CAPITULO XII

"UNA AMARGA PARTIDA"

El sol no se atrevió a mostrar la cara ese día. El mundo parecía sin vida. oscuro, frío y lleno de tonos grises.

Y en la Casa de los Reyes en la Calle del Silencio, al lado de Maese Meriadoc y Peregrin Tuk, yacía sin vida el cuerpo del gran Rey Elessar, Aragorn hijo de Arathorn, el último de los Númenor.

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".Entonces, fue a la Casa de los Reyes en la Calle del Silencio, y se tendió en el largo lecho que le habían preparado. Allí le dijo adiós a Eldarion, y le puso en las manos la corona alada de Gondor y el cetro de Arnor; y entonces todos se retiraron excepto Arwen, y allí se quedó junto al lecho de Aragorn. Y no obstante la gran sabiduría de su linaje, no pudo dejar de suplicarle que se quedara todavía por algún tiempo. Aún no estaba cansada de los días, y ahora sentía el sabor amargo de la mortalidad que ella misma había elegido.

.¡Estel, Estel!'.- Exclamó Arwen, y mientras le tomaba la mano y se la besaba, Aragorn se quedó dormido. Y de pronto, se reveló en él una gran belleza, una belleza que todos los que más tarde fueron a verlo contemplaron maravillados, por que en él venían unidas la gracia de la juventud y el valor de la madurez, y la sabiduría y la majestad de la vejez. Y allí yació largo tiempo, una imagen del esplendor de los Reyes de los Hombres en la gloria radiante anterior al desgarramiento de mundo."

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La muerte de su esposo había llegado pues sentía sus dedos helados y aún así no lo dejaba ir. Se sentía recluida, oculta tras una pared de sombras que nadie podría derribar. Parecía como si no supiera nada y no sintiera nada, salvo oscuridad y muerte, y muchos temieron que perderían a su Reina muy pronto después de lo sucedido a su Rey.

Arwen se mantuvo inmóvil y no notó a los desolados que pasaban cerca. Vestida en negro tan oscuro como las más recónditas profundidades del cielo nocturno, estaba parada al pie de la cama de su esposo. El velo que cubría su cara, un escudo contra la crueldad del tiempo, caía de su cabeza. El viento bailaba entre todos los que estaban ahí, pero ella aún seguía como una roca. Las horas avanzaron hasta que quedó sola.

"Madre".- Escuchó una voz llamándola a través de la neblina de su mente. Salió de su trance y volteó hacia la voz.

Eldarion se encontraba al fondo del pasillo donde yacía su padre. Vestido de negro y portando la corona alada de Gondor, era él quien la llamaba.

"Madre, es hora de que vayas a casa."- Dijo suavemente y le ofreció su mano. Ella miró fijamente su mano sin saber si debía tomarla. Observó a su dueño, un hombre ahora, y Rey de Gondor. su hijo. En ese momento, se parecía tanto a Aragorn que apenas lo podía creer. Veía a Eldarion a través de su velo y le parecía duro de creer que había llegado el día en que su padre muriera y el se convirtiese en rey.

Pero, como ella observó en los ojos grises de su padre, se dio cuenta de que no estaban centrados en ella. Volteó su cabeza para seguir la mirada y encontrar que conducía a la figura parada a su lado. Su cabello dorado brillaba mucho en ese día gris, sus ojos azules reverenciaban al Rey caído. Ya no estaba vestido de verde y café, usaba negro para hacer juego con su corazón. Estaba sorprendida al encontrar que le estaba apretando la mano firmemente y se preguntó cuanto tiempo llevaban parados juntos.

Evitando su fija mirada que él sabía que ocultaba bajo la negra cobertura, la guió gentilmente y ella permitió ser llevada hasta su hijo que aguardaba.

El Rey tomó las manos de Arwen y la escoltó fuera de la Casa de lo Reyes. Pero ella no pudo evitar ver sobre su hombro al que ahora se arrodillaba ante su fallecido esposo.

