AMOR SIN BARRERAS

Un fanfiction de Slam Dunk, por Haruko Sakuragi

CAPÍTULO 6: "Sexo, cariño y... Amor"

Las cosas en Shohoku parecían no haber cambiado en los últimos dos meses. Los dos meses que habían pasado desde la partida de Haruko. El capitán Akagi, obviamente preocupado por las pocas explicaciones que se le dieron del viaje de su hermana menor, se mostraba malhumorado en los entrenamientos; los golpes que asestaba al pelirrojo ya no parecían los mismos de antes, y eso todos lo notaban.

Ayako, preocupada por su capitán, arremetía con un feroz abanico de papel en contra de los miembros del equipo, como si eso valiera de algo para que el malestar se apaciguara. Ella había escuchado cientos de rumores: que Haruko estaba embarazada, que Rukawa había sido terriblemente malo con ella, que sus padres la habían echado... Todos absurdos. Sin embargo, uno en especial decía que el pelirrojo había sido el culpable de que la chica se marchara. Y Dios sabía que Ayako no deseaba que Akagi se enterara de esa versión, absurda también, pero que el capitán Gorila no ignoraría.

Hanamichi, por su parte, no sufría. Al principio les extrañó a todos, incluso a la misma Ayako, puesto que no era un secreto la loca obsesión que él le profesaba a Haruko, pero, con el paso del tiempo, todos lo notaban alegre, tranquilo... Un poco menos hiperactivo, cierto, pero era el mismo de antes.

No había vuelto a ver a Rukawa fuera de los entrenamientos del equipo, pero nadie temía un ataque en contra de Kaede si lo volvía a ver. Él había estado presente en todo momento; sabía bien por qué Haruko no estaba; sabía también que Rukawa no había hecho nada malo, sólo había sido sincero, con ella y con él mismo... Y, aunque le costara, debía admitir que sentía admirarlo por eso.

—¿Qué harás esta noche, Hanamichi? —preguntó Youhei. Estaba con su amigo y con el resto del ejército en Danny's, malgastando el tiempo y el dinero. Era tarde de viernes, y era lo que acostumbraban hacer desde el último año de secundaria.

—Déjame adivinar... —interrumpió Okusu, mirando alternadamente y con malicia al pelirrojo y a Noma— Saldrás con la señorita Haruka Takami, ¿cierto?

Noma se cubrió el rostro con las manos y sollozó, y Hanamichi miró a sus amigos con algo de desdén.

—Tú estás buscando problemas, ¿no? —Hanamichi no iba a permitirle a su amigo burlarse de él y de su reciente relación.

—No te molestes, Hanamichi —intervino Youhei bastante oportuno—. Lo que sucede es que se nos hace extraño, a todos, que ya no pases todo el tiempo con nosotros.

Hanamichi llevaba casi un mes saliendo con la actriz.

Haruka Takami era una chica bastante insistente, y no logró descansar hasta que convenció a Hanamichi de que la invitara a salir. Era extraño. En verdad se sentía extraño ser el receptor de toda la atención de una mujer, y más de una mujer como ella: atractiva, carismática, sensual... Todo lo que Haruko nunca fue. Y, sobre todo, interesada en él. Si bien Hanamichi no la amaba, le agradecía profundamente el hacerlo sentir tan bien consigo mismo.

Desde que se supo en Shohoku que el chico más buscapleitos salía con la actriz de moda, su fama aumentó abruptamente; las chicas murmuraban sobre él, aparecían notas en su pupitre, era más popular con los alumnos de tercero... Haruka Takami le había cambiado la vida.

—Saldré con ella esta noche, sí, pero no quiero que me molesten.

El pelirrojo abandonó el lugar y se dirigió a casa. tenía que arreglarse para su cita.

—¿Cómo te va con tu nueva conquista? —preguntó con descaro el galán Amano Kamiya, mientras servía vino tinto en dos copas: una para él y la otra para su amiga.

—No seas tan frívolo —reclamó ella—. Esto no es sólo un juego, ya te lo he dicho.

—¿Estás hablando en serio? Ese pelirrojo es un ave rara, Haruka, pero no creo que quieras mantenerlo cautivo para siempre.

—Tal vez no para siempre, pero no me desharé de él tan fácil. Me interesa Hanamichi.

