AMOR SIN BARRERAS

Un fanfiction de Slam Dunk, por Haruko Sakuragi

CAPÍTULO 13: "El Año Nuevo de Rukawa y Sakuragi"

Igual que cada invierno, la noche en Kanagawa era muy, muy oscura.

Había luna nueva, lo que quitaba la ínfima posibilidad de un alumbrado natural sobre la ciudad.

Era catorce de enero. Domingo. Las clases en Shohoku empezaban al día siguiente, lo que implicaba que el examen de Hanamichi estaba más próximo que nunca.

Sin embargo, esa noche, Kaede y su pupilo no estaban estudiando.

Las sesiones habían concluido ya, puesto que el asesor consideró que Hanamichi estaba ya lo suficientemente preparado, y que más estudio sólo lograría confundirlo y restarle posibilidades de aprobar.

Rukawa se encontraba en el parque más cercano a su casa. acababa de llegar, y faltaban sólo unos minutos para que dieran las nueve treinta, hora en que Amano había dicho que llegaría.

Kaede pensó una vez más en la posibilidad de cambiar su decisión... No. No había forma de que las cosas resultaran bien si todo aquello continuaba.

—¿Kaede? —una voz gallarda y varonil lo sacó de sus cavilaciones.

—Amano —fue lo único que pronunció.

El actor lucía impecable, igual que siempre: atractivo, varonil, seguro... Kaede recordó por qué le gustó la primera vez que lo vio.

Pero en ese momento no podía flaquear. Había acordado esa cita sólo por una razón, y no pensaba desistir de ella.

—¿Para qué querías que nos viéramos, Kaede?

El aludido exhaló con pesadez. Lo que venía a continuación era difícil.

—Creo que será mejor que todo entre nosotros termine de una vez —soltó sin precaución.

El actor pensó, inicialmente, que se trataba de una broma de su amante. Sin embargo, cuando lo miró a los ojos y notó su determinación, comprendió que era en serio.

—¿Por qué? —pronunció sin dificultad, aunque eso sólo se debía a su gran talento histriónico.

—Esto no tiene futuro —disparó el muchacho más joven—. Sabíamos que tarde o temprano acabaría, y, además, desde siempre supiste que yo estaba interesado en alguien más.

He ahí lo que necesitaba saber: parecía que todo empezaba a marchar bien con aquella "otra persona".

—¿Y aquí se queda todo? —preguntó Amano, luchando por que su voz no le fallara.

—Parece que sí.

Su corazón no estaba roto. Después de todo, él era Amano Kamiya, el gran actor. Él podía tener todo lo que quisiera. ¡Hasta Kaede Rukawa había sido suyo durante todo aquél tiempo!

Desde el principio estuvo consciente de que ser amantes sería transitorio, que tarde o temprano acabaría, como Rukawa se lo acababa de recordar. No había motivo para hacer tanto escándalo...

Sin embargo, a pesar de todo lo hablado al principio, no podía evitar que le doliera...

Estaba muy, muy nervioso.

En sus casi diecisiete años de vida, nunca había estado tan nervioso.

¿El motivo? En cuanto el profesor entrara por la puerta, iniciaría el último examen de matemáticas de aquél semestre. El examen que determinaría su permanencia en el equipo de básquetbol.

Hubiera deseado no hablar con Haruka la noche anterior.

Ella había regresado de su gira un par de días antes, pero no se habían visto. El argumento de ella había sido que se sentía indispuesta. Hanamichi supuso que se trataba de sus "días de luna", esos que le llegaban cada mes y que la hacían aislarse hasta de él. también había dicho que no quería importunarlo en sus estudios, porque sabía que el examen sería el lunes a primera hora, y de verdad deseaba que su pelirrojo aprobara y se quedara en el equipo.

Ojalá su mamá hubiera estado en casa para desearle buena suerte...

—Buenos días, jóvenes —sentenció el profesor.

En el aula, sólo estaban el pelirrojo, Takamiya y una estudiante de otro grupo. Era un examen extraordinario, y nadie más que ellos había reprobado matemáticas.

Kaede y el ejército los esperaban afuera, en una de las jardineras de la entrada.

El profesor entregó las cinco hojas que contenían todo el semestre de álgebra y trigonometría, y les dio cuatro horas para terminarlo.

Hanamichi aspiró muy profundo. Tomó el lápiz recién afilado y comenzó a escribir en los espacios en blanco.

