AMOR SIN BARRERAS
Un fanfiction de Slam Dunk, por Haruko Sakuragi
CAPÍTULO 12: "El cumpleaños de Rukawa"
—Y entonces...
—¿Entonces qué?
—¿Cómo que qué?
Kaede miró al pelirrojo: estaba empezando a desesperarlo. Todo el camino de regreso del aeropuerto había estado fastidiándolo con eso.
—Kaede: llevo todo el camino de regreso del aeropuerto preguntándote lo mismo, y esta la última vez que lo voy a decir¿qué quieres hacer para tu cumpleaños?
Aún no entendía de qué manera, pero el pelirrojo había logrado averiguar que su cumpleaños sería en tres días, y estaba necio con que debían celebrarlo de alguna forma.
—Bueno, te lo diré si tú me dices cómo lo supiste.
El pelinegro supuso que, si Hanamichi no le revelaba sus fuentesél no tendría que decirle nada tampoco.
Sin embargo, Hanamichi pareció dispuesto a confesarle todo:
—Bueno... Tuve que hacerme amigo de tu grupo de porristas. Son unas chicas muy escandalosas¿sabes? También tuve que prometerles fotografías autografiadas por tu propia mano, pero supongo que no se dieron cuenta de que sólo escribí tu nombre con una letra distinta a la mía, y se lo creyeron fácil.
Kaede recordó que Hanamichi había pasado todo un día tomándole fotografías mientras entrenaba en el gimnasio, o durante la sesión de estudio.
—Bueno... —dijo Kaede— De cualquier manera, tu último examen será en la primera semana de clases. Después de eso, ya no tendrás que verme por las tardes para estudiar...
Hanamichi bajó la cabeza.
—No te preocupes tanto por quedar bien, torpe. De cualquier forma, debo ayudarte con tu promedio.
—Pero yo no lo hago por conveniencia —susurró el pelirrojo, cabizbajo—. De verdad me agradas, kitzune...
Rukawa se sorprendió: Hanamichi nunca le había dicho algo como eso.
—Torpe —respondió, pero el pelirrojo, claramente, pudo notar cómo una ligera sonrisa se dibujaba en el pálido rostro.
La luna llena se veía hermosamente adornada por la intensa oscuridad de la noche.
Era treinta de diciembre, faltaban sólo dos días para el cumpleaños e Kaede, y Hanamichi se había encargado de prepararle algo que nunca olvidara en su vida.
Sin embargo, en ese momento se encontraba en el centro comercial, con Kasumi Tadano, su posible futura hermanastra.
La chica le había pedido que lo acompañara. Se llevaban muy bien desde que se conocieron, puesto que tenían muchos gustos en común. Ella estaba enamorada de Kaede Rukawa y estudiaba el último año de secundaria. Según su padre le había dicho, al año siguiente entraría a Shohoku, lo que la emocionaba muchísimo, sobre todo, porque tendría la oportunidad de estar al lado de Kaede.
Por otro lado, por casualidad, Kasumi se había enterado de que en dos días Rukawa cumpliría diecisiete años. Ella sentía que tenía el potencial de hacerlo feliz, por eso se dio a la tarea de hallar un regalo ideal para hacérselo llegar, y en ese punto era donde Hanamichi entraba.
—¿Qué planeas comprar? —preguntó Hanamichi. Ya llevaban curioseando como media hora en el centro comercial.
—No lo sé todavía —respondió ella, pensativa, mientras recorría con la mirada un escaparate—. Tú podrías ayudarme con eso.
—¿Yo? —sonó Hanamichi, incrédulo.
La chica le explicó sus intenciones.
Hanamichi, no muy convencido, le ayudó. Al final, se decidieron por una acogedora sudadera azul, con gorra, y que combinaba con los ojos del zorro.
Posteriormente, cuando Hanamichi llegó a casa, recibió una llamada: era Haruka, que le avisaba que saldría de la ciudad. ¿El motivo? Una gira de caridad. Volvería el seis de enero.
Hanamichi, aunque triste, aceptó la decisión, y le deseó a su novia mucha suerte en su viaje. También le reiteró su amor, y le dejó bien claro que la extrañaría mucho hasta su regreso.
—Anda, Kitzune —insistió el pelirrojo—, no seas aguafiestas.
Kaede, prácticamente, era arrastrado por Hanamichi hacia su casa. Otomi no estaba, así que el inteligente chico había aprovechado para arreglar su casa y ahí ofrecerle una pequeña celebración de cumpleaños a Rukawa. Obvio: el zorro no tenía ni la menor idea de nada.
Entró a regañadientes en la casa. Como siempre, estaba pulcramente arreglada. Todo armonizaba a la perfección, y tenía ese hálito feliz y amable que él recordaba como característico de la residencia Sakuragi.
Sin embargo, algo no estaba bien. Había mucho silencio. Demasiado, para ser sinceros. No le gustaba porque algo no le olía bien...
—¡¡FELICIDADES! —se escuchó un grito unísono y entonado.
Kaede abrió sus ojos muy grandes, y esperó que alguien le saltara a la cara de algún lado.
—¡Feliz cumpleaños, kitzune! —pronunció Hanamichi a sus espaldas. Y, poco a poco, los miembros del ejército se dejaron ver: primero Okusu, luego Noma, después Takamiya, y, por último, Youhei. Todos con gorritos de fiesta infantil –sugerencia de Takamiya–, con serpentinas en el techo y un pastel sacado de quién sabe dónde.
—¿Cumpleaños? —repitió Kaede.