La chica descansaba en un enorme sofá blanco, y Amano la miraba incrédulo. En el tiempo que llevaba de conocerla, ella había tenido ya varios romances, ninguno formal, claro, pero Haruka no era una mujer que gustara de la vida tranquila y una sola persona a quien amar. Era como si le gustara coleccionar hombres. Que hubiera hablado así del pelirrojo ya era algo serio.

—Entonces ya llegaste al tiempo en que querrás establecerte, ser fiel y tener familia... —dedujo él pensativo— Menos mal que te fijaste en el pelirrojo y no en el otro chico... ¿Cómo se llama?

—¿Tu próxima conquista? —interrumpió ella con una sonrisita— No es algo tan serio, Amano, pero Hanamichi me hace sentir como nadie lo había hecho. En cambio ese chico del que hablas... Parece más frío. No es mi tipo.

El otro chico era Kaede Rukawa.

Kaede Rukawa practicaba tiros libres en el gimnasio. El entrenamiento había terminado hacía casi tres horas, pero él no deseaba llegar a una casa solitaria y recordar lo triste que se sentía sin Hanamichi Sakuragi. Practicaba sin ánimo, casi por inercia.

—Torpe Hanamichi... —murmuró con tristeza.

—¿A quién insultas, Kaede-chan?

Rukawa escuchó una voz que creyó reconocer, pero que pensó imposible de ser cierta. Al ubicar a su interlocutor, se llevó una tremenda impresión: era Amano Kamiya, elegante, gallardo, atractivo, varonil... y solo en el gimnasio de Shohoku. Solo, con él.

—Tú eres...

Kaede cortó la oración. Sus ojos se abrieron un poco más allá de su capacidad natural.

—Eres...

Intentó vanamente ordenar el nombre que buscaba.

—Amano Kamiya, actor de cine, galán cotizado... ¿Eso querías decir?

Kaede asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Qué buscas aquí? —preguntó volviendo a su postura habitual.

Amano lo miró con coquetería. Caminó un poco hasta estar cerca de él.

—A ti.

La declaración fue tan directa, que Rukawa se asustó.

Sin preguntar, sin obtener un permiso que, muy probablemente, le sería negado, Amano sujetó las mejillas de Kaede y lo besó. Así, sin más, lo besó.

Y Rukawa no pudo resistirse...

Hanamichi caminó muy despacio hasta llegar a su casa. No tenía prisa, puesto que Haruka pasaría a recogerlo hasta dos horas más tarde, tiempo suficiente para darse un baño, cambiarse de ropa un par de veces y estar completamente listo.

Su madre lo escuchó entrar. El pelirrojo pasó de largo si saber que ella ya estaba ahí.

—Hola, hijo.

—¿Mamá? Creí que llegabas mañana por la mañana.

—Así era, Hanamichi, pero el viaje se apresuró y ya estoy aquí.

Otomi Sakuragi, mujer de treinta y siete años, de cabello negro y ojos verdes, era aeromoza en una importante línea aérea de Japón. Pasaba mucho tiempo fuera de casa, puesto que era el sustento de su hijo. Su padre los había abandonado cuando Hanamichi cumplió dos años, y desde entonces no habían vuelto a saber nada de él. Pero al pelirrojo eso no le importaba porque su madre le daba todo lo que necesitaba. No creía requerir más.

—Quería pasar tiempo contigo, hijo.

A la señora Sakuragi le había costado mucho aprender a amar tan intensamente a su hijo, porque él era el vivo retrato del hombre que la había hecho infeliz.

Hanamichi sonrió. Amaba mucho a su madre. Ella le perdonaba todo lo malo que hacía. Ella lo escuchaba y soportaba sus berrinches de hijo único y consentido. Pero, sobre todo, ella jamás iba a dejarlo solo...

—Estaba pensando que podríamos salir a cenar esta noche —propuso la señora Otomi—. Me pagaron después de aterrizar, así que ya tenemos dinero, hijo.

El pelirrojo miró a su madre: era una mujer bellísima. Él no entendía cómo no había buscado algún hombre, porque pensaba que ella se sentía sola. Varias noches, cuando niño, la había escuchado llorar a solas en su habitación, oculta de él, lamentando su suerte al tener que criar a su pequeño Hanamichi ella sola; lamentando no tener a nadie que le brindara un abrazo amoroso cuando lo necesitaba... Y el pelirrojo se sintió impotente al no poder calmar la tristeza de su madre.