Serían cerca de las diez de la mañana cuando abrió los ojos.

Si no se equivocaba, Hanamichi llevaría ya casi dos horas en examen.

Miró el techo. No tenía deseos de levantarse.

No le había mentido a Hanamichi cuando le dijo que se sentía indispuesta. Sin embargo, atribuyó ese malestar a que los días propios de las mujeres estaban próximos ya.

No obstante, particularmente esos últimos días, había tenido dolores de cabeza intensos, y un par de veces había estado mareada y a punto de perder el equilibrio. Además, tenía más sueño que siempre, pero supuso que se trataría del cansancio por la actividad excesiva durante las dos semanas de gira.

El teléfono sonó, lo que hizo que abandonara todas aquellas suposiciones.

Intentó levantarse, pero un fuerte mareo se lo impidió. En cambio, se apoyó sobre un costado y alcanzó al sonoro aparato.

—¿Si? —contestó con desgano.

—Ya acabó —fue lo único que se escuchó.

De inmediato, la perspicaz actriz supuso de quién se trataba y lo que quería decir.

—Lo siento, Amano.

Hubieron unos minutos de silencio en la línea. Para esas cosas no se necesitaba decir mucho.

—¿Cómo estás tú, princesa? —se recuperó él, rápidamente. Durante las dos semanas que pasaron trabajando, no habían tenido mucho tiempo e conversar, y la había notado cansada y menos activa que siempre— No fuiste la misma durante los últimos días.

—Yo... —Haruka iba a contestarla la verdad, pero tuvo unas insistentes ganas de correr al baño, así que soltó el teléfono y salió de la cama tropezando con lo que había sobre la alfombra.

Amano sólo pudo escuchar sonidos guturales que no comprendió de inmediato.

Cuando la actriz volvió a tomar el auricular, sonó agitada y fuera de control:

—¿Podemos vernos? Necesito hablar contigo.

—¡Soy un genio! —celebró Hanamichi.

Recién acababa de salir del aula. Sentía tantos nervios, que le pidió al profesor que lo calificara de inmediato.

—¿Cómo te fue? —le preguntaron sus amigos con expectación.

—Este talentoso se ha dado el lujo de aprobar con un ocho. Eso me salva completamente de la expulsión, y me da un margen muy amplio para volver a bajar mis notas.

Kaede lo miró con reprobación.

—No te preocupes, zorro: no pienso arriesgarme otra vez.

—¡Viva, Hanamichi! —gritaron los miembros de su ejército con sincera felicidad.

—Si te sacaban del equipo —dijo Takamiya—, hubieras sido el indiscutible rey de las expulsiones.

Lo único que se escuchó a continuación, fue el sonido sordo de la cabeza de uno estrellándose con la del otro, y luego el cuerpo de Takamiya azotándose contra el suelo.

—Felicidades, Do'aho —exclamó Kaede, lo suficientemente audible para que sólo el aludido lo escuchara. Como respuesta, obtuvo una cálida sonrisa, y una mirada que destilaba gratitud y felicidad.

—Iré a llamara a Haruka. Tengo que contarle la buena noticia —sonrió, y se alejó del grupo.

Mientras caminaba hacia el sanitario –para tener un poco de privacidad–, Hanamichi sacó el teléfono celular y marcó el número del departamento de Haruka: ansiaba compartir con ella su felicidad. El timbre de marcado sonó una vez... Luego dos... Luego tres... Y cuatro y cinco y seis... Siete... Ocho...

Pero nadie le contestaba.

Volvió a marcar, pero sucedió exactamente lo mismo.

Supuso que su novia había salido de compras, o con Amano, así que optó por intentar más tarde.

Mientras, se dirigió a su casa para celebrarlo en la soledad de su habitación: probablemente invitaría a Rukawa. Después de todo, la mitad de esa calificación le pertenecía al zorro.

—De verdad: la mitad es para ti, Rukawa —dijo Hanamichi por enésima vez.

Kaede se resistía a aceptar el crédito porque no creía merecerlo. Todo l esfuerzo había sido del pelirrojo.

—Ya te dije que no acepto tu versión.

Llevaban en la habitación de Hanamichi cerca de una hora. Sólo ellos, puesto que al pelirrojo no le pareció correcto invitar al resto del ejército.

En algún momento, el teléfono lo hizo dejar de reír.

—Voy a contestar.

