AMOR SIN BARRERAS

Un fanfiction de Slam Dunk, por Haruko Sakuragi

CAPÍTULO 10: "Una declaración, otro rechazo y una invitación"

Abrió los ojos con dificultad: era muy temprano. Tal vez las cinco de la mañana. Los sábados acostumbraba dormir hasta después de las ocho. Sin embargo, nunca se había sentido tranquilo en una casa ajena. Mucho menos se sentiría a gusto sabiendo que el objeto de su deseo dormía en la habitación contigua.

Kaede había insistido en que un sofá sería suficiente para él. No obstante, a Hanamichi no le importó, y casi lo obligó a ocupar el cuarto de visitas.

Se restregó los ojos y miró el reloj de mano que Amano le había obsequiado: eran las cinco treinta.

Rukawa consideró si debía levantarse y husmear en la habitación donde Sakuragi dormía... Estaba dormido, tranquilamente, como bebé... Tan pacífico... Pero podría despertar y sorprenderlo... Pensándolo bien, no era una buena idea.

Aún sabiéndolo, se incorporó entre las sábanas y caminó descalzo. Hanamichi le había prestado ropa para dormir y unas viejas pantuflas en forma de conejo, pero no le gustaron y decidió no usarlas.

A hurtadillas, con mucho cuidado, caminó en silencio hasta la otra habitación. Abrió la puerta sin hacer ruido y se introdujo sigilosamente. El pelirrojo, en efecto, dormía profundamente. Se veía tan... Tan adorable... Tan indefenso... Kaede sintió deseos de besarlo.

Se arrodilló junto a la cama. Se acercó ligeramente al rostro bronceado. Lo contempló: cada facción, cada línea, cada detalle... Rukawa memorizó todo el rostro idolatrado.

Nunca creyó compartir una casa con Hanamichi Sakuragi. El que lo hubiera invitado a dormir con él era un sueño hecho realidad. No quería desperdiciarlo.

Sin darse cuenta, empezó a acercar sus labios a los del pelirrojo. Claramente, pudo percibir el aliento, y creyó notar un pequeño cambio de respiración, pero luego descartó la idea.

Avanzó con lentitud, hasta que sus labios casi tocaron los otros... Pero se detuvo.

—Así no —suspiró.

Tan sigilosamente como había entrado, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Cuando el seguro sonó, Hanamichi revoloteó entre sus sábanas y cambio de posición.

El despertador sonó escandalosamente. Hanamichi abrió los ojos con pereza y se estiró entre sus sábanas. Se quedó acostado un par de segundos más, y luego se levantó de la cama.

—Qué bien dormí —pensó—. Ese zorro debería quedarse aquí con mayor frecuencia —sonrió para sí.

Caminó hacia el baño, se lavó la cara y los dientes. Oliendo a jabón y pasta dental, se aproximó a la habitación de Rukawa. Tocó la puerta con cuidado y esperó a que abrieran.

—Rukawa...

Nadie respondió.

"Debe estar dormido todavía", pensó. Recordó que, la noche anterior, el pelinegro lo había llamado "Hanamichi", y consideró correspondiente llamarlo también por su primer nombre.

—Kaede... ¿ya despertaste?

Y nadie respondió.

Decidió entrar sin hacer ruido. Se acercó a la cama y la halló vacía.

No lo comprendió, pero una sonrisa brotó de sus labios.

—¡Estoy agotada! —declaró Otomi en cuanto entró en la oficina.

El avión acababa de aterrizar, y deseaba fervientemente llegar a casa para ver a Hanamichi.

—Otomi... —llamó con timidez Daisuke, el copiloto del vuelo recién llegado, compañero de la señora Sakuragi: tenía cuarenta años, era viudo y tenía una hija. Él parecía tener gran interés en la señora Sakuragi.

—¿Sí, Daisuke? —a la mujer también parecía agradarle bastante.

—¿Quieres ir a tomar un café?

—Ahora no puedo. Tengo que llegar a casa a ver a Hanamichi —sonrió, y se despidió con cortesía. Nada era más importante que su querido pelirrojo.