—¿Tienes planes ya, Hanamichi?

El pelirrojo asintió con un movimiento de cabeza.

—Iba a ver a una chica, mamá, pero puedo llamarla y cancelar.

—¿Una chica? ¿Es tu novia, hijo? —el pelirrojo no afirmó, pero tampoco negó— Entonces no puedes cancelar. Tienes que verla, no quiero que por mi culpa esa chica deje de verte una noche —la señora Otomi sonrió con sinceridad ante la nueva noticia.

Hanamichi nunca había tenido novia.

Ella había sufrido cada rechazo amoroso al lado de su hijo. No iba a ser la razón de que la chica dejara al simpático pelirrojo. Hanamichi merecía su oportunidad para ser feliz con una mujer.

—¿Quién es? ¿La conozco?

La señora Otomi supuso que se trataría de Haruko Akagi, la razón que Hanamichi tuvo para entrar al equipo de básquetbol.

—Debe ser Haruko. Promete que la traerás a cenar algún día, Hanamichi. Me gustaría conocerla.

El pelirrojo miró a su madre: lo decía de corazón. La mujer se veía ilusionada con la idea de que su hijo tuviera novia, y Hanamichi iba a decirle todo.

—No es Haruko, mamá. Ella nunca se fijó en mí —declaró—. Yo no podía obligarla a que dejara de amar a Rukawa y me quisiera a mí.

Otomi se sorprendió de escuchar un tono tan serio en el siempre escandaloso y despreocupado Hanamichi, pero se enorgulleció.

—¿Entonces es otra compañera de la escuela?

—No. Es una chica mayor.

—Ah, entonces debe ser del último año, o de la universidad.

—No, mamá. Ella no estudia.

—¿Quién es, hijo?

—Su nombre es Haruka Takami. Es actriz, y tiene dieciocho años.

Una actriz... Vaya, Hanamichi aspiraba a grandes cosas. La señora Otomi nunca se hubiera esperado que su hijo saliera con Haruka Takami. Incluso ella había visto dos o tres de sus películas, y le parecía una muchacha simpática y atractiva. Era el sueño de algunos de sus compañeros de trabajo, y ahora estaba relacionada con su hijo...

—Bueno, espero que algún día me la presentes, Hanamichi.

El pelirrojo asintió. Qué buena mamá tenía: no se molestó, no gritó, no se opuso. Sólo respetó la confidencia.

Subió a su habitación y comenzó a arreglarse. Necesitaba una ropa adecuada. No sabía a dónde iba a llevarlo Haruka, pero no sería a algún sitio sencillo: tal vez un restaurante lujoso, con música de piano y vinos internacionales; o uno de los jardines de su enorme mansión, con cena a la luz de la luna y un violinista para la música de fondo; o uno de esos clubes exclusivos a los que pertenecía ella, y donde él no sentía encajar.

—¿Qué te parecería saco y pantalón, sin corbata? —la señora Otomi lo miraba desde el marco de la puerta, preocupado observándose en el espejo. Debía estar pensando en el atuendo adecuado— Es lo más adecuado para todo.

Hanamichi se sorprendió de lo bien que su madre lo conocía. Decidió hacer caso a la sugerencia, y eligió la ropa más fina que encontró en su ropero: saco y pantalón de vestir acampanado, negros los dos, camisa blanca con el cuello desabotonado, zapatos negros... El saco sin abotonar, el cabello como su madre lo arregló, la loción que Haruka le había obsequiado a la tercera cita y su mejor sonrisa.

—Te ves encantador —aseguró la señora Otomi. Sin que Hanamichi lo supiera, ella lo vio más parecido que nunca a su padre—. Te quiero, hijo.

Hanamichi sonrió.

Desde fuera se escuchó el claxon del auto en el que Haruka se transportaba sin sus guardaespaldas, y Hanamichi besó la frente de su madre.

—Nos veremos más tarde, mamá.

La mujer asintió, y Hanamichi salió a reunirse con su cita.

Haruka lo recibió con una amplia sonrisa. Le fascinaba saber que se arreglaba para ella.