—Sí, ya sé que dijiste que no te gustaban estas cosas, zorro, pero nadie debe pasar su cumpleaños a solas, nunca.
—Además, desde ahora eres parte del ejército de Sakuragi —secundó Youhei—. Aunque no quieras.
—Rukawa-san... —se escuchó una vocecita muy cerca de Hanamichi. Probablemente, la chica había salido de detrás de la puerta.
Kaede la miró, y, a su supervelocidad mental, repasó a todas las personas que habían desfilado por su vida, y la reconoció como la hija del pretendiente de la madre de Hanamichi: Kasumi, si no mal recordaba.
—Kasumi¿cierto?
La chica se ruborizó, y no dejó ver que los latidos de su corazón se aceleraron cuando él dijo su nombre.
—Sí, Rukawa-san —sonrió con timidez.
—Llámame Kaede —dijo él.
—Esto es para usted —le extendió una caja decorada—. Lo compramos Hanamichi y yo.
Kaede se sorprendió: hacía muchos años que no recibía un regalo.
—En realidad es sólo suyo, kitzune —le susurró Hanamichi sin que Kasumi lo notara—. Se esmeró mucho buscándolo.
Inmediatamente, el pelinegro sacó la sudadera y se la probó: le quedaba a la medida, como si hubiera sido hecha para él.
—¡Este es nuestro regalo, Rukawa! —exclamó Takamiya.
Todos señalaban un enorme pastel de crema de fresas, decorado majestuosamente, y lo suficientemente grande como para sustituir la cena de Navidad que hacía unos días habían disfrutado.
—Ojalá te guste el sabor —observó Youhei—. Hanamichi nos dijo que estaría bien.
Rukawa asintió con un movimiento de cabeza.
—¡Parte el pastel, Kaede! —dijo de pronto Kasumi, incitando al aludido a continuar con su cumpleaños.
—¡Síiiii¡Pastel¡Pastel¡Pastel¡Pastel! —secundaron los miembros del ejército.
Kaede atendió a la petición general, cortando siete partes de pastel, una para cada uno. Las repartió personalmente, y cuando sacó la penúltima, para Hanamichi, no lo encontró a la vista.
—Subió a su habitación —dijo Youhei, como adivinándole el pensamiento.
Kaede lo miró con simpatía, y se dispuso a buscar al pelirrojo y entregarle su rebanada de pastel.
Subió la escalera, contó los catorce escalones que ya había recorrido algunas veces, buscó la primera habitación del lado derecho del pasillo y tocó ligeramente.
—Adelante —escuchó desde el interior.
Entró despacio y sin hacer ruido, como era su costumbre. El pelirrojo luchaba con un papel para envolver color azul, que no se dejaba moldear al tamaño y forma de la caja.
—¿Qué haces? —preguntó Kaede con curiosidad.
—¡Kitzune! —respingó el pelirrojo. Al parecer, no se había percatado de que era Rukawa quien había entrado a su habitación— ¿Qué quieres? —preguntó arisco, e interponiéndose entre la caja y la vista de Kaede.
—Vine a buscarte. Ya todos están comiendo pastel, y te traje tu rebanada.
Le extendió el plato y Hanamichi lo miró.
—¡Gracias! —le sonrió, casi arrebatándole el plato y volviendo a su postura inicial para no dejarlo ver lo que envolvía.
—¿Qué es eso, torpe?
—¡Nada! —respondió nervioso el pelirrojo, pero Kaede logró quitarlo del frente.
Hanamichi lo miró como en desacuerdo, puesto que había descubierto su obsequio antes de que estuviera listo.
Kaede miró con sorpresa: la caja, a medio envolver con el papel azul, estaba cerrada. Sin esperar a que Hanamichi se lo permitiera, quitó la tapa y descubrió, en el interior, un balón de básquetbol nuevo, original de la NBA, y autografiado, nada más y nada menos, que por Michael Jordan.
—Bueno... Aún no estaba listo, kitzune... Pero igual espero que te guste —dijo Hanamichi con algo de carmín en sus mejillas.
¿Qué si le gustaba?
Kaede no recordaba en qué momento le había comentado a Hanamichi que su jugador favorito fuera Jordan, pero, de alguna manera que no comprendía, el pelirrojo se había enterado. Además, se balón no se conseguía tan fácilmente como un kilo de manzanas o un filete de pescado: debió haberle costado trabajo.
¿Qué si le gustaba?
¡Le fascinaba!
—Gracias... Hanamichi —fue lo único que respondió. Pero no por descortesía, sino que estaba verdaderamente feliz de que Hanamichi se hubiera esmerado tanto, y sólo por darle un buen regalo.
Si no hubiera sido Kaede Rukawa, el antisocial y apático de Shohoku, se habría permitido llorar conmovido.
—Ahora... ¿qué tal si volvemos allá abajo, torpe?
—¿A quién le llamas torpe, zorro dormilón?
CONTINUARÁ...
Notas de la autora
Bueno, bueno... Sé que tardé un poco con este capítulo, pero se me complicaron un poco las cosas y me quedé sin inspiración.
Planeo avanzar con "Amor sin barreras" antes de continuar con "Revivir el pasado", aunque ya tengo ideas para este último. No se desesperen, por favor, que prometo preparar algo digno e la espera.
Sin más que agregar, felicidades a todos los que cumplieron años o celebraron algo importante por estas fechas.
Hasta el siguiente capítulo... Y, por favor... ¡¡DEJEN REVIEWS!