Levantó el teléfono, y lo primero que escuchó fue la ansiosa voz de Kasumi Tadano, preguntándole cómo le había ido en el examen. Él respondió contándole con lujo de detalles, y, agradeciendo su preocupación, le confesó en voz baja que Kaede Rukawa estaba con él.

La chica dijo que lo visitaría en ese mismo momento, y Hanamichi no pudo evitar sonreír. Pensaba que Kaede y Kasumi harían una bonita pareja, si algún día lograban entablar una relación. Y él estaba de acuerdo en facilitar todo aquello.

—Era Kasumi —le dijo a Kaede.

El aludido recordó el nombre de la chica: la futura hermanastra del pelirrojo. No le desagradaba, puesto que era una muchachita sencilla y atractiva. Muy inocente, debía reconocerlo. Y, de no ser porque estaba interesado en Hanamichi, ella sería la primera en quien pensaría para formalizar na relación.

Cuando Kasumi llegó –en menos de treinta minutos–, Hanamichi recibió la llamada de Haruka: le urgía verlo para que hablaran. Le pidió que fuera a verla a su departamento, argumentando que no tenía deseos de ser vista en público. Hanamichi aceptó, pensando que habría otro encuentro como el de Navidad. Además, debía celebrar con su novia el hecho de haber aprobado.

—No sé a qué hora volveré —anunció—. Pero supongo que pueden quedarse aquí.

Kaede y Kasumi estuvieron de acuerdo.

—Hanamichi merecía aprobar —comentó Kasumi en cuanto se quedaron solos.

—El equipo es más fuerte desde que él llegó —confesó Kaede, confiando silenciosamente en que Kasumi no revelaría aquél pensamiento.

La muchacha sonrió. El objeto de su admiración estaba abriéndose delante e ella, y eso la hacía sentir muy feliz. Creyó que eso sería un buen trampolín para insinuarle algo acerca de sus sentimientos. Por eso continuó:

—Kaede-san... —murmuró.

—No me tengas tanto respeto, Kasumi. Llámame sólo "Kaede".

La chica asintió, más alegre.

—Bueno... Kaede... Yo deseaba hablar contigo de algo importante.

—¿De qué? —preguntó, mirándola. Suponía de qué se trataba. Pero, por alguna razón, sabía que no debía herirla de ninguna manera.

Con muchísima timidez, Kasumi le habló de sus sentimientos. Con infinita ternura, le enumeró las razones por las que creía amarlo.

Kaede consideró correcto no engañarla.

—Kasumi... Tú no me amas...

—Claro que sí.

—No... Tú crees que me amas, pero no es así.

La chica lo miró con ojos tristes. Parecía estar a punto de llorar, pero Kaede pensó que no podría soportar herir a una chica como ella, así que, lentamente, se inclinó hasta quedar a la misma altura que ella.

Sin saber qué lo había impulsado a hacerlo, terminó besándola con toda la dulzura que nunca utilizó con nadie, como queriéndole dar la esperanza de que no estaba mal enamorarse ni no ser correspondido.

Cuando se apartó de ella, le pidió que esperara a Hanamichi, y que no se olvidara de él.

Sin embargo, Kasumi se asió a su cintura y no lo dejó marcharse. Él se sentó en el mismo lugar en donde estaba al principio, y la dejó reposar sobre su cuerpo, hasta que la sintió quedarse dormida.

Hizo sólo media hora hasta el departamento de Haruka. Y eso, porque el tren subterráneo se detuvo casi diez minutos un par de estaciones antes de que él bajara.

Cuando tocó la puerta, Haruka lo recibió envuelta en una bata de dormir, con el rostro cansado y con los ojos hinchados de haber llorado largo rato.

—¿Qué sucede? —le preguntó Hanamichi en cuanto la vio. Se asustó, pues él no conocía a una Haruka triste, sino radiante y llena de sonrisas.

—Pasa —fue más una orden que una invitación.

El muchacho obedeció. Haruka se sentó a su lado y, sin decir palabra, lo abrazó, acurrucándose sobre su fuerte pecho. Un par de segundos después, Hanamichi la sintió llorar sobre su camisa, y tuvo la enorme necesidad de apretarla más contra él, para tratar de reconfortarla.

—¿Qué sucede, Haruka? —repitió asustado, esperando que ahora sí hubiera una respuesta.

La aludida se tomó el tiempo que consideró necesario.