Hanamichi había sido difícil de conquistar. No cayó en sus brazos la primera noche: ni siquiera había logrado provocarlo para que la besara, y ella no se atrevía a profanar sus labios. Estaba dispuesta a que fuera él quien diera el primer paso. Necesitaba ser paciente, cierto, pero no importaba mientras se supiera la única en el camino.

—Buenas noches, monito —saludó ella como siempre. Hanamichi ya se había acostumbrado a que lo llamara así.

—Hola, Haruka —el pelirrojo la miró—. Te ves muy linda —sonrió con sinceridad.

—Gracias...

Perfecto: logró ruborizarla. Eso no le gustaba a Haruka Takami. No a la actriz que se sabía deseada por infinidad de hombres en el mundo. Era ella quien cautivaba. ¿Sería que la presa estaba cazando al cazador?

—¿Nos vamos? —el modo perfecto de cambiar de tema.

—Claro.

Ella encendió el auto. Como el pelirrojo lo esperaba, Haruka lo llevó a un lujoso restaurante. Cenaron, pero ella no lo dejó pagar: "Yo te invité –argumentó–, así que yo pago".

Hanamichi aceptó, no muy conforme, pero le propuso corresponderle llevándola a un lugar especial. Haruka no dudó en decir que si.

El lugar era un parquecito pequeño, con un estanque de agua cristalina, solitario y alumbrado perfectamente por la luna llena.

—Es muy bello, Hanamichi —fue el primer comentario de la actriz. Reconoció que la sencillez del pelirrojo había sido más efectiva que su intento por impresionar.

El pelirrojo buscó algo detrás de un árbol. Era un rosal. Cortó con delicadeza la más hermosa flor que había y se la entregó a Haruka.

Ella se enterneció. Nadie nunca se había comportado caballerosamente con ella. Nadie, hasta Hanamichi.

—Te quiero —susurró poniéndose de pie. Quería besarlo, pero no se atrevió. Él la abrazó con calidez, con ternura: eso le inspiraba. Y quería estar con ella, pero no la quería. Él permaneció en silencio, contemplando su cabello, su rostro hundido en su pecho. Sentía la necesidad de protegerla, de estar cerca de ella.

La noche concluyó así.

La habitación estaba en silencio. Sólo el rumor de un mosquito se escuchaba.

En una cama destendida, desnudos, descansaban dos cuerpos fatigados. Uno era el de Kaede Rukawa: pálido, suave, delicado... El otro, de Amano Kamiya; abrazaba con ternura a su amante. Llevaban ya un mes juntos, durmiendo de vez en cuando en la casa de Kaede. Disfrutando de esa soledad compartida.

Cierto era que Kaede amaba a Hanamichi, y con toda su alma, pero, cuando Amano lo besó por vez primera, sintió que podría estar con él sin temor a ser rechazado. Según había escuchado en Shohoku, el pelirrojo salía con la actriz. Kaede no podría competir contra una mujer atractiva y seductora como ella. En cambio Amano... Amano era tierno. No lo agredía. Desde el principio le había dicho que le gustaba. Nunca había hablado de amor o cariño, y eso le gustaba: no tenía que quererlo. Sólo sexo, caricias y ternura dentro de una habitación. Fuera de ella, nada. Era perfecto para alguien que no deseaba comprometerse, que amaba ya a alguien imposible.

—¿Ya te vas? —preguntó Rukawa cuando sintió moverse el cuerpo de su amante.

—Sí. Tengo trabajo que hacer a primera hora.

—Quédate conmigo —pidió Kaede—, por favor.

Amano no tuvo que pensarlo. Le gustaba saber que alguien como Rukawa deseaba estar con él. No se amaban. Eso era ideal. Sin embargo, se sentían bien juntos.

El atractivo actor no pudo negarse. Se metió entre las sábanas nuevamente y abrazó a Kaede por la cintura.

—Me quedaré un par de horas.

—Gracias —susurró el chico acurrucando la cabeza en el pecho de Amano. Cerró los ojos y prefirió dormir.

CONTINUARÁ...

Notas de la autora

¿Quién diría que el mink y la mezclilla podrían fundirse un día, quién diría...?

Ejem... Pequeño error...

Bueno, ¿qué os pareció el capítulo?

Como dice el dicho: "cada oveja con su pareja", ¿no?

Me parece que esto va viento en popa... ¿Y a ustedes?

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