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El visitante pronto fue olvidado cuando Arwen cayó enferma. Tenía fiebre y escalofríos, pronunciando palabras y frases en su delirio. Eldarion supo que hablaba en élfico, pero nunca pudo entender lo que decía. Mucho permaneció al lado de la cama de su muy querida madre, desesperado por alguna señal de esperanza y preguntándose que era lo que podría atormentarle la mente. Su padre ya no estaba, y temía por Arwen. La pena crecía en su corazón mientras observaba su cara. Ahora dormía pacíficamente, ya no se estremecía más ni murmuraba a causa de la fiebre, aunque su piel se encontraba llena de sudor y era fría al tacto.

"Tal vez los Valar te den algo de paz."- susurró, su voz hizo eco en el silencio.

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Los curanderos se sorprendieron al verla sentada en la cama a la mañana siguiente. Parecía que la vida hubiera regresado a su cara y ojos. El sol se filtraba por las ventanas, el sonido de una nueva mañana descansando en el viento. La encontraron tomando la luz del sol, ojos cerrados, sintiendo todo con mucho interés como si fuera la primera vez.

Se abalanzaron sobre ella con enfado, constantemente le pedían respuestas acerca de su condición. Arwen fue paciente con ellos y amablemente contestaba a sus preguntas, aunque sus respuestas eran cortas y a menudo forzadas. Finalmente, Eldarion se levantó de su silla, ubicada al fondo de la habitación e insistió que ella estaba bien. Les ordenó que se fueran y cerró la puerta sonoramente.

Arwen le dio media sonrisa en agradecimiento. Eldarion notó que detrás de su saludable apariencia, sus ojos seguían vacíos.

***

Eldarion pasó gran parte del día pensando en los acontecimientos que atestiguó llevaron a la recuperación de su madre. Un milagro, lo habría llamado.

El desconocido de antes vino una noche muy tarde, deseando ver a Arwen. Lo habría mandado lejos de no haber sido por algo que vio gracias a una pálida luz que provenía del vestíbulo. Cuando el visitante volteó para irse, Eldarion echó un vistazo en sus orejas puntiagudas que estaban ocultas por su dorado cabello. Observándolo más de cerca, se veía fuerte, alto, joven en apariencia aunque sus ojos ocultaran a alguien muy viejo. Lo miró maravillado. El extraño era un elfo.

Mucho había oído que su madre era el único elfo en todo el mundo. Pero lo estaba viendo, sentado cuidadosamente en una silla al fondo de la habitación, sabía que no era la única. El elfo de cabellos dorados estaba sentado al lado de la cama de Arwen, sosteniendo sus manos y susurrando cosas en élfico que no podía escuchar. Y como los veía juntos, podía observar un sutil brillo alrededor de sus siluetas, y supo que miraba a través de una ventana hacia el pasado.

***

Después, esa tarde, Eldarion regresó a la habitación. Ella estaba levantada, apoyada contra muchas almohadas y rodeada por ramos flores que le había mandado la gente de Gondor. Cuando entró en u recamara, Arwen pudo notar que aún no había descansado. La fatiga se notaba en su postura y en sus ojos cansados.

"¿Quién era él?".- Le preguntó después de rato.

"¿Quién, hijo mío?".- ella preguntó confundida.

"El elfo de cabellos dorados."- Contestó. Ella solo lo veía con interrogantes ojos.

Así que él continuó.- "Él vino aquí ayer por la noche y te animó. Estuvo a tu lado por un tiempo. y parecía que estaba hablándote, tal vez cantaba algunas palabras curativas. Que fue lo que hicieron, no lo sé, pero estoy en verdad agradecido. Afirmó haberte conocido a ti y a mi padre, pero no nos dio su nombre."

Volvió su mirada a Arwen y la encontró visiblemente pálida y apretaba sus sábanas. Inmediatamente se apresuró a su lado.- "Madre, ¿estas bien?"

Asintió débilmente.- "No puede ser.".- murmuró. Frotó su frente como si intentara forzar a las respuestas salir de su cerebro.

"Hay otra cosa. él también trajo esto."- Eldarion apuntó a un florero situado en una esquina del cuarto.

Niphredil.

Arwen vio las pálidas flores y su corazón saltó de golpe. Eldarion se acercó al florero y escogió una flor para dársela. Lo vio mirarlas atentamente, ya que nunca había visto algo como eso en su vida. Él la colocó en su palma y casi inmediatamente su suave fragancia le trajo lejanos recuerdos muy dolorosos y muy alegres.