Cuando, muy lentamente, se apartó del abrazo, miró a Hanamichi directamente a los ojos.

—Hanamichi... —susurró. Iba a romper en llanto otra vez, pero pensó que ya había llorado demasiado cuando, en compañía de Amano, descubrió que sus sospechas no estaba infundadas— Tengo que decirte algo...

—¿Qué sucede? Me estás asustando, Haruka...

Ella aspiró profundo. Necesitaba mucho valor para decir lo que seguía.

—Estoy... embarazada...

Caminaba en la oscuridad, sólo alumbrado por los faroles encendidos en las esquinas.

La voz de Haruka hacía eco en su cabeza... Ella estaba embarazada.

Obvio que el padre era él.

¿Qué harían? No lo sabía.

¿Qué haría él?

¿Cómo le diría algo así a su madre? ¿a sus amigos?

Haruka tenía una prometedora carrera en el cine internacional. Y él, aparentemente, saldría bien con el básquetbol.

No podrían tener un hijo. Y menos a esa edad.

Él cumpliría a penas diecisiete, y ella diecinueve.

Ni siquiera la preparatoria tenían terminada.

Además, Haruka se lo había dicho muy claro, ella no deseaba tener hijos...

Llegó a su casa. supuso que ya no habría nadie, pero ahí estaban los dos: Rukawa dormitando, sentado, y Kasumi recargando su cabeza sobre el pecho del muchacho.

Hanamichi sintió la inminente necesidad de hablar con Rukawa. Con mucho cuidado, lo despertó.

—¿Qué quieres? —preguntó Kaede de mal humor, aún frotándose los ojos.

El pelirrojo, a señas y murmullos, le dio a entender que necesitaba decirle algo en privado.

Casi se fue de espaldas cuando escuchó la confesión.

—No sé qué vamos a hacer, Kaede —declaró Hanamichi, abatido.

Rukawa no pudo decirle nada más que estaría con él si lo necesitaba, y que todo se solucionaría a la postre. L cuestión era pensar con optimismo y tratar de decidir correctamente.

Kaede, en un afán de reconfortar al pelirrojo, se ofreció a llevar a Kasumi a su casa. prometió volver al día siguiente, puesto que la madre de Hanamichi tardaría aún tres días en llegar. No quería dejarlo solo.

El taxi se detuvo frente a una casa grande, más bien lujosa, donde las luces estaban apagadas y el jardín lucía perfectamente arreglado.

—¿Es aquí, Kasumi? —preguntó Kaede. La chica había fingido dormitar desde que habían salido de casa de Hanamichi. Le gustaba mucho sentirse sobre el pecho de Rukawa, e iba a prolongarlo en la mayor medida posible.

—Sí —respondió mirando la casa, y entristeciendo.

El muchacho pagó al conductor, salió del lado de la banqueta y ayudó a la quinceañera para que saliera de ese mismo lado.

Kasumi caminó con la cabeza baja, pensando que su ensueño iba a terminar. Se sentía la cenicienta.

—¿Quieres pasar, Kaede? —preguntó esperanzada.

—No puedo —respondió él, dedicándole una hermosa sonrisa que nunca antes le había visto.

La chica bajó a mirada.

—Pero... ¿Sabes?

Ella lo miró con ensoñación.

—Quiero invitarte a salir. ¿Qué te parece el viernes por la noche?

—Papá no me dejará salir de noche.

—Entonces iré por ti a la escuela, e iremos al cine comer: a donde tú quieras. ¿De acuerdo?

La chica asintió, destilando felicidad por los ojos.

Ese era su sueño vuelto realidad.

Kaede, por su parte, la vio entrar la casa y su rostro e volvió sombrío.

¿Por qué la invitó?

Porque Hanamichi nunca lo amaría con un hijo en camino. Él ya no tenía esperanzas, y sería mejor empezar a hacerse a la idea.

CONTINUARÁ...

Notas de la autora

Como ya había notificado, mi computadora tiene un virus que la ha hecho comportarse como loca, y no puedo hacer nada con ella.

No obstante, las ansias de escribir estaban carcomiéndome las manos y la cabeza, y he recurrido al internet gratuito de la escuela y al alquiler del equipo correspondiente, todo en aras de avanzar mis dos trabajos en proceso.

Por eso, espero que este capítulo les guste, y que sean pacientes con el que viene, puesto que el desenlace ya anda muy próximo.

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