pronto, Erin observa algo de lejos. Sintiendo su reacción, Kiki la suelta para mirar por ojos llorosos a lo lejos y observar dos siluetas conocidas caminando hacia ellos.
"¡Son ellos!" exclama con alegría y corriendo a su encuentro. Erin se pone de pie mientras ve como Kiki se reúne con su Maestro en un largo abrazo y Aioria sostiene en brazos a la que fuera la reina de Telos durante un siglo, de pie, orgulloso y majestuoso. La rubia Lemuriana deja escapar un profundo suspiro de alivio.
Un cuerpo de guardias se acerca a la escena, comandada por Edión. La inconsciente mujer es tomada por ellos de los brazos de Aioria quien la mira con un dejo de piedad. Recordaba las palabras de su hermano acerca de la imposibilidad de los Dioses de comprender la clase de piedad que los hombres podían, pero siempre proclamaba por ella cuando la victoria había sido total e incuestionable.
"Su intención no era mala, pido piedad para ella."
Edión observa a Aioria mientras se llevan a la mujer. Mu asiente afirmando lo mismo que el Santo de Leo.
"Honraremos sus peticiones, Santos de Athena." Dice el alto hombre. "Sería una ingratitud no hacerles caso y además…" dice mirando hacia los guardias que se la llevan. "Comprendemos lo que piden, por vez primera podemos sentir algo más allá de esa felicidad que era sin motivos y que la hacía estúpida e insoportable."
Mu sonríe y mira de vuelta a Aioria, quien agrega.
"La incertidumbre y el error, así como lo malo que se desprende al vivirlas, es lo que nos confiere la verdadera habilidad de ser felices y valorarla. Es una felicidad ganada y por tanto valiosa. Me alegra que puedan comprenderlo ahora."
"¿Usted gobernará ahora, Ministro Edión?" pregunta Mu al hombre, quien al escuchar estas palabras niega.
"No, es nuestra costumbre ser gobernados por una reina, pero creo que tenemos a la candidata perfecta." Dice el hombre mirando a una sorprendida Erin. "Por supuesto, sólo si ella así lo consciente."
Todos observan a la mujer, quien se sonroja. Piensa en su castigo por haber sido hija de la mujer que abandonara algún día Telos y llevada de vuelta. La independencia de pensamiento que le transmitiera y su gusto por el mundo exterior y sus emociones prohibidas.
Siempre había pensado que Telos carecía de esta calidad de vida. Castigadas ambas, la primera hasta la muerte, por haber puesto en revelación ante los hombres de su existencia, y dando pie a las leyendas de elfos en los bosques.
Tal y como estos seres, Erin era una fuerte defensora de la libertad y dispuesta a luchar por ello; y hoy tenía la oportunidad de honrar el legado de su madre y seguir su propia historia. Pensando en la Profecía de los 3 Perdidos, la mujer miró hacia Kiki y sonrió. El futuro se aproximaba y Telos tendría que estar preparada para ello.
"Sí, lo acepto." Respondió con el tono valiente que Mu apreció tanto siempre en el pasado de años que se reducía a unas horas, pero a una etapa que lo llenaba con el consuelo de haber podido conocer otra vida.
No se arrepentía, hoy más que nunca, su convicción por lo que hacía era más fuerte. Tenía un pasado y un futuro que heredarle a alguien. Mirando a Kiki, los dos asintieron con orgullo ante el carácter demostrado por esta mujer que ambos querían de manera especial.
"Entonces, es hora de irnos." Dijo Aioria de Leo con una sonrisa y caminando unos pasos. "Hemos estado alejados muchos días, Mu, y nuestra presencia en el Santuario puede ser necesaria."
El Santo de Aries asintió ante las palabras llenas de fuerza del León Dorado. "Es un líder." Pensó Mu descubriendo una nueva faceta que no había apreciado anteriormente en éste hombre.
Kiki y los dos Santos Dorados emprendieron su camino. En Aioria, su fuerza interior renovada y habiéndose reconciliado con el hecho de cometer errores. Jamás había apreciado que éstos son humanos y si los Dioses los permitían, quizá era un regalo, el regalo de estar vivos y de poder construir sobre lo que otros nos enseñan. Una historia y la riqueza de una vida, a veces aumentada por la herencia de aquellos que pasaron por este mundo antes que nosotros…
Experiencia es el nombre que los hombres le dan a sus desatinos o sus tristezas. — Alfred de Musset.