Hanamichi recibió a su madre con efusividad y amor. De verdad la había extrañado.

—¿Cómo estuvo tu vuelo, mamá? —preguntó emocionado el pelirrojo— ¿Conociste muchos lugares? ¿Te volvió a invitar Daisuke-san a la cafetería del aeropuerto? —ante el último comentario, Otomi se ruborizó. Pero no importaba. Hanamichi era así: auténtico, transparente y sincero.

—No importa nada de eso, mi amor —sonrió la mujer—. Mejor cuéntame cómo estuvo tu semana, ¿si?

Hana se emocionó. Eso le gustaba mucho de su madre: siempre se interesaba en él y en cualquier cosa que pudiera sucederle.

—Fue muy buena, mamá.

—¿De verdad?

—Sí. El lunes Haruka vino a comer conmigo porque el entrenamiento del equipo se suspendió.

—¿Haruka? '¿Es tu novia formal, Hanamichi? —el aludido asintió con algo de vergüenza— Me gustaría conocerla, hijo.

—Y lo harás, mamá. Ya se lo dije, y ella se entusiasmó. También, ayer Rukawa vino a la casa y se quedó a dormir aquí...

El pelirrojo continuó hablando por varios minutos más. Su madre, agotada por la larga semana de trabajo, se fue quedando dormida poco a poco. Hanamichi la llevó a su habitación en brazos, la depositó en su cama, la arropó y le besó la frente antes de dejarla sola.

Cuando el despertador sonó, Hanamichi no necesitó escucharlo para despertar.

No había dormido gran cosa esa noche. Y no era que se sintiera nervioso por verla de nuevo. Era, más bien, que no le agradaba la idea.

—¿Por qué le dije que sí? —se preguntó Hanamichi por enésima vez. Esa noche había repasado mentalmente todo lo que pudo haber pasado por su cabeza para aceptar volver a ver a Haruko Akagi, después de cuatro largos meses de felicidad y de no sufrir por ella.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Eran las ocho de la mañana, y debía verla a las nueve y media en el centro comercial. De seguro ella ya tenía planeado lo que harían.

Se visitó sin mucho ahínco: un pantalón deportivo azul, camiseta blanca y sudadera, azul también. Los tenis deportivos que Haruka le había obsequiado un par de meses atrás y una gorra para no tener que usar productos sobre su cabello.

Tardó menos de una hora en arreglarse. A las nueve ya había salido de su casa, y caminaba con parsimonia hacia el lugar de reunión. Llegó a las nueve y veinte. La esperó los diez minutos restantes, más otros cinco que ella se tomó extras. Cuando la vio llegar, la notó desentonada en cuanto a su arreglo: usaba falda corta, zapatos ligeramente altos, blusa sin mangas y cabello suelto. Él, en cambio, ni siquiera se había peinado.

—Hola, Hanamichi —sonrió ampliamente.

Hanamichi debería admitirlo: se veía más hermosa que como él la recordaba.

—Hola, Haruko —tartamudeó.

—Qué bueno que estás aquí —continuó ella—. Tuve que decirle a mi hermano que vería a Matsui y a Fujii para que aceptara no acompañarme.

Hanamichi rió tontamente.

—¿Cómo has estado, Haruko?

La chica le sonrió con confianza.

—Mucho mejor... Verás, en Tokio la escuela es muy buena, y he hecho muchos amigos... Sin embargo... He extrañado varias cosas de Kanagawa... y a varias personas también.

La última frase descolocó al pelirrojo. En ese momento, recobró la conciencie de quién era esa arpía, y de que él tenía una novia y empezaba a llevarse bien con Rukawa.

—Escucha, Haruko: debo ver a Rukawa esta noche, y aún tengo muchas cosas que preparar para la sesión. Creo que nos veremos después.

—No, Hanamichi. No te vayas.

El pelirrojo se detuvo en seco.

—Yo sólo vine a Kanagawa a decirte algo.

Él no se esperaba algo así. La miró sin emitir palabra.

