IV.
Me quedé mirándola nuevamente, casi absorto, y entonces ella me vio. No observé ninguna expresión en su rostro, parecía de porcelana, fría e inexpresiva.
Lo siento mucho- le dije apenas sin pensar, sus ojos se fijaron en los míos, y un escalofrío me recorrió la espalda. Sonrió tristemente y me pareció irreal. No hay nada en el mundo más sincero y dulce que una sonrisa triste… excepto quizás una mirada triste… lo triste siempre tiene un fondo, una historia interesante detrás. Lo alegre no tanto, nos alegran cosas francamente bobas, pero nos entristecen otras más profundas…-En realidad no he podido evitar observarte, y ya es muy tarde como para que te quedes aquí sola, de noche este es un barrio complicado-añadí.
De noche todos los barrios lo son. Y ahora siempre será de noche.- Guauh, una brisa helada sopló mi nuca, era imposible enamorarse tan rápido de alguien, me decía.
Te llevo a casa, soy amigo del padre Peri- dije a modo de presentación. Ella se levantó como una autómata y me siguió muda.
El silencio en su compañía no era incómodo, respetaba su dolor que vibraba en el aire a su alrededor. No dijo nada en todo el camino… hasta que le pregunté a dónde quería ir… y saltó en llanto. Lloraba casi sin hacer ruido, como si sus lágrimas brotasen hacia adentro… y yo en aquella situación sólo supe detener el coche y poner una mano sobre su hombro, no era cuestión de intimidarla.
Permanecimos así un buen rato en el que dejé mi mente en blanco, y por primera vez en mucho tiempo no me importaron las prisas ni las cosas pendientes.
Cuando se atrevió a mirarme entendí lo que aquellas palabras que escuché en la Iglesia habían querido decir realmente. Sola en el mundo. Sola por completo.
Me dirigí a casa.
No se me ocurrió otra cosa, no sabía cómo dejarla sola con algo que la perseguía rondándole cerca… porque eso era otra evidencia. No conocía nada acerca de sus padres, pero si ellos estaban muertos y ella aquella noche debía haber estado en su casa… siendo una criatura angelical, estaba bastante claro. Los demonios siempre van detrás de los ángeles, es ley de vida. Cuantos menos ángeles en la Tierra, más almas para el infierno por metro cuadrado, cuestión de proporción.
Aline me seguía en silencio. Abrí la puerta de casa, encendí todas las luces con la esperanza de que mi dulce hogar iluminado resultara menos tétrico de lo que en realidad era, pero no hubo éxito. Mi espartano apartamento era eso, espartano, gris, asfixiante y poco acogedor, pero así era también mi vida.
En la nevera sólo tenía mermelada de fresa-caducada-, leche, patatas y un huevo… al ver mi cara Aline volvió a sonreír tristemente.
Disculpa el desorden, es lo que tiene vivir solo…- me disculpé.
No importa, eres muy amable John Constantine.-
Sabía mi nombre? Pestañeé un par de veces, iba a preguntarle cómo cuando la vi tumbarse en el sofá y cerrar los ojos… cosa que en último momento no permití, de repente recordé las normas de la caballerosidad y ella durmió en mi cama, mientras que yo permanecí toda la noche absorto en la garra del dragón.
San Jorge era un soldado cristiano que vivía en la Capadocia, Turquía, y que un buen día llegó a la región de Silca, en la actual Libia. Allí corría la leyenda de que habitaba un dragón, que tenía atemorizados a los ciudadanos, y que éstos finalmente habían pactado sacrificar cada día 2 ovejas para el monstruo, evitando que atacara la ciudad.
Una vez se quedaron sin ganado, decidieron entregarle al dragón una persona, por sorteo. Hasta que la suerte recayó en la hija del Rey.
Y el día que la princesa se encaminó hacía su cruel muerte, San Jorge llegó a la ciudad, rescató a la princesa y bautizó a todos los habitantes de Silca, a cambio mató al Dragón.
Y ahora él tenía que averiguar si aquello era realmente lo que se decía que era.
Para eso debería viajar.
Eso costaba dinero.
Él no tenía dinero.
Y ahora no estaba solo.