Eldarion observó a su madre y su cambio.- "¿Lo conoces madre?"

Arwen miraba fijamente la flor mientras le daba vueltas entre las yemas de sus dedos, recordando cosas que solo a ella le pertenecían, cosas que era mejor mantener alejadas.

"Su nombre es Legolas."- Contestó finalmente, mirando todavía la flor en su mano.

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".Entonces dijo adiós a Eldarion, y a sus hijas, y a todos aquellos a quienes había amado; y abandonó la cuidad de Minas Tirith y se encaminó al país de Lórien."

***

Arwen no había estado allí en muchos años y pasaba el tiempo vagando entre los árboles de Lórien, a menudo recordando la época en que los elfos todavía moraban entre sus ramas. Vestida en seda negra caminaba en silencio, sobretodo pensando en Aragorn. pero solo en algunas ocasiones se permitía pensar en Legolas.

Estaba tan confundida por todo esto. Pensó que él había navegado en el mar. ¿Cómo es posible que él pudiera regresar después de todo este tiempo? Y si no navegó, entonces por que había venido a Gondor aquella noche lluviosa y solitaria? ¿Por que no habían tenido noticias de él en todo ese tiempo?

Había pensado que la visión de él en la Casa de los Reyes era un síntoma de alucinaciones, pero cuando Eldarion le dijo de la visita que tuvo por la noche. y cuando vio el niphredil, supo que no era ninguna alucinación de su parte.

¿Qué significaba para ella? ¿Su regreso repentino cambiaría su vida? ¿Cambió algo? Había estado algo tranquila desde que se recuperó después de su partida, pero solo después de un largo sufrimiento. Y un corazón roto no se estabiliza fácilmente, ni se apresura en confiar en quien lo quebró.

Entonces, si él permanecía en la Tierra Media. ¿Dónde estaba ahora?

Rindiéndose al intentar encontrar respuestas que no tendría, Arwen regresó para tomar su camino de regreso a Galadhrim. Y dando vuelta en una curva del camino, encontró las respuestas a todas sus preguntas.

Legolas, vestido de nuevo en verde y marrón, parado en medio del camino como si la estuviese esperando. Tal vez lo hacía. Pero se quedó inmóvil delante de ella, inseguro de lo que haría ahora que se había revelado a ella.

Arwen no estaba completamente sorprendida de verlo. De hecho, ella lo estaba esperando. Atravesó la distancia entre ambos, lentamente, lo rodeó como si lo estuviera examinando. Legolas pensó que era escalofriante, su figura oscura parecía tan fuera de lugar en el bosque de Lórien. Parecía que no pertenecía ni a los vivos ni a los muertos; ella estaba.ahí. Mientras ella lo rodeaba un escalofrío recorrió su espalda y recordó a los Nazgûl con sus ropas oscuras y rostros ocultos.

Arwen finalmente se paró frente a él y Legolas pudo ver como el velo se movía con el sonido de su respiración. Sus manos se movieron hacia su velo y después de un momento de vacilación, lo levantó. Revelando a Legolas los ojos más tristes que él había visto.

Lo estaba observando completamente y él se sintió muy vulnerable bajo su mirada. Ella levantó su mano y con sus temblorosos dedos alcanzó su mejilla. Las yemas apenas hicieron contacto con su cara, como si ella temiera que desapareciera al tocarlo. Sus ojos buscaron los suyos y en ellos ella encontró remordimiento y amabilidad. Sus dedos rozaron sus labios delicadamente y él escuchó como su respiración se atoró en su garganta.

Arwen entonces vio algo que brillaba alrededor de su cuello. Sus dedos fueron a eso y encontró el anillo que ella le dio en una cadena, usado de la misma manera que su amigo, Frodo, el portador del anillo.

Ella le dio una leve sonrisa mientras una vez más encontraba su mirada. No intercambiaron palabras; entendiendo lo que pasaba entre los dos elfos Legolas tomó su mano y juntos siguieron el camino.

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Aún no es el fin.