—Tú estuviste siempre que te necesité... Eras mi mejor amigo antes de que me marchara... Pero, estando lejos de todos, yo me di cuenta de que no eres sólo eso para mí, Hanamichi —la chica lo miraba ilusionada—. Sé que debí haberme dado cuenta de todo esto antes, pero es hasta ahora que entiendo lo que significa estar enamorada de ti, Hanamichi.

La chica permaneció en silencio. El pelirrojo también. Ella entendió todo aquello como una inequívoca expresión de que él le correspondía, y presintió que continuaba sellar aquella declaración con un beso.

Empezó a acercar su rostro al del muchacho, hasta que casi tocó sus labios... Y fue cuando él se apartó.

—¿Qué sucede? —preguntó ella con desconcierto— Mi hermano dijo que tú me corresponderías.

¿El Gorila había dicho eso? ¿Y quién creía ser él para anticiparse a sus reacciones?

—Escucha, Haruko: tú me gustabas mucho. Incluso te quería cuando Rukawa te rechazó, pero ahora estoy con alguien más.

—¿Qué?

—Tengo una relación con una mujer maravillosa, y no quiero estar con nadie más.

Haruko no lo comprendió. Sus amigas siempre le habían dicho que él estaba loco por ella. Su hermano aseguró que, en cualquier momento que ella decidiera declararse, Hanamichi la aceptaría gustoso. Pero no era eso lo que estaba sucediendo.

Muy confundida, herida en su orgullo y rechazada por segunda vez, Haruko argumentó que tenía que visitar a sus amigas, y se marchó. Hanamichi se ofreció a acompañarla, pero ella no lo permitió.

Eran casi las ocho de la noche.

Rukawa estaba en el parque, esperando al pelirrojo.

Lo había llamado por la tarde, para decirle que quería hablar con él.

Él sabía bien que Hanamichi era impuntual, pero en ese momento ya llevaba casi media hora de retraso.

—¡Rukawa! —escuchó una voz agitada— Lamento haber llegado tarde.

—Torpe... —bufó el pelinegro— ¿Qué querías decirme?

—¡Oye! ¡No me llames torpe! Yo venía a hacerte una invitación... —susurró como niño regañado.

—Lo siento, Hanamichi —se disculpó el número once, para sorpresa del pelirrojo.

—Bueno: mi mamá va a preparar una cena maravillosa en Nochebuena. Siempre es así, y déjame decirte que es una excelente cocinera.

Kaede sonrió ante la presunción del pelirrojo.

—Mmmm... Yendo al grano, me gustaría invitarte a que estuvieras con nosotros.

—¿Qué? —se sorprendió.

—Invité ya a Haruka, a Youhei y a los muchachos. Mamá invitó a uno de sus compañeros de trabajo y a su hija, y yo... desearía que también tú cenaras con nosotros...

Lo último lo dijo con un ligero rubor en las mejillas.

Kaede asintió. Había una enorme calidez en su corazón. Nunca pensó que Hanamichi lo considerara como parte importante de su vida, tanto como para invitarlo a compartir con él la cena de Navidad.

No pudo hacer nada más que aceptar conmovido.

Los preparativos en casa de la familia Sakuragi se efectuaban con velocidad.

Era ya veintitrés de diciembre, y la receta de la señora Sakuragi incluía dejar el relleno del pavo en el congelador durante dos días antes de introducirlo en el ave muerta.

La receta era casi ancestral. Desde los tiempos de la tataratataratatarabuela de Hanamichi, el relleno del pavo se preparaba de la misma manera. La espera valía la pena, puesto que el resultado era el relleno más delicioso del mundo.

Hanamichi estaba muy emocionado. Su novia y su madre por fin se conocerían. Además, Kaede y él se estaban volviendo amigos y compartirían su primera Navidad sin peleas... La vida se le presentaba muy buena...

CONTINUARÁ...

Notas de la autora

Sé que había prometido poner algo de "acción" en este capítulo. Sin embargo, el panorama no se mostraba apropiado. Por eso decidí dejarlo para la primera parte del capítulo once. Ojalá no sean impacientes y sigan leyendo.